A esa novela siguió, en 1969, Boquitas pintadas, llevada al cine en 1974 por Leopoldo Torre Nilsson en el preciso momento en que la temible Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) amenazaba de muerte a su autor y la policía federal secuestraba de las librerías The Buenos Affaire, acaso por “pornográfica”, tal vez por denunciar torturas, difícil saberlo.
Ya en el exilio mexicano, donde entabló amistad con intelectuales argentinos también exiliados, Puig publicó en 1976 la que algunos consideran su obra cumbre: El beso de la mujer araña, una fábula sobre la masculinidad donde un militante de izquierda y un prisionero que se percibe mujer comparten celda y llegan a entenderse, casi un homenaje al manifiesto “Sexo y revolución ” del Frente de Liberación Homosexual, de cuyas reuniones Manuel Puig había participado mientras estuvo en Buenos Aires. Escritor famoso, cada vez más difícil de encasillar, después de la novela que no sólo daría una película ganadora de un Oscar, sino una obra teatral que hoy sigue en cartel no sólo en Buenos Aires, sino en todo el mundo –desde España hasta Japón–, Puig se sentó a escribir sobre mujeres que necesitan comunicarse y llegar a entenderse para derribar el mito del “hombre superior”. Así surgió Pubis angelical (1979) otra fábula también llevada al cine, esta vez por Raúl De la Torre, donde una Madre que es llamada Loca porque busca a su hija que no está muerta, logra pacificar una guerra fratricida con su presencia en la Plaza del Pueblo; aunque la escena es irreconocible en la película, la música de Charly García que la acompaña sugiere un ambiente enrarecido que hace justicia a la trama y puede pensarse como antesala de en su tema “Los dinosaurios”. Guerrilleros, Madres de Plaza de Mayo, militante sindical abatido por las torturas para la novela siguiente, estos personajes no alcanzaron para que Puig fuera considerado, en su momento, un escritor político. Demasiado glamour.
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Un ejemplar de la exitosa novela Boquitas pintadas con dedicatoria de Puig.
Los escenarios de sus historias se mudaban con él y así transcurren en Nueva York –mientras vivía en el Greenwich Village– Maldición eterna a quien lea estas páginas (1980); durante su años en Río de Janeiro Sangre de amor correspondido (1982), que sucede en el Nordeste brasileño; así como su última novela Cae la noche tropical, publicada en 1988, dos años antes del regreso de Puig a México, donde se instaló en Cuernavaca con todos sus escritos y murió a los pocos meses, con 57 años, después de una operación de vesícula. Dejaba ocho novelas emblemáticas, cuatro obras de teatro que ya se habían estrenado en Londres, en Río de Janeiro, en San Francisco e incluso en Buenos Aires durante las postrimerías de la dictadura, y varios guiones con posibilidad de ser filmados.
El legado de Manuel Puig
Cuatro años después de lo narrado, en mayo de 1994, tres graduadas en Letras de la Facultad de Humanidades de la UNLP —Roxana Páez, Julia Romero y quien esto escribe, Graciela Goldchluk—, guiadas por el profesor titular de Introducción a la Literatura José Amícola, visitamos el departamento de Charcas y Vidt, en el barrio de Palermo, donde vivía Male Puig, la madre del escritor que admirábamos, quien nos cautivó con una conversación en la que no podíamos dejar de escuchar el eco de Lucy, una de las hermanas octogenarias que conversan en Cae la noche tropical. Pero lo que se había pensado como una excursión resultó un encuentro trascendente, algo que iba a superar la anécdota de conocer a esa mujer extraordinaria.
Días antes de nuestra llegada, trece grandes cajas de cartón provenientes de la Universidad Princeton, en Estados Unidos, habían arribado a ese mismo departamento. Cuatro años después de la muerte del escritor, una cantidad enorme de hojas mecanografiadas y manuscritas volvían a la casa donde Manuel había escrito Boquitas pintadas y The Buenos Aires Affair. Esos contenedores desbordaban de papeles: estaban desde sus anotaciones de estudiante en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma, hasta apuntes para una novela en germen y muchos proyectos cinematográficos y teatrales. Había allí vestigios de una obra que iba más allá de las novelas que habían llevado a Puig al umbral de un premio Nobel anunciado discretamente en un recuadro del diario La Razón, en 1981, cuando el nombre Manuel Puig se pronunciaba en voz baja y sus libros continuaban censurados, pero se leían de contrabando.
