jueves 20 de marzo de 2025

Tres historias de Senegal a La Plata: la desafiante aventura de sobrevivir en la ciudad

Cheikh, Abdou y Djiby luchan día y noche desde hace años para ganar dinero como vendedores ambulantes y así mantener a sus numerosas familias, del otro lado del mundo. El racismo, la ignorancia y la Policía, las otras batallas.

Cheikh, Abdou y Djiby. Tres senegaleses de los cientos que hay en La Plata repartidos por el centro y alrededores con la única misión de vender sus artículos sobre la vereda -entre las 8 de la mañana y las 8 de la noche- para mandar plata a sus familiares: mujeres, hijos, primos, tíos, padres y abuelos, que sobreviven en condiciones complicadas en el continente más postergado del planeta. La persecución por parte de la Policía y la Municipalidad, sumado a los insultos racistas de mucha gente que pasa caminando y los mira de costado, algunas de las escenas que enfrentan desde que pisaron la ciudad. Cheikh, Abdou y Djiby, tres historias al azar, con algunos capítulos que para los que vivimos en esta parte del mundo son inimaginables: un escape en barco durante tres días en el mar con cadáveres a los costados, un viaje eterno desde Ecuador a La Plata sin plata y sin saber hablar español, y policías que se ponen los anteojos secuestrados tras violentos operativos.

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"¿Querés que te diga la verdad?", respondió Cheikh Gueye en un banquito de 12 y 56 cuando 0221.com.ar le preguntó cómo somos los argentinos. "Este es un país muy racista, demasiado, mucho más que en Europa, es la verdad", se sinceró. En la vereda de enfrente, Abdou Thioune, intentó relativizar la situación: "Acá es como en todos lados, algunos no comprenden nada, no saben nada de tu vida ni por qué viniste acá y te tratan mal; pero también hay personas que entienden que venís a buscar trabajo y te ayudan". A dos cuadras, su hermano Djiby, con una sonrisa optimista, graficó: "Acá hay gente que me quiere como a un hermano, me quieren como un hijo, estamos siempre juntos, me compran cosas, me ayudan, charlamos de un montón de cosas. Como en todos lados también hay mala gente, pero me gusta la gente de acá".

Cheikh tiene 39 años, Abdou 25 y Djiby 23. Los tres dejaron atrás a su tierra natal para escapar de la pobreza y el futuro incierto pero con las raíces siempre presentes. Lo único que hacen en La Plata es trabajar. De día y de noche y de lunes a lunes. Con los pesos que ganan viven ellos pero fundamentalmente sus familiares, que esperan buenas noticias todas las semanas desde este rincón del universo.

DJIBY

Djiby, el más joven, vive feliz. Habla español demasiado bien como para haberlo aprendido hace tan solo tres años, en la calle. "Estoy aprendiendo todavía. A mí me gusta leer, me gusta mirar películas en español para entender más. Vine a La Plata sin saber nada de español; aprendí hablando con la gente, mirando películas a la noche, leyendo libros. Estoy leyendo a Descartes, también tengo la Constitución Argentina que me regaló una amiga abogada, y otros libros que leí antes. Siempre aprendo palabras nuevas y también su conjugación, los tiempos, y eso", le contó a este portal, apoyado sobre el banquito frente al Banco Provincia de calle 12. De vez en cuando pide perdón por interrumpir la charla: una pareja le preguntó si vendía pilas, una señora buscó una bufanda y un señor consultó por unas medias que nunca se llevó. "¿En qué estábamos?", continuó una y otra vez, con simpatía y entusiasmo.

Su aspecto intimida. Parece un futbolista de elite: juega a la pelota desde muy chico y se entrena todos los días en el gimnasio. Pisó la ciudad de las diagonales en 2015 luego de una travesía por todo el continente, desde que el avión lo dejó en Quito, Ecuador. "Yo tuve la oportunidad de tener un hermano que me pagó un pasaje en avión para viajar primero a Ecuador; de ahí, cuando salí del aeropuerto empecé a tomar micros y fui a Perú, Bolivia, Brasil y acá", recordó. Fueron 2 meses de viaje. En tierras cariocas estuvo varado en una casa de refugiados esperando a tener papeles para poder continuar. "Antes yo siempre escuchaba el nombre de Argentina y de Messi, que es un jugador que me gusta bastante. Y cuando me dijeron que es de acá, bueno ¡ahí quiero ir!, dije". Así llegó a La Plata.

