viernes 27 de junio de 2025

Un jurado ciudadano en La Plata declaró culpable al acusado por un crimen en Melchor Romero

El veredicto fue unánime y el acusado fue detenido en la sala. Crónica de una típica jornada en el fuero Penal de La Plata.

0221.com.ar | Martín Soler
Por Martín Soler Redactor Judiciales
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A las trece horas en punto de este viernes 27 de junio, en la sala de audiencias del fuero Penal de La Plata, el silencio se partió como una rama seca: “Culpable”. Doce voces del jurado ciudadano dijeron lo mismo. La palabra que carga, no solo con una decisión jurídica, sino con una condena histórica, social, íntima, como un tatuaje que ya no se borra. Julio “Loli” Sotelo, parado entre las paredes impasibles de la justicia, escuchó el veredicto sin bajar la mirada. La hermana, apenas dos filas más atrás, rompió en llanto. Nadie la consoló. Nadie pudo.

Cinco años atrás, durante uno de los inviernos más solitarios que recuerde la historia reciente, Reinaldo Solís yacía con el rostro desfigurado sobre la tierra oscura de Melchor Romero. Era 2020, el país entero bajo el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO), y en una esquina sin faroles, sin testigos decentes, sin policías que patrullaran, un paraguayo se moría de 22 golpes. No fue un robo. No fue un accidente. Fue una ejecución. Fragmentada, quizás. Pero perfectamente clara para el jurado popular, que votó sin fisuras.

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Un crimen sin cuerpo, con sangre suficiente

La fiscal Victoria Huergo —que llegó a juicio como quien entra en un campo minado— sabía que tenía delante un caso difícil: no había un arma, no había una confesión, no había una cámara de seguridad. Había sangre. Mucha. Había vecinos. Había testimonios partidos como vidrio molido. Y había, sobre todo, una historia. Una historia que reconstruyó en su alegato con la precisión de una arqueóloga, fragmento por fragmento, sin permitir que el barro de los años escondiera lo que estaba allí desde el primer día.

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Victoria Huergo, fiscal de juicio de La Plata, logró la unanimidad en el veredicto de culpabilidad.

Victoria Huergo, fiscal de juicio de La Plata, logró la unanimidad en el veredicto de culpabilidad.

“Este caso requiere interpretación y sentido común”, le dijo al jurado. Y le habló como si le contara un cuento de horror. Habló de una fiesta en la calle 159, casi esquina 35, adonde los acusados llegaron sin invitación. Habló de testigos que vieron a Loli levantar una piedra y partírsela a Rey en la cara. De una madera con clavos. De un objeto “pesadísimo” manchado con sangre. De la frazada empapada donde lo acostaron antes de intentar salvarle la vida. Pero también habló del silencio. Del silencio del barrio. De los testigos que cambiaron su versión. De los que desaparecieron.

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Filmina del alegato multimedia del Ministerio Público que fue exhibido al jurado ciudadano.

Filmina del alegato multimedia del Ministerio Público que fue exhibido al jurado ciudadano.

La fiscalía entendió que no hacía falta un video ni un ADN para probar el crimen. Hacía falta convicción. Y eso tuvieron. Se aferraron a la ciencia, a los rastros que la violencia deja cuando se cree que no hay testigos. A la autopsia, que habló de 22 heridas, 14 externas, 8 internas, todas en el cráneo y el rostro. Heridas que no se infligen para disciplinar. Se infligen para matar.

La verdad según el barrio

Hubo testigos que vieron. Que hablaron en su momento. Que luego callaron. Luis Machuca, vecino y compatriota, primero dijo haber visto a Loli y a Santiago Oyhamburu golpeando a Rey. En el juicio, sin embargo, su relato cambió. Dijo que Loli solo estaba cerca. Dijo que fue Oyhamburu quien gritó “lo maté yo”. La fiscal Huergo lo miró fijo cuando declaró. Y luego dijo al jurado: “Esa frase no es real. Es una burla”.

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Miguel Sotelo, hermano del imputado, hizo lo mismo. Cambió de guion a mitad de obra. Como si los años no hubieran pasado. Como si los recuerdos fueran piezas que uno acomoda como le conviene. “Es lógico que la memoria se altere —admitió la fiscal—. Pero un cambio radical de versión sin ninguna explicación no es lógico. Es una estrategia”.

En cambio, Carla Batista y otra vecina, también llamada Carla, declararon lo mismo que en 2020. Nerviosas, sí. Pero constantes. Una lo vio romperle la cámara a Rey con una piedra. La otra lo vio golpearlo con una madera. Ninguna se desdijo. Y ninguna tenía por qué mentir.

El comportamiento posterior fue otra pieza del rompecabezas. Mauro Oyhamburu —hermano de Santiago, el otro imputado que será juzgado en 2026— llevó a “Rey” Solís al hospital. Dio la cara desde el primer día. Lo contrastaron con Loli, con Miguel, con Santiago. Todos se borraron. Nadie llamó a la policía. Nadie fue a declarar por motu propio. Nadie se preocupó.

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Julio Sotelo fue declarado culpable por el crimen en la localidad de Melchor Romero

Julio Sotelo fue declarado culpable por el crimen en la localidad de Melchor Romero

La botella apretada

La fiscal Huergo cerró su alegato con una imagen simple, brutal, inolvidable. “Cuando dos personas intentan abrir una botella muy apretada, no importa cuál de las dos lo logra. Las dos hicieron fuerza. Las dos son responsables”. Así, justificó el concepto de coautoría. Así, explicó por qué no hacía falta saber cuál fue el golpe que mató a Rey. Alcanzaba con saber que Julio Sotelo estuvo allí, golpeó, y luego huyó.

El jurado lo entendió. El veredicto fue unánime.

Lo escucharon en una sala en penumbra, bajo los ojos del juez Emir Caputo Tártara, que ahora deberá fijar la pena en otra audiencia. Cuando se oyó la palabra “culpable” un murmullo recorrió los bancos. No hubo gritos. No hubo aplausos. Solo la hermana de Loli, rota, acurrucada en sí misma, con las manos en la cara. Afuera, la comunidad paraguaya esperaba en silencio. En las casas, en las redes, en las calles de Melchor Romero. Habían pasado cinco años. La justicia había hablado.

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El juez Emir Caputo Tártara dictará la pena a cumplir en una audiencia luego de escuchar los pedidos de la acusación y defensa.

El juez Emir Caputo Tártara dictará la pena a cumplir en una audiencia luego de escuchar los pedidos de la acusación y defensa.

Justicia fragmentada

Reinaldo Solís murió en pandemia. Cuando nadie podía abrazar a sus muertos. Cuando las calles estaban vacías y el miedo circulaba más que los patrulleros. No fue una víctima del virus. Fue una víctima del odio. De la venganza. De la impunidad.

El juicio no resolvió todo. No podía hacerlo. Santiago Oyhamburu aún no fue juzgado. Y muchos testimonios quedaron sembrados de sospechas. Pero hay una certeza. El crimen no quedó impune. Doce ciudadanos —ni jueces, ni fiscales, ni abogados— dijeron que la verdad, aunque fragmentada, aunque desgastada, aunque golpeada por cinco años de olvido, todavía puede armarse. Como un rompecabezas sin caja. Como una historia que se niega a callar.

Y quizás, entre la sangre seca, las piedras con clavos, y una hermana llorando sola, eso sea lo más parecido a la justicia que este país —tan acostumbrado a mirar para otro lado— puede ofrecer.

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