Con De Mena coincide Araceli Bellota, otra de sus biógrafas, autora de “Julieta Lanteri. La pasión de una mujer” (Editorial Galerna), cuando señala que dentro de las mujeres célebres de su época “fue la única que no se afilió a un partido político tradicional. Tampoco contrajo matrimonio con ninguna figura trascendente de su época y, tal vez, estas fueron las razones por las cuales a fines del siglo XX permanecía casi en el anonimato”. Por eso, Bellota pone de relieve que la biografía que ella escribió intenta ser un “desagravio” frente a tanta indiferencia.
Cuando ella cursó en el colegio, hacia 1894, la ciudad recién nacía y el Nacional funcionaba en otro edificio.
Lo cierto es que, en La Plata, su figura comenzó a ser rescatada del olvido con la irrupción de los nuevos feminismos: desde 2018, el laboratorio de Química del Colegio Nacional y el patio de la presidencia del Rectorado de la UNLP llevan una placa con su nombre, existe una ordenanza platense (la 10.041) que la declara ciudadana ilustre post mortem y, el año pasado, el Ministerio de Salud bonaerense creó un programa de becas de investigación que también lleva su nombre.
RARA AVIS
No nació en una familia ilustrada ni estuvo vinculada a la política o al mundo de las ideas: era hija de labradores devenidos en rentistas que migraron desde la región piamontesa de Cuneo, en Italia, a la Argentina, como tantos italianos ilusionados con hacerse la América a fines del siglo XIX. Pero ella siempre fue disruptiva, como si hubiera nacido antes de tiempo o en la familia equivocada, porque Julieta Lanteri pateó todos los obstáculos de su época: no sólo fue la primera en votar (en elecciones municipales porteñas) y en ingresar al Colegio Nacional de La Plata sino, también, la primera que fundó el Partido Feminista Nacional y la primera en ser candidata a diputada.
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Julieta Lanteri, totalmente vestida de blanco.
Esta mujer, que se convirtió en la sexta médica egresada de la UBA, era sumamente mediática: se pronunció en decenas de entrevistas y congresos sobre temas que entonces eran tabú, como la defensa de los derechos políticos y civiles para las mujeres, acceso a la educación mixta y laica, dignificación del trabajo, el divorcio y la prostitución. Con respecto a estos dos últimos, estaba completamente a favor del divorcio vincular y llegó a decir en declaraciones a Mundo Argentino: “El matrimonio es una monotonía y con frecuencia un aburrimiento grave. En la variedad está el gusto”. Sin embargo, se casó con un hombre 14 años menor, Alberto Luis Renshaw, en 1910, y a partir de ahí se hizo llamar Julieta Lanteri Renshaw, sin la preposición “de”. No tuvieron hijos y el matrimonio duró apenas un año.
PRIMER CONGRESO FEMINISTA
Poco antes de casarse, Julieta no estaba preocupada ni por la fiesta ni por el vestido, lo único que le quita el sueño es la organización del Primer Congreso Femenino Internacional del mundo, que se realizará en Buenos Aires. Corre el año del Centenario de la Patria y “la Lanteri”, como empezaban a llamarla en los medios, ya es la presidenta de la Liga Nacional de Mujeres Librepensadoras. No había pañuelos verdes, claro, pero ella ya adopta un código de vestimenta: el de las sufragistas inglesas y norteamericanas, que consiste en vestir completamente de blanco para visibilizar la demanda feminista del derecho al voto.
Lanteri pateó todos los obstáculos de su época: en La Plata fue declarada ciudadana ilustre post mortem.
En el Congreso, Lanteri oficia de secretaria así que no para un minuto en su rutina. Con su atuendo full blanco que incluye sombrero, vestido largo y carterita, va y viene de un salón a otro en la sede porteña de la sociedad Unione Opera Italiani convertida en un hervidero de mujeres díscolas para la época.
De acuerdo con la investigación de Araceli Bellota, la ciudad de Buenos Aires contaba con 143 burdeles registrados que pagaban a la municipalidad el 21% del total de los impuestos. Se calcula que, en total, trabajaban alrededor de 10 mil prostitutas con las consecuencias de transmisión de sífilis y gonorrea. Por eso Lanteri había preparado una ponencia contra el trabajo sexual que, según ella, debía desaparecer: “Si este mal existe es porque los gobiernos no se preocupan de extirparlo, y puede decirse que lo explotan desde que lo reglamentan y sacan impuestos de él. Hago, pues, moción para que el Congreso formule un voto de protesta contra la tolerancia de los gobiernos al sostener y explotar la prostitución femenina”.
