domingo 16 de febrero de 2025

Encuentro de viejas épocas, evocaciones platenses

La concurrencia de un cierto tiempo doméstico disponible, la necesidad de recordar y de compartir los recuerdos, el anhelo por volver mejores momentos, todos ellos y otros estímulos propician la creación de sitios en los que los platenses mayores de 50 y hasta que raye, invitan a sus vecinos a recorrer lugares emblemáticos que ya no existen para reconstruirlos a través de las redes sociales.

Entre los muchos acontecimientos originales de estos tiempos de pandemia, aislamiento y distanciamiento, las mujeres y los hombres de la ciudad de las diagonales vuelven a los sitios donde, como dice la canción, amaron la vida

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Proliferan en las redes, con nutridos seguidores, grupos de personas que por calidad etaria decidieron convocar a la nostalgia de espacios que ya no existen, pero que marcaron época, porque cada época, los platenses lo saben, tuvo su emergente social y su símbolo material. Se trata de bares, comercios, cines, boliches bailables y otros universos que se tornaron intangibles, pero perduran en el tiempo.

Se trata de la evocación de hombres y mujeres que comparten la memoria de una generación. Una franja de edad constituida por aquellas y aquellos que vivieron la infancia y parte de la adolescencia en los años de la dictadura y acto seguido, disfrutaron de las mieles libres del regreso a la democracia en 1983.

Esa instancia de haber pasado de la oscura noche de la censura y el autoritarismo, regada por consignas que signaron los años vitales de su existencia a fuerza de veladas amenazas como “El silencio es salud” o aquella dirigida a los padres “¿Sabe usted dónde está su hijo ahora?” los tornó diferentes. Ellas y ellos funcionan como la bisagra de un ventanal que no termina aún de cerrar, pero que dejó pasar el sol, luego de una espantosa tormenta.

La Plata ha sido una ciudad azotada por la dictadura. Un territorio que sintió el castigo demencial de la desaparición de personas a plena luz del día y que todavía guarda residuos de metralla en muros e intramuros. No hace falta ningún relato detallado ahora para dar cuenta de lo que cuentan mejor los libros, algunas películas y la memoria oral. Tiempos de fuego, pólvora y tragedia fueron aquellos, que cierran con la tristeza de los que se quedaron en Malvinas y aún de los que regresaron como restos de jóvenes cuyo coraje pudo haberse empleado mejor en otro destino más humano, menos cruel.

Pero un día salió el sol de octubre. Y estas mujeres y hombres, acaso sin saberlo, con esta práctica de rememorar su época, cuentan esa travesía: la de un barco que amarró en la libertad y ya en la costa les permitió conocer un mundo diferente. Ese es el mundo que invitan a recordar: el del acceso a espacios que les estaban vedados, el del ingreso a los valores propios por encima de los impuestos, a la libertad que abrió sus almas como el cielo se abre después de los nubarrones.

Las cosas tal vez no resultaron como esperaban y por eso en sus enumeraciones hay más de lo que ya no existe que de lo que perdura. Esquinas que los reunían en el centro, aún a aquellos que llegaban desde la periferia. Sitios de encuentro que funcionaron como metáfora de los espacios más lejanos y que como un recuerdo de años de vértigo y prueba volvían de los 60 y 70, para dotar de vitalidad a la esperanza de cambiar el mundo.

Eso no está dicho. No es desde ese atalaya desde donde se paran los platenses memoriosos para visualizar el pasado común haciendo visera con la palma de la mano. Y, sin embrago, lo que no está dicho se expresa. Son rastros del pasado, así como la vieja sastrería El Siglo recuerda la calidad de los blazer que usaban los estudiantes de los colegios de la UNLP y la Beige, entre otras, los vidrieras con los guardapolvos, blancos y grises azulados, para las escuelas de la provincia o los colegios técnicos. Nada se habla de la censura en el cine, pero cuando se habla del cine Master y de dónde estaba y de cómo era su fachada, también se cuela la prohibición a “El último tango en París”, por las rancias razones de uso no culinario que Bernardo Bertolucci le otorgó a la manteca.

El comedor universitario, el cine Select, Govinda -que no es rémora del Budismo aquí ni  personaje de Hesse, sino un boliche bailable con entrada por 49 y por 50 en sus inicios-, Chatarra, Vía Láctea, los flippers, las historias de Hernández Arregui, la ilusión del Colorado Ramos, los recitales en Atenas y en clubes más chicos, el fulbito de los sábados, Pappo, el Rancho de Goma, en fin, todo entra desordenado en esta colecta subsidiaria del tiempo,  pero aún así es luminoso y amigable el túnel de ese tiempo.

Y así las cosas, los recuerdos de los platenses surgen inagotables por las redes. Es una generación especial que heredó poco o menos de lo que debió herederar. Es la interrupción de la cadena a la que le falta el anteúltimo eslabón y que no pudo engarzar con el pasado inmediato. No por ello le faltó huella, pero esa huella es tan original que solo entre ellos cobra sentido. No soñaron con las redes sociales y sin embargo, como en un sueño, vuelven ahora a jactarse con justicia de lo instantáneo de su juventud tan inverosímil, tan arbitraria, tan ajena a lo virtual.

 

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