sábado 23 de marzo de 2024
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GREGORIO NOYA, HINCHA DE HURACÁN

"Videla, asesino": la historia detrás del primer muerto de la dictadura en una cancha

Hace 47 años, la Juventud Peronista cometería una osadìa: mostrar banderas de Montoneros en la cancha de Estudiantes. Se desató, entonces, una brutal cacería.

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“Vayamos a la platea, mejor, cerca de los locales”.

Algo intuía Gregorio Noya; jamás ese final. Se lo sugirió a su hijo, también llamado Gregorio, entre el típico almuerzo apurado de un domingo de otoño con fútbol y el viaje a La Plata.

El razonamiento conservaba cierta lógica paterna ineludible: había escuchado que ese 16 de mayo de 1976, los pinchas buscarían emboscar a los quemeros para quedarse con algún “trofeo”. Lo repitió, incluso, ya sentado en el tren que los dejaría en la estación: que la barra del Globo estaba al tanto de todo y que era preferible evitar “quilombos”.

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Pero los cruces no serían entre las hinchadas, ni siquiera como insinuación.

El viejo estadio de Estudiantes donde ocurrió la represión luego de la suelta de globos

“Mejor, así. Entramos por otra puerta, sin la barra, y después salimos enseguida”, convenció a su hijo.

Los pocos relatos que existen son coincidentes: la Juventud Peronista tenía más que buena simpatía dentro del “grueso” de la hinchada de Huracán. Por eso planearon el viaje juntos y llegaron a La Plata en varios camiones. Se estaban por cumplir dos meses del Golpe de
Estado y Montoneros, declarada como organización “ilegal”, mantenía su clandestinidad desde septiembre de 1974.

En la previa del Ducó, la barra había acordado cómo sería el ingreso a la cancha y quiénes lo harían, esta vez, cuidando cada detalle de los bolsos con las banderas largas.

“Las blancas van acá, ¿ven?”, prepoteó uno. “Todas confundidas entre las rojas más finas”.

Los tirantes de color se desplegarían antes de empezado el partido, sobre los paravalanchas.

Los que sabían el plan, conocían el dato desde mucho antes: los jóvenes de la JP custodiarían y estarían a cargo esa tarde de todos los bolsos pesados. El eventual enfrentamiento entre las barras de ambos equipos sonaba a coartada. Lo era: se había planeado de común acuerdo. Otros tiempos de la rivalidad sellada a fuego que hoy conllevan quemeros y pinchas.

El plan era colocar banderas desplegadas en las tribunas: una agitación política de Montoneros 

Con la breve excepción de la edición del lunes 17 del diario La Prensa, los medios gráficos publicaron, sin filtros, el parte que el gobierno militar difundió sobre “los episodios sucedidos en La Plata”; un comunicado escueto, con responsabilidades ajenas, previsibles, para cerrar el caso: Gregorio Noya, argentino, de 38 años, domiciliado en avenida Riestra al 5900 de la Capital Federal, había sido alcanzado por una bala disparada por “delincuentes subversivos, mediante la utilización de armas de fuego de forma indiscriminada”, que habían respondido al accionar del ejército y la policía cuando éstos intervinieron para impedir “que un grupo de sujetos que se hallaba en el exterior del campo de juego elevara, mediante la utilización de globos, una inscripción similar a la secuestrada”.

“Montoneros”, en letras negras sobre fondo blanco, se leía en la primera bandera, la que se alcanzó a ver antes del entretiempo del partido, minutos después de las cuatro y cuarto de la tarde de ese domingo 16 de mayo, desplegada desde la parte superior de la torre de iluminación hacia el alambrado, sobre el sector lateral que unía la tribuna con la platea en la esquina de calle 57.

Tapa del diario El Día de La Plata del lunes 17 de mayo de 1976 con la cobertura de la luctuosa noticia

La crónica de La Prensa puso dudas sobre el origen de los incidentes –aunque refería “presuntamente a la acción de un grupo de personas subversivas” (sic)-, narró los episodios a partir del relato de testigos y bajo el amparo del potencial: “Los incidentes comenzaron cuando efectivos policiales se dirigieron a una de las torres de iluminación ubicada sobre la tribuna que da espaldas a la avenida 1, de la que pendía una improvisada gran bandera del tamaño de una sábana en la que en gruesos caracteres se podía leer el nombre de una organización terrorista. Dicha bandera, que se hallaba en el lugar desde las 14.30, fue descolgada mientras se jugaba el partido por un policía de civil al que secundaban otros uniformados (…) A las 16.20, cuando los futbolistas se hallaban en el descanso, se escucharon una serie de detonaciones de armas de fuego que provenían de la calle 1 (…) En ese momento, se observó el ascenso de un atado de globos inflados con gas, con los colores celeste y blanco, que tenía como misión elevar por sobre el estadio otra bandera de un grupo subversivo, la que habría quedado enganchada en los árboles de la calle. Allí intervinieron efectivos policiales que se enfrentaron con un grupo de personas que pretendía desengancharla”.