LA CIUDAD DE LAS RANAS
Dardo Rocha, el gobernador y fundador de La Plata, mantenía una relación ambigua, de alianza y competencia, con el presidente Julio Argentino Roca. Poco antes de la fundación, Rocha lo invitó a recorrer los terrenos donde se asentaría la flamante capital: una extensa llanura con escasa arboleda y grandes terrenos encharcados, una suerte de inmenso pantano donde no había nada o todo estaba por ser. En ese recorrido inicial, Roca le habría dicho al gobernador bonaerense “la nueva ciudad será la ciudad de las ranas”. De allí, el título que el periodista Hugo Alconada Mon le dio a su libro sobre los orígenes de esta capital.
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La fundación data de 1882, pero recién entonces comenzaban a abrirse calles y diagonales, y a construirse edificios públicos y espacios verdes en torno a lo que hoy es Plaza Moreno. A esa capital naciente y apenas poblada llegó la joven Julieta Lanteri con su familia.
“No había nada, realmente era la ciudad de las ranas como decía Roca”, confirma Marcelo Rimoldi, ex alumno y profesor de Historia del Colegio Nacional, quien se ocupó de reconstruir en un libro aún no publicado la historia de esta escuela emblemática. Para Rimoldi el Nacional es como su segunda casa, por eso creó, también, una Sala Histórica dentro del edificio principal repleta de objetos, documentos y fotos históricas.
Hay por lo menos tres versiones del paso de Lanteri por el viejo Colegio Nacional: en la biografía que escribió Ana María De Mena dice que fue la primera alumna mujer en ingresar a esa escuela y que rindió tres años libres aunque no precisa fechas. En cambio, en la biografía “Julieta Lanteri. La pasión de una mujer”, su autora, Araceli Bellota, dice que “en 1894 rindió libre primero, segundo y tercer año, y aprobó como alumna regular el cuarto y en 1895 se recibió”.
La actual vicedirectora del Colegio, Ana García Munitis, y el profesor de Historia del Nacional, Marcelo Rimoldi, aportan datos distintos: dicen que si bien no hay registros ni legajos de la época, se sabe que Julieta Lanteri cursó primera año en esa escuela en 1894. Pero, aparentemente, no terminó su secundario allí.
El historiador Rimoldi, además, desmitifica dos cosas: por un lado, que el Colegio era sólo para varones y, por otro, la creencia de que sólo iban los ricos o la pretendida aristocracia de la ciudad: “Era muy variado el perfil de los alumnos del colegio, hay un preconcepto de elitismo y en realidad en la matrícula de 1885, que es la primera de todas, tenés el pedido de matrícula de Carlos D´Amico, el gobernador, para su hijo y das vuelta la página y tenés la solicitud de un albañil”.
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Vitrina en el Nacional con personajes ilustres, entre los que se encuentra Lanteri.
Julieta Lanteri no era ni lo uno ni lo otro. Sus padres, Antonio Lanteri y Matea Guidi, habían sido labradores en Italia y en Argentina tenían un buen pasar como rentistas. Antonio gozaba del status de “antiguo residente” porque ya había vivido en este país: se había casado pero a los pocos años enviudó y se volvió al viejo continente. Heredó de su primera esposa una casa que alquilaba en la actual Ciudad de Buenos Aires. En Italia, Antonio se volvió a casar y tuvo tres hijas: la primera fue Julieta (a quien, en rigor, bautizaron Julia Magdalena Ángela); Magdalena, que murió a poco de nacer, y Regina Lanteri, la más chica, que también fue al Nacional.
Con su familia arribaron a La Plata, sinónimo de progreso y prosperidad, y el Nacional era un colegio pujante.
Al llegar a la Argentina, en 1879, Julieta tenía apenas 6 años. La familia vivió un tiempo en la cómoda casa porteña que el padre heredó sobre avenida Santa Fe entre Cerrito y Libertad. Cinco años después, atraídos por la promesa de que la nueva capital bonaerense sería la primera ciudad planificada del país, sinónimo de progreso y prosperidad, se mudaron a una amplia vivienda platense con habitaciones para alquilar en la esquina de calle 42 y 3. Según la biografía de Araceli Bellota, abarcaba seis números, desde el 390 hasta el 400.
En las fotos del Nacional que conoció Julieta se ven hombres que parecen mucho mayores que los estudiantes del presente. En las imágenes grupales es evidente que la gran mayoría eran varones, varios con frondosos bigotes, trajes oscuros, gesto adusto y sombreros bombín. En alguna que otra imagen aparece una, a lo sumo dos mujeres por división que, en promedio, tenía unos 25 alumnos cada una.
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Joaquín V. González, creador del Nacional, posando junto a otros hombres destacados de su época.
La actual vicedirectora del Nacional, Ana García Munitis, pasa en limpio: “En 1907 se crea el Liceo de señoritas, entonces el Nacional pasa a ser sólo para varones y el Liceo, para mujeres. La Universidad lo manejaba así, después, en la década de 1970, se hace mixto hasta la actualidad”.
