sábado 07 de septiembre de 2024
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Precursor de la imagen

Yuyo Pereyra, maestro de la fotografía y pionero de la cámara estenopeica

Fotógrafo, docente y militante, fundó una escuela donde se formaron cientos de fotógrafos. Sus alumnos y familiares lo recuerdan como un cultor de la sencillez, generoso en su conocimiento, en la pasión por la imagen y su calidez humana para propios y extraños.

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Un abridor de caminos, perseguidor de huellas. Humilde, sencillo, visceral. La escuela de fotografía que fundó en 1998 y que cerró en 2015, por la que pasaron miles de estudiantes, fue una de las más reconocidas en la tradición fotográfica de La Plata y una verdadera usina creativa en la región. Con un detalle singularísimo: fue de las únicas en el país en enseñar la técnica estenopeica, siempre asociada a los comienzos de la fotografía donde, sin prácticamente nada de equipo, cualquier principiante podía al poco tiempo obtener una imagen.

De esos artistas que así como fueron en la vida familiar se movieron de igual modo en la vida pública y social. Muchos de los que conocieron de cerca a José “Yuyo” Pereyra, que falleció este 18 de agosto a sus 82 años, coinciden en lo mismo: la generosidad a prueba de balas, el contagio de la pasión por la fotografía, la calidez humana en compartir clases y guisos regados con vino hasta altas horas de la noche, el afán del debate político tanto como el estímulo por la investigación histórica y estética de la imagen.

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Yuyo rodeado de cuadros fotográficos, a los que solía auspiciar en recordadas exposiciones de su escuela. Gentileza: Emmanuel Pereyra Agüero.

Yuyo rodeado de cuadros fotográficos, a los que solía auspiciar en recordadas exposiciones de su escuela. Gentileza: Emmanuel Pereyra Agüero.

Fue un sepelio repleto de gente, en pleno centro de la ciudad. Decenas de personas desfilaron saludando a Silvia Agüero, su compañera, con la que se conoció en tiempos de militancia política, y a sus hijos Emmanuel, María y Esteban. “Nos saludaban muchos alumnos, diciéndonos que Yuyo los ayudó a tomar decisiones. Él tenía una visión popular, era peronista, tenía esa mirada del conocimiento que se comparte con otros”, dice Esteban, que trabaja como creativo en la cooperativa Somos Mate.

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“Fue impresionante la cantidad de personas que no conocíamos que nos contaron que mi viejo los ayudó a abrir un negocio o a descubrir su vocación. Él fue un tipo que se brindaba genuinamente, podía ir a tu casa a tomar un mate sin mirar el reloj y después recibirte en su escuela dispuesto a que todos encuentren sus propios proyectos”, suma María, su otra hija, quien puso su marca de ropa en el edificio donde funcionó la escuela de fotografía.

Otro rasgo sobresaliente de su amada cámara estenopeica fue la inclusión: todos podían hacer una foto y Yuyo difundió esa técnica hasta en las cárceles, se las enseñó a los más jóvenes y también a los más aferrados a la evolución de la cámara digital. “No se trata de la fotografía estenopeica y competir con una cámara de 35 mm, sino repensar la técnica en sus particularidades y posibilidades, toda la diferencia que tiene con las cámaras actuales. Hay avances innegables, los fotógrafos estenopeicos serios primero piensan la fotografía y luego piensan con qué la van a sacar, por ahí hacen una cámara que la usan para esa sola foto y nunca más”, reflexionó en la revista El Pasajero sobre la evolución de la imagen.

Fotógrafo, docente, militante. Precursor de la imagen, Yuyo enseñó fotografía en épocas donde no existían escuelas ni estaba reconocida como un arte sino como un apéndice de otras disciplinas, como el cine o el periodismo. Se crio en el Chaco, de chico estudió guitarra y tocó en la radios. “Estos días abrimos un arcón de recuerdos, y nos encontramos con un papel donde sus papás pedían permiso a la policía para que pudiera salir a tocar. Ni sabíamos que existía”, comparte Esteban. En el secundario Yuyo dio sus primeros pasos en la militancia con el conflicto de “Libre o Laica”, en los´60.

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Los talleres con niños fueron uno de sus preferidos.

