Cuando uno entra a la casa donde Ricardo Barreda mató a escopetazos a su esposa, suegra y dos hijas, comprende de forma indubitable que el ataque estuvo direccionado a ejecutarlas. Fue una cacería, una emboscada asfixiante lo que Barreda planeó y concretó hace 30 años en su casa de La Plata. Dispuso del arma con antelación, conocía el lugar a la perfección y sabía que sus víctimas no tenían chance de defensa alguna.
Recorrer la escena de la masacre evidencia que, ese día, el odontólogo fue un cazador dispuesto y decidido a todo. Era imposible que alguna de sus víctimas saliera con vida de ese ámbito. Más allá de sus pretextos y argumentos machistas para tratar de justificar lo que hizo, Ricardo Barreda decidió matar a las mujeres de la casa solo porque se trataba de mujeres.
No hay un por qué, no hay una razón. Los femicidas no tienen un por qué. Matan por odio de género. Matan porque quieren y porque el Estado se los permite. Matan porque entienden que la mujer es un objeto, su objeto, y eso les permite apropiárselo.
No es casual que haya decidido matar a las hijas en plena expansión de ellas. No es casual nada en el accionar de Barreda. Su pretexto de "me cansé de que me dijeran 'Conchita'", no es más que eso, un pretexto. Primero es imposible saber si las mujeres de la casa le hablaban de ese modo. Pero, de haber sido cierto, Barreda debía -en todo caso- haberse ido.
Tenía una chance personal de decir "acá no me quedó". Pero eligió matar. Siempre supo que iba a matar. Su mente se cargó luego de pretextos para buscar cobijo en la idea de que lo denostaban y humillaban. Nada más machista que matar a las mujeres de la familia e irse a un hotel alojamiento con la amante, como hizo el odontólogo.
Visité la casa de la masacre hace cuatro años. Estaba todo intacto. Me fui del lugar con un par de certezas: primero, fue una cacería; y segundo, es que en ese lugar había existido mucha vida. Recorrer los cuartos, ver la mesa del comedor, los utensilios, las ropas, el auto, y todo lo que había quedado intacto a pesar del tiempo, fue perturbador.
Estaba caminando una casa donde un día un femicida decidió matar a cuatro mujeres y arrasar con todo vestigio de vida. Me imaginé cómo habrá sido cada instante previo a la ejecución. Por un lado, las víctimas viviendo, y por otro, el cazador Barreda listo para la caza.
Entrar al consultorio del dentista también fue impactante. Todo había quedado detenido en el tiempo. El torno, el listado de pacientes con historia clínica, el sillón de atención. Todo había quedado congelado.
El caso Barreda nos pone de frente a un desafío como sociedad. Yo no olvido que los medios titulamos "crimen pasional". Yo no olvido las celebraciones discursivas que se hacían porque Barreda había cumplido con el sueño machista de aniquilar a la suegra. Yo no olvido las pintadas callejeras para defenderlo y ponerlo en el recuadro de la gloria.
Pasaron 30 años. Si bien hemos vivenciado cambios en perspectiva de género, falta un montón. La meta de un mundo sin machismo parece lejana. Es real que hoy existe el femicidio en nuestro Código. Cuando Barreda mató no estaba. Es real que hoy los medios ensayamos formas de narrar o titular los casos sin la impronta machista.
De a poco se ha desterrado el mote de "crimen pasional". De a poco, empezamos a repensar qué decimos y cómo lo contamos. También se incorporaron redactores o redactoras, o editores y editoras con perspectiva de género en los medios.
Los casos se visibilizan mucho más. En los medios, la violencia machista y los nuevos Barreda son tema de agenda. Pero eso solo no alcanza. Todos los días, la noticia es que hubo un femicidio en el país. Todos los días la noticia es que la mujer había denunciado al violento y que no la habían escuchado. Que la Policía y la Justicia habían estado ausentes. Y que nadie accionó nada para salvara a esas mujeres. Así podríamos seguir enumerando.
Barreda está muerto. La casa convertida en un espacio para la memoria y la reflexión. Pero la cultura machista no está extinta, todo lo contrario. Tal vez el desafío más grande que tenemos es ese: dejar de criar tantos Barreda.
Si de algo sirven las fechas, más allá de recordar los casos, es para añorar un mundo sin machismos. Detrás del violento, del posesivo, del celoso, del golpeador, del que amenaza a una mujer solo porque es mujer, hay un Barreda latente. Y eso no debemos ignorarlo. Solo con recordar fechas y escribir crónicas como esta, no hacemos nada. El cambio es cultural, social, escolar, y familiar. Ese es el desafío.