LA PREGUNTA DEL MILLÓN
¿Cómo logró una mujer italiana convertirse en la primera argentina en votar, cuarenta años antes de que pudieran hacerlo todas las demás?
La respuesta da cuenta de que Julieta Lanteri fue de esas personas excepcionales, capaces de convertir un obstáculo en una enorme oportunidad. Y no fue la única: Lanteri pudo ingresar a la Universidad gracias a la pelea que ya habían dado otras pioneras feministas, como Cecilia Grierson, a quien no dejaban ingresar a la facultad de Medicina. En 1907, a los 34 años, Julieta se había recibido de farmacéutica y de médica en la UBA y atendía en un consultorio porteño. Su paso previo por el Nacional de La Plata había sido el puente perfecto en su deseo académico.
Su sueño era dar clases como adscripta de la cátedra de Enfermedades Mentales y se lo solicitó por escrito a las autoridades. Al poco tiempo sonó el timbre de su casa, el sonido que presagiaba “la bomba Lanteri”. Porque el empleado del correo le entregó la negativa de la Facultad con un motivo insólito: “La Comisión de Enseñanza ha estudiado esta solicitud y como la doctora Lanteri es italiana no reúne los requisitos que se exigen”. La firma del decano cerraba la comunicación que negaba la posibilidad de enseñar en la Universidad.
“Quieren guerra, la van a tener", se habrá dicho Julieta y, asesorada por Angélica Barreda, su abogada, tardó menos de un mes para iniciar los trámites de su nacionalización en el juzgado número 8, secretaría 4, cuenta Araceli Bellota.
En primera instancia, el juez federal, Ernesto Claros, falló a su favor y le otorgó la carta de ciudadanía “por el reconocimiento histórico de la sociedad moderna de la capacidad intelectual, artística y cultural de la mujer”. El magistrado leyó la aprobación ante Julieta y su abogada. Cuando terminó, las dos mujeres, orgullosas, se abrazaron y dieron saltitos de emoción.
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Un cuadro en homenaje a Lanteri hoy en el Nacional.
Si bien ese juez fue lo más cercano a un aliado dentro del mundo Lanteri, escribió en sus fundamentos que “en las sociedades más avanzadas como Inglaterra y los Estados Unidos, las mujeres tienen derechos civiles y políticos, sin llegar a los extremos del feminismo” (sic). La escritora Araceli Bellota, actual presidenta del Concejo Deliberante de Moreno, cuenta que ni bien Lanteri tuvo una copia del fallo lo llevó a los principales diarios porteños y, al día siguiente, el logro de “la Lanteri” fue noticia obligada en toda la ciudad.
Pero no se la iban a hacer tan fácil: “El procurador fiscal de primera instancia se opuso con la ley 346 de 1869 sobre ciudadanía, que en ninguno de los casos especificados establecía que la mujer pudiera obtenerla". Lejos de tirar la toalla, Julieta apeló.
En 1907, a los 34 años, Julieta se había recibido de farmacéutica y de médica, y atendía en un consultorio porteño.
El procurador fiscal, entonces, buscó un nuevo modo de ningunearla y dijo: “Para empezar, la señora no tiene derecho de litigar sin el consentimiento de su legítimo esposo”. Sobre este episodio, Bellota reflexiona: “Julieta se vio obligada a pedirle a su marido el permiso para participar en un trámite legal y se le estrujó el alma, porque sintió en carne propia la humillación de recibir el trato de un menor o de una persona inhábil, que tantas veces había denunciado”.
LA LUCHA JUDICIAL
Aunque a regañadientes, cansado de la atípica actividad de su mujer, el marido le dio la autorización de litigar. Y el fiscal de Cámara, Horacio Rodríguez Larreta, se pronunció a favor de darle la ciudadanía argentina y argumentó que ni la Constitución Nacional ni la ley limitaban el derecho de naturalización en razón del sexo.
Ocho meses tardó en atravesar el laberinto judicial hasta que le dieron la ciudadanía argentina, pero una vez que la obtuvo hizo mucho más que reclamar un lugar como adscripta en la facultad de Medicina. Con ese documento en mano no pudieron negarle un lugar en el padrón para votar en las próximas elecciones de renovación del Concejo Deliberante porteño.
El 23 de noviembre de 1911 se presentó en la iglesia de San Juan, adonde le tocaba votar. Una larga fila de varones con sombrero y traje se dieron vuelta para mirarla, sorprendidos. Se oyó un cuchicheo y se vieron caras de incomodidad y asombro. Ella, estoica, esperó su turno y cuando llegó a la urna mostró que todos sus papeles estaban en regla. Emitió el primer voto femenino de toda Sudamérica el 23 de noviembre de 1911. Al presidente de mesa, doctor Adolfo Saldías, no le quedó otra que felicitarla y hasta dijo estar satisfecho por haber firmado la boleta de la primera sufragista latinoamericana.