Los talleres con niños fueron uno de sus preferidos.

De joven fue bailarín de folklore, participó de Cosquín en varias ocasiones dando una mano en la escenografía del festival y en Chaco se anotó en la carrera de Arquitectura ante la imposibilidad de estudiar arte. Entonces, como una marca del destino, se cruzó con Cándido Moneo Sanz, director de teatro y uno de los que creó el primer curso de cinematografía de la Escuela Superior de Bellas Artes en la UNLP. Cándido lo convenció de mudarse a La Plata, donde la acción cultural bullía por todos los rincones. Yuyo dejó arquitectura y empezó a trabajar en la República de los Niños, donde trabajó en el armado de maquetas y especialmente en el museo de los muñecos.

Él tenía una visión popular, era peronista, tenía esa mirada del conocimiento que se comparte con otros Él tenía una visión popular, era peronista, tenía esa mirada del conocimiento que se comparte con otros

Guiado por Moneo Sanz, a quien consideró siempre como su gran maestro, estudió cine y militó en la Juventud Peronista. En la carrera de Cine se enamoró de la fotografía y con sus compañeros documentaron las marchas, las asambleas, las luchas sociales: todo lo que acontecía en la vida política platense. “El archivo fue seguramente secuestrado por Etchecolatz”, solía decir, aunque una parte de ese material se recuperó en las últimas décadas -se las habían ingeniado para sacarlo al exterior- y fue donado primero a la ESMA y luego al Museo Provincial por la Memoria, donde permanece en custodia.

“Fue el mejor homenaje que me dieron en mi vida”, le dijo a sus hijos. Yuyo también fue reconocido como referente del cine militante regional, donde fue integrante del Grupo de Cine Peronista de la Escuela de Cinematografía de la UNLP. “Maestro de muchas y muchos que transitamos su taller de fotografía en la calle 44, iniciándonos en el aprendizaje de la fotografía analógica en blanco y negro, y en el compromiso social y político del arte”, posteó en su Instagram el Movimiento Audiovisual Platense (MAP).

“En la dictadura mataron a muchos de sus compañeros, quedaron cinco o seis vivos, algunos se exiliaron. Mi viejo se quedó en La Plata, varias veces estuvo a punto de caer, se mudaron con mi vieja miles de veces. Siempre nos contaba que cuando iban a enterrar a un amigo en el funeral caía un servicio que los marcaban y a los pocos días enterraban a uno nuevo. En esa época laburó de cualquier cosa, vendió vinos y se armó un taller de carpintería porque no podía ejercer de lo que le gustaba. Y con mi vieja decidieron armar nuestra familia, todos nosotros llegamos entre el 78 y el 82, con los milicos en el poder”, reconstruye Esteban, contando que con sus hermanos agarraban las herramientas del taller y hacían sus propios juguetes y barquitos para la pileta.

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Se mantuvo activo con sus talleres de estenopeica hasta sus últimos días.

Se mantuvo activo con sus talleres de estenopeica hasta sus últimos días.

Con la vuelta de la democracia cerró la carpintería y dio los primeros pasos con sus talleres de estenopeica: viajaba todas las semanas a pueblos de la provincia, donde volvía a los fundamentos antiguos del oficio y asombraba a sus alumnos. Explicaba que una estenopeica es aquella cámara fotográfica sin lente, que consiste en una caja con sólo un pequeño orificio por donde entra la luz, el estenopo, y un material fotosensible. Al poco tiempo empezó a dar los primeros talleres de fotografía infantil en el Pasaje Dardo Rocha. Los niños jugaban con las cajas negros, aprendían los principios básicos: con dos cajas de zapatos podían ver cómo funcionaba un encuadre. Luego pasó a dar clases para adultos y armó un laboratorio fotográfico. El éxito fue descomunal: era el curso con más convocatoria de público en la Escuela de Arte Municipal. Hasta que en 1997 reunió a su familia, cansado de los retrasos en los pagos y la precariedad de los contratos, y les dijo qué pensaban si dejaba de trabajar en el municipio y se largaba con su propia escuela. “Tenía como 150 alumnos entre todos sus cursos. Y casi todos lo siguieron cuando abrió su lugar”, recuerda Esteban.

