En una época donde en el mundo del rock había que pertenecer a tal o cual tribu para enfrentarse con el resto, este nuevo espacio fue excepcional porque habilitaba encuentros e intercambios sin ningún tipo de prejuicios. “Lo mejor de El Tinto fue el hecho de ser el primer bar de la diversidad: convivíamos freaks, gays, punks, hippies, drag queens… fue increíble. Era realmente revolucionario para La Plata.”, resalta Rudie Martinez, exponente de extensa trayectoria en la música electrónica vernácula, quien ofició de DJ del local en numerosas noches. Y suma: “La Plata era un agujero rugbier insoportable donde te echaban de todos lados. No aceptaban a los gays, por ejemplo. En cambio, El Tinto a Go Go fue una fiesta.”
El DJ platense siempre peleó contra la modorra local, y así desplegó su rol en el bar, incorporando nuevas tendencias musicales como el Detroit techno, aportando demos inéditos de bandas como Babasónicos, Martes Menta o Los Brujos, mientras que apostaba a mezclas locas como Queen y Lía Crucet. Esta nueva visión musicalizadora contrastaba con algunas resistencias de los rockeros tradicionalistas, que le pedían canciones de dinosaurios como Led Zeppelin y Pink Floyd; no siempre en los mejores términos.
La esquina céntrica donde funcionó El Tinto Bar
Martinez a su vez pertenecía a Víctimas del Baile, mítica banda techno de la ciudad que, junto a Las Canoplas, Sergio Pángaro o Avant Press tocaron en El Tinto a Go Go; eran todas bandas relativamente jóvenes en aquellos tiempos, que venían a mostrar nuevas iniciativas artísticas que agitaran a la escena establecida, siempre tratando de mover la vara un poco más allá de los límites. Víctimas del Baile, por ejemplo, para un show empapeló las paredes del recinto con fotocopias de una revista pornográfica de los ’70, además de emitir en televisores imágenes desenfocadas de una película porno.
Otra de las noches memorables que se vivieron en El Tinto a Go Go se dió con la presentación de Pángaro con toda su impronta bolerística y romántica. Para tal ocasión, la escenografía fue ocupada por una cantidad enorme de flores robadas en el cementerio. El músico recuerda con picardía por qué surgió tal “sacrilegio”: “El olor de las flores era bastante mórbido y el efecto también. Era una belleza a punto de desaparecer, y a punto de que las fuerzas naturales reciclaran la vida. Un gesto que tenía toda una simbología”.
Más allá de los artistas jóvenes que pululaban por todos lados, el bar además atraía a músicos históricos del rock argentino. Jorge Pinchevsky, por nombrar un caso, era un habitué al que siempre se lo veía acompañado de su inseparable violín para, whisky mediante, sumarse a la banda que circunstancialmente estuviera en el escenario. A veces aparecían Alejandro Medina y Javier Martínez, dos pilares fundamentales de Manal, pero solían pasar inadvertidos para muchos de los asistentes a El Tinto a Go Go. Todavía no había estallado la “retromanía” del rock argentino y en plena Argentina de importaciones libres, en el auge de la convertibilidad menemista, se solía valorar más al rock foráneo.
Foto actual de donde estaba ubicada la entrada al bar, sobre calle 49
Entretanto, el recordado decreto 1.555 que en julio de 1996 firmó el por entonces gobernador bonaerense Eduardo Duhalde, y que limitó las actividades nocturnas hasta las tres de la madrugada, fue un duro golpe para los espacios como el Tinto a go go, que acusó recibo de esta medida e intentó mostrar su inconformismo. Pierini rememora: “Cuando el bar estaba explotando, a las 3 de la mañana, nosotros teníamos que decirle a la gente que se vaya. ¡Imagínate los quilombos! Por eso salimos e hicimos marchas en las calles con La Barra de El Tinto”.
La realidad, sin embargo, marcó que ese fue el golpe de knock out para el bar, que ya venía acarreando también dificultades económicas.
