domingo 02 de noviembre de 2025
Tapa-Begum-H 26-10
Solos contra todos

Estudiantes y la noche oscura contra Milan en la Bombonera

El país bajo dictadura y una final oscura para Estudiantes que, pese a la victoria sobre el Milan, sufrió una dura condena pública y la detención de tres de sus ídolos. Detrás de esa historia, aparece la figura de un abogado “pincha” que hasta llegó a interceder ante el general Onganía

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Las palabras amargas de Osvaldo Zubeldía fluyeron con sinceridad en el entrenamiento después de la primera final copera perdida, la única en sus cinco años como técnico. No hubo necesidad de preguntas de los periodistas porque fue un monólogo del entrenador de Estudiantes. “ Nadie va a justificar actos de violencia dentro de una cancha, porque eso sería ridículo", advirtió el coach, consultado por la prensa.

Alberto José Poletti, Ramón Alberto Aguirre Suárez y Eduardo Luján Manera habían terminado en un calabozo del penal de Villa Devoto. Una pesadilla vivida en el estadio de Boca Juniors, cuando la victoria local por 2 a 1 no alcanzó, ya que se necesitaba ganar por tres goles para forzar un tercer partido. En el encuentro de ida Milan se habia impuesto por 3 a 0.

Aquella noche, el entonces dueño de Europa tenía la chance de alzarse por segunda vez con el título mundial interclubes. Lo había logrado cinco años antes, en Londres, cuando goleó al Ajax por 4 a 1. El duelo entre argentinos e italianos se daba por tercera vez en finales de la Copa Intercontinental Europeo-Sudamericana, luego de los antecedentes de dos triunfos de Internazionale sobre Independiente. Las tácticas defensivas del “catenaccio” italiano habían ganado popularidad, al igual que el “cerrojo” suizo, o el “cuatro-dos-cuatro” brasileño -del que era adepto Zubeldía- cuyo dispositivo táctico tenía el respaldo de la preparación física de excelencia, a cargo de Jorge Kistenmacher.

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Así las cosas, aquel 22 de octubre de 1969, en la Bombonera, parecía jugarse mucho más que un partido. En la Argentina se respiraba una profunda frustración futbolística: la Selección no había logrado clasificarse para el Mundial de México 1970. Desde 1930, cuando perdió la final del Mundial de Uruguay, el combinado nacional se mantenía alejado de los primeros planos internacionales.

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Oscar Malbernat discute con los uniformados en el inicio de los incidentes.

Oscar Malbernat discute con los uniformados en el inicio de los incidentes.

Esa situación, que contradecía los intereses políticos del momento, llevó al entonces presidente de facto, teniente general Juan Carlos Onganía, a tomar cartas en el asunto. A través de uno de sus funcionarios, ordenó la renuncia del titular de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), Armando Ramos Ruiz, quien estaba al frente de “los problemas del fútbol”. En su lugar, asumió Juan Oneto Gaona, en el edificio de la calle Viamonte.

La gestión de Onganía comenzaba a flaquear. El gobierno había clausurado medios periodísticos y endurecido los castigos contra toda forma de oposición. El 29 de mayo de 1969 estalló el Cordobazo, expresión del creciente descontento popular que unió a obreros y estudiantes en una masiva manifestación. La represión fue inmediata y dejó un saldo de 14 muertos.

La sola mención del nombre de Onganía irritaba a la legión de hinchas de Estudiantes, que recordaban cómo, en octubre de 1968, el dictador había obligado al plantel a regresar a la Argentina cuando tenía la oportunidad de continuar su gira por Europa y capitalizar el prestigio de ser campeón del mundo. “Suspendimos la gira post Manchester porque la orden era venir para acá”, recuerda Mario Gabriel Flores, segundo arquero de aquel equipo. Por entonces se levantaba la obra del Country en City Bell, y entre quienes colaboraban con el presidente del club, Mariano Mangano, se encontraba don Nelson Oltolina —destacado empresario platense que, en los años ochenta, sería vicepresidente y luego titular del club—. “¿Onganía fue…? Ahhh, claro. El que nos hizo bajar del avión y después metió presos a los jugadores”, rememora Oltolina, a sus 95 años, fiel hincha desde la cuna en su barrio de Villa Alegre.

Muchos se alegrarán si perdemos”, había consignado para El Gráfico el recordado Carlos Juvenal, en diálogo con un Zubeldía apesadumbrado en el embarque del aeropuerto de Ezeiza.

