Mario Lenzi, en su paraíso.
Hijo del escritor Juan Hilarión Lenzi, periodista, historiador, narrador de relatos de la Patagonia, Mario había nacido en 1935 en Río Gallegos. En 1944, Mario era aún un niño cuando desde el sur se trasladó con su familia a Buenos Aires. De la mano del naciente peronismo su padre llegó a ser director general de Obras Públicas. Vivieron por años en la Capital Federal hasta que en 1978 surgió en La Plata la oportunidad de instalar un negocio de libros usados frente a la terminal de ómnibus. Allí trabajó junto a un cuñado en la librería que se llamaba “La Discoteca” porque además de textos también vendían discos.
A poco de arrancar los entredichos entre los socios-parientes precipitaron una ruptura. Así, en noviembre de 1981 Mario se independizó y junto a su esposa Patricia Owen abrió "Libros Lenzi" en diagonal 77 # 521, a pasos de Plaza Italia, que con el tiempo transformó en un clásico por donde, literalmente, ha pasado toda la ciudad. Durante años tuvo que alquilar el salón hasta que logró comprarlo. El librero pasaba allí diez y hasta doce horas clasificando libros, acomodando volúmenes en los anaqueles, sumergido en largas conversaciones tanto con los habitués como con ocasionales clientes.
La vidriera del lugar es inconfundible e imprime un sello propio con su marquesina de letras azules. Ya en el interior impresionan sus estanterías superpobladas. Todo envuelto por esa particular fragancia que adquiere el papel a medida que pasan los años.
Mario Lenzi no se orientaba en La Plata y perdido entre las diagonales encontró el local donde fundó su librería.
Lenzi reconocía no haber leído tanto como muchos creían y también haber aprendido el oficio en la práctica. Decía que recibió muchos y buenos consejos de quien consideraba el librero por excelencia de la ciudad: Eduardo Butti, dueño de la librería “Juvenilia”. En ocasiones ponía, sin darse cuenta, clásicos o primeras ediciones en la mesa de saldos y no faltaba algún lector avezado que le advertía. "Mario, ese libro es una joya, tendría que estar exhibido en la vidriera". Humilde y atento a los demás, el librero solía aceptar cada sugerencia que le hacían.
Contaba que de un distribuidor de una editorial de las grandes editoriales aprendió un secreto: cuando una persona se llevaba el libro que ojeaba hacia el pecho es porque lo quiere y lo va a terminar comprando. “He asistido a ese tipo de situaciones infinidad de veces”, aseguraba.
SELECTA Y FIEL CLIENTELA
Solían visitar el local personalidades destacadas de la ciudad como el historiador Carlos Moncaut, el lingüista Pedro Luis Barcia o el biólogo Ovidio Núñez. A esas "celebridades" hay que sumar narradores, poetas, investigadores, estudiantes universitarios y voraces lectores en general que forman parte de una nutrida y fiel clientela.
Hay en este tipo de reductos algo de santuario, donde alguien se ilusiona con descubrir joyas perdidas. Lenzi amaba la rutina de la librería, el inconfundible olor de los viejos volúmenes y, sobre todo, el vínculo con los clientes. Entre las tantas anécdotas del lugar el librero se solazaba con los casos de clientes que confundían los nombres de las obras y pedían las “Fábulas de Isopo”, “La zapatera religiosa” o la “Inversión de Morel”.
El café y la charla, un clásico en Libros Lenzi
Según estimaciones que alguna vez hizo su propio dueño, Libros Lenzi llegó a reunir más de 35 mil volúmenes, entre libros, folletos y revistas. Más allá del salón de exhibición, el local tenía un subsuelo al que llamaban “la cueva” adonde pocos tenían acceso. Era un lugar secreto, casi para exclusivos.
Con su voz pausada carcomida por su dilatada trayectoria de fumador, Lenzi recordaba siempre que la primera venta fue un ejemplar de “El túnel” de Ernesto Sábato, que con el tiempo volvió a sus manos y estuvo exhibido por años en la vidriera.
Uno de los acervos iniciales de su librería fue una serie libros que había mantenido guardados desde que en 1976 se inició la dictadura militar. Había literatura de autores prohibidos y biografías como la del revolucionario nicaragüense Augusto Sandino o el argentino Ernesto “Che” Guevara.
En 2015 hubo una renovación a partir de la incorporación de Gabriel Saxe un joven que trabajó durante un tiempo y demostró grandes condiciones para la labor. Luego se incorporó Martín hijo de Mario. A partir de entonces se buscó aggiornar el lugar a los nuevos tiempos: la librería renovó su catálogo, además de incursionar en las redes sociales como forma de interactuar con el público.
La pandemia obligó a redoblar los esfuerzos para no sucumbir en los efectos de la inmovilización. Entonces, la librería se reinventó con un servicio de "puerta a puerta". No obstante nunca abandonó su sello en el ramo de los libros usados: "Tenemos libros usados, antiguos, actuales, nuevos. Compramos bibliotecas particulares", dicen como carta de presentación en su cuenta de Facebook.
