“Yo escuchaba a Elvis Presley y Chuck Berry por mi hermano, que era mayor”, dice Contardi ahora, en un café de diagonal 74. “Venía escuchando blues y ese tipo de música ya me gustaba. Tenía 17 o 18 años. Pero lo que yo veía era que Presley tocaba con una orquesta atrás, no había bandas que crearan su propia música, que actuaran y compusieran por sí mismos. Los primeros fueron los Beatles. No existía el grupo de amigos que tenía una banda; lo que había era el músico profesional como acompañante de un cantante”. La maquinaria propagandística de los Beatles le había mostrado a Contardi, como a miles de chicos en todo el mundo occidental, “que te podías juntar con tus amigos y hacer tu banda”. “No era necesario tener una orquesta detrás: si estos cuatro pibes de Liverpool, que era como Ensenada, habían hecho todo eso siendo amigos y tocando juntos, ¿por qué nosotros no?”.
Las semanas del verano de 1966 fueron pasando y los vecinos del Barrio Mondongo empezaron a conocer a The Cluster’s Four. Sin posibilidades de subirse a un escenario por las reservas que los locales nocturnos tenían ante la música eléctrica en vivo, Fernández Molina, Contardi, Di Cecco y Berardi abrieron sus ensayos a conocidos y transeúntes de la casa con frente sobre calle 61, que se introducía en la manzana en uno de esos típicos lotes con jardín. Contardi también era del barrio: vivía en diagonal 79 y 62. “Dejábamos la puerta abierta y los chicos y las chicas del barrio se metían y nos escuchaban”, recuerda Contardi. “Nos fogueábamos, nos acostumbramos a tocar frente a la gente. Así estuvimos casi todo el año 66: no había forma de que nos dejaran tocar en ningún lado”.
Hasta que a uno de esos ensayos llegó alguien que cambió las perspectivas. Un anónimo que preguntó si iban a seguir tocando y que al rato volvió de la mano de Federico Vecchioli, el dueño y creador de Federico V. Como si fuera una audición, los Cluster’s tocaron esa tarde para Vecchioli, quien les propuso hacer un set en vivo en su boite. Era un salto para el que los cuatro músicos estaban subconscientemente preparados: tenían incluso los trajes y las botas estilo beatle para subir a escena, aunque siempre pensaron que lo harían primero en los bailes de Deportivo La Plata, For Ever o Universal, en algún intersticio que les dejaran la típica o la jazz. Pero no: el movimiento beat de La Plata comenzaría en un boliche céntrico, para un público selecto de no más de 150 personas y en sincronía con el canto de cisne de los Beatles.
Aunque nadie lo supo entonces, los Beatles dieron su último concierto en vivo el 29 de agosto de 1966 en el Candlestick Park de San Francisco. A partir de entonces, se convirtieron en un grupo inestable, que trabajaba en el estudio, y que dejó de existir en los términos en que Contardi, Fernández Molina, Di Cecco, Berardi y otros miles de jóvenes los concebían: cuatro amigos haciendo su música juntos. Pero entre la encarnación ficticia del Sargento Pimienta, las películas y los videos promocionales que John, Paul, George y Ringo siguieron produciendo, la fantasía se extendió y para 1967 Argentina ya era uno de los países más beatle del mundo: Sandro y Los de Fuego ya habían grabado algunas gemas en 1965 (Boleto para pasear, Perseguiré al sol, castellanizadas por Ben Molar), Los Beatniks habían inaugurado el rock argentino con el simple Rebelde, de 1966, y en julio de aquel ‘67 Los Gatos editaron La balsa, el primer hit del beat criollo.