En la primavera de 1969, el nivel de Estudiantes mostraba cierto estancamiento. Tras los triunfos ante Toluca y en la Copa Libertadores, surgieron las críticas, aunque pocos advertían el desgaste de un equipo que había deslumbrado desde 1967. La relación con la AFA, intervenida por la dictadura, era tensa: el club debía afrontar un calendario exigente mientras acumulaba giras y competencias sin descanso.

El entrenador nacido en Junín había advertido que el Milan sería más difícil que el Manchester United. En los primeros 90 minutos de la serie, a pesar de un planteo estratégico acertado, el equipo se desmoronó por dos errores defensivos que terminaron en gol del adversario.

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Tras el gol de Milan se sucedieron los incidentes

Tras el gol de Milan se sucedieron los incidentes

El arquero Alberto Poletti, pese a los problemas en la cadera y a que le habían sacado sangre de la rodilla dos horas antes del partido, insistió en jugar: “Quería estar, no quería dejarlos en banda”, evoca ante Begum. Dueño de una fuerte personalidad, protagonizó anécdotas memorables: en Old Trafford rompió papeles de los plateistas, y en Milan mostró la camiseta del Inter. Sobre aquel partido, recuerda: “Allá nos trataron mal, nos calentamos al pedo en la revancha. Las cosas no salieron bien, ¡chau!, nos hicimos responsables y la pagamos. Yo era un chico revoltoso, de toda la vida”.

Cuando los dirigidos por don Osvaldo volvieron de Italia con un 0-3, se decidió hacer la concentración en Uruguay. Allá recobraron la fe. El mediocampista Carlos Pachamé no jugó ningún partido de la serie porque se había lesionado con la Selección. En ofensiva, la esperanza volvía a ser Juan Ramon Verón, más lo que pudieran hacer Daniel Romeo y Juan Taverna, dos jóvenes capaces de provocar un cambio. A Carlos Bilardo lo sorprendió una gripe, pero jugó igual y diezmado en sus habituales fuerzas sería reemplazado por Juan Echecopar a los 8 minutos del segundo tiempo.

Un obispo en el vestuario

En tiempos de un nacionalismo exacerbado, la revancha olía a “vendetta”, pero no en el ánimo del público platense, que seguía trepado al pedestal. La rareza fue la presencia del obispo que visitó el vestuario, unas horas antes de la iniciación del match. Era Victorio Bonamín, un salesiano, rosarino, que era confesor de Onganía. “Vino con una sotana blanca y nos decía que llevábamos a la Argentina sobre la espalda. ¡Un cura nos viene a hablar! Los sacerdotes no son estrella de nadie y hoy están en deuda con la sociedad mundial. Después de eso, salí a la cancha y por poco queríamos matar a un tano… Le tiré un pelotazo a Rivera, sí”. El arquero se arrepiente de su actitud personal y evita otros señalamientos. “Mire, si salíamos a jugar le metíamos seis a esos tanos. Nos complicamos nosotros. Te digo que el arquero medía dos metros y no salía del arco ni que lo empujen”.

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El provicario Bonamin, en la imagen junto al dictador Ongania, se presento en el vestuario de Estudiantes.

El provicario Bonamin, en la imagen junto al dictador Ongania, se presento en el vestuario de Estudiantes.

La foto que acompaña este informe muestra al presidente de la Nación teniente coronel Onganía y a monsenor Bonamin en el ingreso a una iglesia el 1 de noviembre de 1966 donde oficiaron el solemne funeral en memoria y recordación de los muertos por la patria y en acto de servicio. Bonamin fue provicario castrense durante más de dos décadas en la convulsionada Argentina entre 1960 y 1983. Participó durante la Copa del Mundo de 1978, según reconoció el historiador Lucas Bilbao que junto al sociólogo Ariel Lede revelaron el vínculo y colaboraciones entre la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas en el terrorismo de estado de la última dictadura, encontrando setecientas anotaciones entre 1975 y 1976 (cartas y papeles escritos por Bonamin) que son la base del libro “Profeta del Genocidio”.