Djiby, que nació en un pequeño pueblo a 2 horas de Dakar, capital senegalesa, vivió hasta los 20 años con sus padres, sus cuatro hermanos, tíos y primos, "todos adentro de la casa. Vivíamos juntos todos, es una familia muy grande. Allá es normal y eso es muy lindo para nosotros, es una costumbre que se extraña mucho". "De chico quería ser deportista o militar, porque me gustaban mucho las armas", recordó entre risas y más serio explicó que "no tuve suerte y tuve que irme por la situación económica. Mi familia es muy grande y tengo que ayudarlos, por eso salí joven desde mi país y me vine para acá". Y desde hace tres años, en La Plata se levanta muy temprano para rezar: a las 9 sale a vender y 12 horas después, cuando vuelve a su casa, se cambia, va al gimnasio, se baña, reza otra vez, come y se va a dormir. "Me gusta mucho la ciudad porque es mejor para conocerla y es más fácil con las calles con números; me gusta más que Capital", confesó, aunque dijo que no recorrió mucho las diagonales.

ABDOU

Abdou también habla español, aunque le cuesta un poco más. También vino a La Plata desde Ecuador, pasando por distintas capitales y pueblos al costado de la ruta, en donde caminaba kilómetros y kilómetros haciendo dedo, esperando el gesto de conductores en autos y camiones. Allá en Senegal terminó la secundaria pero nunca tuvo descanso: "En vacaciones me iba a trabajar al campo para ayudar a mis abuelos y para tener un poco de plata al momento del viaje". Su historia es figurita repetida: le dijo hasta pronto a su patria para lanzarse a lo desconocido, esperanzado en poder juntar dinero y enviárselo regularmente a su familia. Su sueño era ser médico.

"Allá es diferente, allá somos mucha gente: mis abuelos, mis padres, los hermanos de mis padres, vivimos todos juntos, es una familia grande, así es en África", enumeró. "Tengo un hermano y cuatro hermanas. Mi papá no tiene muchos hijos, pero sí muchas mujeres, porque la religión lo permite: tiene tres ahora", contó con naturalidad. "Allá es muy duro, muy complicado; después de la secundaria hay que ir a la facu y allá eso es muy difícil, tenés que tener para alquilar, tenés que tener mucha plata y a mi papá no le alcanza, así que yo tenía la decisión de venir acá para poder ayudarlo también", le dijo a 0221.com.ar.

"Hace más de 3 años tomé un avión a España y después me fui a Ecuador. Desde Ecuador vine a La Plata en más de 1 mes. En algunos momentos no tenía plata y tenía que caminar, porque no me alcanzaba para tomar colectivos; pasé por Perú, Bolivia y Brasil. Muchas cosas pasé, es muy difícil llegar a lugares en donde no sabés el idioma, es una cosa muy terrible, es un sacrificio. Es muy complicado, no tengo las palabras para explicarlo", dijo muy lentamente, como queriendo usar decenas de oraciones que describan todo lo que sintió, pero la barrera del idioma no se lo permite.

CHEIKH

Cheikh roza los 40 y es el que más experiencia tiene. Habla lento. Piensa. Analiza con tranquilidad y mucha sabiduría el contexto en el que se desenvuelven él y sus compatriotas en tierras desconocidas. Su diagnóstico es tan triste como realista: "A veces la gente dice cosas y se piensan que uno no entiende lo que hablan, y yo entiendo. Hablan entre ellos y se ríen; y en algunas ocasiones yo les respondo y se me quedan mirando y se van. Así es el mundo, lo que pasa es que se nota más acá". La sentencia de Cheikh es fulminante: para él, los argentinos somos más racistas que en el resto de los países que conoció.