Después de la noche de estreno, The Cluster’s Four se presentó varias noches más y a inicios del ‘67 firmó un contrato con Vecchioli para hacer una residencia de un año en Federico V. El grupo tocaba todos los fines de semana, haciendo dos sets de media hora, con versiones de temas de los Beatles, por supuesto, pero también de otros grupos británicos como Manfred Mann, Spencer Davis Group, The Rolling Stones, The Troggs y The Small Faces. Pero la capacidad y la admisión en Federico V eran limitantes para los representantes locales del creciente movimiento beat y en mayo de 1967 deshicieron el acuerdo con Vecchioli y dieron su primer concierto en el Jockey Club, el que sería su segundo hogar.
Sobre la entrada de calle 48, en la planta baja, The Cluster’s Four dio el primero de una serie de shows que crecieron en convocatoria y se transformaron en eje nuclear de la naciente escena rock de La Plata. El departamento de jóvenes del club abría un espacio central para la cultura juvenil de fines de los ‘60, y que formaba un triángulo de circulación floreciente con la Galería Williams y la Confitería París. Carlos Indio Solari cita alguna de esas noches en compañía de amigos en su libro de memorias Recuerdos que mienten un poco, y Contardi suma a la escena a futuros protagonistas de la estirpe rockera local, como Daniel Sbarra, Federico Moura y Eduardo Skay Beilinson, que miraban desde el público la potencia y la justeza de The Cluster’s Four.
De la planta baja subieron al Salón de los Espejos, donde tocaron para unas 2500 personas. No pararon de crecer. Llegaron a hacer seis shows por noche, para lo que tenían un flete y dos equipamientos funcionando en simultáneo para cubrir los compromisos en distintos puntos de la ciudad. De los instrumentos, amplificadores y efectos artesanales con los que comenzaron pasaron a un set profesional: compraron todo el backline de The Con’s Combo, un grupo sueco que se afincó por unos meses en Buenos Aires. “Cuando se fueron vendieron todo, y nosotros compramos su equipamiento completo: equipos Fender, guitarras Gibson, una Fender stratocaster, una telecaster, un bajo Hofner… Un equipo de primera”, se explaya Contardi.
La maquinaria propagandística de los Beatles había demostrado a miles de chicos en todo el mundo occidental “que te podías juntar con tus amigos y hacer tu banda".
“Teníamos dos juegos de equipos: mientras tocábamos en un lugar, los plomos armaban en el otro. El público joven empezó a demandar shows como los nuestros, empezó a haber mucho trabajo y surgieron nuevos grupos con su propio estilo”. Contardi los enumera de memoria: The Strawbyrds, con Carlos Calandra y Fernando Fava (“Más vocales, les gustaban más los Beach Boys, nosotros éramos más rockeros, más stone”), Dulcemembriyo (“Luis María Canosa tenía una voz hermosa”), The Longfellows, Tabaco (“con Mario Jimeno, Jorge Bozzolo”), Haya Paz, Grupo Jaff…
Pero la trascendencia de los Cluster’s puede mensurarse con la publicación de Sha La La/In The Still, un simple editado en 1968. Estas dos canciones grabadas en los estudios ION de Buenos Aires -la primera, una versión del hit de 1965 del grupo italiano I Camaleonti y la segunda un original de Fernández Molina y Contardi- marcan el inicio de la historia discográfica de la música eléctrica hecha en La Plata. Fue una tirada que prácticamente se agotó a las pocas semanas de su salida, editado por el novel sello Féminis, que no eran más que los propios músicos en sociedad con su representante de entonces.
El grupo lo presentó en el Jockey, aunque la foto de portada está tomada en Federico V. Con la compra de la entrada más un adicional, el público podía llevarse una copia. “Como la producción y la inversión del disco fue nuestra, con esa estrategia de la entrada más disco recuperamos la inversión enseguida”, recuerda Contardi. “Fue una producción independiente, porque Féminis era en realidad nuestro representante”.