Últimamente Lenzi sostenía su confianza en la permanencia del mercado del libro en papel frente al ostensible avance de las plataformas digitales. “En internet la gente usa más las enciclopedias, pero el libro va a perdurar. La tecnología no compite con el libro, lo que hace es absorber todo el tiempo necesario para la lectura”, repetía Mario aferrado al bastón que usaba para movilizarse. Y destacaba que, según su observación, los jóvenes repartían sus lecturas entre la literatura y la filosofía.
EL ICEBERG
“Tengo varias anécdotas con Mario Lenzi pero la que sigue es la mejor”, cuenta el abogado y poeta Julián Axat: “Yo andaba buscando desesperado (mis búsquedas suelen ser con la lengua afuera) el compendio del Congreso de Filosofía ocurrido en Mendoza allá por el 1949, en el que Juan Domingo Perón leyera por primera vez el texto La Comunidad Organizada. Sabía que Mario en una de esas lo podía tener. Pero no, me dijo que lo había vendido a un profesor de historia de La Plata, un tipo bastante conocido, y que lo iba a llamar, porque en una de esas ya no lo necesitaba.
Narradores, poetas, investigadores, estudiantes y voraces lectores forman parte de la fiel clientela de "Libros Lenzi".
Mario era así, preguntaba por si acaso… Pasan los días y recibo el llamado: “Pasate por la librería, pibe”. Voy al día siguiente, y cuando llego me dice: “Acompañame”. Lo sigo, bajamos al subsuelo. Entonces mis ojos no pueden creer lo que ven, la librería tiene más libros abajo que arriba. Es más lo que no se ve que lo que sí. “Como un iceberg”, le digo y se ríe. “Como el cuento de Hemingway pibe, pero con libros…”. Y allí tenía el tesoro peronista que yo buscaba que había obtenido vaya a saber uno en qué extraño intercambio con el historiador.
A veces un viejo librero, un amigo librero, un tipo que sabe de libros enserio y de bibliotecas, te enseña más de literatura que un profesor o que el libro mismo que te estás llevando. En la estirpe de grandes libreros platenses, Mario Lenzi fue un verdadero Maestro, al menos yo lo consideraba así. Lenzi es y será un lugar de paso, un refugio inevitable, donde irse cargado de libros de segunda mando tenía (y tiene) un encanto que pocas veces se consigue en otras librerías. Con la muerte de Mario se acaba también el legado de libreros que, como Emilio Pernas o el "Negrito" Muiña y Perla Zagalsky, forjaron una red de circulación cultural del libro en La Plata, que no era comercial, sino cuya potencia estaba en lo lo intelectual y político (el libro no es una mercancía es un objeto de goce y transformación). Lo vamos a extrañar muchísimo".
TRIÁNGULO SEDUCTOR
China Made es una activista cultural que desde hace unos años instaló la librería Cariño en Villa Elisa.
“De Mario Lenzi me quedan los mejores recuerdos, pasar por la librería siempre era detener un poco el tiempo, no había lugar para los apurados. Charla, café y libros usados era un triángulo seductor que Mario manejaba a la perfección. Fui muchas veces y antes de que empezara la pandemia se me ocurrió filmar un documental de esa familia que vivía a contramano de la industria editorial. Libros Lenzi no tiene que aggiornarse a la demanda del mercado, ni a los avances tecnológicos, Lenzi se conserva y así preserva una historia contenida en libros. El tiempo de los libros no es el tiempo de la novedad editorial. El que quiera el libro que acaba de salir, que vaya a otra librería. En Lenzi sólo hay lugar para libros viejos. No se trata de libros muertos para lectores arcaicos. Son libros que conservan preguntas, que todavía -sospechan los lectores- tienen cosas para decirnos. Porque los libros, dijo alguna vez Umberto Eco, son como los vinos, se van poniendo mejor con el paso del tiempo. Cuanto más añejo mejor sabe".
“La cuestión fue que con la excusa del documental, entrevisté a Mario, a Patricia y a Martín durante varios meses, mañanas enteras entre las bateas de un lugar que creo único. Fue así que en esas conversaciones Patricia me contó que Mario todas las mañanas se levantaba y miraba desde su ventana la librería. La familia Lenzi alquila un departamento muy cerca del local, desde donde Mario contemplaba cada día su creación. “Ni casa propia tengo, pero librería si” le gustaba decir entre risas, notando su orgullo pícaro, por ser el dueño de un lugar que sólo él supo construir.
Cómo no sentir a libros Lenzi como un oasis en la ciudad, cómo no valorarla como una perla en el mar. La librería de usados más antigua de La Plata, esa que no esconde el olor a libro con perfumina, esa que sigue exhibiendo los lomos, que arregla los libros, cambia las tapas, conserva los libros e inmortaliza las historias.