Gol, expulsión y detención

Eran las 22.35 de “la noche negra de la historia del fútbol argentino”, tal cual tituló un medio nacional. Después del 2 a 1 de Estudiantes, todo empezó a complicarse. Para los dos, y para el árbitro chileno Domingo Massaro, que había tolerado demasiadas acciones violentas y de las mal intencionadas —de los integrantes de ambos equipos—, toda la noche. A los 44 minutos del primer tiempo también fue la esperanza de los hinchas que rugían en los cuatro costados. Pero tras el gol, a la postre el último, hubo tarjeta roja para Aguirre Suárez por un supuesto codazo al saltar juntamente con el delantero del Milan Néstor Combin, argentino nacionalizado francés, que segun declaró luego, estuvo a punto de ser detenido en el entretiempo. Tiempo despues se comprobaría por videotape que la agresión fue real, al hacer un giro violento con los brazos abiertos y golpear al rival, que terminó con fractura en el tabique nasal.

No fue fácil reanudar desde el saque del medio, ya que tuvo que intervenir la policía ante la resistencia de Aguirre Suárez para retirarse a los vestuarios. Por esto, se le inició un sumario y la detención por orden directa de Onganía. En ese tiempo estaba en vigencia el edicto de reuniones deportivas. Las expulsiones por juego violento podían ser penadas con hasta 30 días de cárcel. Así fue, y el 2 de noviembre el aguerrido tucumano se encontró que cumplía 25 años de edad en una celda de Villa Devoto.

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Con la palabra pausada y el gesto sereno, que contrastaban con la imagen de hombre fuerte en la cancha, Ramón —fallecido en 2013— valoró con el tiempo aquel episodio: “Lo que ayudó fue convivir con gente sincera, amiga de verdad, como la que conforma este conjunto. Desde Zubeldía, pasando por todos los jugadores y hasta el último de los colaboradores, todos hicieron lo necesario para que yo olvidara lo sucedido. Con cosas así, cualquier problema se soluciona”, declaró años más tarde. En otra ocasión confesó: “Después del partido la TV mostró una imagen mía con música sacra y me empezaron a criticar. Mi madre lo estaba viendo, se desmayó y la tuvieron que internar. No lo perdoné nunca, y tampoco la gente de Estudiantes”.

Otro episodio que lo afectó fue la decisión de El Gráfico de organizar una cena de campeones sin invitar a los sancionados. El plantel, solidario, decidió no asistir.

Castigo ejemplar

Tras el gol del 2-1 y con solo diez hombres en cancha, quedaba todo el segundo tiempo por delante. Para aspirar a un tercer partido, Estudiantes necesitaba marcar dos goles más. La tensión de los encuentros decisivos crecía, tiñendo la atmósfera de preocupación. “La equivocación fue salir a pelear en vez de jugar”, coincidieron quienes viajaron a Buenos Aires.

La forma en que los jugadores del Milan demoraban la reanudación del juego tras cada interrupción, y cómo hacían para ganar tiempo mientras el resultado les era favorable, generó irritación en Estudiantes. “Empezamos a caer en lo que nosotros le hacíamos ciertas veces a los rivales”, recuerda Julio Campante, un hincha famoso, hoy con 78 años y el orgullo de haber sido el autor del apodo “El León”. "Estuve en la cancha. Pasa que ellos hacían eso que también se nos vio a nosotros, como hacer tiempo cuando había que asegurar el triunfo", recuerda Julio.

“Llegó el final ante una multitud acongojada”, describe la crónica de Diego Lucero, muy amigo de “Los Profesores”, aquella línea del Estudiantes de comienzos del profesionalismo. Frente a la gente, que mantuvo su cordura, se desató un batalla campal. Poletti parecía fuera de sí.

El problema siguió en los vestuarios, cuando la policía empezó con el primer detenido, Combin que fue acusado de infractor al Servicio Militar obligatorio, ya que no se habría presentado a su turno. Para evitar que el papelón aumentara, las propias autoridades argentinas dispusieron la libertad de Combin que regresó con el resto de la delegación y su rostro hinchado por el golpe de Aguirre Suárez.

Pero lo que metió miedo fue la insólita actitud policial cuando un centenar de periodistas argentinos e italianos trataban de ingresar a los vestuarios para registrar las notas y emprendieron contra ellos con una violencia extraña.

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1968. Ongania recibe al plantel pincha campeón en Casa Rosada luego de hacerlos volver cuando tenían una gira paga en Europa.

1968. Ongania recibe al plantel pincha campeón en Casa Rosada luego de hacerlos volver cuando tenían una gira paga en Europa.

