Canal Oeste imagen de Thomas Bradley.
En los inicios de la ciudad fue difícil hallar familias con interés por radicarse en la nueva capital y las autoridades tuvieron que legislar para obligar a los funcionarios públicos a mudarse. Sin embargo, sorteado aquel primer momento, se dio paso a un crecimiento poblacional sostenido. Los primeros habitantes fueron obreros, artesanos y agricultores, en su mayoría inmigrantes.
El proceso de ocupación del espacio platense se había verificado, inicialmente, alrededor del denominado eje fundacional en el que se asentaban los principales edificios públicos; algo que rápidamente se combinó con el surgimiento de un segundo eje perpendicular, evidenciado sobre las avenidas 7 y 13, que expresaba la penetración de las vías de comunicación con la ciudad de Buenos Aires. Ya en los primeros años de vida de la ciudad puede observarse un primer desmadre del plano cuadrilátero orientado hacia el antiguo pueblo de Tolosa, donde se afincaron los pioneros y, poco tiempo después, en derredor de los ladrillales de Los Hornos.
PRIMERAS MEDIDAS
En 1884, el año en el que se instalaron efectivamente los poderes públicos en la ciudad, se habían dado por terminadas las obras de los primeros afirmados en las principales arterias y había quedado establecida la “Comisión de Higiene y Vías Públicas de La Plata”, cuya presidencia fue ejercida por Bernardo Calderón; a este cuerpo le fue concedido un virtual reconocimiento de comisión municipal y mediante decreto del 14 de mayo, el nuevo gobernador Carlos D’Amico, que reemplazó a Rocha quien regresó a su banca en el Senado, concedió a dicha comisión las facultades de que estaba investido el juez de Paz, pero debía consultar al Poder Ejecutivo con respecto a las ordenanzas que fueran de carácter general.
El 7 de julio se aceptó la renuncia de Calderón y se designó a Juan José Lanusse para ocupar la presidencia del cuerpo. En esos meses se incorporó el servicio de iluminación eléctrica, siendo la primera ciudad del país en tenerla y al año siguiente se inauguró el primer sistema de alumbrado público, único en el país.
Los problemas hídricos quedaron prontamente en evidencia a poco tiempo de haber sido fundada la ciudad
Se dictaron, entonces, una serie de disposiciones orientadas al ordenamiento urbano en el terreno mismo y con la ciudad literalmente en proceso de construcción. Entre ellas se destaca el decreto rubricado por el primer intendente platense, Carlos Fajardo, que en diciembre de 1882 fijó una primera reglamentación vinculada con el uso del suelo para la instalación de “hornos de ladrillos y los establecimientos insalubres”.
No tuvo que pasar mucho tiempo para que los problemas hídricos quedaran al descubierto. El 6 de enero de 1885 D’Amico rubricó un decreto por el cual se aprobaron planos y presupuesto para el dragado y canalización del arroyo Del Gato. El documento hace presumir que para entonces, pudo haberse producido algún desborde del que, sin embargo, no se conocen registros. Al mismo tiempo, sirve para demostrar que a esa altura, a tres años de fundada la ciudad, el problema comenzaba a despuntar.
En aquellos días, la prensa local informaba sobre un “zanjón” de unos cuatro metros de ancho a la altura de la calle 18 entre 51 y 53 que desembocaba en el Gato y que, en temporadas lluviosas, se volvía “muy peligroso por su notable caudal”. También se mencionaba otro curso de agua que corría por la zona de 8 y 61 y que provocaba similares trastornos.
En 1896 entró en vigencia la primera ley provincial de desagües por la que se creó la Dirección de Desagües de la provincia, antecedente de la Dirección de Hidráulica, destinada a intervenir en la regulación de las consecuencias tanto del régimen de lluvias como del sistema hídrico. En aquella época, tal como lo recordó la investigadora especialista en temas de administración pública, Elsa Pereyra, en su ponencia “La política del agua en la Provincia de Buenos Aires: las tensiones de la gestión en perspectiva histórica” en la que señala que “el conocimiento científico-técnico acerca de las particularidades de los regímenes hídricos existentes en el territorio provincial –que involucraban a cuencas cuya extensión sobrepasaba sus límites político administrativos-, presentaba ciertas lagunas e insuficiencias que condicionaron las respuestas técnicas ideadas para responder a los problemas identificados”.