Los libros se escriben, pero después son los libreros y los lectores los que hacen de ese universo una fortaleza, un respiradero de ideas, un lugar en dónde se puede pensar en voz alta, descubrir otras lecturas, una forma de existencia”, asevera China quien hace un tiempo filmó un documental sobre la librería y sus habitantes que aún espera ser estrenada.
CONTADOR DE HISTORIAS
El abogado y escritor Esteban Rodríguez Alzueta era otro habitué de la librería. Llegó a conocer a Mario en sus más notables detalles.
“Mario Lenzi, además de librero exquisito, fue un gran contador de historias que atesoraba y rodeaba de misterio. Cada libro guarda una historia y Lenzi fue de los libreros discretos que sabía guardar y hacerla crecer. Lenzi conocía en cuál biblioteca habían morado muchos de sus libros. Había que ganarse el derecho a conocer esas historias secretas que almacenaban los libros que tenía en sus estantes.
Mario evitaba hacer recomendaciones pero conocía a sus clientes y les guardaba libros de sus temáticas preferidas.
Tuve la suerte de estar cerca de esas historias que llegaban con esa voz que no dejaba de carraspear. Historias que reclamaban toda nuestra atención que se repartía con el café que acababa de convidarnos. Porque las historias de Lenzi estaban llenas de rodeos que desplegaba con paciencia y humo. La misma paciencia que usaba para caminar, arreglar un libro o buscar un ejemplar incunable. Los tiempos de Lenzi eran los tiempos de los libros que supo defender. Lenzi perteneció a la camada de libreros platenses que, como Eduardo Buti (Juvenilia), Emilio Pernas (Libraco) o Jorge Muinia (Capitulo II), supieron defender el libro, los tiempos que necesita un libro para encontrar a su lector, otra biblioteca que lo prestigie y llene de preguntas que a veces nos llegan anotadas en los márgenes o en el subrayado indeleble.
Mario junto a Esteban Rodríguez Alzueta; una muestra del especial vínculo entre el dueño de la librería y sus clientes
A veces las crisis les imponen otro ritmo a los libros, pero todos ellos evitaron su liquidación en la mesa de saldos. Preferían venderlos baratos antes que reventarlos y vayan a parar a cualquier lado. Libreros que nunca se desprendían de los libros que vendían, que ataban a la amistad que iban construyendo con nosotros, sus clientes. Libreros que seguiremos guardando en los libros que componen nuestras bibliotecas”.
PUENTE MÁGICO
Docente y amante de la lectura, Gabriela Pesclevi conoció a Mario Lenzi hace más de 30 años. En ese primer tiempo, tiempo de iniciaciones, especialmente en temas de lectura, visitó su librería innumerables veces. Siempre con la admiración por el libro más antiguo y además tan cuidados como se conservaban y aún conservan en su local.
“Me daba especial curiosidad qué estarían hablando mayormente con señores grandes en la zona del escritorio, que hacía y hace de recepción para el/la visitante. Si bien mi vínculo con él fue desde el inicio fantástico, me parecía agradable su presencia discreta funcionando alrededor de los lectores, dando tiempo, a lo sumo imbrincando una pregunta a modo de orientación. Un vaso comunicante nos unía allí pero no podía cifrarlo bien por entonces. Una combinación entre timidez, y un alma pícara, pero sobre todas las cosas, el desmesurado cariño que él mostraba a su modo como un educando por el libro.
Luego la relación creció, desde una complicidad en la que hacen falta poco las palabras, porque hubo preguntas y respuestas faro, pero sobremanera especial el gesto de aliento hacia una experiencia que él conocía desde su librería. Al inicio La Grieta y luego, ahora mismo, la Biblioteca popular La Chicharra.
Un dibujo que Gabriela Pesclevi le hizo a Mario
En la última década, pude acercarme a este lugar en el mundo junto a chicas y chicos de un taller de literatura. Antes de la pandemia hacíamos una visita anual para encontrarnos con esas estanterías, ese clima particular de librería Lenzi, esas personas. Sabía que Mario en algún momento iba a aparecer recorriendo los pasillos, subiendo desde el sótano o lo encontraríamos en el escritorio del fondo.
En una oportunidad pude entrevistarlo y supe de su pasión por el campo y el trabajo con los conejos en Balcarce, de su familia, de la emoción que sentía al entrar a su librería, de su primer momento en la ciudad de la Plata, de sus clientes geniales, como Ovidio Nuñez y Carlos Antonio Moncaut, de sucesos extraordinarios en el tema de la compra y venta, de Patricia Owen y sus dos hijos, compañeros de toda la vida.
Mario Lenzi te vamos a extrañar una enormidad. Ha sido un gusto enorme conocerte en la cercanía y distancia justa que se necesita para conservar tu oficio. Gratitud. Sé que estos últimos tiempos bajando y subiendo las escaleras así era un poco, estar al filo. Sentía vértigo al ver esa ductilidad con la que te movías como un quinceañero”.