Pronto, se supo que Poletti, Aguirre Suárez y Manera tenían la orden de arresto. En la madrugada del 23 ingresaron, en distintos horarios, cada uno de los futbolistas.

Ese mismo año hubo más jugadores que terminaron presos, entre otros, Angel Rojas, de Boca, Oscar Más, de River, Cornejo, de Lanús, y Alfio Basile, por una expulsión en la Selección. Estas detenciones respondían a un Edicto Policial de la Capital y que afectaba a los expulsados o informados en determinadas circunstancias violentas. “Pero en el caso de los jugadores de Estudiantes hubo una vuelta de tuerca, y se trató de una decisión personal del autócrata que usurpaba la presidencia de la Nación, general Juan Carlos Onganía, que esa misma noche ordenó la prisión de los tres jugadores”, afirma Raúl Ramírez, socio del Centro para la Investigación de la Historia del Fútbol (CIHF). Desde entonces se acuñó la frase popular “Gloria o Devoto”.

El abogado pincha

El 24 de octubre de 1969, dos días después de Estudiantes 2 Milan 1, el diario El Argentino publicó una nota con la foto del abogado penalista Víctor Hugo Carrique. Se lo había designado representante de los jugadores sancionados. El país empezó a hablar de Estudiantes pero por la increíble situación que vivía un año después de que sean tomados como modelos de conducta deportiva y moral.

Los tres cracks no estaban en contacto con los demás detenidos en Villa Devoto, mientras en nuestra región las calles seguían el cotidiano, pero el socio Pincha buscaba la forma de cambiar la situación. Como tantas veces en las malas se unieron.

Mientras Bilardo había pedido audiencia con el provicario Bonamín para lograr una amnistía de sus compañeros, entre los hinchas surgio rápido el letrado para defenderlos. Se llamaba Ernaldo Barletta, nacido en 1920 en La Plata, deportista de alma y socio albirrojo donde practicó fútbol, natación y boxeo. Llegó a viajar a la final en Manchester en el mismo avión con los jugadores y dirigentes. Uno de sus tres hijos expresa que partió en 2005 y una de sus últimas veces en pasar por la sede de 53, dejó una donación para el Museo: "una filmación super 8, de un partido 7 a 0 en la era amateur”.

Cuando Barletta contactó a Carrique tenía el Supermercado Popular de la Carne, en 11 y 48, a pocos metros de su carnicería (en los setenta la bautizó “Manchester 68”) estaba el estudio jurídico donde con Carrique compartía escritorio otro notable abogado de la época, Víctor Roberts Alcorta. Juntos tenían un stud, que bautizaron igual que el estudio jurídico: “Mate y Venga”, cito en diagonal 74 entre 47 y 48. Alguna vez, el propio Carrique contó que aceptó el caso luego de recibir un llamado de Oscar Malbernat en representación deel plantel.

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Carrique estaba ligado a la politica y era dirigente del Partido Conservador.

Carrique estaba ligado a la politica y era dirigente del Partido Conservador.

“Barletta vino a pedirle a papá que defienda a los tres jugadores”, cuenta Marta Carrique, una de sus hijas, en el seno de una familia donde se comparten la nostalgia y la emoción por aquella figura. Una fotografía de 1976 tiene al doctor con dos nietos en brazos, Diego, de un año, y Marcelo, de solo cuatro. Marcelo aguanta las lágrimas tras pronunciar “mi abuelo fue el abogado del plantel campeón del mundo”, y desparrama sobre la mesa unas cartas y fotografías. “Esto es mi vida. Soy pincha por él”. Entre los recuerdos está el abono a platea con el que su familiar entraba a 1 y 57 para ver la primera Copa Libertadores, un cartón con el número 117, expedido por la institución el 13 de febrero de 1968. Los veía en el sector A, fila 7, asiento 33 (la vieja platea techada). “Aportó también para la compra de títulos patrimoniales del Country”, dice.

Carrique se comunicó con sus defendidos y una semana después presentó el primer documento de su actuación. Claro que no era fácil en época de dictadura. En la nota manifestaba que estuvo en la final bochornosa. “Me tocó estar muy cerca de la bancada de los jugadores suplentes italianos. “Pude comprobar la mala educación del técnico del Milan, así como de su ayudante, quienes durante todo el partido insultaron y provocaron a cuanto jugador argentino se acercara. No ocurría lo mismo donde estaba Zubeldía y los suplentes de Estudiantes, dando una muestra acabada de buena educación. Los improperios fueron permanentes e incluso no solo iban dirigidos a los jugadores sino que a todo argentino, periodista o fotógrafo que se acercaran. Eso lo pueden corroborar aquellos fotógrafos que se acercaron a tomarle fotos a Combin, cuya casaca fue rociada con ‘methiolate’ con el fin de hacer más dramática aún la lesión que presentaba y que indudablemente fue producto del juego”.