Para entonces, ya hacía más de una década que el naturalista Florentino Ameghino había difundido su tesis Las secas y las inundaciones en la provincia de Buenos Aires sobre los ciclos de agua en la llanura bonaerense. En aquel trabajo, publicado en 1884, Ameghino defendió la alternativa de retener las aguas antes que intervenir de manera artificial en su reconducción por vía de canales de escurrimiento. Sin embargo, la política imperante en la época fue el desarrollo de obras de canalización, entubamiento y desagües. Así surge del Proyecto General de Obras de Desagües de la provincia de Buenos Aires, elaborado en 1899, que constituyó la base fundamental sobre la cual se emprendieron las principales intervenciones orientadas a conducir de manera artificial las aguas. Las instituciones provinciales vinculadas con la regulación y administración de los recursos hídricos se perfilaron de manera nítida.
Como lo apunta Pereyra, el régimen de las aguas en la provincia de Buenos Aires estuvo en gran medida regulado, entonces, por un lado por el Código Civil, que instituye el dominio público sobre las aguas, la jurisdicción nacional en materia de cursos navegables y el mar, los recaudos básicos en lo concerniente a la preservación de los derechos y obligaciones civiles en el uso de las aguas públicas. Por otra parte, también se fueron dictando una serie de decretos que contemplaban ciertas prescripciones específicas.
Así, el Departamento de Ingenieros, la Dirección de Hidráulica y la Dirección General de Saneamiento y Obras Sanitarias, todas oficinas dependientes del Ministerio de Obras Públicas provincia,l han sido las instancias en las que se fueron definiendo las políticas en el territorio bonaerense y, obviamente, también, en la capital de la provincia.
EXPANSIÓN Y DESAJUSTES
Para cuando arrancó el siglo XX los desajustes provocados por la premura con que la ciudad fue erigida empezaron a quedar de manifiesto. La inexistencia de un sistema de desagües ya era un déficit notable que solía ser reflejado por la prensa.
Lo cierto es que la lluvia de aquel domingo de abril de 1911 resultó la más importante del siglo pasado. Sus consecuencias no incluyeron víctimas fatales y generaron una uniforme reacción de solidaridad; hasta el presidente de la Nación, Roque Sáenz Peña, quien recorrió la zona inundada junto a varios de sus ministros, realizó una donación de 10 mil pesos para ayudar a los damnificados. En su edición del día siguiente, el diario El Día, el más antiguo y tradicional periódico de la ciudad, desarrolló con detalle el fenómeno desencadenado en la víspera en una extensa nota que llevó como título: “La lluvia. Casas inundadas. Auxilio de los bomberos”. Según ese artículo: “El aguacero de ayer ha inundado por completo la ciudad, llenado las calles, aún aquellas que tienen ya construidos los desagües pluviales, amenazado los edificios, sin excepción, puesto que la excepcional caída de agua hizo que fueran insuficientes las mejores defensas”.
Por entonces ya se habían dado por terminados los trabajos de una nueva nivelación general del casco urbano, iniciados en enero de 1905 y las obras de desagües tanto pluviales como cloacales, que habían demandado varios años.
Desde la época fundacional, el efecto perjudicial del desborde de los cursos de agua que atravesaban la ciudad se constataba con cada lluvia de mediana intensidad. Situación que tenía basamento en la inexistencia de una planificación adecuada de obras estructurales de drenaje con capacidad suficiente.
Con el agua a la cintura sobre avenida 19.
