Además, Cumbo integraba el grupo de Peteco Carabajal. “Es un orgullo tocar con uno de los mejores músicos populares argentinos. Pero, al mismo tiempo, su música puede prescindir de quenas. En el estilo musical que hace no estamos cerca. Un par de veces me pidió unos arreglos y no le fueron”, decía en aquel momento, con su habitual ironía. Cuando se enteró de su fallecimiento, Peteco Carabajal lo definió como “un ángel atormentado y luminoso”.
En 1995 recibió el Premio Kónex como uno de los cinco mejores instrumentistas de folklore de la década en Argentina, reconocido por su trayectoria internacional.
El nacido y criado en La Plata definía a su estilo como “argentino con objetivos universales”. Quería que la quena ocupara el mismo lugar que ocupaba un piano o una batería en cualquier grupo. Que se tocara como un instrumento más y no como mero acompañamiento. “Le enseño a la quena hablar otros idiomas, con escalas poco ortodoxas. Quiero que mi música tenga un perfume argentino con armonías de otros mundos”, decía, y entre sus alumnos estaba el quenista de Bruno Arias. “No puedo creer que quiera aprender conmigo. ¿Qué puedo enseñarle?”, se preguntaba, asombrado de despertar curiosidad entre los jóvenes.
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Con el pianista Manolo Juárez, otro revolucionario del folklore instrumental.
Sin embargo, en el mundo de los músicos tenía una cantidad de seguidores que él mismo desconocía. Referente de la música popular argentina y latinoamericana, estuvo radicado en Barcelona entre 2004 y 2012, año en que regresó al país. Su música, que plasmó en una extensa carrera solista iniciada en 1976 -su primer trabajo discográfico se llamó “La nieve y el arco iris”, al que le siguieron otras diez obras-, se caracterizó por combinar con soltura elementos del jazz, el folklore y la improvisación, e integrar sus aerófonos a la música electrónica en tiempo real, dejando huella en las nuevas generaciones.
Cumbo estudió en la Escuela de Bellas Artes de La Plata la Carrera de Dirección Orquestal y Coral. Luego obtuvo la beca de la ORTF de París. Alejandro “Gurí” Jáuregui y Eduardo Molina, de Buenos Aires y Los Toldos, coincidieron en La Plata como estudiantes de Bellas Artes, una generación posterior que Cumbo. Cuando se juntaron a armar un conjunto coral folklórico, invitaron a Jorge Cumbo a un ensayo. “Entre nosotros éramos diez, a veces siete, o a veces faltaba el de la guitarra, entonces dijimos ¿quién arregla esto? Vamos a decirle a Jorge Cumbo, que era Dios en La Plata. Entonces vino y dijo, ´bueno, hagamos un grupo con éste, éste, éste, y como lo dijo él, empezamos´”, recordó el “Gurí” Jáuregui sobre los primeros pasos del Quinteto Vocal Tiempo, inicialmente con los arreglos y dirección de Cumbo.
Jáuregui se explayó sobre el grupo vocal: “El primer tema que hicimos fue La raíz de tu grito, de Jorge Cumbo y un tal Cacho Rubio, que hizo la letra. Una zamba que le gustó a todo el mundo y que la vinculaban al Che Guevara. Pero la letra no era por el Che Guevara, sino que había sido dedicada para todos los que peleaban”. Esa zamba, “La raíz de tu grito”, la incluyeron en su primer LP.
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Sus discos como solista renovaron el lenguaje de las cañas, tanto en sus innovaciones tecnológicas como con los músicos que se rodeó.
En 1970, Cumbo se radicó en Francia donde integró el grupo Los Incas/Urubamba. “Cumbo viento, Cumbo magia, Cumbo profunda raíz y vanguardia. Estoy atravesado por su capacidad de fluir con soltura entre estilos, en canciones como ‘Nada, nadita nai nai’ o huaynos que te harían jurar que creció en los andes, como ‘Huayno-T”, lo recordó su colega quenista Juan Martín Medina.