El letrado resaltó que “el embajador italiano se retiró avergonzado por los gestos y palabras del presidente del Milan, señor Carrara”. También hizo memoria sobre el pasado reciente, en partidos que el León afrontó en el viejo continente. “Muy pocos recuerdan el botellazo que recibió Aguirre Suárez en el San Siro a poco de comenzado el primer tiempo y los proyectiles que cayeron en la cancha. Allí tampoco no hubo sanciones, como no las hubo para Lobatón que lesionó a Manera, ni para Stenpey que agredió a Pachamé en Inglaterra. Y sin embargo aquí, que queremos ser más papistas que el Papa volcando sobre un futbolista los males que aquejan al país. En este caso se necesitaba algo para expiar todas las culpas y esto cayó como del cielo”.

Ademas, en busca de evitar que el caso se judicializara Carrique se las arregló para hacer llegar a la Casa de Gobierno una esquela dirigida al mismísimo Onganía en la que expresó que, "ante clamor masa societaria Estudiantes de La Plata ruego interceda autoridades de AFA para amnistiar a jugadores Poletti, Aguirre Suárez y Manera, quienes ante fragor de lucha defendiendo un título mundial que ya habían conseguido para Argentina, cometieron faltas que fueron penas con excesiva severida", alegó.

No hubo caso. Mientras los cracks purgaban 30 días de arresto, atendió a varios medios, entre ellos, Canal 13. “A propósito quiso que estuvieran sus hijas rodeándolo en el reportaje”, se enorgullece Marcelo. Y en la evocación de los ídolos, tiene dos agradecimientos, para Bilardo: “La última vez que vino como técnico, lo paré a saludar y le hablé de mi abuelo”, y siente gratitud por “el Bocha Flores, antes que falleciera, le pregunté si recordaba a Carrique. ‘¿¡Nuestro abogado!?’ Nos pasaba las fijas en las carreras. ¡Ese era mi abuelo!”, ríe el hincha nacido el 18 de enero de 1972.

El doctor que alcanzó notoridad por ese episodio triste del fútbol tuvo su cuna en Tandil, vivió en Esquel y La Pampa, pero llegó en edad del colegio secundario a La Plata para ser pupilo en el Sagrado Corazón. Se enamoró de la ciudad donde vivió hasta su muerte en 1981. El querido “Gordo” Carrique este año hubiera cumplido 100 años. Sus días más felices lo ligan a Estudiantes. Practicó la pelota paleta y gracias al Club que conoció a su mujer, Alicia Gentile.

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El letrado Victor Carrique con sus nietos Marcelo (camiseta, hoy socio del Pincha) y Diego.

El letrado Victor Carrique con sus nietos Marcelo (camiseta, hoy socio del Pincha) y Diego.

Más allá de este desempeño por el Club Pincha, fue reconocido militante del Partido Conservador y candidato a gobernador de la Provincia de Buenos Aires por el partido Federal, lista que postulaba a la presidencia de la Nación a “Paco” Manrique en 1973.

Treinta días presos

El 18 de mayo de 1971, en La Razón, una noticia daba cuenta que “La justicia condenó al jugador Aguirre Suárez”. El fallo del juez, que se refirió a las distintas y a veces contradictorias versiones sobre el hecho que motivó la causa, recogidas a través de la abundante prueba acumulada que unida a lo que pudo apreciar personalmente a través de la reiterada proyección de un video del partido, permitieron acreditar fehacientemente la forma en que se produjo el hecho, para concluir que el evento no fue involuntario, accidental y fortuito, producto de una contingencia del juego, sino que fue resultado de un golpe aplicado intencionalmente.

El fiscal había pedido un año, resultando atenuantes el clima del estadio y especialmente entre los jugadores. El juez tuvo en cuenta la impresión personal que le produjo el procesado quien fue condenado a dos meses de prisión en suspenso, como autor de lesiones leves, por fallo de la Cámara del Crimen, Sala VI, confirmatorio de la sentencia dictada en la causa del juez en lo correccional, doctor Alfredo Grosso Soto.