De acuerdo con los estudios realizados por el ingeniero Raúl Antonio Lopardo, las primeras obras hidráulicas de relevancia en La Plata estuvieron a cargo de los ingenieros Gustavo Kreuzer y Arturo González. Al desarrollar sus proyectos los profesionales optaron por la alternativa de desaguar los residuos cloacales y las aguas pluviales por conductos independientes. Para diseñar el sistema de drenaje del agua de lluvia para la ciudad estimaron una intensidad máxima de precipitación del orden de los 48 milímetros por hora, lo cual implica una capacidad de conducción de casi 22 milímetros por segundo y por hectárea.
Kreuzer y González, que dejaron por escrito detalles de su trabajo en una monografía titulada “Las obras de saneamiento de la ciudad de La Plata”, editada por el Ministerio de Obras Públicas de la Provincia de Buenos Aires en 1910, consideraron que por encima de esos guarismos se ubicaban los eventos excepcionales que no superarían la marca de uno o a lo sumo dos al año con duraciones de 5 a 15 minutos, “no ofreciendo peligro de acumulación de aguas", según cita Lopardo, ex titular del Instituto Nacional del Agua (INA). Para recoger la precipitación se proyectaron la instalación de alcantarillas al pie de las veredas de las bocacalles con rejas horizontales y verticales para impedir el paso de desperdicios. Estos sumideros se comunicaban con los conductos de desagüe dirigidos hacia el río de La Plata.
Los arroyo Pérez y Del Gato fueron paradigmáticos en la canalización y entubamiento del agua
El costo de las obras de desagües pluviales de La Plata ascendía a 2.001.968 de pesos; la mitad del valor erogado por la construcción de los conductos cloacales, que, según lo consignado fue de 4.195.291 pesos. Los trabajos, realizados por la empresa "Sociedad de Construcciones y Obras Públicas del Río de la Plata", se iniciaron el 9 de diciembre de 1906 y se prolongaron durante más de tres años. Según se indica en el informe elaborado por Lopardo: “se restringió el proyecto al perímetro comprendido entre las calles de 42 a 69 y de 1 a 31, en total 695 manzanas, aproximadamente el 53 por ciento de la superficie total” de la ciudad.
“Ese diseño -prosigue el especialista- dividió la superficie a drenar en dos secciones, una de las cuales se refiere a la zona sudeste, abarca desde 53 a 59 (307 hectáreas). Las aguas de esta sección son llevadas por conductos secundarios a un conducto principal, que corre paralelamente al conducto maestro de residuos cloacales tanto por la diagonal 79 como por la calle 66. Este conducto se construyó cerrado hasta interceptar la ruta a Magdalena, donde se continuaba con un canal a cielo abierto de 7 metros de ancho”. En tanto, “la segunda sección, para el desagüe de más de 1.000 hectáreas, se proyectaron conductos colectores para desembocar en el llamado canal Del Gato, construido en línea recta por la calle 11 desde la calle 39 hasta el enlace con el antiguo cauce, frente a los hornos de ladrillo de Ringuelet. Para evitar inundaciones de terrenos bajos en esa época se efectuó el ensanchamiento y dragado del cauce Del Gato en toda su longitud, hasta su desembocadura”.
El experto explicó, asimismo, que la “base fundamental” del sistema de desagüe cloacal era un conducto maestro que, “arrancando en la parte baja de la calle 18, atraviesa la ciudad mediante un túnel que sigue la calle 55 hasta la calle 5, luego toma la diagonal 79 hasta la calle 66 y desde allí va a desembocar a la costa del río de la Plata en un punto conocido como Palo Blanco, que dista unos 7.000 metros aguas abajo del canal de acceso al puerto La Plata”. En aquel momento ese sistema buscaba evacuar los residuos cloacales de tres cuartas partes de la ciudad por simple flujo a gravedad, utilizando la pendiente natural del terreno, sin el empleo de bombas. Para el resto, que no podía desaguar por gravedad por problemas de niveles, el diseño previó conducir los detritos a un pozo colector y elevarlos desde allí al conducto maestro de 1,5 metros de diámetro con una capacidad de transporte mediante bombeo de un caudal de 1, 6 metros cúbicos por segundo.