"Yo soy de un pueblito muy chiquito que nunca vas a encontrar en el mapa porque no figura", comenzó su descripción. En el relato de su infancia aparece muchas veces el Corán, el libro sagrado del islam que todos los senegaleses estudian desde muy chiquitos. Para ellos, la religión es fundamental en sus vidas, todos los días y a toda hora. "Cuando éramos chicos nos juntábamos a jugar al fútbol y a hacer muchos juegos de la infancia que acá no se hacen. El problema es que no me salen los nombres para poder contarte. Por ejemplo en la calle hacíamos una lucha libre", recordó quien perdió a su papá hace algunos años. En Senegal, Cheikh dejó a su mamá, sus hermanos, su mujer y sus dos hijos de 5 y 12 años. Tiene 7 hermanos de parte de padre y madre, a los que se suman otros 19, solo por parte del papá. "Todos vivimos juntos", remarcó y aclaró inmediatamente: "para ustedes eso es algo muy raro pero allá es algo normal: cuanto más tienes más te alegras".

"Senegal es un país pobre, no hay mucha economía. Yo soy el hijo mayor de mi mamá y tengo que ayudarla a ella y mis hermanas, que no pueden hacer nada. Allá están más acostumbrados a que trabaje el hombre y que la mujer haga el trabajo de la casa", explicó y continuó: "La costumbre que tenemos allá es que hay que cargarse a la familia, eso hay que hacerlo, rezando porque el día de mañana mis hijos tengan trabajo en Senegal y yo pueda descansar".

La historia de Cheikh es durísima. En 2006 decidió ir hasta Mauritania -país limítrofe con Senegal- para embarcarse sin otra opción en una aventura de terror entregándose de lleno a la suerte. Viajó durante tres interminables días en el mar, junto a otras 79 personas que hicieron malabares para comer y dormir algo, de a ratos, en un barco diminuto, precario y muchas veces mortal. "Si tenés plata y tenés visado se puede ir. Yo en el momento en que agarraba el barco tenía algo de plata que me habían dado para arreglar el visado, pero era muy complicado, no podía conseguirlo. Así que la única manera que me quedaba era tomar el barco e irme a España", relató.

"Sentí demasiado miedo porque en cualquier momento te puede pasar lo peor, es un riesgo. No lo volvería hacer nunca más ni tampoco dejaría que algún conocido lo haga. Una vez que estás dentro del mar, durante tres días solo se ve agua. Llevábamos algo de comida para engañar a la barriga. Yo tuve mucha, mucha, mucha suerte, porque hay gente que eso lo hace en 15 días. Y hay muchos que ni siquiera llegan. Yo en el camino encontré cadáveres de gente en el mar. Es que la mayoría no sabe nadar, como por ejemplo yo. Si pasaba algo yo moría, no había manera de salvarme", reveló.

El destino: Tenerife, en las Islas Canarias. Allí los rescató la Cruz Roja y los llevaron a todos a un centro de refugiados. "La ley española dice que tenemos derecho a que nos guarden 40 días y durante ese tiempo ven si nos dejan en libertad o nos deportan. De mil, deportan a 500. Y es cuestión de suerte: si tienes suerte te quedas y si no, te deportan; no es que miran algo que los hace decir 'este sí, este no'", contó. Allí estuvo viviendo con uno de sus hermanos, aprendiendo el oficio de la venta ambulante. Vendía cds y películas: "En ese tiempo se vendía bastante bien, ganábamos mucho, pero también con muchas dificultades, porque vender eso era delito -en cambio lo de acá es infracción-. Los discos y las películas era delito por ser piratería".

Cheikh estuvo a punto de ir preso, tras varios enfrentamientos con la policía. Un abogado le aconsejó irse a Italia por unos meses y luego volver, cuando esté todo más calmo. Volvió, pero fue peor: lo condenaron a tres años de prisión. Era eso o que el gobierno le pague el pasaje de vuelta a su país, con una orden de expulsión. Eligió esa opción, sin dudarlo. Así fue como después de 1 año de nuevo en Senegal, se tomó un avión en junio de 2014 y aterrizó en Buenos Aires.