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La escuela-taller fue una de las importantes del país, en pleno centro platense.

La escuela-taller fue una de las importantes del país, en pleno centro platense.

El Centro de Estudios Fotográficos “Yuyo Pereyra”, ubicado en calle 44 entre 8 y 9, abrió nuevos caminos de expresión: muchos de los que caían a estudiar como un hobby tenían otros oficios y profesiones y al tiempo dejaban todo por la fotografía o el documental. Era una casa en ruinas y estuvieron meses poniéndola en condiciones entre familiares y alumnos. Abrieron en 1998.

Fue el primero en Argentina en hablar de la cámara estenopeica y eso generó un semillero enorme. Él se preparó mucho, estudió música, escenografía, arquitectura, artes, cine. Un artista integral. Fue el primero en Argentina en hablar de la cámara estenopeica y eso generó un semillero enorme. Él se preparó mucho, estudió música, escenografía, arquitectura, artes, cine. Un artista integral.

“Yuyo siempre se rodeó de gente joven y sin la presencia de mi vieja no hubiera podido sostener la escuela. Ella organizaba y estaba en todos los detalles, hasta le llegó a conseguir trabajo a algunos alumnos”, dice Esteban. Otro de sus hijos, Emmanuel, quien fue maestro del centro de estudios y continúa siendo fotógrafo, rescata el valor humano de sus padres. "Mi vieja fue un pilar fundamental, la que sostenía el día a día de la escuela desde la administración hasta la economía. Toda la gente decía que salían no sólo mejores fotógrafos sino mejores personas. Yuyo nunca hacía nada en beneficio propio, pensaba primero en los demás”, agrega y recuerda que en los años de oro llegaron a tener 500 alumnos en la matrícula anual, llegando a ser la escuela de fotografía más importante del país y donde dieron seminarios fotógrafos de la talla de Juan Travnik, Carlos Sosa, Eduardo Gil, Julio Fucks, Juan José Traverso y Francisco Bastías.

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Con su compañera Silvia, pilar fundamental de los talleres de fotografía.

Con su compañera Silvia, pilar fundamental de los talleres de fotografía.

“Si supero los cien alumnos, me tomo una sidra”, era su berretín. En sus último años, aun aquejado por problemas de salud, se mantuvo activo coordinando talleres de estenopeica en barrios populares de La Plata. Hizo lo que mejor sabía hacer: formar docentes. Lejos de los flashes y del impacto de la imagen periodística, Yuyo entendía la fotografía como un “proceso creativo integral” donde confluían la experiencia, las emociones, el estudio y la técnica. Uno de sus trabajos más recordados fue el que realizó en el Monumento Homenaje a los 22 militantes fusilados por la dictadura militar en la Masacre de Margarita Belén, en su Chaco natal.

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Una de las imágenes de su trabajo por la Masacre de Margarita Belén.

Una de las imágenes de su trabajo por la Masacre de Margarita Belén.

Armar una máquina de fotos con materiales reciclados era uno de sus lemas favoritos. “Lo sentía como un papá postizo. Siempre esa sonrisa y charla amena y con ganas de que no frene sus relatos. Ahora se ha hecho luz, que es lo que siempre buscó y manipuló con su arte y profesión”, escribió en sus redes sociales Julieta Warman, una de sus alumnas. “Un tipo entregado a compartir desde el amor en un aula, en una charla, cocinando unas empanaditas o un guisito para todos y todas o donde sea, sin miedo a crecer y mejorar con el tiempo. Siempre solidario y altruista recibiéndote con una sonrisa cálida que hacía sentir su alegría de encontrarte. Nos deja el legado de que no hay edad para evolucionar y ser un poco mejor cada día", posteó su hijo Emmanuel.