El gobierno bonaerense había informado que los conductos de desagüe de la ciudad habían sido terminados en octubre de 1909 y el caño maestro a principios del año siguiente. La inauguración oficial de esas obras, que también sirvió para anunciar el inicio de la construcción de las cloacas domiciliarias, fue encabezada el gobernador Ignacio Darío Irigoyen y tuvo lugar el 31 de marzo de 1910.
Paisaje tras inundación en la década del 30 en la zona de la actual localidad de Ringuelet.
En enero de ese año se había sancionado la ley 3221 que distinguió los desagües de interés público como “aquellos que beneficien a la salud pública, a dos o más fundos o a veinte mil hectáreas de tierra cuando menos”; de los de interés privado ligados “única y exclusivamente a un fundo o propietario”. En el caso de los desagües de interés público el texto indicaba que, “todo el que pretenda llevar a cabo obras de desecación o desagüe a través de propiedades ajenas, se presentará con solicitud en forma ante la Dirección de Desagües”, dependencia que se constituía en autoridad de aplicación de la norma.
OBRAS POSTERGADAS O INCONCLUSAS
La persistencia de los problemas de drenaje expuesta dramáticamente ante cada lluvia de mediana intensidad y que se profundizaba a medida que la ciudad crecía llevó a las autoridades a anunciar en 1922 el entubamiento y canalización del arroyo Pérez, sobre la calle 11, una iniciativa que, sin embargo -y como ocurrió con muchas otras a lo largo de la historia platense- sólo quedó en los estudios preliminares. Habían pasado cuarenta años de la fundación y más de una década de la gran inundación de 1911 y el problema continuaba irresuelto. Para entonces, el Boletín Provincial de Estadística reflejaba que casi 150 mil personas vivían en la ciudad; lo que implicaba un decisivo crecimiento demográfico, verificado especialmente hacia las áreas periféricas dentro del casco fundacional.
A esta altura queda claro, a partir de la observación de los registros de las distintas épocas, que las obras de desagüe en la capital bonaerense no sólo no respondieron a una planificación integral, sino que, en general, han sido el resultado de reacciones espasmódicas a las consecuencias, cada vez más gravosas, de cada nuevo temporal.
El carácter parcial que presentaban aquellas primeras obras de escurrimiento de los excesos pluviales fue puesto a prueba severamente durante la década del 30, cuando se produjeron varios eventos de magnitud que demostraron, una vez más, su insuficiencia. En efecto, otra de las grandes inundaciones en la historia de La Plata se produjo entre la noche del lunes 10 al martes 11 de marzo de 1930.
Bocas de tormenta y sumideros por donde el agua de lluvia baja a los túneles subterráneos
“El temporal de esta madrugada inundó varios barrios de la ciudad”, tituló el diario El Argentino, desde donde se alertaba que “el agua estancada mantiene en peligro a sus pobladores”. El periódico informó que la tormenta dio comienzo con una fuerte granizada seguida de una lluvia intensa que rápidamente ofreció en las calles un panorama “hasta cierto punto pintoresco, pues se habían formado verdaderas vías venecianas”. “En pocos minutos las calles céntricas en un radio extenso se anegaron completamente, penetrando el agua en los sótanos y locales de negocios. En los barrios de la periferia la inundación cubrió por entero varias manzanas, sembrando la alarma entre los vecinos de las viviendas ubicadas en dichos parajes, pues la violencia del agua y del granizo despertó sobresaltados a sus moradores, los cuales debieron recurrir a todos los medios para desalojar el agua que había invadido las casas”, se consignó.
Según la marca registrada en el Observatorio la precipitación llegó a 173,8 milímetros. Enterado de la magnitud del problema el gobernador radical Valentín Vergara había dispuesto la instrumentación de un “plan de auxilios para los damnificados” en el que intervinieron agentes de Policía y Bomberos, efectivos del Apostadero Naval y del Regimiento 7 de Infantería y empleados del municipio. Ante la gravedad de los hechos se improvisaron albergues para las familias más afectadas y se realizaron durante toda la jornada siguiente innumerables salvatajes, sin informarse sobre víctimas fatales.
