Tras su recordado paso por el Luna Park, donde en abril de 2000 llenó trece funciones consecutivas, su popularidad había explotado y había tomado la decisión de reducir sus shows para priorizar eventos especiales. En ese esquema, la presentación en City Bell no hubiera entrado. Sin embargo, un llamado lo hizo cambiar de idea.
El empresario Mario Leguizamón, dueño de Escándalo Bailable, se comunicó directamente con José Luis “Pepe” Gozalo, representante y figura paterna del cantante, para pedir un show exclusivo. La respuesta no fue fácil. Rodrigo ya no aceptaba cualquier propuesta, pero la relación entre ellos, forjada en años anteriores, inclinó la balanza. La cifra acordada: 15 mil dólares. El trato se cerró ese mismo día con un envío urgente de dinero. Rodrigo volvía por fin a La Plata.
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Una entrada para la anunciada primera función de Rodrigo. Finalmente se unificó la presentación en una sola
Escándalo Bailable, una catedral de la movida tropical
Desde su apertura en 1992 -cuando arrancó el boom de la movida tropical-, Escándalo Bailable fue epicentro indiscutido de la cumbia y el cuarteto en la región. Por su escenario pasaron los grandes referentes del género. Rodrigo, por supuesto, era una figura central, incluso en los años en que no estaba en la cresta de la ola.
“Lo llevé muchas veces, incluso cuando no metía un solo éxito”, recordó Leguizamón en una entrevista de hace algunos años con 0221.com.ar. “Me acuerdo de una vez en que la gente lo abucheó y le tiraron cubitos de hielo. Él agarró el micrófono y se lo tiró a alguien en la cabeza. Después, en el 2000, se acordaba y me lo dijo riéndose”.
Pero esta vez, todo era distinto. Rodrigo estaba en su punto máximo de fama. Las radios lo pasaban sin parar, sus canciones se colaban en casamientos, cumpleaños, fiestas populares. El show en Escándalo Bailable era un acontecimiento esperado y lugar desbordó.
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Cuando el local de Camino Belgrano era una espacio central para la movida tropical
Una noche mítica en City Bell
El viernes del recital, Escándalo colapsó. Había más de 4.500 personas dentro del boliche y otras mil afuera, intentando entrar como fuera. Incluso cuentan algunas crónicas que se escucharon disparos al aire de vecinos que, molestos por la multitud, buscaban dispersar al público.
Las crónicas de aquel día cuentan que había más de 4.500 personas en el boliche y otras mil afuera
Rodrigo llegó en su Ford Explorer roja, escoltado por su equipo, pero manejando él mismo. "Ese detalle me quedó grabado –cuenta Leguizamón en aquella entrevista–. Le pregunté a Gozalo cómo lo dejaban manejar, y me dijo: 'No hay caso, está caprichoso'".
El show fue una celebración: Rodrigo cantó durante una hora y cuarenta minutos, repasó sus grandes éxitos, presentó nuevos temas, compartió el escenario con su hijo, habló de Maradona, de Cuba, del amor, y hasta dejó que Fernando Olmedo (hijo del humorista Alberto Olmedo), que lo había acompañado esa noche, narrara un cuento ante el público.
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Un documento fotográfico que muestra a Ramiro, el hijo de Rodrigo, con su pequeña batería en el escenario de Escándalo Bailable
Cuando Rodrigo apareció en escena todo fue éxtasis y entrega, tanto arriba como abajo del escenario. El Potro avanzó hacia el borde precedido por sus fulgurantes botas rojas. Llevaba además un pantalón claro, una camisa negra y una campera roja muy brillosa. Abrió sus brazos como queriendo unirse a la multitud y el show arrancó.
Cuentan algunas pocas crónicas musicales de aquella noche, escritas al calor del impacto por su muerte, que el artista dominaba el amor que generaba con naturalidad, como solo pueden hacer los elegidos. "El cuarteto es la alegría misma" dijo más una vez en el transcurso del show.
Y con su clásica guiñada de ojo a lo pirata o una sonrisa teledirigida marcaba a fuego a cada muchacha que deliraba entre la multitud o cada fanático que ensayaba sus mejores pasos al ritmo cordobés.
