El traslado al Hospital de Gonnet fue el primer milagro cuando alguien lo rescató de la calle y lo subió a un Citroen. Luego, lo trasladaron al Hospital de Romero, la suma de 15 operaciones, 9 días en coma; otros 4 en estado vegetativo; 280 puntos de sutura. “Supuestamente iba a estar toda la vida en una cama”, celebra hoy Valdez Cardozo.
“El 17 de julio de 1988, que fue cuando me accidenté, nací otra vez”. Cada vez que llega esa fecha afloja el ritmo habitual, deja de lado posibles riesgos, “ni la bicicleta agarro ese día”. Sin embargo, el “Negro” habla sin pretender enterrar el pasado, como si en el recuerdo siguiera sanando una etapa de su vida que, al fin, dejó secuelas en lo estético y varias enseñanzas. Reflexiona: “El hecho de estar sin papá, me manejé como un hombre desde los diez años y parte de esa supuesta madurez da que tengo una moto enorme…” Recuerda: “Estaba de novio, y el día del accidente fui a caretear al centro, a calle 8. Iba al tercer año de Nuestra Señora del Carmen”.
La decisión de una madre
En un rincón de un frío cuarto del hospital cubierto por una sábana Alcides aún vivía y había llegado su madre, Paulina Cardozo, “Lina”, para escuchar a un primer médico neurocirujano que no iba a practicar esa operación, que no podía hacerse nada. Apareció un segundo médico, que le preguntará: “¿Sí o no?”. Ese doctor Gustavo Ottaviano que asumiría el riesgo de la operación, pero tampoco garantizaba que saliera adelante. “Le dijo a mi madre que tal vez no pasaría de esa primera noche. Pero la pasé y al noveno día en terapia intensiva moví un dedo”.
Todo lo que sabe Alcides es porque se lo contaron después. La gente que pobló los pasillos y escaleras internas del hospital. “No hablaba nadie”, acota Lina, que gesticula para mostrar cómo se interpuso ante una autoridad policial que quería retirar a todos los que fueron a apoyar a su hijo, los del colegio y de la ’72 del Lobo, además de otras categorías.
“Cuando abrí los ojos pensé que no tenía una oreja, pero me faltaba un pedazo de cabeza”, recobra un momento de la internación, cubierto por un turbante, tomando pastillas, sin poder expresar palabras, pero recibiendo visitas. “El golpe fue en el parietal izquierdo con pérdida de masa encefálica, de lo mismo que murió Rodrigo (músico cordobés). Cuando él murió en ese accidente fue la primera vez que vi llorar a mi madre”, dice Alcides.
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Alcides, en el sillón de su casa en La Plata.
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En el asado del último miércoles en la casa de Héctor García Fiordomo (uno de esos amigos estoicos desde la infancia, hijo de un recordado DT) reconocían el milagro, porque “al Negro lo habían dado por muerto”.
Otras personas que hoy parecen de la familia son producto de aquel “calvario”, como lo denominó Mario Omar Rodríguez que prestó ayuda a Lina que al mismo tiempo de atender al hijo trabajaba sola en el almacén, en la misma casa de 1 y 32 donde hoy está el garage. Alcides le agradece. “Me ayudó a salir a caminar a la calle, cuando no quería, me ayudó despacio, y también su señora que peleaba con un cáncer terminal y tomaba alimentos especiales”. La confesión delante de 0221.com.ar conmueve, mirando a los ojos de aquel vecino que trabajaba de casero en el Hogar Francés, cruzando las vías, a pocas cuadras de la Estación Tolosa.
Su vuelta a Gimnasia
De a poco se animó y la madre puede precisar el día que vio a su hijo dominar una pelota en una quinta, “regañándome”, dice Alcides. “¡No podes con la cabeza así, le dije, pero se escapaba a jugar y por eso fue otra vez a Gimnasia! Me llegó a usar una hombrera como protección”, sonríe la mamá.
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El pádel, la otra pasión de Alcides.
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El caso dio que hablar allá por marzo de 1989, a ocho meses del accidente. El “2” de lujo se presentó en Estancia Chica y jugó un amistoso con un equipo de Mar del Plata. Estaba fichado y jugó en sexta división. El mismo médico que no lo quiso operar quedó estupefacto cuando Alcides se apersonó para pedirle una autorización con el fin de realizar una práctica competitiva y presentarlo al club y éstos a la AFA. Era ese tipo de jugadores con voz de mando, despiertos, con salida precisa y un temperamento con el que podría hacerle frente a las tribunas llenas.
Ya había asumido como técnico de Gimnasia José Ramos Delgado, que le llamó la atención al enfrentarse a un crack profesional, el recordado Roberto Depietri. “Le hice un caño, pero él me tiró uno primero, pero si lo tiré uno es porque yo también estaba un poco loco”, ríe. Pasó de todo, y hasta en un partido contra River, en Abasto, “un abejorro me picó en un ojo, y me lo sacó Jorge Appas, mi querido amigo con el que hice dupla central varios años”.