LOS BOTES DEL BOSQUE
En aquel momento hubo numerosos y esforzados salvatajes que en gran medida fueron posibles varios botes cedidos por el concesionario del Teatro del Lago del Bosque platense, Santiago Dezza, que vinieron a reforzar los escasos elementos de rescate con que contaban las autoridades.
El diario El Día acompañó su cobertura con un plano del casco urbano en el que se observan los excedentes hídricos cruzando en diagonal el damero dando una imagen certera del valle de inundación y publicó un artículo editorial en el que, “ante las proporciones que ha alcanzado el temporal”, convocó a la acción solidaria de las “damas de nuestra sociedad, siempre abiertas a las más nobles solicitaciones del bien”.
En los días subsiguientes se informó sobre otros daños, como los sufridos por el Hospital de Niños que había quedado prácticamente aislado, rodeado por las aguas.
La gravedad de lo ocurrido motivó una iniciativa que se volverá una constante en las siguientes inundaciones: el Concejo Deliberante local conformó una comisión de ayuda a los damnificado y dispuso, mediante una ordenanza, la distribución de subsidios por la suma total de 20 mil pesos para “familias pobres” entre los afectados, pidió a la compañía de electricidad la provisión gratuita del servicio. la realización de un “corso a beneficio”. Por su parte la intendencia anunció la entrega de 5 mil pesos en ayuda a los damnificados.
Por falta de adecuación y mantenimiento el sistema se ve sobrepasado aún por lluvias de mediana intensidad.
También puede leerse en la prensa de la época, la realización de numerosas colectas, actividades y donaciones efectuadas por empresas, entidades intermedias y particulares.
Una semana después de la inundación, el intendente de turno, Pedro Haramboure, reactivó y giró al Concejo Deliberante un expediente que se había iniciado cinco años atrás para la construcción de las obras de desagües de la ciudad pero que aún no se había concretado.
En su mensaje el jefe comunal indicó: “para la realización de estas obras, presupuestadas por la Dirección de Saneamiento en la suma de 12.075.274,32 pesos se aconseja por esa dirección la elevación de las tarifas de aguas corrientes y obras sanitarias vigentes actualmente en esta ciudad, en la forma en que se indica en el expediente del año 1925 del Ministerio de Obras Públicas, en referencia a la iniciativa ya mencionada y originalmente gestada tres años antes de aquella fecha.
Haramboure solicitó a los ediles la aprobación para las obras de desagües pluviales en la planta urbana y suburbana de La Plata que abarcaran también trabajos en Berisso y Ensenada. Además, adjuntó una serie de estudios ya realizados de los desagües pluviales y subrayó: “que no han sido realizados hasta la fecha por falta de fondos”. Al mismo tiempo el funcionario pidió que se revisara la idea de aumentar las tarifas a las que consideró ya de por sí como “elevadas”. Finalmente, requirió al cuerpo deliberativo celeridad en la definición del asunto: “a fin de que las obras puedan iniciarse a la brevedad posible ya que ellas, lo ha expresado ese Concejo en varias oportunidades, son de urgente necesidad para nuestra población al alejar los peligros de las inundaciones tan frecuentes en épocas de grandes lluvias”, expresó el alcalde.
En estudios como los encarados por los historiadores Antonino Salvadores y José María Rey, publicados a propósito del cincuentenario de la ciudad, comenzaron a poner un toque de atención sobre las primeras distorsiones vinculadas con la alteración de los criterios de uso del suelo previstos originalmente. Entonces, la ciudad ya había superado los 200 mil habitantes.
Tres meses después de cumplir su primer medio siglo de vida otra tormenta azotó La Plata. El evento se desató en la madrugada del jueves 2 de febrero de 1933 y persistió durante varias horas. Al finalizar el aguacero, el gobernador Federico Lorenzo Martínez de Hoz, junto con su ministro de Obras Públicas, Edgardo Miguez y el intendente municipal Alfredo Marchisotti recorrieron las zonas más afectadas y se comprometieron a realizar las obras principales.