Quizás, sea el único documento fotográfico que exista sobre los hechos puede hallarse en la tapa del diario El Día. Allí se puede ver a Gregorio Noya recostado sobre una camilla que fue alcanzada desde el sector de los bancos de suplentes. Ante los gritos y las señas de los plateístas que lo acompañaban en el parte superior, minutos después de haber recibido el tiro, los auxiliares subieron por el alambrado la única camilla disponible en el estadio: la que usaban los médicos para los futbolistas lesionados.

“Incidentes” o “confuso episodio”, el uso tácito para deslindar eventuales responsabilidades oficiales, los medios gráficos en general (Clarín sólo publicó un recuadro sobre un “herido de bala” y nunca confirmó el crimen) cerraron el caso, el martes 18, con el informe oficial emitido por la Policía Bonaerense al mando de Ramón Camps. A Noya lo habían asesinado “delincuentes subversivos” que comenzaron a tirotear a la policía en el exterior de la cancha mientras intentaban infiltrar una bandera con “el nombre de una agrupación terrorista” (sic).

Un sobreviviente de la dictadura, que participó de la operación de agitación y propaganda para infiltrar las banderas en la cancha de Estudiantes de La Plata, se reencontraría décadas después con el luctuoso episodio a partir de los documentos de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA), desclasificados por la Comisión Provincial por la Memoria, que dan cuenta de aquella jornada del 16 de mayo de 1976.

Lo tenían “marcado” por “Monto” en el legajo 13.168, redactado el 27 de agosto de 1981 por la Comisión Asesora de Antecedentes de la ex DIPPBA.

Nombre: Adolfo Vicente Bergerot.
Nombre de guerra (sic): “Fito”.
D.N.I: 11.367.754.
C.I: 10.221.449.
Nacionalidad: Argentino.
Nacido en: Capital Federal.
Fecha: 8 de diciembre de 1954.
Profesión: Estudiante.
Conclusiones: “Registra antecedentes ideológicos marxistas que hacen aconsejable su no ingreso y/o permanencia en la administración pública. Militó en Mendoza y La Plata en la Juventud Universitaria Peronista (JUP), funcionando, por última vez, en las Tropas Especiales de Infantería (TEI)”.

Bergerot fue detenido y secuestrado. Estuvo desaparecido. Luego fue “blanqueado” y puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Se exiliaría en España y participaría de la Contraofensiva Montonera hasta romper con la Organización.

Ficha elaborada por los servicios de inteligencia sobre el militante político Adolfo Bergerot, legajo 13.168.

“El objetivo era izar la bandera, retirarnos y usar la cancha por la concentración de gente para poder hacer propaganda. Era una pancarta que decía ‘Videla asesino. Montoneros’. La idea era que subiera en el entretiempo, o en algún momento del partido, así toda la gente la veía”, reconstruyó Bergerot.

Según los informes de inteligencia de la Policía Bonaerense, el segundo grupo estaba conformado por universitarios de las facultades de Medicina y Veterinaria de la Universidad Nacional de La Plata, muchos de ellos simpatizantes de Estudiantes de La Plata: entre ellos, claro, el propio Bergerot.

La policía hizo un rápido cerrojo y luego disparó a quemarropa. Gregorio Noya se preparaba para ver el segundo tiempo. 

“En el momento en que los dos compañeros están -uno enganchando la bandera y otro los globos- llegan cinco o seis patrulleros y se ponen a tirar. Lo que había pasado era que un momento antes, adentro de la cancha, no sabemos quién, había hecho lo mismo pero en la tribuna de Huracán…”, confirmó Bergerot sobre la acción de propaganda en 1 y 57. 

La bandera contra Videla y su dictadura nunca llegaría a desplegarse y a Bergerot lo cercarían un día después del acto proselitista: la policía falsearía las actas obligándolo a declarar que había estado presente en las afueras del estadio para justificar su detención.