Su paso previo por el Nacional de La Plata había sido el puente perfecto en su deseo académico. Su paso previo por el Nacional de La Plata había sido el puente perfecto en su deseo académico.
La maniobra hábil, astuta y de profundo contenido simbólico de "La Lanteri" provocó, poco tiempo después, la puesta en vigencia de una ordenanza que prohibió explícitamente votar a todo ciudadano que no hubiera realizado el servicio militar obligatorio, una práctica para la que sólo eran convocados los varones.
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Julieta Lanteri en el momento de emitir su histórico voto.
¿Qué hizo Julieta? Fue con un grupo de feministas a enrolarse. Las atendió un militar de bajo rango que, desconcertado, planteó e el pedido de las mujeres a su superior, pero nadie más salió a dar la cara.
Otra vez, perspicaz como pocas, Julieta no se resignó: estudió a fondo la ley electoral y vio que si bien a las mujeres se les había prohibido votar nada se decía sobre ser candidatas. Entonces, se postuló por primera vez para diputada por el Partido Feminista Nacional que fundó bajo el lema: “Nadie puede ser privado de lo que la ley no prohíbe”.
Era 1919 y montó la primera de seis campañas en las que se postuló como candidata a diputada poniendo plata de su bolsillo. Dio decenas de entrevistas y se paró en plazas y esquinas a defender los derechos de las mujeres. No faltaron quienes se reían en su cara y se mofaban de ella, incluso varios diarios de la época. Sus folletos y afiches, pegados en postes y paredes del centro porteño mostraban, por primera vez, la foto de una candidata mujer y una frase que decía: “En el Parlamento una banca me espera, llevadme a ella”. No logró ocuparla, pero sí llamar la atención, escandalizar, hacer pensar y ser, otra vez, la primera.
PRIMERA FEMINISTA
En un documental que emitió Canal Encuentro en la serie Bio.ar sobre la vida de Julieta Lanteri, la doctora en Historia y socióloga feminista, Dora Barrancos, dice que “por lo general se ignora la gran gesta feminista del pasado y la lucha por los derechos de las mujeres, y esa ignorancia no es algo inocente. Me parece que tiene que ver con la todavía incompleta ciudadanía de las mujeres y con todo lo que nos falta en materia de derechos. Es por eso que Julieta permanece aún hoy en ese cono de sombra”.
Después de la dictadura de José Félix Uriburu, Lanteri soñaba con reflotar el Partido Feminista que había fundado y volver a la lucha. Sus ahorros eran magros, sin embargo había inventado un tratamiento contra la calvicie que resultó bastante exitoso y pudo hacerse de un dinero para sobrevivir y alquilar un departamento en la ciudad de Buenos Aires. Cuando estaba en pleno trajín de volver a convocar a sus compañeras de militancia, el 23 de febrero, a las tres de la tarde, un automóvil particular que nunca se pudo identificar, dobló en la esquina de Diagonal Norte y Suipacha y la atropelló. El golpe le fracturó el cráneo, y pese a que enseguida la trasladaron al hospital Rawson, no pudieron salvarla.
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Ana García Munitis, vicedirectora del Nacional, en una pared con otro homenaje sobre Lanteri.
Según Bellota, los diarios se hicieron eco inmediato de su muerte y la reivindicaron como la primera feminista, incluso aquellos que se mofaban de ella en sus años más activos. Pese a que nunca pudo comprobarse, “una sola voz se atrevió a sembrar la duda, y fue la de Adelia Di Carlo quien, en una nota publicada en Caras y Caretas, asegura que Julieta Lanteri temía un ataque”, cuenta la biógrafa Araceli Bellota.
En 1919, año en que Lanteri fundó el Partido Feminista, Eva Duarte nacía en Los Toldos. Nunca se conocieron y ni siquiera existen pruebas de que Evita haya sabido de sus existencia aunque puede presumirse que sí, porque cuando se promulgó la ley 13.010, de sufragio femenino, mencionó en su discurso “una larga historia de lucha, tropiezos y esperanzas”, una historia en la que Julieta había tenido, sin dudas, un protagonismo notable.
Así las cosas, “La Lanteri” no vio sus sueños realizados: ni el voto femenino, ni su banca en el Congreso. Si la mataron o no, todavía es un misterio. De algo no hay dudas: primera estudiante mujer del Nacional, le puso el cuerpo a todas las luchas del feminismo en sus horas más álgidas, cuando todas las batallas estaban por delante.