El 28 de mayo de 1934 se inauguró un puente en la desembocadura del arroyo del Gato, que permitía el acceso a los balnearios de Punta Lara a partir de un camino pavimentado. El 27 de julio de ese mismo año, el Ejecutivo provincial envió a la Cámara de Diputados un proyecto de ley de desagües para la ciudad en el que preveía la realización de las obras sugeridas. Pero la iniciativa naufragó. Envuelto en una interna del gobernante Partido Conservador originada con una disputa sobre la continuidad del fraude electoral, el gobernador Martínez de Hoz terminó, en marzo de 1935, destituido a partir de un proceso de juicio político por malversación de fondos públicos. La provincia fue intervenida y las obras para resolver el problema hídrico de La Plata, guardadas en un cajón a la espera de una ocasión más propicia.
En la historia de la ciudad se observa cómo se produjeron constantes dilaciones en la concreción de obras de desagüe.
Al depuesto mandatario lo suplantó Raúl Díaz, que era vicegobernador y fue el primer platense en ocupar la primera magistratura del Estado bonaerense. Díaz, que también había oficiado de comisionado de la intendencia local durante 1931 en el marco del golpe que había derrocado a Yrigoyen, llevó como ministro de Obras Públicas a otro platense, el ingeniero Numa Tapia.
Tiempo después, el 24 de junio de 1936, el diputado Vicente Centurión reprodujo y actualizó el proyecto que, al mes siguiente, logró despacho positivo de las comisiones de Obras Públicas y Hacienda y mediante una moción de preferencia resultó aprobada en la Cámara Baja provincial el 2 de septiembre de aquel año. Una semana después la iniciativa ingresó en Senadores que, sin embargo, recién le dio sanción con modificaciones el 30 de abril de 1937. Los cambios introducidos devolvieron el proyecto a Diputados.
NUEVAS DILACIONES
En vísperas a la llegada de la primavera de aquel año y sin que el proyecto para construir los desagües lograra progresar, la ciudad sufrió una nueva inundación. La lluvia comenzó el domingo 19 de septiembre y se mantuvo por dos días. Afectó los barrios La Loma, Ringuelet, Gonnet, además de romper el afirmado en varios puntos del camino que unía la ciudad con la Capital Federal.
El intendente Luis María Berro realizó una recorrida por distintos barrios para interiorizarse sobre los alcances de la inundación que como de costumbre había afectado principalmente zona aledaña al viejo cauce Del Gato. Lo acompañaron los diputados provinciales Cándido Pérez García, José Verzura y Diego Argüello.
El jefe comunal consiguió el compromiso de los legisladores para impulsar una pronta sanción del proyecto de ley de desagües de la ciudad que seguía demorado en la Cámara de Diputados en segunda revisión. Los diputados cumplieron con su palabra y solicitaron el tratamiento sobre tablas. Sólo entonces el trámite se destrabó y la Legislatura bonaerense aprobó, finalmente, la ley de “Obras de desagües para el partido de La Plata”, promulgada bajo el número 4620 a fines de 1937. La norma declaró con el carácter de “urgencia” una serie de obras de drenaje para la ciudad. El texto disponía la realización de una serie de trabajos como la canalización y rectificación del arroyo “El Gato”, desde la calle 331 hasta el puente de la calle 307, y desde éste hasta su desembocadura en el río de La Plata, se practicarán las obras de limpieza necesarias; la construcción de la red principal de desagües urbanos, con la construcción de un entubamiento en el boulevard Circunvalación 31 y su prolongación calle 331, desde 68 hasta su encuentro con el arroyo “El Gato” y sus ramales convergentes; entubamiento del canal de la calle 11, desde la calle 39, hasta el boulebard 32; y entubammiento de la zanja existente en la zona Sud, desde la calle 58 y 19, hasta la calle 64 y 24.
