Personajes como el botánico Carlos Luis Spegazzini o el paleontólogo Florentino Ameghino, reconocidos como sabios platenses por su legado social y cultural, se cruzaban con políticos e intelectuales de la época en el almacén.
El Bazar vendía, por entonces, artículos para dibujantes y artistas por lo que se había instalado como galería artística. En 1911 el pintor Emilio Petorutti, con sólo 19 años, decoró las vidrieras del Bazar X y luego lo contó en el libro Un pintor ante el espejo, que resume sus memorias.
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Félix Sancha y su hija Inés, el día que compró su Valiant y lo estacionó en la vereda de su negocio.
El fuerte del negocio hasta ese momento se basaba en costumbres que ya no existen. Juegos de copas, de cubiertos, de platos, que podían reponerse, además de mantelería y distintos artículos para el hogar de la familia media. “Cosas que hoy son inconcebibles”, juzga José, “cuando había un casamiento, en los años ´50 y ´60, tenías que tener todo ese set para empezar”.
Los años dorados duraron hasta los cincuenta, cuando se consolidó la pequeña burguesía platense, dice José, antes de sumergirse en la historia de un negocio familiar que es su vida entera. “Mi abuelo explotó el negocio más o menos hasta que yo nací. Mi madre, que era la hija del dueño del Bazar en ese momento, conoce a mi viejo en un viaje a España, se casan y vienen a trabajar acá”.
Se llamó Baxar X. Pero pudo ser La luna, como el histórico bazar de otro inmigrante español, Don Esteban Cuevas, que todavía atiende al público en el barrio Monserrat de la Capital Federal con sus mostradores de madera maciza y una altísima escalera deslizante.
El de La Plata tuvo distintas ubicaciones mientras la ciudad ideada por Dardo Rocha tomaba su fisonomía planificada en la primera mitad del siglo XX. Primero se emplazó en diagonal 80 casi 49, donde hoy funcionan distintos comercios. Luego se mudó a 51 entre 5 y 6 y, en los años ´30’, abrió sus puertas en 50 entre 5 y 6 donde las cerró definitivamente más de 60 años después. Corría 1993.
Hoy funciona un “shopping gastronómico”, dice José una mañana cualquiera del último verano, a 50 metros de la entrada del Baxar Mercado, donde hoy se emplazan una conocida cadena estadounidense de café y una heladería que desde Argentina ofrece el “mejor helado artesanal del mundo” y ya se extendió a varios países.
Emilio Petorutti, con sólo 19 años, decoró las vidrieras del Bazar X y lo contó en el libro Un pintor ante el espejo.
Dice ‘shopping gastronómico’ y no ‘polo gastronómico’ como si la distancia entre esas unidades de sentido explicase algo acerca del derrotero histórico de su negocio familiar. Un final idéntico y al mismo tiempo singular de otros comercios tradicionales -casa Beige, tienda Delmar, Gath & Chaves o Los dos primos-, que bajaron sus persianas a fines de los noventa en el contexto de la desregulación económica, el boom importador y los cambios en el consumo.
Una ilusión hecha de autitos Tomica
El recorrido se le grabó en la memoria con la pregnancia de los recuerdos de la niñez. Para cualquier niño, entrar a Bazar X es un vértigo alucinante, con cajas y juguetes de todo tipo y color. La pinotea rechina a su paso. Huele a cera. Deja atrás el salón principal -donde está ubicado el bazar propiamente dicho-, y avanza por la derecha directo a los juguetes. En el fondo, ordenados en unas estanterías de madera enormes, en cajas de cartón de tapa roja, están los soldaditos.
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Sancha y Julio López, un empleado histórico de la casa.
Repasa con la vista escenas recreadas del Lejano Oeste, indios a pie y a caballo rodeando una carreta de cowboys o árabes en lucha contra Legionarios, Cruzados o Romanos. Tiene que elegir una. O dos, según el presupuesto de los padres ese día. Nunca sabe cuántos pasarán hasta la próxima visita.
Hoy se puede conseguir un auténtico Tomica de colección -pongamos un Fiat 500 Lupin 3- por 75 mil pesos, un Gundam Char's Zaku por 60 mil o un Tomica Animal Transporter por 45 mil pesos en Mercado Libre, una especie de Bazar X interplanetario, donde X significa todo lo absolutamente consumible en el momento de mayor expansión del comercio electrónico global.
