En Ensenada, un programa municipal busca dar una segunda oportunidad a adolescentes que cometieron delitos menores. Vecinos apadrinan a los jóvenes con becas y contención. La iniciativa, destacada por Unicef, ya asistió a más de 250 chicos, con una tasa mínima de reincidencia.
"No te digo que es un hijo, pero se convierte en un familiar". Con esa frase, Pablo Azcárate resume su experiencia como padrino de tres adolescentes en Ensenada. Todos ellos, en algún momento, cometieron delitos menores. Uno de ellos, luego de un curso de instalación de aires acondicionados, consiguió trabajo y volvió a contarle la noticia a Pablo. "Cada vez que lo veo pienso: ‘Esto lo hicimos bien’", cuenta con emoción. La nota original fue realizada por la periodista Lorena Oliva para el diario La Nación.
Desde hace una década, Ensenada desarrolla una experiencia inédita en el país: un programa de padrinazgo que conecta a adolescentes en conflicto con la ley penal con vecinos dispuestos a acompañarlos. Ya son 78 los chicos que participaron de esta propuesta impulsada por la Subsecretaría de Derechos Humanos del municipio.
La iniciativa forma parte del "Programa de inclusión para jóvenes y adolescentes en conflicto con la ley penal y adicciones", destinado a chicos de entre 13 y 19 años. Desde su creación, asistió a 256 adolescentes. El foco está en quienes cometieron delitos leves como hurtos, lesiones o vandalismo, y la meta es clara: lograr su reinserción educativa, laboral y social.
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Carlos Dabalioni (der.) junto a Pablo Azcárate, uno de los miembros del programa de padrinazgo
Así funciona el programa de padrinazgo en Ensenada
Cada padrino otorga una beca mensual de $28.000 y propone actividades laborales o formativas. Pero sobre todo, sostiene una presencia emocional constante. "No les pedimos favores, sino compromiso con la trayectoria de vida de los chicos", explica Carlos Dabalioni, subsecretario de Derechos Humanos.
Uno de los grandes logros del programa es que solo dos chicos de los 78 apadrinados reincidieron. El dato fue destacado por Unicef y la Defensoría del Niño de la Nación.
Las historias detrás de los expedientes muestran trayectorias marcadas por el abandono, la pobreza y el consumo de drogas. Aaron, por ejemplo, ingresó al programa a los 11 años. Su madre estaba presa y vivía con su abuelo. A los 13 ya tenía múltiples aprehensiones por robo. Hoy está terminando la escuela.
La experiencia revela un patrón común: adolescentes criados en contextos vulnerables, sin referentes adultos, con baja escolarización y expuestos desde muy temprano a la marginalidad. Muchos no encuentran espacios de contención ni en la escuela ni en el barrio. "El pibe se acostumbra a que lo echen o lo hostiguen", señala Dabalioni.
Los padrinos provienen de distintos ámbitos. Pablo Azcárate tiene una remisería en Ensenada y desde allí ofrece a sus ahijados tareas simples y mucho acompañamiento. Luis María Marchetti, farmacéutico y presidente del Club Náutico, lleva apadrinados a 14 chicos: "Les enseñamos tareas básicas, pero lo más importante es que se sientan valorados".
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Luis Maria Marchetti ya apadrinó a 14 chicos de Ensenada
Una nueva oportunidad para jóvenes con antecedentes
El Municipio también abrió oportunidades laborales: 40 adolescentes que pasaron por el programa ya se sumaron a la planta municipal. A quienes completan su formación, se les facilita además la capacitación en oficios como barbería, soldadura o electricidad.
Uno de los espacios de formación es la peluquería de Franco Agostinelli, ex peluquero de Diego Maradona, donde los jóvenes aprenden barbería y emprenden sus propios proyectos.
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La peluquería de Franco Agostinelli (de buzo claro), quien fuera peluquero de Diego Maradona
Joaquín Aquino, de 21 años, es un ejemplo concreto de reinserción. Con 15 causas por robo antes de los 17 años, ingresó a un instituto de menores y vivió experiencias traumáticas. Luego de su paso por el programa, cursó soldadura, trabajó en YPF y hoy es empleado municipal. "Acompaño a chicos que están como estuve yo. Muchos te dicen que delinquen por hambre o por dolor", cuenta. Sueña con su casa y ya compró un terreno en cuotas. Está comprometido con su novia de toda la vida y dejó atrás un pasado que, como él mismo dice, lo empujó al delito desde los 12 años.
En una reunión semanal con tres adolescentes que aún están bajo el programa, surge un patrón común: la estigmatización social. Todos relatan situaciones de discriminación, acoso policial y vergüenza pública. Cuando se les pregunta por sus sueños, apenas responden.
"Pensar en el futuro les resulta lejano porque no tienen garantizado el presente", dice Dabalioni. Y remarca que en vez de avanzar con políticas punitivas, el Estado debería apostar a la inclusión.