Para los Cluster’s, sin embargo, lo principal era tocar. Ya entonces los discos no daban dinero, solo servían “de promoción”. A fines del ‘68 llegaron a tocar en el estadio de Gimnasia y Esgrima (con el escenario en el campo de juego y el público en una de las cabeceras), y en la prensa se postulaban, a tono con la época, como “tercera generación beat”, equidistantes pero herederos de Beatles y Stones, con respeto tanto por la personalidad de Leonardo Favio como del éxito popular de Palito Ortega. Aunque puede que la tirada de Sha la la/In The Still se haya agotado sin salir de La Plata, la reputación de los Cluster’s como un grupo importante hizo que Contardi y los suyos trabaran relación con Los Shakers, Trío Galleta, Los Gatos y los ascendentes Almendra. “Almendra fue el grupo que más me pegó, si bien no era el rock que más escuchábamos nosotros”, dice Contardi. “Pero fue original, fue novedoso. Cuando escuchamos Muchacha (ojos de papel) me quería morir. Además Spinetta era una gran persona, muy generosa. Venía mucho a La Plata y compartíamos comidas, tocábamos”.
Antes incluso de que el hombre triste del primer LP de Almendra estuviera en la calle, The Cluster’s Four se había disuelto. Anticipando el neologismo de Edelmiro Molinari, se multiplicaron: Fernández Molina y Di Cecco se unieron al ya entonces hiperactivo baterista Mario Serra (con futuro en Virus) y el músico catalán Jordi Ribé para formar Los Cuervos, un cuarteto que llegó a grabar un demo para la RCA en 1970, hoy perdido. Ribé había llegado al país con Bayou Country y Green River, tercer y cuarto LP de Creedence Clearwater Revival, y Los Cuervos fueron hacia la consistencia rocosa con swing sureño de la banda de los Fogerty. Contardi y Berardi formaron Delirium, continuando con el rythm & blues de inspiración británica de los Cluster’s. Pero el mundo alrededor había cambiado.
Con la aparición, entre fines de 1969 y inicios de 1970, de los primeros discos de Almendra y Manal, la música beat quedó a la retaguardia del nuevo lenguaje que, con Luis Alberto Spinetta y Javier Martínez, marcaría el rumbo del rock argentino: moderno, urbano y en castellano. En La Plata, La Cofradía de la Flor Solar había aparecido como encarnación local de los nuevos tiempos que corrían, añadiendo a lo puramente musical ideas estéticas y políticas que preanunciaban la confluencia de arte y vida que la naciente década del ‘70 le reclamaba a los jóvenes.
En tanto, Los Cuervos y Delirium continuaron el éxito de los Cluster’s pero en menor escala. Cuando uno de los representantes de EMI y el productor Manolo Sigüenza vinieron a la ciudad para concretar algunos shows del Trío Galleta (que por entonces presentaba su LP Estoy herido) repararon en que el grupo con el que trabajaban habitualmente ya no existía. Podrían haber sido otros, pero querían a los Cluster’s. Fue el primer paso hacia la reunión, que se concretaría luego de una gran presión mediática, alentada por el propio grupo y el diario El Día, que para entonces había incluido en su tirada el suplemento La Plata Beat. El matutino empezó a informar sobre los rumores de regreso de los Cluster’s al estilo de la prensa británica, y para cuando se concretó la noticia del reencuentro la clustermanía había revivido.
Con la formación original pero con el nombre resumido, los Cluster volvieron al Jockey. Allí estaban los representantes de EMI, escuchándolos satisfechos. La compañía tenía planes para el grupo platense: una proyección internacional que los obligaba a seguir cantando y componiendo en inglés, y a cambiar el nombre por el de Dynamita. “Nos pidieron cambiar el nombre porque no era tan comercial”, explica Contardi: “Nos queríamos morir”. Pero la primera de las condiciones era la más problemática, algo difícil de discernir en aquel momento: lo que habían inaugurado Los Beatniks, Los Gatos, Manal y Almendra ya no tenía vuelta atrás, y el rock argentino forjaría una identidad particular, sin parangón en el mundo, refractaria a la mímesis y construida sobre la tensión con la tradición local. Y sobre todo, en castellano. Todavía hoy Contardi tiene sentimientos contradictorios sobre aquella decisión: “Fue bueno porque nos abrió el mercado internacional, pero perdimos el nacional”.