La memoria de su taller de estética y expresión fotográfica, donde pasaron reconocidos fotógrafos de la región como Santiago Hafford, Rubén Romano, Diego Chapay y tantos más a lo largo de más de cuarenta años, se nutre de innumerables anécdotas y reconocimientos. “El proceso creativo nace de la necesidad de expresar un deseo, un sentimiento, una emoción, es algo que pasa por lo espiritual, por nuestra interioridad”, decía Yuyo que en el legendario taller indagaba sobre las herramientas de la fotografía necesarias para liberar el potencial creativo de cada participante, trabajando fundamentalmente sobre las imágenes propias de cada uno de ellos a la vez que se analizaba la obra de autores clásicos y contemporáneos. “Fue el primero en Argentina en hablar de la cámara estenopeica y eso generó un semillero enorme. Él se preparó mucho, estudió música, escenografía, arquitectura, artes, cine. Un artista integral, que encontró su gran amor en la estenopeica”, remarca María, su hija, quien admiró de sus padres la fraternidad que tenían con su grupo de joven militancia, a los que consideraban una pequeña comunidad de afectos y afinidades.

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Un clásico de todos los años era el guiso que solía preparar para su cumpleaños.

Un clásico de todos los años era el guiso que solía preparar para su cumpleaños.

Yuyo incentivaba la construcción de cámaras oscuras para realizar observaciones sobre la generación de imágenes. Solía decir en sus clases: “Yo prefiero hacer una fotografía, revelarla y ver el resultado. Eso tiene un valor incalculable, la fotografía se dice normalmente que es una huella luminosa, el negativo de gran tamaño se traslada a otra huella luminosa sobre un material fotosensible, donde tenés la huella final”. Varios de sus talleristas recordaron la mística de crear una cámara estenopeica y montar un laboratorio básico a un costo reducido, donde podían registrar los negativos y sus correspondientes revelados hasta llegar a una copia final. Toda la tecnología que se usaba en los seminarios era construida con materiales reciclados y descartables aportados por cada participante.

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La técnica estenopeica, su gran pasión artística.

La técnica estenopeica, su gran pasión artística.

“Haberlo tenido de profesor, compartir su amor por la fotografía, tantas cosas aprendidas que después de más de 25 años todavía recuerdo, sus enseñanzas para la vida. De esas personas que uno agradece haberse cruzado”, escribió Jorge Mariano Cosentino en su Facebook. Más allá de su preferencia por la estenopeica, Yuyo bregaba por el complemento con otros sistemas fotográficos, tanto analógicos como digitales. Dijo cierta vez en una entrevista: “Un punto de inflexión para mí fue un curso que di en Carlos Casares. Saqué una foto de una matera de gaucho, un lugar en la estancia que tenía un fuego prendido para que el gaucho pasara a tomar mate. Ahí me sorprendí de lo que expresaba la fotografía estenopeica, me empecé a dar cuenta de la potencialidad que tenía. La imagen expresaba tiempo pasado, lecturas muy buenas, juegos de luces y sombras que nos transportaban a un tiempo de ayer”.

A finales de 2015, el Centro de Estudios Fotográficos “Yuyo Pereyra” cerró definitivamente sus puertas. En aquel momento, el propio Yuyo lanzó a la comunidad una carta abierta: “La docencia requiere de una entrega absoluta para poder hacerla con seriedad y responsabilidad. El largo tiempo vivido inexorablemente va dejando marcas en el cuerpo y yo no puedo ser una excepción, he llegado a un punto en que siento que la fuerza física no es la misma de cuando desarrollé, a lo largo de 45 años esta apasionante actividad docente. Hay que saber dar un paso al costado y dedicar el tiempo que nos queda a actividades más pasivas. Otro factor a tener en cuenta es el necesario y tan mentado recambio generacional, liberar a quienes me acompañaron tantos años de trabajo conjunto para que forjen su propio destino, con sus propias propuestas, sabiendo que siempre contaran con mi apoyo y colaboración en caso de requerirlo.

En la época gloriosa del centro de estudios llegaron a tener 500 alumnos en la matrícula anual, llegando a ser la escuela de fotografía más importante del país.

Yo no me retiro totalmente del campo de la fotografía, de ser así sentiría que me estoy matando solo, dedicaré el tiempo que me queda a actividades más puntuales y seguiré bregando y difundiendo la Fotografía Estenopeica que fue, es y seguirá siendo mi gran pasión.

Un abrazo sobre mi corazón a todos los docentes que me acompañaron estos largos años, en especial a mi hijo Emmanuel y a Rubén Romano, como así también a la enorme cantidad de alumnos que me tomaron como su referente, a quienes recordaré toda mi vida con entrañable cariño. Simplemente gracias a todos”.

