martes 19 de agosto de 2025
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Trabajo docente

La Señorita Estela de Carlotto: antes del pañuelo, los guardapolvos

Antes de convertirse en presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, en una escuela de Brandsen, Estela de Carlotto hizo sus primeros trabajos como docente.

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Estela de Carlotto, presidenta de Las Abuelas de Plaza de Mayo, es considerada a nivel internacional como una de las mujeres más influyentes de la historia contemporánea mundial, especialmente en el campo de los derechos humanos. Su lucha ha trascendido las fronteras de Argentina, convirtiéndose en un referente global de dignidad, memoria, verdad y justicia. Año tras año, además, ha sido postulada al Premio Nobel de la Paz.

Pero, antes de todo eso, hubo un comienzo.

Nació el 22 de octubre de 1930 en Capital Federal, aunque ella se considera platense desde que, a los diez años, llegó junto a su familia a la capital de la provincia de Buenos Aires. Ya entonces, aquella niña parecía saber lo que quería, aunque jamás podría imaginar el destino que la aguardaba.

Corría la década de 1940 y fue entonces cuando la vecinita, hija de gringos, curiosa y osada, comenzó a forjar su vocación docente y un carácter de liderazgo entre las calles y veredas del barrio de Tolosa.

Estela posa junto a sus alumnos para una foto escolar. El cuarto de izquiera a derecha, es José Etcheverri
Estela, de joven, posando junto a sus alumnos.

Estela, de joven, posando junto a sus alumnos.

—Yo siempre tuve emoción por ser maestra, desde chiquita.

Es 31 de marzo de 2025 y Estela de Carlotto sonríe al hablar. A sus 94 años, marzo la encuentra —una vez más— activa, con la agenda llena de compromisos. Aun así, ella misma atiende los llamados que llegan al teléfono fijo de su casa, ubicada en el barrio de Tolosa, a pocos metros del Estadio Único de La Plata.

Aunque los postergue, siempre responde: “Estoy con los médicos, curando mis ‘ñañas’”; “Justo ahora estoy almorzando”; “Hoy no puedo atenderte, vino uno de mis nietos a visitarme, ¿me disculpás? Llamame mañana, ¿sí?”. Y al día siguiente, el teléfono suena, pero esta vez no atiende: está junto al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, inaugurando nuevas obras en el Espacio para la Memoria de La Plata.

Finalmente, en horas del mediodía, en el último día del tercer mes del año, Estela se acomoda con soltura y empieza a recordar sus primeros encuentros con la docencia, cuando era una niña en Tolosa.

—Cuando mis compañeritos no sabían algo, los traía a casa y les enseñaba lo que no entendían.

La conversación gira en torno a su vocación docente y sus primeros años como maestra en la Escuela Nacional Nº 102 de la localidad de Brandsen.

Se entusiasma al hablar de ello:

—Siempre me gustó ser docente, ayudar a enseñar. Y eso fue lo que hice en la escuela de Brandsen.

Estela siendo oradora en el acto aniversario número 100 de la Escuela Primaria de Brandsen, año 2011
Estela de Carlotto siendo oradora en el aniversario 100 de la Escuela Primaria de Brandsen, año 2011.

Estela de Carlotto siendo oradora en el aniversario 100 de la Escuela Primaria de Brandsen, año 2011.

A comienzos de la década del ´50, Brandsen —un pueblo cercano al río Samborombón— tenía alrededor de 8 mil habitantes, y hacia 1960 superó los 10 mil, con un crecimiento moderado ligado al trabajo en el campo y una forma de vida típicamente rural.

Al norte del casco urbano, sobre las tierras de la antigua estancia “Las Mandarinas”, comenzó a desarrollarse un barrio obrero y periférico, donde se instaló el cementerio municipal. Hoy, Las Mandarinas cubre 4 kilómetros cuadrados y reúne instituciones importantes como el club barrial, la parroquia, la biblioteca popular y la Escuela Primaria Nº 8 —la más antigua del distrito— donde Estela de Carlotto dio sus primeros pasos como maestra.

Su historia en esta localidad bonaerense comienza con los albores de la segunda mitad del siglo XX, contexto de Guerra Fría y peronismo, cuando ella apenas tenía veinte años y, tras egresar del bachillerato con el título de maestra primaria, obtuvo un cargo suplente en una escuela rural ubicada en Las Mandarinas.