Y agregó: “Los vientistas estábamos atentos a Cumbo: ese disco maravilloso que hizo con el Trío Cumbo/Gonzaléz/Vitale, su trabajo con Manolo Juárez, su proyecto solista con máquinas (cuando usar máquinas era una cosa de otro planeta) y muchos más”. Medina destacó especialmente su sonido, su fraseo, su manejo de lo rítmico, que “caracterizaron su estilo provisto de un discurso musical impecable, personal y único”.
Formó coros como el Quinteto Tiempo en los ´60, uno de los grupos vocales de avanzada surgido en La Plata. Y en su último tiempo tocó con Peteco Carabajal.
Desde su último regreso a Argentina, Jorge Cumbo había participado en la agrupación Los Amigos del “Chango” Farías Gómez. Su ultimo trio lo formó en 2019, junto a Facundo Guevara y Osvaldo Burucúa, y su último trabajo fue en cine, en el mediometraje “Rodar volar andar”, del realizador Felipe Ramón Lima -hijo del poeta argentino Hamlet Lima Quintana-, donde hizo su aporte musical junto a Feliciano García Zercchin.
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Cumbo con su hijo junto a los de Lito Vitale y Lucho González.
El quenista había empezado en el canto, luego tocó instrumentos como el saxo, la guitarra, el bajo y llegó a estudiar percusión. “Cuando viví en París había músicos que tocaban quena pero se diversificaban con otros instrumentos, como el pinkullo, los quenachos y las flautas traversas. La gente estaba chocha porque en un concierto escuchaban una variedad fenomenal de sonidos. Fue un desafío decir ´yo voy a tocar 15 temas con quena´, aunque resultara pesado. Y entonces conocí a (el quenista y compositor) Uña Ramos y cambió todo”, solía contar cuando le preguntaba por su pasión por los aerófonos andinos.
Antes de viajar por primera vez a Francia, tenía 25 años y había apostado a estudiar en la universidad. Así lo explicaba con sus propias palabras: “Descubrí que los grandes músicos universales compusieron sobre la base de melodías populares. Yo tenía mucho oído pero me metí en la escuela de Bellas Artes de La Plata a estudiar dirección de coro y orquesta. Un profesor alemán me negó tocar folklore porque no era ´música seria´ y abandoné. Pero también me gustaba la música contemporánea. Y al profesor Enrique Gerardi le mostré las grabaciones que hacía en mi casa. Eran ritmos delirantes con la voz, golpeando cucharitas. Al poco tiempo, me invitó a su grupo. Tenía 25 años y estaba con capos de la vanguardia. Tocábamos en conciertos para cinco personas… no iba nadie”.
Gerardi, un profesor con notable trayectoria en La Plata, le consiguió una beca para estudiar en Francia con Pierre Schaeffer, el creador de la música concreta. “Pierre Bolulez y Karlheinz Stockhausen me rompían la cabeza de la misma manera que Atahualpa Yupanqui y Los Chalchaleros, y que Béla Bartók y Miles Davis. Lo andino, lo contemporáneo, lo barroco, lo clásico, todo influyó en lo que hago”, contaba Cumbo, y confesaba que como no sabía hablar francés dejó la beca.
Trabajó de cualquier cosa. En el barrio latino de París conoció boliches donde se tocaba música latinoamericana. Cantó tangos y luego ejecutó percusión en el grupo Los Incas -luego llamado Urubamba-. El director del grupo le acercó una quena hasta el arribo del nuevo aerofonista: ¡un tal Uña Ramos! “Quedé desmayado cuando lo escuché”, recordaba Cumbo. Tiempo después Uña se fue y él quedó como primera quena. Fueron épocas de gloria, entre los 60 y los 70: Paul Simon los invitó a grabar “El cóndor pasa” y los sumó a sus giras por el mundo.