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Mi equipo, el juego de jugadores articulados, se consigue todavía en Mercado Libre.
Cuando Jorge Cosentino tenía 8 años, a fines de los setenta, Bazar X era la juguetería más antigua, enorme e imponente que conocía. “Era algo inabarcable, un lugar en el que siempre ibas a encontrar algo para llevarte y al mismo tiempo te iban a quedar cosas por mirar”, cuenta ahora, con 53 años, empleado administrativo y coleccionista de juguetes de La Plata.
Los que, como él, vivieron la infancia en esos años, tuvieron la suerte de convivir con muchas jugueterías que los marcaron. Cerdá, Elektra, Trineo, Casa Tía y, por supuesto, Bazar X. El edificio y su tamaño lo hacían único. “Era gigante y antiguo. Tenía el encanto de los pisos de madera que rechinaban cuando los pisabas, los techos altísimos, las estanterías repletas de cosas”, revive hoy con memoria obsesiva.
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José Sancha, en una conferencia actual sobre gestión cooperativa.
Los ´70 y ´80 estuvieron marcados por una fuerte presencia publicitaria de los juguetes en televisión. Las ventas del Bazar X dependían mucho de esas promociones. “Los juguetes de televisión había que tenerlos y, para mantener el precio, el Bazar X los compraba directamente al fabricante o al importador muy intuitivamente”, explica José Sancha.
Entonces, había éxitos de venta como He-Man y fracasos absolutos como el muñeco ALF. “Se anunciaban 30 juguetes por temporada de Navidad y sólo 10 funcionaban. El muñeco ALF era carísimo y fue un desastre -relata el último gerente de la empresa- y eran personajes que si no se vendían en el momento de la propaganda se convertían en perecederos”.
Lejos de los algoritmos y el consumo segmentado de hoy, el negocio funcionaba en base a lo que ofrecían los viajantes, que a su vez ofertaban su productos de acuerdo a quién y en qué canal publicitaba los juguetes y no a sus bondades.
Los importados de Bazar X
En el fondo del salón principal había otro más chico con la forma convencional del resto de las jugueterías. Los dueños lo llamaban Importados. Ahí estaban las pistas y autos scalextric, los Marklin -modelos de ferrocarriles a escala-, las lanchitas a motor, juguetes con mecanismos e insumos para hobbies como el aeromodelismo.
Mostradores donde atendían empleados a los que les pedías lo que buscabas: había un extenso personal dispuesto a satisfacer las demandas del mercado infantil, con las novedades del momento y piezas de colección. “En los años de Martinez de Hoz, los nenes querían importados y el Bazar X se había transformado en un gran mercado persa donde había todo tipo de productos de afuera”, cuenta José.
Los Tomica, unos autitos japoneses hermosos que se conseguían en el Bazar X, fueron el último tesoro de Jorge antes de dejar de ser niño. “Muchos de los objetos que forman parte de mi colección seguramente poblaron las estanterías de Bazar X, alguno tal vez conserva la inconfundible estampilla blanca con letras azules con el logo del Bazar y el número del artículo”, cuenta Jorge. Aunque ninguno es tan valioso como la experiencia de visitarlo y la felicidad que sobrevenía a la frase de mamá o papá: "Elegite algo".
Sólo te interesa ver las vidrieras
El inicio de la austeridad arrancó promediando los sesenta. Pero las vidrieras de Félix Sancha disimulaban bien. A nivel societario fue así: cuando Don José de Diego se retiró de la firma, en 1954, quedaron tres socios: Félix Sancha, José Luis de Diego - hijo de Don José y cuñado de Félix- y los hermanos Ibañez, que tenían otra juguetería. Tiempo después se llamó Sociedad Anónima Bazar X.
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Afiche publicitario del negocio.
Félix era todo un personaje. Un gallego duro y muy sociable a la vez. Con una extraordinaria habilidad empaquetaba regalos maravillosamente aunque le faltaban los tres dedos más largos de una mano. Quino pudo inspirarse en él para dibujar al papá de Manolito. Había luchado para el franquismo en la Guerra Civil.