Para las jóvenes profesoras que éramos entonces significó un vértigo ver por primera vez esa letra manuscrita, apreciar tantas páginas tipiadas en la Olivetti portátil que se encontraba frente a nosotras, tomar contacto con tantas hileras de xxxxxxx xxxxx xxxxxx que tachaban opciones para reemplazarlas por otras. Ese día supimos que todavía no habíamos leído realmente a Manuel Puig, y que muchos y muchas lectoras que creían conocerlo tenían un mundo por descubrir.
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A fines de los 60 Manuel Puig irrumpió como un autor absolutamente innovador en el panorama de las letras en castellano.
Pero aquella tarde de otoño de 1994 fue de charla con Male, sus recuerdos de los años de estudiante de Farmacia en una facultad de Ciencias Exactas que no tenía baño para mujeres, las clases de Filosofía y Letras a las que había asistido, el cine Select de la calle 7 y la propia familia vinculada a la Universidad, donde un sobrino de Male, Ernesto Delledonne, trabajaba como calígrafo confeccionando a pulso y tinta los datos los títulos, incluyendo el de doctora en Letras que habría de obtener nueve años después de ese encuentro.
Sólo hacia el final vimos los papeles, todavía sin clasificar, y nos ofrecimos a regresar para acometer esa tarea: acordamos entonces reuniones semanales los miércoles, que se extendían por seis horas, de 14 a 20.
Nos tomó dos años descifrar el orden dado por Manuel a sus papeles y realizar un primer cuadro de clasificación. En ese tiempo exhumamos algunos manuscritos que publicamos en Materiales iniciales para La Traición de Rita Hayworth y comenzamos a preparar una edición de El beso de la mujer araña para la prestigiosa colección “Archivos” patrocinada por la UNESCO, que debía ofrecer un estudio contextualizado de la novela y a la vez mostrar todo el recorrido de su escritura. Cuando parecía que ya habíamos terminado, el archivo recomenzó: se hablaba de digitalizar los manuscritos y la familia tomó a su cargo esa tarea mientras yo realizaba la descripción de los materiales. Durante los doce o trece años siguientes, mientras cambiaban las tecnologías y comenzaba otro siglo, fue creciendo mi vínculo con la familia Puig. Cada semana veía películas con Male y discutía con Carlos (hermano menor de Manuel) y su hija Mara, más tarde con Pedro Ghergo, sobre el avance de la digitalización del archivo.
A medida que pasaba el tiempo y transcurrían los congresos se daba a conocer la existencia de este acervo documental. Al mismo tiempo guiones, obras de teatro y relatos antes desconocidos veían la luz en editoriales independientes (Beatriz Viterbo, El cuenco de plata, Entropía) aparecían más estudiantes y profesores se acercaban a la obra de Puig. De esa etapa destaco la publicación de su correspondencia en los dos tomos que conforman Querida familia, donde leemos un Manuel Puig íntimo que seguía firmando Coco. Con el aumento de las investigaciones, se acercaban cada vez más personas interesadas en consultar los manuscritos. Siempre fueron bien recibidas, pero no siempre podían trasladarse hasta la ciudad de La Plata, y menos irrumpir en la casa de Male. Formé un equipo de investigación, sumando a bibliotecarias dirigidas por la archivista Mónica Gabriela Pené, y me di a la tarea de dar difusión al archivo Puig; pero la exposición pública de ese acervo generaba dudas en los herederos por posibles tergiversaciones o adulteración de documentos. Frente a cualquier inquietud estuvo siempre el prestigio de la Universidad de La Plata con su política de acceso abierto y el vínculo inquebrantable de Male y también de Carlos que confiaron y compartieron nuestras investigaciones. De ese modo llegamos al momento de la creación del repositorio de fuentes útiles para la investigación designado con el nombre ARCAS.