Durante más de quince años viajó hasta allí en el tren de trocha angosta del ramal Ringuelet–Coronel Brandsen, al que llamaba, con cariño, “la chanchita”. Se ríe ahora al recordar que ese trayecto de apenas 44 kilómetros —con ocho estaciones intermedias— demoraba dos horas.

Fachada frontal de la vieja Escuela N° 102 de Brandsen, ubicada sobre calle Saenz Peña
Fachada frontal de la vieja Escuela N° 102 de Brandsen, ubicada sobre calle Sáenz Peña.

Fachada frontal de la vieja Escuela N° 102 de Brandsen, ubicada sobre calle Sáenz Peña.

“¡Loco!, a veces nosotros íbamos a esperarla a la estación”, comenta “Cacho” Bertolino, ex alumno de Estela, mientras comparte la sobremesa de su cumpleaños número 73, el viernes 19 de julio de 2025. Vive aún en el barrio Las Mandarinas, y su relato cautiva al pequeño auditorio de familiares y amigos: de niño, junto a otros compañeritos y compañeritas, caminaban un kilómetro hasta la estación para recibir a la maestra. Todo con la aprobación de sus padres, una hora antes de clases.

Yo siempre tuve emoción por ser maestra, desde chiquita. Yo siempre tuve emoción por ser maestra, desde chiquita.

“¡Loco!”, repite, mientras se recuesta en la silla, abre los brazos y alza la vista hacia algún punto del techo. La estufa a leña “Tromen” crepita y, en su reflejo, el brillo del recuerdo le ilumina la cara.

“Estaba enamorado de ella”, suelta con una sonrisa. “No sé. Era linda, elegante... pero…además…tenía otra cosa”, agrega, visiblemente emocionado. “Era su forma de ser”.

Foto escolar. El que sostiene el cartel es _Cacho_ Bertolino
 Foto del documental "Bendita Maestra".

Foto del documental "Bendita Maestra".

—Eran otros tiempos, imaginate —comenta Estela, en otra charla telefónica.

A comienzos de los cincuenta, las vías del ramal Ringuelet–Brandsen estaban vivas, y sobre ellas circulaban formaciones que transportaban pasajeros y carga a través de la baja y ondulada Cuenca del Salado, ese rincón de la pampa bonaerense de paisajes abiertos, húmedos y llanos, tapizados por sembradíos, arboledas y ganado.

Ese viaje, largo en tiempo, pero breve en distancia, la llevaría al interior sudoeste de la provincia durante una década y media. Fue el tiempo en que desarrolló su carrera: de suplente a interina, de titular a directora. Y también el tiempo en que formó una familia junto a su esposo, criando hijos e hijas.

Dejaría Brandsen para asumir otros cargos ligados a la educación. En 1966, fue convocada a integrar la Junta de Clasificación de Escuelas Láinez en La Plata. En ese momento pensó que sería una pausa, y se despidió de sus alumnos con un “hasta pronto”, pero ese regreso nunca ocurrió. Ya con cuatro hijos, la cercanía al hogar la ayudaba a equilibrar su vocación con la maternidad. Acompañó, desde La Plata, el proceso de provincialización del sistema educativo y el cierre definitivo de las Escuelas Láinez. Luego, pidió traslado definitivo al distrito platense y fue asignada a la Escuela Nº 43, a sólo dos cuadras de su casa.

Para entonces, “la chanchita” aún circulaba, pero el destino de aquel trencito de trocha angosta—como el de la maestra Barnes de Carlotto— pronto se vería interrumpido. Desmantelado y fuera de servicio, por obra y gracia de las políticas impulsadas por la Junta Militar.

José Etcheverri junto a _Cacho_ Bertolino en una foto reciente
Fueron alumnos de Estela: José Etcheverri y Cacho Bertolino, en una foto reciente.

Fueron alumnos de Estela: José Etcheverri y Cacho Bertolino, en una foto reciente.

La “Señorita”, elegante y maquillada, descendía del tren en la intersección de las calles Ferrari e Ituzaingó, en el centro de la ciudad de Brandsen, lugar donde se encuentra desde 1865 la estación Coronel Brandsen. Es una terminal ferroviaria de típico estilo inglés, cuyo edificio principal, construido con robustos ladrillos, alberga la boletería y es circundado por andenes que resguardan a los pasajeros de la intemperie bajo galerías sostenidas por esbeltas columnas de hierro, ornamentadas con cenefas de pinotea pintadas de verde.

