La tristeza invadió a los organismos de derechos humanos de La Plata, que en la mañana de este sábado supieron del fallecimiento de María Ester Behrens, una luchadora por la memoria, la verdad y la justicia, quien desde el rol de sobreviviente de los centros clandestinos de detención de la última dictadura, fue la primera en hacer oír la voz en un momento histórico, cuando en la capital bonaerense se abrieron los Juicios por la Verdad.
Aquellas audiencias se realizaron en los tribunales federales de 8 y 50 cuando aún estaban vigentes las leyes de Punto Final y Obediencia Debida que impedían juzgar penalmente a los responsables y garantizaban impunidad, pero sirvieron para empezar a conocer ante un estrado judicial lo que había ocurrido con miles de desaparecidos.
“Como fue una luchadora, sigue luchando, sigue respirando. Pero su cuerpito cansado ya no puede más”, escribieron sus hijas Natalia y Alejandra Esponda, en las últimas horas de vida María Ester. El mensaje tenía como destinataria a la infinita red de amigos y compañeros de ruta que ella había construido.
Por eso rápidamente la congoja se instaló en las redes sociales, en tiempos de aislamiento y pandemia, en los que es imposible contener con abrazos. Muchas de sus amistades se vieron sacudidas por la noticia porque ni siquiera conocían la enfermedad que la afectaba desde hace un tiempo.
La agrupación H.I.J.O.S. La Plata, de la cual forman parte sus hijas; el Espacio de Memoria de la ex Comisaría Quinta (donde ella estuvo secuestrada) y la Comisión Provincial por la Memoria (CMP), que el año pasado tomó su testimonio para el documental “Caminos de Justicia”, fueron quienes enseguida la recordaron.
PRIMERA VOZ
Fue el 30 de septiembre de 1998, cuando María Ester se sentó ante los jueces federales para declarar por su compañero desaparecido, Carlos Esponda. Fue una sorpresa para el tribunal, entre quienes estaba el recordado Leopoldo Schiffrin, que ella también había estado detenida desaparecida.
“Ese día su testimonio marcó con impronta personal el rumbo del juicio por la verdad. La posibilidad que ese espacio significó, a lo largo de los años, para que otros hechos, otras víctimas y otros responsables emergieran necesariamente para poder comprender de manera profunda hasta qué punto la dictadura militar marcó la sociedad argentina”, rememora y concluye hoy, el día de su muerte, la CPM.

María Ester Behrens era psicóloga y tenía 68 años. Había nacido en Bolivar y vivía en Misiones cuando en 1998 vino declarar a La Plata, lugar donde fue secuestrada a las 5 de la tarde del 29 de junio de 1977. Sus pequeñas hijas estaban presentes y quedaron son su abuela.
Compartió parte del cautiverio con Carlos, su compañero, que había sido secuestrado durante la misma jornada. Sería el último contacto, estaban vendados, él la llamó por su nombre y se reconocieron al tomarse las manos, según lo recordó ella ante los jueces.

Estuvo en cautiverio durante 15 días, en los que fue interrogada varias veces y en algunos casos con tortura. Según contó, declaró ante sus secuestradores que hacia un tiempo que ella había dejado de militar.
En la tarde del 13 de julio fue trasladada en un auto y liberada. En esos días había pasado por al menos dos centros clandestinos. La sala de audiencia quedó en silencio después de escuchar por primera aquella historia que abriría el camino de tantas otras y que multiplicarían su relevancia en la década siguiente, cuando las leyes de impunidad fueron derogadas y llegó el tiempo de los juicios de lesa humanidad.

María Esther volvió a contar su historia en 2018, cuando la invitaron para participar en el documental con el se recordaban los 20 años de aquel juicio. “Su testimonio, profundo, preciso y potente, transmite no sólo su vida y la de sus seres queridos afectados por el terrorismo de Estado. Ese testimonio expresa también su convicción y su voluntad para que el pasado nos sirva como sociedad para construir un futuro más justo”, la recuerda la CPM al homenajearla con la publicación de aquel audiovisual.
La misma calidez de las palabras de María Ester se repitió durante la presentación del documental, reflejadas por la crónica de 0221.com.ar. “La palabra ayuda, libera, alivia. Y todas las pequeñas preguntas y detalles que me preguntaban eran para ir armando, con retazos, los posibles lugares de detención -que cada vez se confirmaban más-, las personas que podían haber pasado por ahí, qué cosas ocurrieron... Es un trabajo terrible de ir vinculando datos, hechos, y con eso tan pequeño -porque los que deberían dar la información no la dan-, con todo eso, fuimos armando la verdad. Falta muchísimo por saber, pero los Juicios fueron un aporte y una puerta para otra cosa: la reconstrucción de la memoria, la búsqueda de la verdad y la lucha por la Justicia".
“No nos gusta la expresión ‘ser de luz’, no se nos ocurre otra. Los que la conocieron saben que fue una persona amable y amorosa, solidaria, generosa, preocupada por los demás, siempre poniéndole onda y humor a la vida, a pesar de las marcas que el genocidio le dejó”, escribieron sus hijas en la despedida.
La describen como una mujer de bajo perfil “a pesar de lo mucho que hizo para que este mundo sea un poco mejor, un poco más justo”. Y lamentan que aunque nunca pidió justicia para ella misma, sino para los que no están, se va sin justicia.

“No hay juicios dónde estén las causas de ella y de mi viejo. No hay sentencias. Se va sin la verdad de saber cuál fue el destino final de su compañero, pese a haber sido la primera testimoniante en los Juicios por la Verdad. Se va sin haber podido elegir un lugar cierto donde dejar sus cenizas para estar juntos”, escriben.
Pero reconocen con dolor que pese a la soledad en la quedan por su ausencia, “también se va dejándonos una sólida red de contención afectiva, que tejió como recurso para las tres en todos estos años”.

Y el mensaje final: “Se despidió con sonrisas y mensajes tranquilizadores, mantuvo intacto el buen humor y el espíritu de lucha hasta el último momento”.