Huellas de la escritura
La política de acceso abierto defendida por la UNLP significa un cambio de mentalidad: ya no se trata de científicos que esconden la base de sus hallazgos, sino de compartir y abrir los materiales no sólo para los expertos sino para toda la comunidad. Así como en estos días nos extasiamos viendo fabulosos seres marinos y compartimos la emoción del encuentro en las profundidades, podemos adentrarnos en el universo creador el escritor que admiramos y simpatizar con sus dudas, sus arrepentimientos, el enorme trabajo que llevó alcanzar una frase en apariencia simple, un diálogo natural.
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El repositorio ARCAS reune mas de 15 mil imagenes con borradores, imagenes y otros documentos del autor
El archivo de manuscritos literarios de Manuel Puig, que es lo que puede consultarse en acceso abierto, resulta ejemplar no sólo por lo que muestra en su escritura sino también por los materiales que utilizó como soporte. Viendo los reversos de sus manuscritos encontramos subtitulados hechos por él, cables de una agencia de noticias soviética, primeras fotocopias, versiones descartadas, apuntes de congresos de teoría literaria o de traductores de literatura latinoamericana, por nombrar algunas de las sorpresas que podemos hallar en nuestra inmersión. Tal es la diversidad que el crítico Jorge Panesi ha considerado, no sin ironía, que Manuel Puig fue un “héroe de la crítica genética”, en contraste con aquellos “villanos” que destruyen sus papeles, aferrados a la ilusión de una obra limpia, sin huellas de sus vacilaciones ni balbuceos.
Pero no siempre estuvo todo expuesto en ARCAS, que hoy alberga –junto al de Puig– el archivo del artista plástico platense Edgardo Vigo y el del escritor mexicano Mario Bellatin, además de corpus y archivos generados durante otras investigaciones. El portal se inauguró en 2013 con algunas imágenes, como los comienzos de las novelas o varias versiones de un mismo capítulo. Hubo dudas, Manuel Puig es un escritor publicado en todo el mundo, los estudios académicos sobre su obra crecen mientras se multiplican las lecturas, los tomos de cartas de Querida familia acaban de traducirse al chino, y de pronto todo ese laboratorio de escritura iba a aparecer expuesto al alcance de quien quisiera mirarlo. No fue una decisión sencilla, pero llegamos a ella.
Una vez digitalizado el archivo, que contabiliza más de 15.000 imágenes con su respectiva descripción y explicación del contenido, se trataba de lograr que fuera consultado por la mayor cantidad de investigadoras y con la garantía de que se comprendiese el contexto en el que Puig había escrito cada carilla o garabateado una servilleta. La Universidad de La Plata ya era el centro de investigación más importante sobre Manuel Puig, con un Congreso Internacional dedicado a ese autor, tesis doctorales y proyectos en torno a la problemática de los archivos de escritores, por lo que cada vez consultaba más gente y la familia no podía atender a todes. Así llegamos a 2020, año en que Carlos Puig autorizó la exhibición de todo el archivo de creación de su hermano; quedan en reserva los documentos personales, correspondencia, contratos y fotografías.
Puig en el depto de Buenos Aires
Puig en su departamento de Buenos Aires.
Gracias a esa decisión es que podemos bucear en los papeles de Manuel Puig, ver las sutilezas de la inflexión de una voz tan íntima que parece atravesar el tiempo. El estudio del archivo Puig permite no solo reconstruir a través de la crítica genética el proceso creativo de sus obras literarias, sino también recuperar una experiencia que estuvo constantemente amenazada por la destrucción.
Puede accederse al archivo a través de http://arcas.fahce.unlp.edu.ar/. Pasen y vean, pero sobre todo deténganse, apliquen el oído, mastiquen las palabras. Se ruega tocar.
(*) La autora de este artículo es experta en archifilología, crítica en genética y archivos de escritores y trabaja especialmente sobre materiales de literatura argentina y latinoamericana contemporánea.