SEGUNDA ETAPA: DEL ROCK A LO MULTIDISCIPLINAR
Para 1997 hubo una refundación. Cuatro socios que venían desarrollando su trabajo en el bar El Estudio (calle 8 entre 41 y 42) se hicieron cargo de las deudas y decidieron revivir al ex-Tinto Bar, intentando darle una nueva impronta. Denominado ahora como “El Tinto Bar” a secas, continuó siendo referencia en el circuito platense. “Nuestra propuesta iba por el lado de lo multidisciplinar; en el lugar había muestras de arte, ferias, exposiciones de fotografía, se podía comer. Una propuesta más integral”, expresa Marcelo Cricco, una de las personas que se hizo cargo de esta nueva etapa. El Estudio, por su parte, era un lugar más amplio donde incluso se abrían a la realización de fiestas de estudiantes y también eran un poco más “comerciales”. De alguna manera este espacio subsidiaba a El Tinto Bar, más chico y donde la onda era artística y abierta a diferentes expresiones.
Manuel Moretti en el balcón del bar, la tarde previa a su cierre definitivo. (Gentileza Julieta de Marziani)
De todos modos, la música continuaba siendo el eje central del lugar, y las bandas y músicos seguían presentándose en el recinto. Desde nombres míticos del rock platense como Mister América o Estelares, hasta números del furor alternativo de la época como Pez o Suárez, abriendo el panorama también a cantautores como Manuel Moretti, Francisco Bochatón o Érica García. De hecho, Estelares (la banda de Moretti) perpetuó al bar en su canción Aire: “Te busqué, pues, cada vez que te encontré. Y en tus ojos no vi brillos como aquellos del show en El Tinto Bar, cuando me viste cantar”. El músico oriundo de Junín saca pecho y recuerda, en diálogo con @221: “Me encanta que haya quedado El Tinto Bar registrado en una canción que después se hizo tan popular. Justo en esa época no tocábamos tanto, pero El Tinto era una fija. Era muy grato tocar ahí, era un lugar de encuentro, de intercambio. Para nosotros fue un lugar de pertenencia”.
Son recordadas, además, las visitas recurrentes de personajes muy queridos dentro del rock argentino como Daniel Melingo o Willy Crook. Este último solía llegar en su Coupé Torino blanca, donde improvisaba una cama en su asiento trasero. Crook, conocedor del paño de las agitadas noches platenses, dormía allí luego de sus sensuales shows, aferrado a su rueda de auxilio para que no corriera peligro de robo.
Revista de El Tinto Bar. Gentileza Diego Morales.
Asentado sobre la estructura de una casa familiar, el bar estaba en el primer piso al que se accedía por una escalera larga, antigua e inestable que, a medida que pasaban los tragos y las horas de la noche, daba la sensación de incrementar su dificultad para los concurrentes que la “escalaban”. Con una disposición de espacios que invitaba al contacto, el bar tenía una mesa estelar creada con una resina transparente que poseía en su interior petrificado diferentes objetos como llaves perdidas o muñequitos de los chocolatines Jack; una imagen que remitía a las antiguas texturas de las palancas de los colectivos, pero magnificada al tamaño de una mesa. En una de las ventanas había un balcón que debió ser clausurado por las quejas de algunos vecinos.
La Plata en la década del ’90 tuvo varios espacios por donde circulaba lo under, más allá de El Tinto se pueden nombrar otros reductos como El Bar, Ultrabar o El Estudio. Pero por su parte, a medida que pasaban los meses, El Tinto Bar iba ganando renombre y adquiriendo convocatoria en la escena platense. Aun así, el entorno que reinaba en el bar de 10 y 49 era relajado y no se sufrían aglomeraciones sofocantes. Un ejemplo que grafica este ambiente es la predilección que tenía una banda como Los Piojos, de pleno estrellato en esa época, por visitar El Tinto Bar ya que allí no los molestaban los seguidores “piojosos”. La gente que concurría al bar le escapaba al “cholulismo” de la época.