Las vidrieras del Bazar X, tres grandes paños a la izquierda y uno a la derecha de la entrada, eran producto de su creación. En vísperas de Navidad, para los platenses era muy tradicional encontrar ahí el pesebre. “Todas las vidrieras mostraban juguetes y, en una de ellas, llegando a calle 6, se montaba el pesebre. Lo armaba mi viejo y trataba de repetir lo que él había visto que hacían para que las piezas encajaran. Los gallegos promocionaban de ese modo la venta de figuritas. Pero era un atractivo cultural”, cuenta José Sancha.
Montañas de papel maché que van del verde al marrón, pastores con sus ofrendas, camellos y rebaños de tamaño real rodean al Niño Jesús, la Virgen María y San José. Jorge Cosentino da fe que podía pasar un largo rato mirando los detalles del pesebre para después recrearlo a escala en el living de su casa. Cuando el Bazar X quebró, se supo que una ONG compró el último pesebre a un precio sideral y lo tuvo mucho tiempo en exhibición.
Una bicicleta en un bazar
Una nota publicada en El Día reunió en 2018 a algunos ex empleados del Bazar X. En la foto del artículo, unas diez trabajadoras históricas del comercio hacen la X con los dedos en cruz sentadas sobre la escalera de madera del histórico salón principal. Pero, como si el tiempo se hubiera empeñado en no dejar más rastro, la voz de quienes trabajaron en el negocio llegó a BEGUM de boca de una ex trabajadora temporaria casi por casualidad.
Corre 1985. Tanto Bazar X como Casa Tía refuerzan el personal en la previa de las fiestas y hasta Reyes. Félix Sancha le explica a Claudia Montesino -entonces de 17 años- que, a medida que se acerca la fecha festiva, la gente acude al local más rápido, más tarde y más apurada.
Claudia estudia en la escuela secundaria y suma alguna changa para ayudar a su mamá en la casa. Nunca más se va a olvidar del arte de envolver los paquetes que le enseñó el dueño "súper amable" del Bazar.
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Claudia Montesino nunca olvidó el arte de envolver los regalos.
“A mí me fascinaba la forma en que el dueño del lugar envolvía los paquetes porque a pesar de tener amputados los dedos índice, anular y mayor, los envolvía a la perfección. Y nos enseñaba, era muy cordial”, dice hoy Claudia con 59 años, narradora oral y profesional de la comunicación.
Eran las vísperas de Nochebuena. Una señora muy apurada llega a comprar una bicicleta, quiere el rodado más pequeño, con rueditas, para su nieta. Después de pagar, pasa por el sector de empaque a retirarla y pide llevarla envuelta a su casa.
“No era grande pero tampoco chiquita. La supervisora trató de explicarle que no se podía envolver y la señora, que era una clienta de años del lugar, insistió. Entonces vino el dueño”, revive Claudia y señala con un ademán una altura de aproximadamente 1,20 metros.
Recuerda con detalle el despliegue que sucedió a continuación. “Quitamos todas las cosas del mostrador, tomamos el largo, colocamos el papel ahí y lo unimos, porque se necesitaban dos tramos. Entonces Félix, con mucha paciencia, me explicó cómo me podía dar idea de envolver la bicicleta”, describe.
Era gigante y antiguo. Tenía el encanto de los pisos de madera que rechinaban cuando los pisabas, los techos altísimos, las estanterías repletas de cosas Era gigante y antiguo. Tenía el encanto de los pisos de madera que rechinaban cuando los pisabas, los techos altísimos, las estanterías repletas de cosas
Siguiendo las indicaciones del dueño, ella reforzó el papel para que no se rompiera en la parte de las ruedas y los pedales, y mientras eso pasaba, él, con la mano que tenía todos los dedos pero engarzando con la otra una cinta ribbonette rosa y blanca, le hizo un moño maravilloso que coronó con una hoja de muérdago y dos guindas.
No era un detalle menor: el decorado de los juguetes era parte de algo que hoy se denomina como packaging, pero que en aquella época significaba simplemente un regalo bien presentando. Y eso aunque el papel se quitaba en unos segundos y luego, tal vez, se arrojaba a la basura.
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Jorge Cosentino en el patio de su casa jugando con los soldaditos.