"Lo único que conozco de La Plata es el centro. Y algo de Los Hornos, porque viví durante tres meses. Actualmente vivo al lado del bingo, con mi hermano y tres chicos más. Yo me despierto a las 6, rezo, y a las 8 me preparo para venir acá a las 9, hasta las 8 y media de la noche, rezo, ceno y me voy a dormir. No tengo tiempo para otra cosa. Mientras nosotros estamos bien acá mandando algo, mi familia está bien. Ellos dependen económicamente de nosotros. Su felicidad depende de nosotros", definió.

VENCER AL RACISMO

"Acá es como en todos lados, algunos no comprenden nada, no saben nada de tu vida ni por qué viniste acá y te tratan mal. Pero algunos también saben, te ven como una persona pobre, también hay personas que entienden que venís a buscar trabajo y te ayudan. Yo tengo amigos, amigas. Como en todos lados, hay personas buenas y hay personas malas", describió Abdou. Por momentos se mostró resignado cada vez que rememoró los momentos en que inspectores de Control Urbano y la Policía se hicieron presentes para llevarse lo poco que tienen. "No tenemos otra forma de trabajar, nosotros no tenemos nada. Nosotros venimos acá a vender, si vendemos algo podemos tener un poco de plata", graficó sin vueltas y con una sinceridad que duele.

La impotencia que siente es enorme. Entre las anécdotas que contó, la más impactante fue la vez en que la Policía le llevó a un compañero de él toda su mercadería a la fuerza, "con mucha violencia; ellos vienen y te sacan todo para demostrar que tienen fuerza ¡Y después ellos lo usan! ¡La policía nos saca los anteojos y se los ponen ellos!".

Djiby prefirió no gastar el tiempo de la entrevista hablando de la gente que lo trata mal. "A veces sí encontrás racismo. Pero a mí no me importa la persona que es racista si no me habla; pero cuando viene a hablarme ahí lo escucho para poder contestarle. Si es una persona mala me da más fuerza para responderle y decirle lo que quiero", respondió. En ese sentido, eligió destacar "a los buenos". "Hay mucha gente que no sabe nada e inventa cosas. Lo importante es que en La Plata yo hice muchos amigos".

 

"Decir que este es un país racista no quiere decir que todos son racistas. Por ejemplo, en este local -12 y 56- son mis amigos, me guardaban las cosas y todo -ahora ya no porque la Municipalidad molesta y si me guardan las cosas los clausuran-. Pero ellos son gente buena, me dan agua y todo lo que necesito, como cargar el celular, son gente buena, me tratan bien", destacó Cheikh y agregó: "acá en la ciudad hay gente que me habla bien, me respeta, que saben cómo es la vida. Pero lamentablemente hay otros que no, que para ellos soy un esclavo".

"Acá vienen y te sacan las cosas; a veces te dicen que acá no se puede estar y que se van a dar una vuelta después, y otras veces directamente vienen y te sacan las cosas. Te llevan la mercadería y no la recuperás más. Ellos dicen que llevan todo al Juzgado de Paz y cuando vas ahí te piden facturas, comprobantes de que compraste todo, y no tenemos. Todo lo que compramos lo compramos en Capital, a los chinos, y esto es lo que encontrás en cualquier lado, en todos los locales", explicó el senegalés de 39 años.

A los tres se les iluminaron los ojos cada vez que destacaron que están acá exclusivamente por el bien de su familia, a miles de kilómetros de distancia. Los tres extrañan horrores a los suyos, pero a pesar de tener muchas veces absolutamente todo en contra, sacan fuerzas vaya a saber uno de dónde, y enfrentan el día a día con una alegría admirable.

"Esa que está ahí nos está sacando fotos", advirtió sobre el final de la entrevista Cheikh, en voz baja. Enfrente del banquito de 12 y 56 había una mujer que, celular en mano, intentaba simular que enviaba mensajes, cuando en realidad estaba apuntando directamente al senegalés que, acostumbrado a esta escena habitual, pidió ignorarla, con una sonrisa. Solo él se había dado cuenta. Su conclusión no necesita ni una palabra de más: "A veces nos toman como a unos boludos".

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