Ella bajaba y se disponía a caminar un kilómetro hasta la Escuela Nacional Nº 102 de Brandsen.

“Era todo campo”, dice Estela, y recuerda su primera peregrinación: cierto día de lluvia los guantes de la joven maestra quedaron colgados en un alambrado, enganchados al fino metal del que tuvo que sostenerse para no caer. Había caminado sobre el fango y había resbalado.

Fue así que cruzó el umbral de la escuela con los pies cubiertos de barro y las manos desnudas. “Un desastre”, resume setenta años después. Pero el “desastre” es apenas una imagen, un fotograma detenido dentro de una escena más amplia. Ella, joven, siempre impecable, pulcra y estética, según la recuerdan sus ex alumnos, llegaba a su primer día de trabajo desalineada, maltratada por el camino.

Aun así, entraba.

Fue el tiempo en que desarrolló su carrera: de suplente a interina, de titular a directora. Y formó en paralelo su familia.

A la distancia, aquella escena adquiere otro peso. Ya no es sólo una anécdota, sino una suerte de premonición, un gesto fundante que parece contener, en sí mismo, el pulso de un destino. Se puede tropezar, incluso caer, pero lo importante es levantarse y, con entereza, seguir andando. Porque, y Estela de Carlotto lo ha repetido en numerosas entrevistas, el destino no está dado: se forja en el movimiento, en la voluntad de seguir a pesar de todo.

El 24 de marzo de 1976 ocurre el golpe cívico militar, y poco tiempo después, el 26 de noviembre de 1977, la dictadura secuestró a su hija Laura, quien estaba embarazada y dio a luz en la clandestinidad. Estela decidió jubilarse. Necesitaba todo el tiempo para buscarlos. El velorio de Laura, asesinada el 25 de agosto de 1978, fue también la revelación de su lucha. Sus colegas y buena parte de la comunidad educativa de la Escuela N° 43, descubrieron ese día lo que ella había callado. Tres días después llegó la resolución de su jubilación. Y aunque cerraba una etapa formal, nacía otra: la de una maestra distinta, más pública, más necesaria que nunca para la sociedad civil.

Libro de actas de la _escuelita Lainez_ donde trabajo Estela, en sus páginas hay escritos de puño y letra de quien fuera maestra y directora

Libro de actas donde hay notas de Estela, en su puño y letra.

El 11 de septiembre de 2024 suena el teléfono fijo y, como de costumbre, Estela atiende.

—Hola, ¿quién habla? —pregunta.

—Feliz día, señorita —responde una voz de hombre, madura y con acento pueblerino.

Al oír el saludo, Estela se estremece. Son pocos, poquísimos, los que aún la llaman así. “Señorita”: una palabra que la devuelve, sin escalas, al aula. “Señorita” es “maestra”, “escuela”, “Brandsen”. Un código íntimo que sólo comparten quienes fueron sus alumnos.

Y en efecto, el llamado venía de allí. Era José Etcheverri, ex alumno suyo entre segundo y quinto grado, que ese día la buscó sólo para decirle: "Feliz día".

—Se me cayeron los calzoncillos —bromea José el 24 de marzo de 2025, al recordar aquel intercambio afectuoso con su maestra. Han pasado setenta años, pero el cariño permanece. Detrás de su barba canosa y tupida, la sonrisa lo delata.

Está sentado en una reposera bajo el alero del frente de su casa, en el barrio Las Mandarinas, a dos cuadras de la vieja escuela. Levanta la mano para saludar a un vecino que pasa en bicicleta por la calle de tierra. En el barrio todavía quedan cuadras de tierra, aunque Las Mandarinas ya es un barrio urbanizado, con un pequeño centro comercial que crece en la intersección de las avenidas Belgrano y Sáenz Peña.

Estela junto al Intendente Fernando Raitelli y el presidente del Club Las Mandarinas, Luján Barragán Osorio
Estela junto al Intendente Fernando Raitelli y el presidente del Club Las Mandarinas.

Estela junto al Intendente Fernando Raitelli y el presidente del Club Las Mandarinas.

Por esas avenidas circula todo: colectivos, remises, autos, bicicletas, motos, patrulleros y vehículos de reparto. A ambos lados, los comercios abundan: desde autoservicios, panaderías y verdulerías hasta casas de té, perfumerías y locales de ropa o repuestos.

José Etcheverri baja la mano y retoma:

—Era ejemplar en todo sentido, como docente y como persona. Estela nos formó el sentido democrático desde la escuela primaria.