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Pero la nueva etapa dio señales negativas en Quinta división. “En un entrenamiento se me rompió la prótesis al saltar a cabecear con un compañero”, relata. Sobrevinieron dolores de cabeza. Al otro día volvió a intentar y frenó. Más consultas médicas y una decisión de “volver a abrirme la cabeza”. La complicación llevó al retiro definitivo por indicación del club, que lo dejó libre. No querían correr riesgos futuros. Su último entrenador fue Luis Fanesi.
El joven, hijo —único— de paraguayos, pasó a trabajar en las noches como seguridad en boliches del centro y de la costa. Con una placa de titanio jugó oficialmente para Villa Albino en primera división de la Liga Amateur Platense.
Categoría 1972 de Gimnasia
Categoría 1972 de Gimnasia: Arriba, San Esteban (3ro) y Valdez Cardozo (5to).
Corría la primavera de 1996, y habían pasado ya diez años del accidente. Estancia Chica protagoniza un hecho particular, increíble para el fútbol profesional, cuando el técnico Carlos Timoteo Griguol y su primo Mario Griguol llamaron a probarse a jugadores libres. Valdez se presentó. Lo salieron a abrazar los Mellizos y uno de ellos bromeó con Jorge San Esteban, “ojo que volvió Alcides”. El Negro remata el final con un dejo de tristeza: “Alguien le dijo a Griguol que no hacía falta ficharme, pero me dijeron que no tirándole mi historia clínica”.
La camiseta 2 de primera tuvo dueño por largo tiempo, el Coco San Esteban, el que más partidos oficiales jugó en la historia del Lobo. El compañero desde las infantiles que empezó de 9 y reconoció: “Yo era suplente del Negrito Valdez, un jugador con presencia, buena técnica y juego aéreo, capitán y citado a la Selección. Yo venía jugando de nueve en Novena y Octava, y el técnico Pedro Effime me hizo central. Después de esa lesión Alcides volvió a jugar pero se le hizo más difícil”.
Alcides Valdez categoría Gimnasia
Formación: Agachados (anteúltimo) Alcides Valdez y Coco San Esteban.
El reconocimiento del Mellizo y muchos más
Varios ex profesionales que lo conocieron por su forma de ser y estilo de juego. Guillermo Barros Schelotto, actual entrenador de Vélez, si bien un año más chico, lo elogió y brindó su relato emocionado. “Lo recuerdo al Negro Valdez, era muy parecido a lo que es hoy el paraguayo Gustavo Gómez y quizás Alcides tenía un poco más de técnica, además de mucha autoridad con los compañeros de su división. Había llegado a jugar en la selección, con un futuro increíble. Todos lo veían en Primera a pesar de la edad porque físicamente era muy fuerte y grande, incluso se lo veía muy independiente, porque se manejaba solo, parecía un profesional en las juveniles, hasta que lamentablemente tuvo el accidente que lo dejó afuera”.
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Nicolás Guillones | AGLP
Otro gran defensor que brilló en primera, Pablo Morant, con una técnica similar a la que exhibía Alcices, recordó que “cuando llegó a Gimnasia el Negro era una de las figuras de las divisiones inferiores y me asombró verlo, tanto en lo físico, como por lo dotado técnicamente y la inteligencia en la parte táctica. Automáticamente super que iba a llegar hasta que tuvo ese accidente, hubiese sido un jugador de selección nacional”.
“A lo que jugara Alcides se destacaba, fíjate al padel hoy”, dice Adrián Spagnolo, un riquelmeano pisador de la pelota en la categoría ’72. Según Fernando Sánchez, otro compañero y hoy médico traumatólogo del plantel de Gimnasia, aportó otras dos virtudes esenciales: “El Negro es luchador y generoso”.
La pelota como elemento aglutinador de amistades, como en la noche del miércoles, que lo agasajaron otras promesas del Lobo: Gabriel Barletta, Marcelo Botello, Leandro Robuschi, Alejandro Britos, Adrián Spagnolo, Martín Fredes, Andrés Candia, Héctor Lechuga García Fiordomo, Nicolás Di Loretto y Fernando Sánchez.
Alcides Valdez amigos Gimnasia
Alcides junto a su amigos.
“No tuve ídolos en defensa, soy de Independiente de Avellaneda, pero en mi vida fui a la cancha. Cuando fui a la Selección casi todos los chicos pedían autógrafos, pero yo cero, soy raro en casi todo”, bromea. Hace diecisiete años vive en Madrid, en Arganda del Rey, donde es instructor de pádel. Desde que se fue la casa de 1 y 32 sigue igual, especialmente la pieza, con las paletas, los trofeos del fútbol y un poster de Gastón Malacalza, crack que en este deporte del pádel lo ayudó mucho encontrando un lugar en el mundo.
Ya se va. Usa arito, una cruz, y alguna vez agradeció a la Virgen de Caacupé donde fue con Lina. La mujer que volvió a mimarlo con la chipá en el caserón antiguo donde entra el ruido del tren. “Acá me vino a ver Romeo para traerme la autorización que mostré en el colegio para viajar al Mundial. Me ve guardando la moto (MB100) y fue claro: ‘si quería ser jugador, no tenía que usar moto’”, afirma el nacido dos veces, hoy padre que educa con felicidad a dos galleguitos. Es la historia del que pudo escribir muchos triunfos. Pero es la certeza de que el plan de la vida puede cambiar. Y ser crack depende del talento para seguir adelante.