“Yo mismo había trazado los planos: cómo era la cancha, cómo había que ubicarse, cómo había que llegar, cómo había que retirarse… Pero por cuestiones personales no pude estar. Había viajado a Mercedes a ver a mis viejos y me detuvieron a la mañana siguiente. Sabía que eso podía pasarme. Lo entendía y así fue: me interrogaron y me torturaron”.

El acta falseada y su posterior detención estaban redactadas de antemano.

No sería la primera vez en que se aprovecharía un evento deportivo para denunciar a la dictadura. Tres años tardó “el gran golpe” de Suiza, en un partido amistoso que la Selección Argentina de Fútbol disputó contra el Seleccionado de Holanda en el estadio Wankdorf de Berna. “La gran revancha del Mundial”, lo vendieron como propuesta publicitaria, para ser transmitido en vivo y en directo para todo el país en ese mismo 1979 de la Contraofensiva, al cumplirse un año de la obtención de la Copa del Mundo de Fútbol de 1978.

Televisado por ATC, colgados estratégicamente en las tribunas cabeceras, se pudieron leer dos carteles ideados por los exiliados políticos, también con letras negras en imprenta: “Videla Asesino”, armado letra por letra para evitar los controles censores del estadio; y “Los militares son miseria y represión”. Los mensajes se vieron durante buena parte del partido pese a los esfuerzos de los técnicos de control del canal estatal, que apenas pudieron tapar la denuncia con un sobreimpreso oscuro publicitando un show de Les Luthiers. Se lo puede chequear, hoy, a mano en YouTube. El objetivo se había cumplido.

“Como la protesta no iba a pasar desapercibida para los televidentes, Enrique Quintana, embajador en Suiza, el contraalmirante Carlos Lacoste y el resto de la comitiva argentina presente en el estadio, intimaron a los organizadores que sacaran las banderas y carteles o, de lo contrario, la Selección no saldría a disputar el segundo tiempo. Un grupo de policías se metió en la tribuna donde estaban los hinchas para adueñarse de los carteles, pero se encontraron con una gran resistencia latinoamericana, ya que los argentinos fueron respaldados por uruguayos, chilenos, bolivianos y paraguayos presentes en la tribuna, más algunos suizos. Todos juntos mantuvieron en alto el reclamo de justicia”. 

La bandera blanca con las diez letras en negro que reproducía el nombre de la Orga era similar a aquellas. Pero, en La Plata, debía ser camuflada para esquivar el cacheo de prevención que usualmente realizan los efectivos policiales en el ingreso a los estadios.

“Se cuelga cerca de la ochava. Va atrás de la de ‘Globo Campeón’”.

El Hugo, de injerencia en la estructura de la Juventud Peronista, dio instrucciones y la ubicaron tapada con la otra más grande que se sostenía entre la torre de iluminación y el alambrado lateral, en el mismo sector de la antigua entrada a la cancha, en la esquina de 1 y 57.

Pasadas las cuatro y cuarto de la tarde de ese 16 de mayo de 1976, desplegada desde la parte superior de la torre, un grupo de personas izó la bandera con la inscripción quemera. Segundos después surgiría la insignia escondida: “Montoneros”.

Noya le acercó la mano al hijo apenas recibido el balazo. Los dos estaban de espaldas, en las filas superiores de la platea de avenida 1, junto al resto de los hinchas que ya habían empezado a refugiarse al notar el despliegue policial. No había arrancado aún el segundo tiempo.Sí la cacería: policías de civil y algunos uniformados se movilizaron sobre el pasillo de ingreso al sector visitante, arrancaron la bandera y detuvieron a dos personas, presuntamente las encargadas del izamiento, entre corridas e intercambio de disparos.

Todavía faltaba la segunda parte del plan, sobre 57 y 1: hacer ingresar una bandera similar, desde la calle y por sobre la cancha, amarrada con globos. La operación que décadas después confirmó el propio Adolfo Bergerot.

Los forcejeos y disparos se trasladaron, de los tablones del sector de Huracán, a la esquina. La policía hizo un rápido cerrojo y disparó sobre los sospechosos de colaborar con la remontada de la segunda bandera. Algunos de los militantes se escondieron sobre la copa de los árboles, procurando que la operación se completara desenganchando los globos. Pero fueron vistos. Les dispararon desde la vereda embaldosada de avenida 1, hacia arriba. La altura de los árboles coincidía con la ubicación de las últimas filas de la platea.