"Y entonces conocí a (el quenista y compositor) Uña Ramos y cambió todo”, solía contar cuando le preguntaba por su pasión por los aerófonos andinos. "Y entonces conocí a (el quenista y compositor) Uña Ramos y cambió todo”, solía contar cuando le preguntaba por su pasión por los aerófonos andinos.
Pero se cansó de ser “un músico de…”, rechazó la enorme puerta internacional que le había abierto Simon y volvió a Argentina en 1976 con la idea de construir un camino como solista. En esa época, descubrió el sintetizador Minimoog y mezcló música electrónica con las cañas. Escuchó “La pared maravillosa”, de George Harrison. “Era genial cómo se congeniaban dos rítmicas tan antagónicas como el rock y la música hindú. Una guía indispensable”.
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Cuando volvió a Buenos Aires, en sus últimos tiempos, era buscado por músicos de todo el país.
Volvió a La Plata en plena dictadura. Fueron tiempos de horror. “Cuando regresé, me mareé bastante, no distinguía entre Isabelita y la milicada. En los 60, en el bar Adriático de La Plata, uno de los cafés de 51 entre 7 y 8, me juntaba con músicos y artistas, entre los que estaban Cacho Bidonde y Carlos Moreno, se armaban tertulias y se discutía de política. Mucha de esas gente desapareció o la mató los militares. A mí no me pasó nada comparado con otros. Pero en varios conciertos sufrimos razzias. Nos llevaban a un centro de detención por Puerto Madero. Caminaba por los pasillos y a los costados había gente que agarraba los barrotes de sus celdas, te dictaba un número de teléfono y te gritaba ´Loco, llamá a mi abogado, avisale a mi vieja que ni sabe dónde estoy´. Compuse el tema ´A La Plata´ en homenaje a mis amigos desaparecidos y en 1981 lo estrené en el hall del Teatro San Martín. Hubo gente que me abrazó y no paraba de llorar. Es un recuerdo imborrable”.
Ya había escuchado a Dino Saluzzi y a Waldo de los Ríos y quiso pertenecer a la troupe de la renovación del folklore, donde también estaban el Chango Farías Gómez -con el que tocó en los célebres ciclos “El Chango y sus amigos”-, Manolo Juárez y Hugo Díaz. De esos cruces surgió el exquisito disco Cumbo-Juárez. Después formó el Trío Cumbo, con Gerardo Di Giusto y Ricardo Moyano (“siempre fui un desastre para gestionar lo mío, rechacé miles de oportunidades y los músicos se fueron”, admitía). Entonces se encontró con el guitarrista Lucho González y fueron a tocar al teatro Santa María. En los ´80, los papás de Lito Vitale organizaban un ciclo y Lito hacía el sonido hasta que se sentó en el piano y en media hora armaron un repertorio. El trío Vitale-González-Cumbo fue una las mejores formaciones instrumentales de la “proyección folclórica”, como solía decir el Chango. “No ensayábamos. Íbamos a tocar el tema que sabíamos y a cada noche salían otros. Había una telepatía única, después nos fue difícil reemplazarnos”, reflexionaba Cumbo.
“Quiero vivir en algún lugar más natural, evitar la locura de las ciudades. Si hacés rock and roll la ciudad te viene fenómeno. Pero si tocás flautas, necesitás silencio”, dijo en sus últimos años, agobiado por la urbe porteña. Sobre La Plata, decía que se crió cerca de un cine comiendo pan con manteca y azúcar y viendo películas de cowboys. “Me la pasaba en el Max Nordeau, donde mi papá era directivo. Me gustaba esa sensación de ciudad fantasma cuando desaparecen los estudiantes y los gorriones se espantan cuando caminás. Viví hasta los 27 y tengo igualdad de recuerdos que en Barcelona, París o Tokio. Pero mi personalidad es platense, no porteña. Los platenses somos centrados, nos cuesta mostrar todo lo que somos, reprimimos y tenemos una conducta cautelosa y una formación intelectual interesante. En Europa envidian eso. Argentina está exageradamente viva con lo que sufrió”.
