lunes 25 de noviembre de 2024
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Orígenes y recorrido

El escenario donde hace treinta años nacía Estelares

La banda de Moretti, Bertamoni y Silvera cumple tres décadas, una camino de canciones que remite a Junín, pero que cuajó en la bohemia platense de los años ‘90

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“Sinceramente”… ¿así se empieza la letra de una canción? En 1997, cuando compuso El corazón sobre todo con un par de imágenes de una madrugada en el Barrio Mondongo, Manuel Moretti, compositor, vocalista y factotum de Estelares hubiese dicho que no. En el linaje del rock & roll en el que buscaba inscribirse, iniciar el canto con el tono de una carta de confesión culposa no estaba recomendado.

Corrían los años ‘90 y sónicos, barriales, grunges y punks cubrían el umbral de lo que un rockero debía ser. Pero ni Moretti, que venía de Junín educado por la radio AM y los discos de su madre, ni José Luis "Pipo" Mengochea, el inquilino de 2 y diagonal 73 que traía el mismo amor por las canciones desde Benito Juárez, cuadraban en aquellas formas de ser joven en el abismo del milenio.

Pasaría un tiempo hasta que supieron que estaban creándose a sí mismos, y que en esa impermanencia yuxtapuesta entre la templanza mediterránea de las ciudades del interior bonaerense y la humedad neurótica de la capital provincial hallarían su centro orbital. Mengochea, un cantautor de culto que editó su primer disco en 2022, era el hombre que esperaba en la vereda de enfrente. “El corazón sobre todo”, que se ha convertido en un hit y un momento obligado de cada concierto de Estelares, nació a partir de la línea melódica que se le presentó al Moretti que hacía tintinear envases vacíos de cerveza rumbo al kiosco más cercano, en 2 y 65. Cruzando el boulevard de 66, Pipo lo esperaba para seguir la noche un poco más.

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Hoy afincado en Villa Elisa y de gira solista por España, aquel Moretti terminaba su jornada de trabajo de mozo en el restaurant A Tavola, para pasar a darle vida a sus primeras canciones: después de un acercamiento a la música en su Junín natal con un bajo cruzado sobre la pelvis, había hecho sus primeros intentos de composición durante una estancia en Buenos Aires, impulsado por la pulsación de Psycho Killer, el éxito de Talking Heads de 1977 que en el país se expandió recién a comienzos de los ‘80, terminada la censura militar.

Licuados corazones

Reubicado en La Plata y con las canciones como canal creativo-terapéutico, una forma de retroalimentación entre la expresión de la sensibilidad personal y la necesidad de comunicarse con el exterior, Moretti creó Licuados Corazones en 1988 junto al guitarrista Fernando Migliorini, otro juninense con quien llegó a compartir un departamento en 47 entre 10 y 11, una de las paradas de aquellos años de nomadismo urbano. Al año siguiente y con Oscar Torguet en batería, Chino Bilos en bajo y Daniel Sivretti en saxo alto firmaron un disco que ya contenía grabaciones primarias de "Camas separadas", "América" y "En la habitación", que serían regrabadas por Estelares. "Camas separadas" ya evidenciaba el amor de Moretti por el cancionero dramático de Leonardo Favio; "América" transmitía un cinismo incómodo que se irá aplacando con los años; y "En la habitación" podía leerse como un ensayo de dramaturgia, ya que Moretti era alumno de la Escuela de Teatro, en 7 y 59.

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Camas separadas fue reapropiada por Estelares en las sesiones de Amantes suicidas (1998). “Tenía la canción de la época de Licuados Corazones y me acuerdo que se me ocurrió un día que volvía de trabajar en el bar El Taller, ahí en La Plata”, declaró Moretti para "Mi vida en 20 canciones", de la revista RollingStone. “Fue el lugar que me metió un poco en la movida musical de la ciudad, donde me crucé con Alejandro Mariani, que era amigo de los Virus y de ahí, una de las primeras casas a las que llego es a la de Guillermo Beilinson, el hermano de Skay. Era mozo y trabajaba en ácido y a la noche cocaína. Era muy joven, pirotecnia pura, y La Plata era un encanto”. Moretti tocó por primera vez solo ante el público por invitación de Beilinson, a quien le había gustado "Blanco y negro", un poema de Robert Desnos musicalizado por Moretti, ¿De qué estás hablando Willis?, parte del repertorio de Licuados Corazones inspirado en el latiguillo de Gary Coleman, y En la esquina venden paz, “una canción medio darky”, según su autor.

