
Silvina Rosignoli es profesora de Prácticas del Lenguaje en la Secundaria 12 de Gonnet. La escuela dejó que cada docente aplique sus herramientas y ella optó por comunicarse por WhatsApp. No era una novedad: ya lo venía implementando desde hace años, como al blog de la materia. Aún en épocas de aulas repletas, siempre intentó que sus alumnos y alumnas incorporen la escritura digital. Ni bien arrancó la cuarentena mandó una encuesta de Google para indagar en qué situación y con qué recursos contaban los chicos y las chicas. “Nuestra escuela tiene una población de hijos de trabajadores. En general hay acceso a internet, por lo menos a través del celular. Aproximadamente la mitad tiene también otro dispositivo como una computadora de escritorio. Otros tienen alguna pc en la casa, pero no es suya, es de los padres o de otro hermano, entonces es como que no tienen el acceso o la costumbre para usarlo para las tareas”, cuenta. Y hay estudiantes que le manifiestan el enojo por la cantidad de actividades que le llegan de todas unidades. “Profe, me siento un repartidor de McDonal’s porque me mandan tarea todo el tiempo”, le dijo por audio uno de los chicos, desbordado.
La forma de comunicación en este tipo de coyuntura fue uno de los temas que se conversó en el departamento de la materia. En su caso, previo al decreto del aislamiento llegó a conocer personalmente solo a dos cursos. “No tuve que buscar un lugar que no fuera habitual para los pibes, ellos estaban ahí”, dice. Silvina no le dedica más horas que antes, ya venía trabajando también de esa forma y tenía toda una estructura armada. Pero remarca que este contexto puso en debate -aunque también con resistencias- la necesidad de transformar la institución educativa: “No podemos seguir replicando lo que se hizo hasta ahora, la presencialidad estaba generando prácticas que había que cambiar. Como es una situación atípica, eso nos lleva a tener prácticas atípicas. No les doy una fecha de entrega de trabajos, lo hacen en la medida que van pudiendo, porque no sé la realidad de cada familia. ¿Al terminar el trimestre alguien va a desaprobar un alumno por no entregarla? ¿Cuál es el parámetro para evaluar? Tengo mis propios criterios”.
A. S trabaja en una escuela de una zona vulnerable de City Bell donde también se están entregando bolsones con alimentos a las familias. Es profesor de Música y da clases en 1°, 3° y 4° grado y pidió que lo agreguen a los grupos de WhatsApp con las familias de los y las estudiantes para facilitarles los materiales. “Fui modelando un poco las clases virtuales. Utilicé mucho el blog y formularios de Google para no entorpecer tanto la dinámica de WhatsApp. Hemos tenido buena respuesta. Seguimos agregando gente que no se había enterado, que no tiene acceso y demás”, detalla.

El docente de Artística le dedica prácticamente la misma cantidad de horas a su trabajo que cuando se dictaban las clases presenciales, aunque apunta que lo hace en horarios alternados, flexibles. “Al no tener que cumplir horario, uno va viendo qué horas son más apropiados que otros. Los primeros días estuvimos un montón tratando de pensar de qué maneras iba a poder continuar con todo esto. Después solamente esperaba las repercusiones y me dedicaba a otras cosas. Los primeros días fueron fatales, igual creo que eso fue igual para todo el mundo”, puntualiza. Y agrega: “Veo bastante frágil mantener una continuidad, porque hay familias con necesidades o derechos vulnerados, es difícil”.
El panorama cambia en el colegio San Ponciano. Noelia Ñañez supervisa los cuatro niveles educativos del instituto católico y comenta que en un principio los esfuerzos se centraron en no perder la vincularidad con la comunidad educativa. “Tratamos de aplicar y atender a todos los frentes, porque en nuestra comunidad tenemos papás que son alfabetos digitales, hay casos donde tuvieron que pedir prestado un celular para poder tener acceso a internet y también tenemos casos donde hay variedad de tecnología, entonces es tratar de buscar un equilibrio en eso”, dice y remarca que en el caso del secundario se manejan por Classroom y tienen el 98% de presentismo.
La relación de las y los docentes del establecimiento de 5 y 47 con la tecnología es variada. Estaban quienes se resistían, pero pudieron romper con esas barreras y dar el salto: “Hasta nos sorprendieron y superaron las expectativas, porque del Word saltaron a hacer videos para ayudar a los chicos. Hablamos de docentes que siempre dieron clases de la misma manera y que pudieron superar ese temor. Esto está traspasando la realidad del aula, el aula es nuestra casa”. Noelia sí vio un aumento de la carga horaria en un comienzo y una dedicación “full time”. Las devoluciones de las familias son buenas y solo en casos muy puntuales les exigen mayor cantidad de actividades.