Diego Billordo, músico que tocó y organizó ciclos en El Tinto Bar, hace un paralelismo con el presente: “Fue el Pura Vida de esa época. Con la idiosincrasia de ese momento, con los músicos de esa época, pero era muy lindo. Sonaba música under, independiente. Éramos los alternativos”. De hecho, años después Pura Vida recuperó la lógica que tenía El Tinto de no cobrarles a los músicos que tocaban en su escenario. Un trato más justo, reconocido por los artistas, que contrastaba con las metodologías más explotadoras que tenían otros sitios. Y también resultaba interesante para los músicos tocar en El Tinto Bar porque había una cierta garantía de "sonar bien": el lugar contaba con los servicios y parte del equipamiento de Julio “Bochi” Antonelli, uno de los sonidistas más reconocidos de la ciudad de La Plata.
Al igual que en la encarnación del a Go Go con Rudie Martinez brillando desde las bandejas de DJ, El Tinto Bar tuvo sus puntos destacados en sus DJs estelares, con el núcleo integrado por Roberto “Cabe” Mallo, Marcelo Gaitán y Oscar Jalil; grupo que ya venía indagando en las novedades musicales desde principios de los noventa con emprendimientos como la revista Bongó. En épocas de pleno 1 a 1 del peso con el dólar, Jalil revela que llegó a costearse un viaje a Europa con lo trabajado en el bar. A su retorno, dice que obviamente trajo muchas novedades musicales del viejo mundo para animar con nuevos sonidos al bar.
Otro condimento fundamental que recuerdan quienes pisaron El Tinto Bar es su predilección por la gastronomía. Diferentes manjares se ofrecieron desde su cocina, destacando algunas comidas exóticas para el momento como los shawarmas u otras exquisiteces. Esa comida casera, de todos modos, debía venir preelaborada porque la Municipalidad no les daba los permisos para cocinar ciento por ciento desde el bar.
UNA REVISTA PROPIA
Una innovadora propuesta del El Tinto Bar fue la edición de su propia revista, donde difundían su agenda y sus iniciativas. La publicación circulaba entre los asistentes al bar, pero también entre los medios de comunicación de La Plata y alrededores. Quienes la trabajaban eran un grupito de pibes de la Facultad de Periodismo y de Diseño Gráfico entre los que se incluían nombres como Javier Belza, Matías Rossi o Diego Morales. Este último, estudiante de periodismo, pero también músico de la banda Venenosos, comenta acerca de la revista: “Era como una agenda, una revista informativa sobre las actividades que había en la semana. Esa revista era una rareza en esa época, los bares no tenían una revista”.
Inspirada en la histórica revista inglesa Time Out, la revista/fanzine que editaban desde El Tinto Bar era más que una simple guía, ya que solía traer también notas a los artistas que se iban a presentar en el local, como una suerte de anticipación. Después de todo, en sus páginas se leyeron las primeras entrevistas a muchos músicos unders que luego serían populares a nivel nacional e internacional.
EL FINAL
Los coletazos de la fiesta menemista repercutieron fuertemente en los asuntos económicos de los sitios por donde circulaba la cultura del rock platense. Fue incluso, una época de éxodos: varios músicos locales emigraron a Buenos Aires en busca de horizontes más rentables. Nombres como Bochatón, Pángaro o Rudie Martinez se incluyen en este listado. Todos músicos que habían empezado a desarrollar sus carreras en los bares platenses. Pero, en lo concreto, lo que más impactó en la continuidad de El Tinto Bar fue el fuerte aumento del precio de alquiler del local. “A fines de los ’90 el centro ya había empezado a crecer hacia calle 9. Se veía venir la explosión inmobiliaria, que fue lo que hizo que en el 2000 no pudiéramos alquilar más. Cuando explotó comercialmente nos pidieron siete veces el valor del alquiler original. Tuvimos que dejarlo”, se lamenta Cricco.
La previa al estallido económico y social de diciembre de 2001 acabó con el bar que nació, murió, reencarnó y volvió a morir, prácticamente dentro del transcurrir de la década del 90, reflejando en definitiva una época que cimentó mucho de lo que hoy en día se conoce como escena de cultura rock platense. Para sus visitantes, fue una semilla que germinó a modo de ejemplo para futuras generaciones, porque -y en definición de Rudie Martínez-: “Lo que tienen los platenses de genial es que si en la ciudad no hay algo, lo inventan”.
El anuncio de una fiesta donde tocó Míster América