Llegado 1991, “Licuados Corazones” decretó su propio fin. Había sido un largo trayecto, con decenas de canciones compuestas y shows en La Plata, Buenos Aires y ciudades del interior bonaerense. En alguno de ellos se produjo el primer cruce con Pablo "Pali" Silvera, el futuro bajista de Estelares. “En ese momento yo tocaba con Guillermo Coda, que sería el guitarrista de Peligrosos Gorriones unos años más tarde, y Tete, un amigo que tocaba la batería, en una banda que se llamó Bar 39”, dice Silvera ahora, en diálogo con Begum, luego de un show que los reencontró con Coda en el club de arte La Maga. “Era un circuito under parecido a lo que sucedía en Capital Federal, muy mezclado con los grupos de teatro. Frecuentábamos lugares como El Boulevard del Sol, El Bar, El Pasillo o La Casa del Pueblo, que regenteaba el Partido Socialista en 49 casi 10, donde hicimos un par de fechas juntos”. La colaboración estaba servida, pero habría que esperar un poco más.

Peregrinaje

Terminado Licuados Corazones, Moretti formó “Peregrinos” junto a los hermanos Luciano y Federico Mutinelli, y un paisano suyo recién llegado a la ciudad, Víctor Bertamoni. El agregado juninense era un metódico intérprete de guitarra -había llegado para estudiar música en la Facultad de Bellas Artes- y ya había visto a Moretti sobre el escenario. “Lo conocí en un show de Licuados Corazones. Tenía veintidós o veintitrés años y cantaba de otra manera, mucho más crudo, más... No sé, interpretaba exageradamente algunas cosas”, le dijo al diario La Voz en ocasión de la actual gira aniversario. “La sensación era que debía pulirse, pero ya entonces noté que tenía algo increíble como compositor e intérprete”.

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Como Moretti, Bertamoni había pasado por Buenos Aires sin poder asentarse. Vivió en el barrio del Abasto y estudió algunas materias de diseño gráfico, pero nunca se sintió a gusto. Había regresado a Junín por una temporada y vuelto a salir, esta vez hacia La Plata, para afrontar su verdadera vocación: la música. Su primer contacto con una guitarra había sido por intermedio de su madre, que estudiaba guitarra clásica y repertorio folklórico. Pero la pasión apareció cuando conoció los pocos acordes con los que podía tocar canciones de Sui Generis en la escuela, hasta que un profesor del pueblo lo introdujo en los rudimentos del rock, como narró en el podcast Guitarristas, de Lucas Finocchi.

Peregrinos existió por menos de un año y medio, pero le alcanzó para hacerse de una reputación y un mito, que se selló con su victoria en el concurso La Plata Rock ‘91, prevaleciendo sobre favoritos como Peligrosos Gorriones o Mister América, y con un extenso demo que circuló como disco pirata y que incluía versiones salvajes de Ardimos, Cristal y 20 de noviembre, canciones que décadas más tarde se conocerían en todo el país como hits de Estelares. Fue una época turbulenta para Moretti, que por primera vez veía asomarse sobre sí la atención sostenida de un público que esperaba algo de él. 20 de noviembre es parte de una bitácora tóxica, una resaca personal que se entrelaza con el día después del aniversario de la ciudad. “Por esos días yo estaba rehabilitándome después de una paliza lisérgica y salía con una chica que, cuando le mostré la canción, se largó a llorar”, recordó Moretti con el periodista Sebastián Ramos. “Es como una segunda etapa mía, cuando empiezo a volver a la Tierra. De alguna manera, aún hoy, es una canción que la gente recibe muy bien. También la hacen en sus shows Sueño de Pescado, la banda de Manuel Rodríguez, a quien conozco desde que tenía 4 o 5 años, porque su mamá es muy amiga y en una etapa en la que no tenía dónde vivir, entre el 98 y el 99, viví con ellos. Manu es hijo de un músico, Alejandro Rodríguez, compositor de La Sonora, y tengo muchos recuerdos de cuando era un niño y yo componía en su casa con un [piano] Rhodes”.

Nace un trío

Cuando Peregrinos se disolvió, en 1993, Moretti y Bertamoni se mantuvieron cerca. Mientras, los Mutinelli siguieron un camino que llega hasta el ciclo de cine FreakShow o Mostruo!, el grupo que formaron junto a Lucas Finocchi y Kubilai Medina a comienzos de los 00’. La sociedad musical entre los juninenses se fortaleció, y empezó a apuntalarse con la incorporación de Silvera. Estelares, entonces, comenzó como un trío que recién en 1994, con el regreso de Luciano Mutinelli como baterista, fraguó el cuarteto original que salió a respaldar las canciones y la personalidad escénica de Moretti. Desde Francia, donde está radicado, Mutinelli recuerda aquella transición como un período raro, de indefinición estética. “Quedamos boyando entre un grupo medio Don Cornelio y algo más rebuscado, porque Manuel se había copado con cosas más funk, que Fede no aceptó. Intentamos seguir Peregrinos con otro bajista, Daniel Rezzónico, y sumamos a Fede Núñez: hicimos dos shows así y yo insistí con cambiar el nombre porque sin Fede era otra cosa, y al final también decidí dejar”.