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Rodrigo en el arranque del show en Escándalo, con su camperón rojo
"Doy gracias por esto que me toca vivir, por poder brindarle a la gente lo que me gusta, lo que siento de corazón", dijo en un momento. Y en otro pidió por Diego Maradona. Eran tiempos complicados, como tantos que vivió el 10. La época de su estadía en Cuba, cuando el propio Rodrigo había ido a verlo.
"Dios perdona, no castiga. Diego se merece estar en Argentina, no en Cuba", dijo y la multitud escuchó en silencio. También habló de Ramiro, su hijo, quien seguía copado con su batería. "Mi hijo saber todo lo que su padre hacer, sabe todo lo que su padres siente, porque no le escondo nada. Él sabe muy bien quien soy", disparó. Y sonó como nunca y por última vez en vivo la conmovedora Mano de Dios.
Escándalo de gases lacrimógenos
El show fue largo y los recuerdo se mezclan y cobran dimensiones distintas según quien lo cuente. Hay coincidencia que fue en el tramo final del show, a eso de las tres de la mañana, cuando el caos se instaló por unos minutos en el recinto de City Bell.
Alguien tiró un gas lacrimógeno cerca del escenario y la resultante fue una desbande peligroso. Los músicos dejaron los instrumentos y Rodrigo ofuscado clamó por tranquilidad. "Dejense de joder, estamos de fiesta y la historia no es así", dijo.
Pero abandonó el escenario, se llevó a su hijo y por un momento pareció que todo terminaba allí. Hay quien reproduce un tenso diálogo entre bambalinas de Rodrigo con el encargado de seguridad del lugar. "Traelo ya a ese guacho porque está ahí adelante", se lo escuchó decir al cordobés reclamando la cabeza del responsable del incidente.
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Después de los gases lacrimógenos, Rodrigo volvió a escena con el remera de El Rayo
La sangre no llegó al río y el Potro volvió a montarse al escenario con alguna queja contra algunos periodistas que lo siguieron sin su consentimiento durante la discusión.
Para ese entonces ya no lucía el camperón rojo ni la camisa negra. Tenía una remera del programa El Rayo que se emitía por ese entonces y contaba en su staff, como notero, con Nacho Goano, quien esperaba detrás poder hacer una nota.
Después de la zozobra volvió la fiesta. Frente al escenario había dos columnas que se habían convertido en especies de plateas preferenciales desde donde ver el show. Otros debían conformarse con montarse en alguna espalda para llegar a ver algo.
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Rodrigo en acción, en el último show de su vida, en Escándalo Bailable
Arriba la banda se lució como la mejor y muchos recuerdan la performances del morocho que le daba como enajenado a las tumbadoras, marcando un ritmo contagioso, calentando el ambiente y convirtiendo al Potro Rodrigo en una mutante, que de pronto se convirtió en un boxeador, con juego de cintura y golpes al aire.
Con más de dos horas de show encima el cansancio fue ganando al rey del cuarteto, que se secaba la transpiración y bebía de una jarra entre tema y tema.
Sobre el final, cuando faltaban un par de canciones, Nacho Goano subió al escenario para bailar y grabar algunas escenas que serían emitidas en el programa de televisión.
Cierre, emoción y hasta el fin del mundo
El final fue a toda orquesta con el clásico Soy cordobés, que incluyó la impensada aparición de un fanático ensenadense, montado al escenario, con el pelo azul y haciendo varias de los clásicos gestos de su ídolo, pero esa es otra historia que también se puede leer en 0221.com.ar.
La despedida fue con un agradecimiento a la banda que esa noche cumplía 10 años. Otra vez al borde del escenario y un saludo que quedará para siempre en la retiran de quienes colmaron el lugar esa noche.
La energía era desbordante. “El show fue espectacular, de esos que se te quedan en el cuerpo”, rememoró Mario Leguizamón, el dueño del lugar. Rodrigo cerró el recital como solo él podía: con potencia, emoción, entrega. Y con esa frase que con el tiempo se volvió eterna y convirtió en leyenda a su autor: “Nos vemos en el fin del mundo”.