La misma ley estableció el llamado a licitación y autorizó al Ejecutivo “a tomar de rentas generales los fondos necesarios para que las obras se ejecuten en el corriente año, de acuerdo con la autorización de esta ley, que se declara de urgencia, con imputación a la misma y con cargo de reintegro con la economía proveniente de la conversión de los empréstitos de la deuda interna”. Asimismo, la ley contempló la creación de un “impuesto de desagüe”. Asimismo, se autorizó al Gobierno a expropiar los terrenos que fuera necesario afectar a las tareas previstas en la ley y se estipuló que, una vez terminados los trabajos, la explotación, administración y conservación de las obras correría por cuenta del Municipio. Lo mismo había ocurrido con la ley que, en 1910, dispuso la construcción de obras domiciliarias de cloacas y aguas corrientes. El texto, fechado el 16 de diciembre de 1937 lleva las firmas de los legisladores Aurelio Amodeo, Roberto Uzal, José Villa Abrille y Felipe Cialé.
Era común que en cada inundación recurrente se reclutara rescatistas entre los soldados del Regimiento 7 de Infantería.
Cuatro meses después, el 26 de abril de abril de 1938, el Observatorio, registró una caída de 118 milímetros de agua de lluvia. Aquel nuevo episodio fue el que vinculó, por primera vez, una inundación de la ciudad con la muerte. Dos hombres perdieron la vida electrocutados en la localidad de Melchor Romero, un suburbio rural al Oeste de La PlataEn 19, mientras intentaban reestablecer el servicio de energía eléctrica que sufría desperfectos por el fuerte aguacero. Las víctimas fueron identificadas por la policía como Ernesto Mauricio Korn, vecino de la zona, y Evelino Talone, empleado de la compañía eléctrica.
Como reacción al impacto causado por la inundación, el gobierno provincial a cargo de Manuel Fresco, prometió, una vez más, la canalización del arroyo Del Gato, la realización de conductos aliviadores y el entubamiento en algunos tramos secundarios del cauce. Fiel representante del conservador Partido Demócrata Nacional Fresco había llegado al poder por medio del consabido fraude electoral, imprimió a su gestión un fuerte perfil vinculado a la obra pública. Durante ese período fueron restaurados varios de los más importantes edificios públicos de La Plata. Como dato anecdótico -o no tanto- su gestión se adjudicó la construcción de un puente sobre el arroyo Del Gato que había sido inaugurado años atrás por Martínez de Hoz.
Al año siguiente, el problema volvió a repetirse sin que las obras comprometidas se hubiesen concretado: El domingo 15 de octubre de 1939, el registro del Observatorio del Bosque indicó una lluvia de 108 milímetros mientras que el lunes se sumaron otros 102,6 milímetros. Según la crónica periodística, en esa ocasión, los bomberos contaban con carros y algunos botes, además de caballos con los que se realizaron salvatajes a partir de haberse dispuesto un operativo extraordinario que incluyó recorridas de efectivos de las seccionales Primera y Quinta de la policía provincial, además un grupo especial de “remeros y nadadores”.
En 1938 se produjeron las primeras dos muertes de que exista registro a causa de una inundación. Las víctimas perecieron electrocutadas.
Se había constituido, por entonces, una Comisión Pro Desagües de la Ciudad integrada por vecinos de distintos barrios solicitó una urgente entrevista con las autoridades de Obras Públicas para hacer conocer los perjuicios sufridos y reclamar “la adopción de rápidas medidas para evitar en adelante ese peligro”. Reunidos en el Centro de Fomento Parque San Martín en una asamblea “numerosa y agitada”, se comprometieron a realizar reuniones periódicas a fin de “organizar un movimiento de opinión tendiente a lograr la pronta construcción de los desagües”. Una reacción similar se registró en la sede de la Asociación Vanguardias de la Defensa Comunal de la Zona Sur.
Nuevamente, el mapa de la inundación afloró, inapelable, sobre el terreno.
