El seguimiento del fiscal desde La Plata
Los detectives de Búsqueda de Prófugos comenzaron tras una alerta del CUFRE del Ministerio de Seguridad con un relevo de imágenes en la propia cárcel. Allí, la perra Sari se repetía en las imágenes. Al seguir las cámaras, descubrieron que Iribarren tomó un taxi hasta Florencio Varela, luego, abordó otro taxi hasta el centro porteño, siempre con su mascota. Mientras tanto, la PFA encontraba una segunda cuenta de Tik Tok del asesino múltiple. Allí, también, estaba su perra.
Mientras tanto, el “Carnicero” intentaba cubrir su rastro: cambiaba las líneas con frecuencia, con teléfonos de descarte. Lo que no fue capaz de descartar, sin embargo, fue a Sari. Así, llegó con ella a Santa Fe, donde un impacto de antena telefónica alertó su presencia. Compró en esa provincia una camioneta Peugeot. Así, se dirigió a Santiago del Estero.
Su llegada a Atamisqui, creen investigadores del caso, a cargo de la UFIJ 6 de La Plata, fue más o menos fortuita. Iribarren habría llegado hasta la pequeña localidad a cien kilómetros al sur de la capital santiagueña sin un plan definido, con la simple idea de alejarse lo más posible.
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Sin embargo, queda el principal misterio de su fuga: el dinero. Iribarren financió su fuga con efectivo. “La camioneta que compró en Santa Fe la pagó cash. Gastó, por lo menos, 80 mil pesos en taxis”, detalló a Infobae una fuente clave en el expediente: “¿De dónde la sacó?”.
Mientras los investigadores siguen tras esos datos, desde la fiscalía de La Plata están en contacto con autoridades nacionales para coordinar el posible regreso del “Carnicero” a la capital bonaerense donde lo espera una posible declaración ante el fiscal.
“No fue una evasión del penal, el Servicio Penitenciario es ajeno al hecho, no regresó de una salida autorizada por un juez”, aclararon fuentes del caso a 0221.com.ar.
Preparativos e interrogantes
Considerado como uno de los mayores asesinos de la historia criminal de la Argentina y de los que mayor tiempo está en prisión, al cumplir casi 30 años tras las rejas, el homicida se preparó para salir de su celda de la Unidad 26, correspondiente al Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB). Contaba con el aval del Juzgado de Ejecución N° 1 del Departamento Judicial de Mercedes para realizar salidas transitorias.
Iribarren estaba autorizado para salir a las 15.30 y regresar a las 21, sin embargo, esto no ocurrió. Como consecuencia, desde el SPB se informó a la policía y al juzgado para dar comienzo a su búsqueda, que finalizó con éxito este domingo. Las salidas eran sin custodia y se sospechó que en realidad no estudiaba, sino que aquella actividad era una excusa apócrifa para salir.
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El Carnicero de Giles estaba cumpliendo la condena de prisión perpetua en el penal de Lisandro Olmos por haber asesinado a su familia entre 1986 y 1995.
Una historia sangrienta
La historia de Luis Iribarren se conoció en 1995 y conmocionó al país. “Mi familia se fue a vivir a Paraguay”, repetía Iribarren, quien aseguraba ante los vecinos que las deudas lo habían complicado todo. Hasta 1995 no hubo noticias de su padre Luis Juan (49); su mamá, la maestra Marta Langevin (42), y sus hermanos, Marcelo (15) y María Cecilia (9). Fue ese año cuando apareció el cuerpo enterrado de Alcira (59), tía de Luis Fernando y hermana de su papá, que se conoció la verdad de una historia macabra.
Iribarren la había matado. Él lo confesó. Pero también hizo un relato escalofriante de lo sucedido una década atrás: había asesinado a toda su familia. No estaban en Paraguay escapando de un prestamista que los perseguía, sino enterrados en una fosa común, a metros de un chiquero, en una casa de campo que tenían en la zona rural de Tuyutí, a veinte kilómetros de la ciudad. “El Carnicero de San Andrés de Giles”, como lo bautizaron a nivel local, llegó rápidamente a las primeras planas del país y hasta Los Fabulosos Cadillacs le dedicaron un tema.