Alberto Poletti, pasado el tiempo, toca el final de su tormento: “Me liberaron por el secretario de Onganía. Lo mío era condenable, pero no de toda la vida”, asegura Poletti, quien estuvo en el campo de juego de UNO durante el entretiempo del último clásico, reconocido una vez más por la institución al igual que Pachamé, Gabriel Flores y Marcos Conigliaro, sumado al grupo de campeones don Miguel Ignomiriello (98 años), formador y director técnico de juveniles y primera división. Agrega el notable ex guardavallas que “los jueces tenían razón porque nos agarramos a trompadas, pero a mí me metieron preso por pegar una trompada y todos los uniformados que mataron a un montón de gente no los castigó nadie. Hicieron un desastre en el país y anduvieron y andan por la calle como si nada”. El Uno no pudo volver a jugar en el país. Siguió en Grecia, donde se retiró.

En una nota con Olé, realizada en octubre de 1997, Manera —atendiendo sus temas de preferencias, en ese tiempo DT de Deportivo Español—, a regañadientes respondió al periodista que “lo de la detención fue una cuestión política, el gobierno militar tenía problemas y quería desviar la atención pagando nosotros los platos rotos. Qué vamos a hablar… pasaron tantos años… Eso sí, estar en prisión fue una experiencia si bien desagradable, me sirvió para darme cuenta de las cosas que uno tiene que valorar en la vida”.

En tanto, Aguirre Suárez —mientras asumía como manager del Granada en la 2ª B de España— nunca dejó de recordar cuanto lo afectó lo sucedido. “Antes que nada soy un hombre, con esposa, dos hijos y toda una familia que siempre actuó honestamente, pero la reacción de mis amigos, de los compañeros de equipo y la posterior reducción de la pena me conformaron en algo. El responsable de eso (Onganía) ya murió, y pensaba que con el fútbol podía tapar los problemas de la época”. “A pesar de que en la prisión nos dieron un trato diferencial, porque teníamos televisor, buena comida y agua caliente, fueron días muy crueles.”

Cuando al “Narigón” le preguntaban por aquel mal trago, jamás dudó: “La final con Milan, y no por el resultado, sino por la injusta medida que tomó el gobierno de facto contra Poletti, Manera y Aguirre Suárez. Estuvieron treinta días cuando en aquel momento nadie se comía más de diez. Nosotros queríamos estar todos adentro”. Por otro lado, afirmó que la vez que Onganía los recibió campeones mundiales, “de ninguna manera queríamos visitarlo”, decía el doctor a los 55 años, ya vuelto un ejecutivo detrás de un escritorio de Torneos y Competencias, donde trabajó como asesor.

De la visita del plantel a la Casa Rosada existe otra anécdota: el gran caudillo Carlos Pachamé quería escabullirse, hacerse el que se perdió por el camino, pero al final, se tuvo que quedar escuchando al dictador de turno.

El monólogo de Zubeldía

Pasaron 56 años. Hoy el estadio canta en recuerdo de Zubeldía, el que les enseñó a trabajar, con disciplina, el cultor del trabajo, el que no le cerraba las puertas a los periodistas. Zubeldía, al que después de Milan le creció el mote de “antifútbol”, contestaba con respeto y desmintió los rumores de la renuncia. Se quedó para volver a estar en la cima, cuando sus muchachos le dieron al Club la tercera Copa Libertadores, ofrendada por todo el plantel a Poletti, Aguirre Suárez y Manera.

