En el interior de la fábrica, todavía hay conos de hilos enganchados a los telares; como si en un rato fuera a entrar a su turno un grupo de trabajadores para encender las oxidadas máquinas y comenzar a tejer lienzos. Y como si esas telas terminadas luego fueran a ser transportadas en camiones al barrio de Once para comercializarse al minoreo y transformarse en prendas.
Todavía, por el detalle de los rollos de hilos en las máquinas, pareciera que la fábrica Cooperativa Industrial Textil Argentina (CITA), la primera de su tipo en Sudamérica, sólo está parada porque no es horario de trabajo. La verdad es otra: dejó de funcionar definitivamente hace ocho años cuando ya no pudo aguantar una nueva crisis económica, la apertura de importaciones y los tarifazos. Algo que no es novedad en un país como Argentina.
Las instalaciones de CITA están ubicadas en el barrio platense El Mondongo, en la intersección de las calles 115 y 62, apenas unas cuadras distante tanto de la cancha de Gimnasia como la de Estudiantes. El edificio, que ocupa alrededor de 7.000 metros cuadrados, tiene una fachada antigua imponente con 26 ventanas. Nadie que haya pasado alguna vez por sus contornos desconoce el aire fabril de una mole estancada en el tiempo. En la esquina funciona un pequeño comercio en el que la cooperativa aún comercializa telas junto a productos de limpieza e higiene. Después, hay varios espacios más: un gran galpón que se explota económicamente como estacionamiento y otras divisiones con máquinas arrumbadas.
Por una escalera ancha se accede a una zona con dos salas de extensos ventanales y antiguos muebles de madera. Allí, en la planta alta, sentados alrededor de una mesa, se encuentran ahora el presidente de CITA, Sergio Yosco; su vice, Daniel Arrechea; y la síndico, Mabel Mastrototaro. Son tres de los once miembros que hoy quedan en la cooperativa (que alguna vez llegó a tener unos 500) y están esperando a los demás integrantes del consejo de administración para cumplir con la reunión formal que llevan adelante cada mes. Los tres tienen varias décadas trabajando como asociados: vivieron tiempos de alta producción, las diferentes crisis y la reconversión financiera.
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Una reunión de la Comisión Directiva, en el auge de la cooperativa.
“En la década del 60’, en la época de mayor esplendor, la cooperativa producía 4 millones y medio de metros de tela por año”, le cuenta Daniel, con calma, a Begum. “De ese total, el 80% era teñido, procesado, estampado; y el resto era tela cruda”. Otros informes hablan de que ese crecimiento llegó al tope de producir un millón de metros de tela por mes con una fija de al menos 400 clientes.
El freno de CITA como productora textil se fue dando de manera gradual. Desde la década del setenta, en diferentes periodos neoliberales, sufrió golpes que la fueron debilitando y, en tiempos del gobierno de Mauricio Macri, terminó apagando las máquinas. Fue el golpe de nocaut.
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Una factura de un estampado.
“Los puntos comunes de las crisis tuvieron que ver con la apertura de importaciones”, explica Sergio. Y Daniel agrega: “Las primeras crisis nos agarraron parados de una manera un poco más fuerte y teníamos un respaldo para ver de qué manera responder. Pero después, cuando fuimos bajando la producción, nos tomaron de una manera más debilitada. Con los tarifazos del 2017, los servicios se nos fueron a las nubes y no pudimos hacer frente a semejantes gastos para las ganancias que teníamos”.
La primera de Sudamérica
El origen de la fábrica textil data del año 1926 y en un inicio fue un emprendimiento privado: se conoció como la Sociedad Anónima Industria Sérica Argentina (SAISA) y quebró dos décadas después. Sin embargo, a mitad del siglo XX se convirtió en la primera cooperativa textil de Sudamérica, sello que fue oficializado en un acto que encabezó el entonces presidente Juan Domingo Perón en la mismísima Casa Rosada.
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“En 1952, por avatares de la economía, el dueño de la fábrica les propuso a las 700 personas que trabajaban en ese momento retirarse y cobrar una indemnización o formar una cooperativa. La modalidad era que el propietario se quedaba con el 50% de las acciones y el otro 50% era de los empleados que permanecieran”, reconstruye Daniel Arrechea. La oferta de formar la administración mixta fue aceptada por alrededor de 500 trabajadores quienes, pocos años después, terminaron comprando la parte restante.
En los´60, la época de mayor esplendor, producía 4 millones y medio de metros de tela por año
Como parte de su notable crecimiento, experimentó una expansión acorde a la protección del mercado interno y de las pequeñas industrias nacionales. CITA no sólo contaba con el edificio del barrio El Mondongo. A este, se sumaron otras construcciones de las cuales se fue desprendiendo a lo largo del tiempo: una sede para estampar y teñir las telas ubicada en calle 63 entre 7 y 8 (hoy es una dependencia de la Dirección General de Cultura y Educación bonaerense); otro sitio de tejido en el distrito de Avellaneda; y las oficinas centrales, en la ciudad de Buenos Aires. Además, llegó a tener un anexo de ventas en Rosario.
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La historia de la cooperativa, en efecto, es también la historia de muchas familias que crecieron alrededor de ella como parte de un tejido vivo de lo comunitario y de lo social. “Mi papá trabajó en CITA desde 1952 y yo nací en 1959. Entré en 1980, cuando se produjo una baja en administración y me llamaron porque según el reglamento interno tenían prioridad los familiares. Para mi papá, era un orgullo que estuviera trabajando acá”, le cuenta Mabel a Begum.