En las instituciones de nivel inicial el desafío es grande. Gabriela Rodríguez trabaja en dos jardines de infantes, uno público de Berisso y otro privado de Barrio Hipódromo. “Los nenes son todos diferentes y tenemos que volcar las actividades para que ellos entiendan”, enfatiza. En el jardín de gestión privada las familias prefirieron manejarse a través de un grupo cerrado de Facebook, donde día por medio va subiendo videos y archivos con actividades para hacer con los materiales que tengan a mano. También incorporaron el Classroom. En el otro caso recurrieron a los cuadernillos que envió el Ministerio de Educación: “Hubo contacto directo, para que quede en claro que el jardín es una comunidad con la que pueden contar. Es una comunidad de familias en condiciones muy vulnerables, fue un acercamiento más personal, de preguntarles si necesitan algo”.
Gabriela, como tantas maestras, tenía una planificación anual establecida y que debió adaptar a esta circunstancia excepcional. Su trabajo se reparte entre las exigencias de más tareas en una y el acompañamiento de las necesidades de la otra. “Yo me siento con mi hija, que va a la privada, tengo la posibilidad de estar con ella, tiene computadora, internet, y hay otras familias que no tienen eso, que tienen más hijos. Que tienen que pensar cómo hacer, si cobran o no cobran”, reflexiona.
La experiencia de Luciana Spadafora es similar. Es docente de sala de 4 y 5 de dos jardines estatales de Berisso, donde además de la continuidad pedagógica lo fundamental es mantener el vínculo social. Cuenta que lo que trata de transmitir a las familias es que cada nene o nena tiene sus tiempos y sus ganas: “Tal vez hay días que no van a querer, que no los obliguen, que el tiempo es corto, que más de media hora no van a poder hacer mucho, porque en el jardín cambiamos las actividades constantemente. Ellos se cansan enseguida, pierden el interés. En Primaria y Secundaria se manejan más solos”. La consulta entre pares también es clave para poder sobrellevar mejor el trabajo. En ese sentido, con algunas compañeras intercambian planificaciones y consejos digitales. En una de las salas está en el mismo grupo de WhatsApp con las mamás y papás, mientras que en el otro se maneja con una madre referente. “Cuesta llegar a todos”, reconoce.
Uno de los aspectos que cuesta lograr entre alumnos y alumnas protagonistas de su formación es el debate. Así lo remarca Micaela Troncoso, profesora de Psicología en dos escuelas privadas de La Plata. “No es lo mismo si se hace online. En una clase presencial en el intercambio que se genera se pone el cuerpo, acompaña todo eso que va surgiendo. No conocemos bien las caras de las y los estudiantes y así es difícil pedir que se impliquen. Se pierde lo común, lo colectivo, que es mucho más rico y hace que las clases sean más dinámicas”, afirma. En estas semanas tuvo que tomarle la mano a aplicaciones y programas que no manejaba: desconocía el Classroom y como grabar y editar un video.

Según su experiencia, el bache se abrió en cuanto a cómo seguir los contenidos y lo decide cada docente. “Algunos días hemos tenido la ‘bajada de línea’ de que la continuidad pedagógica tiene que estar, pero también entendemos que es una situación atípica, que nadie estaba preparado para esta situación, entonces se hace difícil seguir con los contenidos como si nada pasara”, puntualiza y menciona que algunos de los trabajos que propone están relacionados a cómo las y los alumnos transitan la cuarentena, cómo se sienten, si les deja aprendizajes. Las respuestas que tuvo la sorprendieron. “Algunas fueron muy sentidas y hacen repensar como docente que esta situación les está tocando al igual que a nosotros, pese a pensar que son más jóvenes pueden estar un poco más ajenos, porque quienes corren riesgos son adultos, que tengan este espacio me parece fundamental. Depende de cada docente, los contenidos los tuve que cambiar y salirme de lo ya pensado en la planificación. Es un aprendizaje diario, es hacerse camino al andar”, considera.
Olga Lanfranco es directora de un secundario para adultos con orientación social con sede en el centro platense y estudiantes que residen en la periferia de la ciudad. Al ser conveniada, las materias son exclusivas: son propuestas pedagógicas diseñadas por cada docente, no usan los cuadernillos del Gobierno. En cuanto al trabajo de estas semanas, detalla que son las y los preceptores los encargados de enviar a los grupos de WhatsApp los trabajos elaborados por cada docente.
“Sabemos que no tienen posibilidades de acceso a WI-FI ni a todas las redes como en otras casas, así que priorizamos que estén bien, que estén conectados, que vean que los profesores están preocupados. Tratamos de mantener un diálogo sin profundizar en las materias, dado que siempre es una población que le cuesta mucho mantener la asistencia en la clase, pero ahora están muy preocupados por cómo van a aprobar o si van a perder el año, cosa que les aseguramos que no va a ser así, que cuando volvamos veremos cómo fueron presentando los trabajos prácticos y cómo se va a ir evaluando”, destaca.
Sobre la experiencia en Educación Inclusiva, Ayelén Montaña, docente en el Instituto IDANI y en otros establecimientos públicos y privados locales, afirma que se trabaja respetando el “plan de contingencia” diseñado por cada escuela del nivel. Las y los maestros le envían las actividades, ella las supervisa y cuando tienen su visto bueno ya las pueden enviar. “Nosotras sí o sí necesitamos las planificaciones para poder elaborar una propuesta individual, así que lo que están enviando los profesores son contenidos generales. La mayoría de las escuelas está respondiendo bien, se generó un buen vínculo con el equipo de orientación, con los profesores, directivos y las familias”, describe.