José también es docente jubilado. Padre de tres y abuelo de varios. Cuando habla de “sentido democrático”, se refiere a las pequeñas y grandes decisiones que su “señorita” compartía con sus alumnos dentro y fuera del aula. Aquel gesto temprano de participación sembró una convicción que él todavía conserva.

En esa escuela del barrio Las Mandarinas, Estela enseñaba a leer, a escribir, a convivir. Lo hacía con la misma claridad y firmeza que, más tarde, la llevarían a defender los derechos humanos. Su historia local, como maestra en Brandsen, no está separada de su historia pública, la más conocida por el ciudadano de a pie. Es, en realidad, la misma. Sólo que empezó entre pupitres, pizarrones y caminos de tierra.

Notas y firmas de Estela Barnes de Carlotto

Copia de notas y firmas escolares de Estela Barnes de Carlotto.

La 102 fue creada como tantas otras escuelas primarias a lo largo y ancho del país gracias a la implementación de la Ley N° 4874, sancionada en 1905. Estas escuelas, llamadas “escuelas Láinez”, tenían por objetivo extender la campaña de alfabetización iniciada por Sarmiento, llevando la educación primaria bajo gestión del Estado Nacional a rincones desplazados y empobrecidos en todo el territorio argentino. Se les llamaba “escuelas Láinez” por el artífice e impulsor de la ley, el legislador Manuel Láinez.

La Escuela Nacional N°102 de Brandsen fue fundada el 27 de marzo de 1911 y funcionó hasta 1980 en una propiedad particular alquilada, una casona de fines del siglo XIX, ubicada en las inmediaciones de las calles Sáenz Peña, entre Infanta Isabel y Víctor Manuel, siempre en el barrio Las Mandarinas. Aunque una década antes, en 1970, pasó a manos de la provincia de Buenos Aires tras la derogación de la Ley N° 4874, momento en el que comenzó a llamarse Escuela Primaria N° 8 “Presidente Luis Sáenz Peña”.

Estela viajaba de La Plata a Brandsen, ocupando todo su día, mientras construía un hogar y criaba a sus hijos, para trabajar con los niños y niñas que asistían a esa “escuelita Láinez”, como la llama ella, y el diminutivo le sale con una voz nutrida de ternura que se subraya con el matiz analógico del teléfono de línea. Porque, a sus 94 años, sostiene un aura cálida, acogedora y llena de futuro. Porque, sin que sea una paradoja, puede y se permite recordar más allá -y más atrás- de la desgracia de violencia y sangre que le cambió la vida. Así es Estela, implacablemente memoriosa.

Una de las marcas de la pedagogía de Estela Barnes de Carlotto fue el protagonismo que otorgaba a sus alumnos, especialmente cuando asumió como directora. Ejemplo de ello fueron el Club de Niños Jardineros y la comisión escolar de la Cruz Roja: los primeros llevaban un brazalete blanco con un pinito verde y se encargaban del mantenimiento del jardín y la huerta; los segundos, con un brazalete con la cruz roja, gestionaban el botiquín de primeros auxilios y difundían campañas de vacunación en la escuela y el barrio.

Placa _Sector _Maestra Estela de Carlotto_
Una placa en homenaje a la Señorita Estela.

Una placa en homenaje a la Señorita Estela.

José Etcheverri, ex alumno y docente jubilado, destaca ese perfil pragmático: “Ideas tenemos todos, pero no todos somos capaces de llevarlas adelante”, dice. Estela, con poco más de treinta años, ya dirigía la escuela y apostaba al crecimiento institucional.

Años después de su llegada a la escuela de Las Mandarinas, ella encaró mejoras urgentes. El edificio, una antigua casona alquilada, era precario: sin calefacción, sin ventilación, con pisos de ladrillo y un solo baño en el fondo. Aun así, intentó mejorar y elevar a niveles dignos la infraestructura.

En su gestión sumó nuevas aulas —dos casillas de madera, “lindas, bien hechas”, según el recuerdo de Etcheverri, similares a las actuales aulas móviles— para acompañar el aumento de matrícula. También fortaleció el vínculo con el barrio y otras instituciones, consolidando una comunidad educativa activa y comprometida.

Algunos chicos llegaban sin haber comido y se dormían sobre los pupitre. Entonces Estela escribió cartas, gestionó ayuda y logró que la Escuela N°1, la más grande, ubicada en el centro de Brandsen, comenzara a enviar porciones de comida. No había transporte, pero un alumno ofreció su carrito. Junto a un compañero, cargaban las ollas y recorrían siete cuadras para traer el almuerzo. Las maestras servían la comida sobre mesas improvisadas. Fue así como aquella “escuelita de los suburbios” también tuvo su comedor.