Cuando apareció la posibilidad de grabar un disco profesional, en los estudios Del Cielito de Ituzaingó, Moretti sedujo al baterista para que esté en el primer Estelares. “Y me volví a subir... Porque ya había otras canciones y Pali era otro tipo de bajista. El sonido era otro”, dice Mutinelli.

El estilo de Estelares comenzaba a tomar forma, con Moretti cediendo algo de la orientación musical. “Supo desarrollarlo en compañía nuestra, confió en nuestro criterio”, decía Bertamoni sobre la dinámica complementaria que empezó a darse entre el cantautor y sus contrapartes en la banda. “Trabajar con él es como tirar paredes con un buen futbolista. Es sencillo porque tiene muy buen criterio compositivo, sabe jugar con sus letras, con su sabiduría… Entonces, sólo nos queda traducir sus intenciones, interpretarlas. Y añadirles cosas cuando se considere necesario. Y cuando lo hice, he sido escuchado. Por eso soy coautor en algunas canciones”.

“Al principio, ensayábamos en la casa donde vivía Manuel, después donde vivió Luciano y más tarde armamos la sala en lo que hoy es el living de mi casa, pero en ese momento era una habitación vacía”, recuerda Silvera, vecino de Plaza Belgrano. “Ensayábamos dos veces por semana, con una dinámica que estaba marcada por las composiciones de Manuel. Él venía con alguna canción y nosotros nos subíamos para darle forma, cada uno desde su instrumento, pero siempre con la información que cada uno traía, con lo que cada uno escuchaba y adquiría de otras disciplinas del arte. Traducíamos todo eso para ponerlo al servicio de las canciones”, explica el bajista. “El primer disco salió de los temas que habían trabajado esos dos años en los que no toqué”, recuerda Luciano Mutinelli. “Eran bastante crudos y ensayamos mucho para entrar a grabar”. “Siempre nos enfocamos en la canción y en cómo expandirla mediante rock, un poco de pop punk, new wave, tango”, recapitulaba Bertamoni. “No teníamos nada muy característico ni definitivo, así que nos quedábamos al margen [de las modas]. Compartíamos fechas con grupos de estilos muy disímiles, como El Otro Yo, Carca, Menos Que Cero… También con Pequeña Orquesta Reincidentes, que eran más tangueros. Los 90, ¿viste?”.

Mirando la estela

En ese tránsito por la última década del siglo, Estelares fue haciéndose a sí mismo, ejercitando su virtud anfibia. No había un contexto adecuado para su tratamiento de las canciones, donde buscaban resaltar los versos de Moretti y las armonías de guitarra, que se convirtieron en el punto de confluencia entre los dos juninenses. Para Andrea Álvarez, autora de Estelares. Detrás de las canciones (Hormigas Negras, 2022), el encuentro de Moretti y Bertamoni en La Plata los “confirma mutuamente”. “Pienso que son personalidades complementarias”, opina ante Begum. “Manuel es el artista inspirado, con mucho vuelo, osado, ocurrente. Víctor es el guitarrista talentoso, detallista, estudioso”. Para la escritora y editora, que también ha firmado una larga bibliografía rockera bajo el seudónimo de Vera Land, es importante que los dos músicos “pasan la infancia impregnada de tangos, porque es la música que escuchan los adultos en sus ámbitos familiares”. “Se da eso también en Pablo Silvera: los tres Estelares fundacionales crecen escuchando tango”, añade.

Martín E. Graziano, periodista y escritor, oriundo de Tres Arroyos y platense por adopción, añade otra perspectiva. “El núcleo indivisible de Estelares es el encuentro entre dos átomos: el avant garde platense y la pampa bonaerense”, propone. “Así como el deporte de la provincia de Buenos Aires no es el fútbol sino el TC, el folklore de la provincia profunda es la música melódico romántica de filiación mediterránea. También es la milonga surera, totalmente: entre las dos se construye la música que se escucha en las radios de la provincia de Buenos Aires. Eso sucede desde hace años y sigue sucediendo hoy, y es la música con la que creció Moretti”, se explaya el autor de Tigres en la lluvia. La aventura de Invisible en El jardín de los presentes (Vademécum, 2017), entre otros.

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“Eso es muy importante en él: nunca negó la música de su madre, podríamos decir. Nunca rompió con eso, que es algo habitual en el rock: pelearse con la música que se escuchaba en tu casa. En el patrimonio sagrado de Moretti está el vínculo materno a través de músicas como la de Leonardo Favio o la de Julio Iglesias, por ejemplo. Es clave porque ni bien Moretti llega a La Plata, se va a encontrar con los cosmopolitas provinciales, que son los platenses: ahí aparecen los hermanos Mutinelli con el tráfico exquisito que se superpone a ese nuevo folklore melódico romántico. Notablemente, esto tiene una parada anterior en la música de Virus. Pero se revitaliza en Estelares”.