QUIEBRE DEL MODELO URBANO
Con el comienzo de la década de 1930 se había inaugurado en el país un período de fuerte inestabilidad política acompañada de una mayor intervención del Estado en la economía. Fue cuando comenzaron a advertirse en La Plata los primeros rasgos de ruptura del proyecto urbano. “A partir de entonces, la especulación inmobiliaria y la aparición del automotor favorecieron un desarrollo descontrolado, más allá de la traza inicial”, considera el urbanista suizo Alan Garnier en su libro El cuadrado roto. Sueños y realidades de La Plata, publicado en 1992 por la Municipalidad y el Laboratorio de Investigaciones del Territorio y el Ambiente de la Comisión de Investigaciones Científicas de la provincia de Buenos Aires en base a una traducción del texto original editado en francés en 1989 por la Escuela Politécnica Federal de Lausana. Se trata de uno de los primeros trabajos que enfocaron a La Plata como proyecto urbano haciendo hincapié en los problemas que arrastra desde su creación. No obstante, la mirada urbanística, sociológica y demográfica del estudio reincide en excluir del análisis los inconvenientes congénitos de la ciudad vinculados con su crítica realidad hídrica.
Durante la década del 30 la edificación del casco original avanzó notoriamente. Para entonces ya se habían conformado, además, varios núcleos suburbanos como Tolosa, Gonnet, City Bell, Villa Elisa, Melchor Romero y Abasto. En esos años en la provincia se alternaron inundaciones y sequías pronunciadas que afectaron a amplios sectores productivos del campo desde donde se volvió a poner en el centro del debate la necesidad de una política de regulación para el uso y aprovechamiento del agua.
En aquel tiempo, la importante inmobiliaria J. C. Thill y Cia, ofrecía 93 lotes en la zona de 72 y 25. La publicidad que aparecía en los diarios locales incluía una foto que mostraba zonas anegadas acompañada de la leyenda: “¡Aquí no le pasará esto! Compre aquí y estará a cubierto de cualquier inundación”.
A los botes.
A mediados de 1942 el intendente, Numa Tapia, que había sido ministro provincial de Obras Públicas durante el gobierno provincial de Raúl Díaz, impulsó el tratamiento de una nueva ley de desagües para la ciudad. El 29 de octubre de ese año el gobernador de turno, Rodolfo Moreno, un jurista platense de dilatada trayectoria en la política provincial logró que la Legislatura aprobara el proyecto en un veloz trámite. La legislación, promulgada bajo el número 4871 una semana más tarde, dejó en evidencia el incumplimiento de la ley 4620 de 1937, que había sido sancionada con el mismo fin. En ambos casos se hizo explícito el carácter “urgente” de la concreción de las obras.
A diferencia de su antecesora, la nueva norma no especificó el tipo de trabajos a realizar y sólo mencionó que se trataba de las obras propuestas por la Dirección de Hidráulica. En su segundo artículo estableció que la administración bonaerense se haría cargo del 40 por ciento del costo, mientras que el porcentaje restante sería financiado mediante un impuesto a los vecinos que se beneficiarían con la medida, algo que tampoco estaba contemplado en la inaplicada legislación anterior. En la versión del 37 se había previsto ese gravamen para cubrir el total del costo de las obras.
En abril de 1943, pocos meses antes del golpe que derrocó al presidente Ramón Castillo, Moreno renunció a la gobernación y la iniciativa hidráulica tuvo que seguir esperando su momento. Lo que sí avanzó en las décadas del 40 y 50 fue la degradación del casco fundacional y el crecimiento poblacional resultado de un proceso de migración interna que se ha sostenido en el tiempo y produjo la expansión de la periferia donde había oferta de lotes baratos. “Ese fenómeno de suburbanización se debió, sobre todo, a la ausencia de normas legales eficaces en la realidad y a una falta de voluntad política de controlar el desarrollo de la ciudad”, concluye Garnier.
En los años que siguieron la historia volvió a repetirse una y otra vez, hasta que en 2013 se convirtió en tragedia.
(El presente texto está basado en un capítulo del libro Genealogía de una tragedia de Pablo Romanazzi y el autor del mismo)