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De niño empezó a tocar la guitarra en radios de Chaco, su provincia natal.

De niño empezó a tocar la guitarra en radios de Chaco, su provincia natal.

Jose Luis Di Lorenzo, otro ex alumno, posteó: “Gracias Yuyo por todo lo que me enseñaste, por transmitirme ese amor por la fotografía, por revelarme los secretos del cuarto oscuro, de la estenopeica, por enseñarme a contar elefantes, por las charlas, por las fiestas de fin de curso, por las risas”. Por otro lado, Gustavo Muriel dedicó las siguientes palabras: "Los ´90 llegaron con una nueva curiosidad en mí, la fotografía. Me sumé al taller de fotografìa del Pasaje Dardo Rocha que comandaban Yuyo Pereyra y un joven (y con pelo) Rubén Romano. Dos años haciendo horas extras ahí adentro, copiando en el laboratorio y haciendo amigos cuyo cariño sigue intacto desde hace más de 30 años. Mi búsqueda creció y aprendí de mucha gente, pero a Yuyo le debo principalmente el amor por la fotografía, una pasión que le ganó a la literatura, tan importante para mí”.

Otro rasgo sobresaliente de su amada cámara estenopeica fue la inclusión: todos podían hacer una foto y Yuyo difundió esa técnica hasta en las cárceles.

No hubo quien no respetara su carácter noble, su buen trato, su humor, su amor por las conversaciones. La escritora Pilar Cimadevilla dedicó otro sentido homenaje: “Mucho antes de ser mi suegro, fue mi maestro. Yo estaba recién llegada a La Plata y una amiga me invitó a la muestra de fin de año de la Escuela de foto. Más de cien personas brindaban y conversaban alrededor de las imágenes que habían colgado sobre la pared. En un momento Yuyo pidió silencio y entregó los diplomas de fin de curso uno por uno con un abrazo. Enseguida quise formar parte de ese espacio de aprendizaje tan diferente a la facultad. En marzo estaba ahí. Me acuerdo esas primeras clases en las que Yuyo nos contaba el origen de la fotografía con fascinación. Él se apasionaba recuperando las anécdotas de los primeros inventores que se empecinaron en atrapar la luz. Cada historia terminaba con un “creer o reventar” y se reía sorprendido como si fuese también la primera vez que escuchaba el cuento. La clase era los jueves de 20 a 22, pero él siempre quería más y cerca de las 22.30 se asomaba alguna cabeza del otro lado de la puerta avisándole la hora. Nadie estaba apurado por irse”.

Y luego: “En el chat que tenemos con mis amigas ayer una dijo: Yuyo es nuestro mito de origen. Muchas nos encontramos ahí y quisimos aprender esa otra manera amorosa de ver el mundo a través del marco de la diapositiva que te regalaba en la primera clase para empezar a componer. Gracias Yuyo por habernos compartido tu corazón”.

Un eterno de la luz, como lo describió Lucía Ibáñez, otra de sus alumnas. “Primero pienso qué voy a fotografiar, y después pienso con qué. Podés construir cámaras de diferentes formas, con más de un agujero”, era otra de sus máximas. “La industria fabrica una cámara y vos te sujetás a la tecnología de esa cámara, de alguna manera te están marcando el camino. El fotógrafo estenopeico tiene libertad de creación, para mí es esencial en el proceso creativo y no lo negocio”, afirmaba cuando lo tildaban de anacrónico. Y cada tanto se metía en los últimos debates sobre la imagen: "La facilidad que tenemos actualmente, con algo tan simple como un celular, es para hacer imágenes, no son fotografías, para eso tenés que tener una formación y no una información. Como dice un autor: vaya mucho al cine, lea poesía, novelas, vaya al teatro y yo en dos horas le enseño fotografía”.

Fundador de una de las escuelas de fotografías más importantes de la ciudad, Yuyo solía sonreír y extenderse largo tiempo cuando hablaba de la fuerte carga metafísica de la imagen, cebando unos mates y dando un clima hogareño para destrabar toda solemnidad, y después cerraba con la frase de Salvador Dalí que tenía de fondo en su muro de Facebook: “Fotografía, pura creación del espíritu”.

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