“Sé que lo llamaban el señor seis dedos, que fue sumamente amable conmigo y cuando pasó Navidad y llegó el 7 de enero, me ofreció quedarme pero dije que no porque sólo me interesaba sumar un poco de dinero”, cuenta Claudia Montesino y asegura que “aún hoy, si necesito un moño lindo, me acuerdo de él”.
Bajar las persianas
Cuando José Sancha volvió del exilio, en 1985, le llamó la atención lo igual que estaba el negocio a cuando se había ido. La sociedad con los Ibáñez no había funcionado y sólo quedaban los de Diego y los Sancha. Las acciones, en rigor, eran de su familia.
“Habían mantenido mucho la política de no innovar. No eran tan abruptos los cambios en aquella época, pero las mismas cosas estaban en el mismo lugar: lo que había que arreglar seguía sin arreglarse, un poco por el vaciamiento que produjo la salida de un socio, pero también por la política conservadora de la firma”, razona José.
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José de Diego, fundador de Bazar X.
El local histórico de La Plata parecía atornillado al pasado. Pisos de madera con sus mostradores y vitrinas, el sector que llamaban “la barandilla”, el sótano, y había que atravesar un palo para cerrar la puerta de dos hojas de la entrada. “Todas esas cosas, que seguían siendo normales para nosotros, eran absolutamente prehistóricas”, fue la impresión de José al volver de una España de hiperconsumo. El modelo de negocio había cambiado a nivel global, y las jugueterías ya no eran las de antes.
El Bazar X, en efecto, sobrevivía como una típica empresa familiar -trabajaban unas 15 personas- que no se había profesionalizado. “Cuando volví trabajaban mis primos, mi hermana. Era un núcleo pequeño en la que se fueron metiendo todos los herederos, tres generaciones, y no estaba clara la conducción. Entonces, el gerenciamiento era muy complicado”, recuerda José.
Este medio contactó al ex decano de la Facultad de Humanidades de la UNLP, José Luis de Diego, que formó parte en la administración del negocio y es primo de Sancha. El escritor y docente se excusó muy amablemente y prefirió no hablar del tema.
El contexto económico general no era el mejor. Bajo el gobierno de Raúl Alfonsín, la hiperinflación fue un mazazo que pulverizó el poder adquisitivo de las clases medias. Se estima que la inflación en 1989 terminó en 5000 % anual y se registró una devaluación del 80% en diciembre de ese año. El negocio no pudo sostenerse y, menos aún, dar el salto que significaban las ventas en el día del Niño o en las fiestas de fin de año.
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José de Diego en la lista de oradores de la inauguración del Hospital Español, 14 de marzo de 1943.
Hubo muchos conflictos en la conducción. Primero con los Ibáñez y después de tipo internos, dice José, que para ponerse al frente de la sociedad estudió los distintos tipos de empresas parentales: aquellas donde manda el padre, otras donde manda el matrimonio, las que mandan los hijos o la que mandan todos a la vez.
“Todo era un verdadero despelote”, dice el último presidente de la sociedad y adjudica al Plan Bonex el tiro del final. El plan de canje de bonos externos por australes, implementado por el entonces presidente Carlos Saúl Menem en un intento por contener la inflación, paralizó la economía y fue un golpe duro para los ahorristas.
“Fue una puñalada final para el Bazar”, dice José Sancha en un café, una mañana cualquiera del último verano. A cincuenta metros del Baxar Mercado, en el corazón del soho platense, el shopping gastronómico que aún conserva la identidad de aquel viejo almacén de Ramos Generales.
Mi equipo
Entre los juguetes emblemáticos del local platense, existía uno que era un juego de fútbol con jugadores de plomo. Venía en una caja de cartón con un hule de 2 x 1 que se desplegaba al abrirlo. Los jugadores eran muñecos de plomo articulados con un tornillo que podían mover las piernas. Y estaban pintados a mano. “Viéndolo desde acá, era alucinante, mejor que la play station”, dice José Sancha. Hace poco, en una casa de antigüedades, encontró uno, y un hombre le dijo: "Estos eran de Bazar X".
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La caja original de Autitos Matchbox.
Autitos Matchbox
Se trató de una línea inglesa de autos de juguete a escala, que se hicieron populares en los ´70 y ´80. Eran coleccionables y podían tirarse y chocarse contra la pared. El nombre se debe a que se vendían en cajas similares a las de los fósforos.