“A mí me dolió mucho dejar de ir a Brandsen”, dice hoy la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo desde su casa en Tolosa. “Quería mucho la ciudad y a los chicos, que eran sencillos, de barrio. Los atendí con mucho amor”.

Enseñar en esa pequeña “escuelita Láinez” no era sencillo: en el mismo aula convivían grados distintos, con contenidos y ritmos propios. Coordinar la lectura silenciosa, los dictados y las explicaciones en el pizarrón eran parte del oficio. La paciencia, el respeto y el aprender a compartir el espacio fueron aprendizajes tanto para ella como para sus alumnos, tan importantes como los contenidos escolares.

Estela posa con alumnas de la Escuela Nacional N°102 de Brandsen para un acto patrio
Estela posa con sus alumnas durante un acto patrio.

Estela posa con sus alumnas durante un acto patrio.

Enriqueta Estela Barnes de Carlotto ha sido una figura central en la defensa de los derechos humanos. A lo largo de su vida, dejó una huella firme pero constructiva: no simples marcas sobre el camino, sino cimientos sobre los que se edificaron luchas colectivas. Junto a las Abuelas, visibilizó ante el país y el mundo el plan sistemático de apropiación de niñas y niños durante la última dictadura, desarrollando estrategias para restituir sus identidades y denunciar los crímenes del terrorismo de Estado por todo el mundo.

Estela nos formó el sentido democrático desde la escuela primaria. Estela nos formó el sentido democrático desde la escuela primaria.

Desde la construcción del Banco Nacional de Datos Genéticos hasta la incorporación del derecho a la identidad en la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, el trabajo de Abuelas —impulsado por redes con científicos, juristas, periodistas, docentes y artistas— dejó avances concretos para toda la humanidad. En ese camino, Estela fue reconocida dentro y fuera del país como un símbolo universal de la memoria, la verdad y la justicia.

Pero antes de ser “la abuela de todos”, fue simplemente “la señorita”. Maestra de primaria en una escuela pública de Brandsen, donde enseñó con compromiso y afecto. Una figura querida, recordada por generaciones de vecinos del barrio Las Mandarinas, que antes de saber de su rol internacional, ya la reconocían como una educadora noble, cariñosa, cercana

La dictadura y su lucha posterior interrumpieron el vínculo cotidiano con Brandsen, aunque el afecto mutuo quedó intacto. Con el paso de los años, Estela regresó en distintas ocasiones. En 2011 fue oradora en el centenario de la escuela N° 8 —antes llamada N° 102—, en un acto donde además fue reconocida por las nuevas generaciones tanto de maestras como alumnos. Más recientemente, el 10 de mayo de 2024, volvió para inaugurar el “Sector Maestra Estela de Carlotto” en el predio Horacio Macedo del Club Las Mandarinas, un espacio deportivo y formativo utilizado por más de 200 niños y niñas.

Estela reunida con ex alumnos año 2011

Unas de las tantas reuniones con su ex alumnos, en 2011.

Ese día, Estela compartió un emotivo acto con el intendente Fernando Raitelli, el presidente del club, Luján Barragán Osorio, vecinos y ex alumnos. “No esperemos recibir, sino dar”, dijo, resumiendo en pocas palabras una vida entera de compromiso. También obsequió al jefe comunal un pañuelo blanco, que fue recibido con emoción y colocado en la municipalidad como símbolo de su legado.

Barragán Osorio destacó que su figura es parte del entramado social del barrio: muchos dirigentes del club fueron alguna vez sus alumnos. Entre ellos, José Etcheverri, quien aún la llama “señorita” y, tras un llamado en el Día del Maestro, se prometió volver a verla y recorrer, como hace 70 años, alguna estancia de la zona.

Desde su casa en Tolosa, Estela lo confirma: “Nunca dejé la docencia”. Hoy, a sus 94 años, sigue al frente de Abuelas de Plaza de Mayo. Y aunque sus alumnos ahora sean los jóvenes que integran la nueva comisión de la organización, su esencia —la de la maestra— permanece intacta. Porque antes de ser símbolo, fue educadora. Y, como toda buena maestra, sigue enseñando y aprendiendo a la vez de los suyos.

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