Los vecinos de Alcira Iribarren, una jubilada de 65 años que vivía en la casa de la calle Cámpora en Giles, estaban preocupados. Hacía varios días que no la veían y solo tenían contacto con su sobrino. “Está muy enferma y la llevé a un hospital de Buenos Aires”, dijo primero. “Falleció, no pudo con el cáncer”, agregó poco tiempo después. A nadie le cerraba y un llamado telefónico el 31 de agosto de 1995 a la comisaría fue el inicio del final para uno de los mayores asesinos múltiples de la historia del país.
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Cuando la Policía ingresó a la vivienda, el olor ya anticipaba lo peor. Alcira estaba muerta, pero no por una enfermedad sino por dos hachazos que le partieron el cráneo. Habían excavado un pozo en el patio recientemente y el cuerpo estaba tapado con una sábana. Ante el comisario, Iribarren confesó. Hizo referencia a la supuesta enfermedad de su tía y contó: “Quería ayudarla a terminar con su sufrimiento y procedí a asfixiarla, pero como no pude busqué otra forma. Recorrí la casa y encontré el hacha. Le pegué dos golpes en la cabeza”.
Sin embargo, en medio de la declaración, quien durante varios meses siguió cobrando la jubilación de docente de su tía, lanzó una frase que no pasó desapercibida. “No tuve el coraje de dispararle a mi tía con el arma porque me acordé de lo que les había hecho a mis padres y a mis hermanos, y no soportaría hacerlo de nuevo”, aseguró.
Viaje en el tiempo
Iribarren era un mitómano. Sus contradicciones hicieron que los investigadores pusieran en duda sus relatos más de una vez, inclusive que había matado años atrás a parte de su familia. Pensaron que era una estrategia para ser declarado inimputable por el crimen de su tía. No obstante, luego de tres meses de búsqueda en el campo, integrantes del Servicio Especial de Investigaciones Técnicas (SEIT) de la Policía hallaron los cuatro cadáveres en una fosa común donde antes existía un chiquero. Corría el 15 de noviembre de 1995.
Ante el juez de instrucción, Iribarren no tuvo reparos y contó que los mató porque “les tenía bronca”. Tiempo después en el juicio, casi no habló y solo se limitó a tomar notas. Pero en su momento, recordó la trágica noche de Tuyutí. A la madrugada y tras mirar la lluvia durante horas, ingresó a la vivienda y fue directo a buscar una carabina calibre 22 que utilizaban para cazar vizcachas.
Primero fue a la habitación donde dormían sus padres y la hermana menor: los mató a tiros y golpes. Dijo que disparó con los ojos cerrados. Salió otra vez al patio, fumó, entró a la habitación donde estaba su hermano de 15 años y le disparó dos veces. “Me senté en la cama, le cerré los ojos y le dije: ‘Negro, ¿por qué te hice esto si yo te quería?’”, contó fríamente.
“Omnipotente, narcisista y paranoide”. Así lo definieron ocho peritos psicológicos y psiquiátricos en el juicio que lo condenó en agosto de 2002. La Sala III de la Cámara de Mercedes lo sentenció a la pena de reclusión perpetua más la accesoria de encierro por tiempo indeterminado, por los cinco crímenes.
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Iribarren en una prisión federal
Tras su recaptura, Iribarren fue trasladado a la Unidad N° 6 de Rawson, servicio penitenciario federal de Chubut, donde cumplirá su condena. El Instituto de Seguridad y Resocialización (Unidad 6) conocido como el Penal de Rawson, es una cárcel de máxima seguridad.
Es una de las cárceles más conocidas de Argentina, ubicada en la ciudad de Rawson, en la provincia de Chubut, a unos 20 kilómetros de Trelew. Su fama radica en la historia vinculada a la política argentina, especialmente durante las décadas de los 60 y 70, y en su estructura diseñada para alojar a presos de máxima seguridad.
El penal está diseñado para alojar a presos de alta peligrosidad y cuenta con estrictas medidas de seguridad, incluyendo torres de vigilancia, rejas reforzadas y tecnología de monitoreo avanzada.