Quería que la quena ocupara el mismo lugar que ocupaba un piano o una batería en cualquier grupo. Que se tocara como un instrumento más y no como mero acompañamiento Quería que la quena ocupara el mismo lugar que ocupaba un piano o una batería en cualquier grupo. Que se tocara como un instrumento más y no como mero acompañamiento
Su padre nació en Polonia y a los diez años viajó a Argentina. Era hijo de un rabino. Le gustaba mirarlo cuando se afeitaba porque el padre cantaba música litúrgica judía. Su hermana tocaba el piano y cantaba boleros, y ambas “fueron influencias más espirituales que musicales. Me hicieron volcarme más del lado del misticismo que de lo bailable”, contaba el quenista. Viajando se deslumbró con Turquía pero prefería Japón. “Se respira religiosidad por todos lados. Una vez grabé un video de enseñanza de quena en el Machu Picchu. Ese video llegó a Japón y una escuela estudiaba instrumentos andinos con ese video. No lo podía creer. ¡Imaginate 80 japonesitos que venían a pedirme autógrafos, con deseos escritos en japonés!”.
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Fue uno de los creadores del reconocido Quinteto Tiempo, en su rol de director vocal.
“Vivir en otro país puede ser placentero pero en algún momento cansa identificarse con el idioma y las costumbres ajenas. Ahora, cuando voy de gira a lugares profundos de la Argentina, redescubrí que tenemos una espiritualidad asombrosa”, dijo, poco tiempo antes de morir. Sobre la singularidad de su música llegó a expresar: “Yo la pasé mal porque hacía cosas raras y los ortodoxos me miraban de reojo y con porfía. Ahora todo el mundo se acostumbró a que la música folklórica suene con tintes modernos. Y en cuanto a los quenistas, Uña lo fue todo y es irrepetible. Me gustan mucho Hernán Pagola y el peruano Checho Cuadros, y hay muchos que tocan bárbaro pero también son saxofonistas o flautistas, y no es lo mismo”.
Músico sin fronteras, capaz de fusionar el jazz con otros géneros como el rock, la música indoamericana y hasta la llamada World Music, solía tocar con sus quenas y zampoñas de siempre, las que le había fabricado especialmente un lutier en los ´80. “Los instrumentos son los viejos instrumentos. No son las mejores pero siguen afinadas”, explicaba.
Con su quena grande, “pastosa, grave”, acostumbrar a tocar la vidala “De lejos parece humo”. Se la había enseñado Uña Ramos, con quien había compartido un tiempo en Europa. “Era medio egoísta. Una vez le pregunté cómo había sacado un Do sostenido y me lo negó. Uña tenía un egoísmo constructivo, lo odié pero a la larga entendí que era una filosofía importante. No hay que endiosar a nuestros referentes, porque los repetimos y no buscamos nada nuevo”.
Mi personalidad es platense, no porteña. Los platenses somos centrados, nos cuesta mostrar todo lo que somos, reprimimos y tenemos una conducta cautelosa y una formación intelectual interesante. Mi personalidad es platense, no porteña. Los platenses somos centrados, nos cuesta mostrar todo lo que somos, reprimimos y tenemos una conducta cautelosa y una formación intelectual interesante.
En su bella música, plagada de giros, fantasías y rodeos, sigue viviendo un estilo singular en el arte de la interpretación, un credo que cultivó sin claudicar en toda su trayectoria. De La Plata a los principales centros musicales, Jorge Cumbo supo llevar a la quena a cualquier rincón del mundo y en su legado principal logró que se escuche como protagonista de un sonido único, esencial. Algo que cualquier melómano, que cualquier curioso de la mística de los vientos hoy reconoce como gesto revolucionario.
Una versión de esta nota fue publicada en la revista La Pulseada el 3 de julio de 2015.