Cruces fecundos

De estos mestizajes imposibles surgen los dos primeros discos de Estelares, objetos algo extraños al oído que los descubrió en el siglo XXI. Extraño lugar (1996) y Amantes suicidas (1998) capturan una época decadentista, pero paradójicamente mantienen en un segundo plano la habilidad melódica del grupo, todavía atrapada en la oscuridad del momento. “En los primeros discos ese romanticismo está, sobre todo líricamente. Aunque se va a soltar del todo más adelante”, señala Graziano. “Extraño lugar y Amantes suicidas son discos románticos al estilo platense: fatalistas y oscuros, como se cifra en la canción 20 de noviembre. Pero ya hay señas de esa identidad que están en Extraño lugar, una canción que dice “Nací en el campo y vivo al revés”: son versos de geolocalización, de cómo es vivir acá sin ser de acá. Y quedar en esa encrucijada, que es donde nace Estelares”. Álvarez coincide en cuanto a 20 de noviembre: “Es la canción emblemática en cuanto a captar la ciudad y la época: el narrador utiliza una segunda persona para hablarse a sí mismo, imagina un futuro en el cual sigue atrapado en los mismos conflictos, en las mismas calles, en las mismas heridas, es una especie de guión en bucle”.

En esos discos, advierte Álvarez, está inscripta la experiencia platense de Moretti y Bertamoni, sobre todo, como ejemplares de esa afluencia permanente de migrantes internos. “El Boulevard, El Tinto Bar, los pasillos de la facultad, los lugares de encuentro, los debates filosóficos, les jóvenes estudiantes llegados de pueblos o ciudades bonaerenses, desprendidos de sus historias familiares, de los mandatos y proyectos, el perfume de la libertad al dejar las casas maternas, paternas, con la excusa o el plan de ir a estudiar y encontrarse en una ciudad con una historia contracultural y rockera como La Plata, muy estimulante: estamos hablando de la cuna de Los Redonditos de Ricota, de la ciudad que cobija esa experiencia mítica que básicamente plantea unir la vida cotidiana al arte. Cuando Manuel llega a La Plata Los Redondos están pasando de los bares a los teatros porteños. Es el apogeo”.

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La ciudad de las diagonales acogió a Moretti como Buenos Aires no lo había hecho. El flujo que tuvo su fuente en un departamento sobre la calle Pacheco de Melo ,donde el futuro líder de Estelares compuso sus primeras canciones con una guitarra de tres cuerdas, se abrió como un torrente en La Plata, contaminado por todo lo que sucedía alrededor. “Me da la sensación de que La Plata es una ciudad más amigable que Buenos Aires para les jóvenes que llegan del interior o de provincias”, dice Álvarez. En ese hábitat suspendido entre el centro y la periferia, está el cultivo misterioso que habilitó la composición del repertorio de Estelares, porque para Álvarez “el clima artístico en ambas ciudades es de efervescencia y fiesta en los tempranos ochenta, de desencanto y oscuridad en el final de la década, una melancolía elegante”.

Entre el primero y el segundo disco, Mutinelli volvió a apartarse. “Ahí empezaron mis desacuerdos sobre el qué, cómo y cuándo. En un ensayo tocando De la Hoya, me di cuenta que no era lo que me gustaba. Aunque la banda sonaba hermosa, ya había diferencias que no auguraban nada placentero para mí y decidí que mi etapa había terminado”, se sincera el baterista que luego volvería a tocar con su hermano Federico en Mostruo, donde la regla era que “todos tienen que estar de acuerdo o se descarta”. “Yo no le di mi vida a esas canciones... Y no me arrepiento”, dice hoy entre risas, parafraseando Melancolía. “La información artística que traía cada uno para ponerla al servicio de las canciones de la banda nos alimentaba mutuamente”, cree Pali Silvera. “Ser parte de esa movida que había en la ciudad, empezar a tocar y grabar nuestras canciones era lo central. Lo de ser dos mitades, una con origen en Junín y otra en La Plata, nunca fue consciente: estábamos empapados todos de manera pareja por lo que ocurría en ese momento y eso fue lo que llevamos adelante”.

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Begum es un segmento periodístico de calidad de 0221 que busca recuperar historias, mitos y personajes de La Plata y toda la región. El nombre se desprende de la novela de Julio Verne “Los quinientos millones de la Begum”. Según la historia, la Begum era una princesa hindú cuya fortuna sirvió a uno de sus herederos para diseñar una ciudad ideal. La leyenda indica que parte de los rasgos de esa urbe de ficción sirvieron para concebir la traza de La Plata.

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