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No hubo necesidad de hacerle preguntas en la vuelta a los entrenamientos. Porque fue un monólogo. “Nadie va a justificar actos de violencia dentro de una cancha, porque eso sería ridículo. Pero la gente se olvidó de lo que nos pasó en Manchester. Lo que pasa en estos partidos, ya lo dije, fallan las estructuras. ¿Quién es el culpable? Nadie se detuvo a pensar por qué se llegó a esto. Pero se tiene que estudiar bien a fondo. Lo más fácil es decir la culpa es del técnico y los jugadores. ¿Recuerdan la película Todos somos asesinos? Aquí no se escapa nadie, incluidos ustedes los periodistas (hizo un silencio, una pausa, Zubeldía siguió). No culpemos solo a los jugadores. Hablemos de revisar las estructuras desde 1958 a la fecha, después del Mundial de Suecia. Nunca ocurre nada… Ahora Estudiantes deberá expiar todas las culpas del fútbol argentino. Lo que sí, yo no le voy a poner el pie a Poletti, Aguirre Suárez y Manera; durante cinco años fueron mis amigos y lo seguirán siendo. No hay que olvidarse tan pronto lo que hicieron. Por eso me duele todo esto… ¿¡Cómo puedo abandonar a Poletti si cuando le pedí que jugara en Manchester estando lesionado se aplicó cuatro inyecciones y entró a la cancha. O cuando Aguirre Suárez con el meñisco roto salió en el estadio Centenario? Entonces eran héroes… porque traían el título mundial. Hay que ponerse el pantaloncito corto para sentir ciertas cosas. ¿Yo renunciar? Eso no. A los dirigentes, a los jugadores, a los simpatizantes, ya les dije que si no me siento cómodo me voy. Lo mismo si los dirigentes consideran que ya no sirvo más. Nereo Rocco (por el DT de Milan) es un pobre tipo, que ni siquiera sabe entrenar, ya que utiliza un ayudante de campo para ese trabajo. Como puede haber oído que yo incitaba a pegar si estábamos completamente separados… Yo alenté, pero jamás obligué a pegar deslealmente. Los italianos vinieron a hacer su negocio y lo hicieron muy bien. Vinieron a llevarse la copa y se la llevaron sin ninguna objeción. Pero para qué seguir hablando… Quiero repetir por último algo… No doy justificaciones, solo expreso que los defenderé, porque la posición económica que tengo, la poca fama como técnico que poseo, me la brindaron juntos con estos jugadores esos que hoy están en la cárcel, y pensar que hay tantos delincuentes y ladrones sueltos.”

Cuando el Tribunal de Penas de la AFA aplicó las durísimas sanciones a los responsables principales, el doctor Ferrari era el nuevo interventor. Este había tenido una audiencia en Casa Rosada con el presidente, sin que se informara sobre lo tratado, pero en la prensa nadie dudó de la íntima vinculación con los sucesos en la cancha de Boca. Durante los siguientes meses se especuló con una anmistia para los jugadores pero esto solo ocurrió cuando el gobierno de Onganía cayó derrocado y la presidencia fue oucpada por el general Alejandro Lanusse.

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La salida de Poletti de Devoto, al volante de su auto Torino. Imagen del Museo de Estudiantes

La salida de Poletti de Devoto, al volante de su auto Torino. Imagen del Museo de Estudiantes

El teniente coronel Tomás Sánchez de Bustamante asomó a la sala de prensa de la casa del fútbol para decir que las sanciones “no estaban influidas por el comunicado del presidente de la Nación, sino que respondían a la órbita propia del cuerpo”, además de que él le había tomado declaración a los enjuiciados. En seguida, se dieron a conocer que Poletti no podrá jugar más profesionalmente; a Aguirre Suárez, treinta partidos y cinco años de inhabilitación para jugar partidos internacionales; a Manera, veinte partidos de suspensión y tres años de inhabilitación como internacional.

“Ustedes podrán entrevistarlos una vez que traspongan la puerta de entrada”, se avisó a los periodistas poco antes de disponerse la liberación. Entonces, se montó una guardia a la salida de Devoto. En horas de la madrugada, a las 3.30, fue Manera el primero en abandonar el lugar. Desde adentro y a buena velocidad salió el marcador lateral en un Torino azul. A las 8 se hizo presente Conigliaro que ingresó con su vehículo al interior de la cárcel y con una mano hizo señas de que no quería hablar con nadie. Estaba la cadena de TV de Granada, donde iba a continuar la carrera de Aguirre Suárez. A las 10 no se observaban familiares ni amigos, hasta que un coche rojo Mustang, que era piloteado por una dama de cabellos rubios, aunque pertenecía al directivo de Estudiantes, Héctor Crocce. A la guardia se le dijo que “la hora de salida de Poletti y Aguirre Suárez iba a ser exactamente al cumplir su detención”. Ante ese panorama, a las 11.10 se abrieron las puertas y el auto salió como un bólido, con Aguirre Suárez que al ver al periodismo sonrió y saludó con una mano. Veinte minutos después se fue Poletti en un Torino blanco, que también salio a toda velocidad y estuvo a punto de atropellar a un reportero gráfico. De esta manera, se puso punto final a un episodio cargado de tensión que dejó huellas en la memoria de los protagonistas.

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