Algunos de los colegios en los que trabaja Ayelén venían trabajando desde hace tiempo con plataformas virtuales, mientras que en otros casos las familias retiraban de la escuela los cuadernillos que armaban. En el caso de estudiantes secundarios se manejan por mail. “Muchos alumnos que usaban en el colegio no tenían internet en sus casas, fue un tema nuevo. Otros chicos que directamente no conocen lo que no es internet. Hay quienes tienen un celular, pero no llegan a usar herramientas de manera pedagógica. Es todo un aprendizaje”, sigue. Y agrega: “Al menos las familias que están conmigo están muy bien, no tienen ningún tipo de ansiedad. Están más que nada por esta situación a nivel social más que educativo”.
Las universidades también modificaron su forma de trabajo. Uno de los tantos y tantas profesionales al frente de cursadas, parciales y finales online se cuenta Guillermo Hang, titular de la cátedra de Socioeconomía de la Facultad de Agronomía de la UNLP. Su materia es anual, tiene una parte en 3° año y otra en 4°, por lo que ya venían trabajando de manera presencial desde el cuatrimestre anterior. Él es el mayor de la cátedra -integrada por 11 personas- y cuando empezó la cuarentena los más jóvenes empezaron a movilizarse primero para ver de qué manera se podía seguir trabajando con los y las estudiantes a distancia. “Evaluaron las alternativas que ofrecía el aula virtual, lo que nos está ofreciendo la Universidad, y bueno, algunas cosas se están haciendo a través de la página, ahí tenemos contacto para lo que son las consultas, la entrega de trabajos que se encargan para la parte teórico-práctica y la teoría. También se ha hecho algún video tutorial”, detalla. Son entre 80 y 90 las personas que están cursando su materia y asegura que el nivel de participación es mayor al que tenían con la facultad abierta.
Ya tomó parcial: quienes rendían debían inscribirse en el sistema para garantizar presencia y luego tuvieron tres horas para responder las preguntas en forma escrita -a mano, se les pide prolijidad-, sacarle una foto a las hojas y luego enviarlas al docente a cargo de su comisión. “Es ofrecer una alternativa a quienes no tienen una máquina, pensamos que así estamos resolviendo un poco el problema. Y bueno, surgirán algunas cosas que no hemos previsto, en esto estamos aprendiendo todos”, dice . El 20 de abril también encabezó una mesa de finales por Skype con una metodología similar. Las y los alumnos completaron una planilla y aguardaron el orden del llamado virtual. Hace 40 años que da clases y siempre fueron presenciales, por entender que así están dadas las posibilidades de construcción colectiva de conocimiento. Estas prácticas fueron todo un desafío y tuvo que aggiornarse.

A Amanda Barrenegoa le explotaron la casilla de correo y los grupos de WhatsApp, el inicio de clases a distancia fue caótico. Es socióloga, docente en una de las cátedras de a carrera de Educación Física en la Facultad de Humanidades de la UNLP y también da clases en el 5° año de un colegio católico de la ciudad. A los adolescentes de la escuela alcanzó a verles la cara una sola vez y luego comenzó a enviarles material. “Son 35. Al mismo tiempo, mi correo electrónico recibía 35 mails con entrega del trabajo, consultas. Ahí arrancó la locura. No me lo imaginaba de otra manera tampoco”, confiesa. Después de 14 días agobiantes y casi sin despegarse de la computadora, pudo bajar revoluciones: “No tengo hijos, estoy con mi pareja y puedo estar dos semanas pasada de rosca. Recién en la cuarta semana logré autolimitarme. Al principio querés ser la experta en aula virtual, hacer un video, un link, un texto, pero eso significa una sobrecarga al docente”.
Aprendió a manejar mejor los recursos digitales no solo con las capacitaciones y tutoriales, sino también a partir de lo que le marcaban sus alumnos y alumnas. “Me tocó un grupo que ya del primer día estaba súper curioso por aprender y con más demanda. Les doy una actividad y me la tienen que entregar en 15 días, pausé mucho más los tiempos. Les doy más tiempo porque no se en qué situación están ni las exigencias de otras materias, entonces les sobra tiempo, siempre me entregan antes”, señala. En la facultad vive algo similar, aunque con un vínculo más distante y en una materia masiva. Ahí se dejó en claro que la virtualidad no reemplaza lo presencial, que esta circunstancia es “un soporte” para que no se queden afuera de la materia. El objetivo es de acompañamiento y las consultas son por los mecanismos de las clases.
Ante este contexto atípico, la educación a distancia apareció como una salida de emergencia. Aún sin fecha de vuelta a las aulas, con sus rutinas familiares, sus diversas situaciones económicas y emocionales tras más de 40 días de encierro, las y los buscan alternativas para mantener la práctica educativa desde lejos y con diferentes resultados, de acuerdo a los lineamientos bajados por las autoridades. En ese marco, el secretario general del Suteba insiste: “En este momento de crisis el trabajo de las y los compañeros, docentes y auxiliares son para poner en el lugar que se merecen, un lugar de compromiso y solidaridad”.