La exportación de Dynamita se puso en marcha con la grabación de tres simples producidos por EMI entre 1970 y 1971: Sintiendo el ritmo/Tengo un sentimiento, Volverás con el verano/Toma tu tiempo y De regreso al río/Sr.Viento. Eran seis composiciones de Fernández Molina y Contardi, que fueron forzados a compartir sus regalías con un productor inescrupuloso e incompetente que firmó como “Susan”. Las grabaciones fueron nuevamente en ION, con la producción artística del grupo y de un ingeniero inglés (para esta nota se consultó a los actuales dueños del estudio por registros de las sesiones pero se han perdido) que EMI había relocalizado en Argentina para potenciar a los proyectos como Dynamita. “Había grabado a los Rolling Stones”, asegura Contardi. “Había trabajado en EMI de Inglaterra, el tipo sabía. En esa época se grababa en cuatro canales, o sea que cada instrumento insumía un mezcla. Así que ese trabajo era importante. EMI pagaba la grabación (horas y cintas) pero nos dejaba grabar en ION. El tipo era un capo, el sonido que logró era diferente, hasta a nosotros nos llamaba la atención. Además era rapidísimo para trabajar”.
Como había prometido, EMI editó los discos de Dynamita en Argentina y en Europa, con algunos meses de diferencia. El segundo, Volverás con el verano, fue el más exitoso: le permitió al grupo rotar en la radio, girar por el interior del país e incluso presentarse en TV. También telonearon las visitas del francés Johnny Hallyday a Estudiantes de La Plata, y del grupo británico Christie, autores de Yellow River, uno de los hits de la época. Al editarse en Europa por EMI-Odeón, Volverás con el verano también tuvo repercusión positiva y preparó el terreno para Sr. Viento, el tercer simple, que les abrió los caminos de España y Francia.
Daniel Sbarra, Federico Moura y Eduardo Skay Beilinson miraban desde el público la potencia y la justeza de The Cluster’s Four. Daniel Sbarra, Federico Moura y Eduardo Skay Beilinson miraban desde el público la potencia y la justeza de The Cluster’s Four.
El tema, que en este 2024 se reedita en un sello boutique, convenció a un productor español para contratar al grupo para un gira de seis meses. Lo que fue primero una aventura se convirtió en una forma de vida. A partir de entonces, Dynamita vivió en el camino. A diferencia de sus admirados Beatles, el grupo raramente entró al estudio en los años que siguieron, concentrándose en interminables giras y residencias por toda la Europa continental y la costa mediterránea. Ya sin Berardi, incorporaron a un nuevo baterista y a un organista, que sumó un Hammond y la parafernalia que pedían las nuevas modas. “Habíamos incorporado influencias de músicas más complejas, a grupos como Kansas, Yes y Emerson, Lake & Palmer”, dice Contardi. “Kansas fue nuestra gran influencia en ese momento, cuando los vimos en vivo en Francia no lo podíamos creer”.
Con base en Le Puy-en-Velay, “un pueblo medieval de ensueño” para Contardi, amante de la historia antigua, Dynamita hizo su carrera en el viejo continente mientras en Argentina el rock encontraba nuevas formas para dialogar con la realidad turbulenta del país. En 1979 graban su disco más extenso, un EP de seis temas de Contardi más una canción en francés, ideada para su mercado adoptivo. Dynamita se desactivó por completo en 1983, cuando Contardi y Mónica, su esposa de entonces, volvieron a Argentina para contrarrestar el fuerte desarraigo que sufría ella, y que le había provocado una serie de abortos espontáneos.
El retorno fue duro y en cuanto a la música todo había cambiado, otra vez. Habían llegado Virus y la traducción local del punk y la new wave, una nueva ola que, como el Charly García de Serú Girán, Contardi miró siendo ya parte del mar.