Con las telas se podía confeccionar cualquier tipo de prenda, pero se vendía mucho para guardapolvos y sábanas
Daniel, por su parte, ingresó a la cooperativa en 1978, por el contacto de tíos por parte de madre y padre. Tras ser probado en distintos lugares, quedó en la sección de estampería y colorantes. En tanto, Sergio era sobrino de un socio fundador y su relación con la cooperativa empezó a mediados de los ochenta con tareas de mantenimiento que se realizaban a fin de año. Luego, se alejó durante varios años y en 2005 decidió regresar.
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Una postal del esplendor, con los trabajadores en un brindis.
Un cambio de rubro para subsistir
Omar Ceballos, de 61 años, es otro de los asociados que aún continúa siendo parte de CITA. Con antejos negros y un pucho en mano, ahora encabeza una recorrida por todo el predio, una extensión que ocupa alrededor de 9 mil metros cuadrados. Muestra el tarjetero con el que alguna vez los trabajadores marcaron su entrada y salida; una máquina de planchado y otras para preparar los hilos. Camina y, a la vez, se toma el tiempo de ir explicando el funcionamiento de los aparatos y cómo se desplegaban en la fábrica las relaciones laborales.
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Omar entró a la cooperativa en 1985, cuando tenía 20 años, y se desempeñó como tejedor hasta el final de la producción. “Llegué a compartir un montón con socios fundadores. Algunos eran piolas y otros eran bravísimos y te la hacían sentir. Cuando entrabas, de movida, tenías que pagar el derecho de piso. A full. Salías a fumar y te iba a buscar el capataz. Me han llevado hasta de la oreja a las máquinas”, le relata, con cierta gracia, a Begum.
En medio del recorrido, Omar se queda parado al lado de los telares en los que solía trabajar y saca uno de los conos de hilo que parece estar enganchado; uno de los conos que sugieren algo que no es: que la fábrica sigue en funcionamiento. “Capaz que quedó así de la última vez que se usó. Como siempre viene gente a mirar, sirve que esté puesto para explicar”, reflexiona sobre el detalle. Y confiesa, al recordar su puesto: “Me gustaba el trabajo en su momento, pero esto es un quilombo, un ruido espantoso. Ahora, ya no lo haría”.
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El proceso para hacer y comercializar una tela en CITA demandaba de diversos pasos. Primero, una máquina preparaba la urdiembre: 500 hilos separados en un soporte. Luego este conjunto de hilos era encolado con una preparación hecha de harina de mandioca. Desde allí, la urdiembre iba al telar para ser tejida con otro hilo transversal. Los últimos procesos de producción eran el quitado del encolado (descrude), el blanqueo y teñido o estampado, si es que resultaba necesario.
La mayoría de los clientes de la cooperativa estaba en el barrio porteño del Once, pero las ventas se realizaban para toda la Argentina. Entre los compradores había revendedores al minoreo y fabricantes de distintos tipos de ropa. “Con las telas se podía confeccionar cualquier tipo de prenda, pero se vendía mucho para guardapolvos, ropa de trabajo, sábanas y ambos hospitalarios”, cuenta Sergio. Y Mabel agrega sobre la época de auge: “En un momento salían cuatro camiones de tela por día de acá a Buenos Aires para que después esas cargas se repartieran”.
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En la última etapa de producción textil la cooperativa contaba con sesenta integrantes. Sin embargo, cuando las máquinas se apagaron el grupo se fue desarmando hasta quedar los once que la conforman hoy. Luego, vino la reinvención. CITA empezó a aprovechar sus espacios de diferente manera: comenzó a realizar ferias, abrió una cochera y empezó a alquilar sus instalaciones para actividades culturales, talleres, eventos y filmaciones. “Con eso lo vamos sosteniendo”, agrega Omar.
Más allá de estos nuevos emprendimientos, los integrantes de la cooperativa siempre están pensando en posibilidades para volver a producir algo vinculado a lo textil, a pesar de que la maquinaria con la que cuentan ya está obsoleta y que perdieron personal especializado. “Está la expectativa de poder hacer, aunque sea lo mínimo, como para no perder el origen”, dice Mabel.
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La recorrida de Omar sigue por una pequeña escalera y termina en una especie de terraza cerrada que funciona de depósito. Allí, también hay ventanales. Hacia afuera, se pueden ver los techos de la edificación y algunas chimeneas. Hacia adentro, la luz del sol se cuela en todo el espacio e ilumina unas piezas metálicas que se encuentran en dos tanques y pequeños palos de madera que están dispuestos sobre estanterías.
Omar cuenta que los palos son partes de telares de la década del veinte. Los palos están guardados; como si alguna vez fueran a usarse para hacer telas que luego serán teñidas, vendidas en Once y hechas prendas. O, quizás, para mostrarle a un visitante como eran los viejos telares.
Con lo que permanece, con lo perdido y con lo que aún resiste, parte esencial de la historia textil platense, CITA sigue siendo una cooperativa, una familia, una fábrica en pausa, un pedazo de historia.
Begum es un segmento periodístico de calidad de 0221 que busca recuperar historias, mitos y personajes de La Plata y toda la región. El nombre se desprende de la novela de Julio Verne “Los quinientos millones de la Begum”. Según la historia, la Begum era una princesa hindú cuya fortuna sirvió a uno de sus herederos para diseñar una ciudad ideal. La leyenda indica que parte de los rasgos de esa urbe de ficción sirvieron para concebir la traza de La Plata.