“Me dieron en la espalda”, alcanzó a decir Noya, que no estaba involucrado en la militancia peronista: había ido a ver a su equipo, como todos los fines de semana. Cuando le dispararon, volvía del baño y se sentaba en la butaca para ver el segundo tiempo. 

“Estudiantes de La Plata-Huracán, balazo calibre 9 policial ingresado por la espalda y disparado por personal que venía a reprimir un acto de suelta de globos organizado por los Montoneros: Impune”.

Las crónicas del partido marcaron la figura del juvenil arquero visitante, Eduardo Jurkevicious, mérito directo para que el Pincha de Carlos Salvador Bilardo no pudiera quitarle el invicto al Huracán puntero en el durísimo cruce de candidatos del Campeonato Metropolitano 1976. Lo revela la -inédita para la época- cantidad de expulsados que tuvieron los 90 minutos: tres por Estudiantes, dos por el Globo.

"El Narigón" era el entrenador de Estudiantes durante los sucesos de 1976 ante Huracán.

Con el 0-0 como chapa definitiva, se anunció por los altoparlantes que la policía cerraría los accesos de las dos tribunas para evitar la desconcentración del público: serían palpados de armas y se revisarían sus documentos de identidad; uno por uno.

Los “sospechosos”, a arbitrariedad militar y policial, y aquellos sin DNI, fueron demorados y trasladados a dependencias policiales de la zona. Mientras tanto, las radios de amplitud modulada que cubrían el partido instaban a los familiares de los hinchas, retenidos en el interior del estadio Jorge Luis Hirschi, a concurrir a la puerta con las identificaciones de sus parientes para que fueran autorizados a retirarse. Así de grotesco e inimaginable.

Ya de noche, pasadas las 20 horas y abiertas las puertas para que los hinchas desconcentraran en fila de a dos, Noya comenzaba a ser intervenido en un hospital cercano. Agonizaría y moriría después del mediodía del lunes 17 de mayo de aquel 1976.

Con culpables, sin condena.

Nadie imaginó que durante esa jornada ocurriría la primera muerte en una cancha

Gregorio Noya emerge como el fallecido número 98 en el listado de la organización no gubernamental “Salvemos al Fútbol” sobre las 347 muertes por la “violencia en el fútbol argentino”, desde la primera reconocida, de 1922. Una de las últimas fue la del tripero César Regueiro, ocurrida en La Plata en un partido frente a Boca por el Campeonato de Primera División 2022. Cien años. Noya es uno de los miles de asesinatos impunes que quedaron del accionar represivo de la última dictadura; la primera en un estadio de fútbol.

En el período de gobierno de la dictadura0, entre 1976 y 1983, se sucedieron doce muertes en distintos partidos de fútbol organizados oficialmente por la Asociación del Fútbol Argentino: Gregorio Noya, Jacobo Sitas, Manuel Díaz, Norberto Páez, Jorge Cardozo, Ricardo Joffé, José Pérez, Raúl Martínez, Raúl Calixto, Miguel Frías (simpatizante de Estudiantes, la noche de la final en Avellaneda del Nacional 1983, el 10 de junio de ese año, al ser arrojado de una formación del FFCC Roca mientras viajaba hacia el estadio), Roberto Basile y Aníbal Taranto.

El fallecimiento de Taranto, en medio de un crecimiento exponencial de la violencia y los incidentes en las canchas con el “enfriamiento” del aparato represivo militar, puso de manifiesto la ligazón directa de los dirigentes de los clubes en el fortalecimiento de las llamadas “barras bravas”, a las que financiaban con dinero, entradas y negocios financieros. Taranto, asesinado tras un clásico entre Boca-River de octubre de 1983, “tuvo honores de guerrero: su cuerpo fue cubierto con la bandera oficial del Club Atlético River Plate y una guardia de honor de pie, junto al féretro, encabezada por Rafael Aragón Cabrera, presidente de los Millonarios”, según confirma la ONG “Salvemos al Fútbol” en sus trabajos de investigación.

Las denuncias de la mencionada ONG tiene un hilo conductor ineludible en la investigación del periodista Amílcar Romero: a mediados de la década del ’80, publicó el revelador “Muerte en la cancha”, donde describe, entre otros, el reportaje que le realizó, años después del asesinato, al hijo de Gregorio Noya para la indagación de fuentes y la posterior publicación.

(*) La crónica original, ampliada para el Seminario Internacional sobre Archivos de la Represión organizado por la Comisión Provincial por la Memoria en 2021, fue publicada durante un concurso de investigación sobre Deporte, Violencia y Política organizado por la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, en 2015.

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