En diagonal 74 entre calles 3 y 4, duerme un gigante de piedra. Se lo conoce como “El Princesa” y quienes atravesaron algunas de sus puertas quedaron enmarañados en su sueño.
Reducto de la comunidad italiana, El Princesa supo ser un activo centro de reunión que alojó bailes, cine, atención médica y hasta un astillero de La Plata.
En diagonal 74 entre calles 3 y 4, duerme un gigante de piedra. Se lo conoce como “El Princesa” y quienes atravesaron algunas de sus puertas quedaron enmarañados en su sueño.
Una sucesión de cámaras oscuras o iluminadas por los rayos de luz que ingresan a través de alguna ventana, rastros de antiguos frescos, paredes descascaradas, molduras en los techos altos, pisos de madera, azulejos coloridos, carteles ajados, escaleras resonantes, grandes aberturas, el pastiche de las sucesivas reformas, entre el ruido de palomas y el eco de los pasos, sugieren el rumoreo de muchas historias. El Princesa es un creador de enigmas, una esfinge que guarda la memoria de La Plata. Desde el regocijo de los primeros habitantes que pusieron manos a la obra para levantar una ciudad del futuro, pasando por los y las artistas que reinventaron la vida de nuestras calles, hasta la vecindad que hace de lo pasado una forma del afecto en el recuerdo, el Princesa supo reunir el empeño del trabajo, la solidaridad, la vida comunitaria, las fiestas y los caminos de la imaginación.
A través de más de un siglo, el fantasma del barco hilvanó sus etapas, un barco detenido. Reconstruir su viaje es una invitación a pensar de qué está hecha una ciudad, qué vidas son posibles, cuál es el peso de los sueños y cuál el de sus postergaciones.
A dos años de fundarse la ciudad, la población estaba integrada por 10407 habitantes, de los cuales 4585 eran de nacionalidad italiana. Para 1910, el número se había quintuplicado y casi un tercio de la población alternaba el español con el italiano, en sus variantes dialectales, o hacían uso del cada vez más extendido cocoliche.
Sobre la base de la solidaridad y la fraternidad, la comunidad italiana comienza a organizarse y a fundar asociaciones y mutuales. El 3 de junio de 1883, se crea la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos “Unione e Fratellanza”, siguiendo el modelo de la Societá Nacionale di Soccorso fra gli Impiegati, de Milán. Le seguirán el “Unione Operai Italiani” (1885), la “Stella di Roma” (1885), la “Societá Ospedale Italiano La Plata” (1886), el “Circolo Italiano” (1886), el “Círculo Napolitano” (1887) y la “Societá Scuole Italiane de La Plata” (1896), entre otras. Hacia el Centenario, 25 asociaciones italianas trabajarán para procurar el bienestar material y cultural de la comunidad, brindando servicios educativos, médicos, subsidios y actividades recreativas para sus miembros.
Proyectado y dirigido por el italiano Isaaco Villamonte, el edificio de la Sociedad de Socorros Mutuos Unione e Fratellanza, fue inaugurado en 1889, en diagonal 74 entre calles 3 y 4. A su fundación, en 1883, le había seguido el nombramiento de Edmundo de Amicis como presidente honorario, luego de que visitara la ciudad en 1884, invitado por Emma de la Barra, una de las impulsoras junto a su esposo, Juan de la Barra, del barrio “Mil Casas” de Tolosa.
El frente, de estilo neoclásico, consistía en un pórtico sostenido por cuatro columnas corintias y un frontis donde podía leerse “Societá Unione e Fratellanza de Socorre Mutue”. El vestíbulo estaba decorado con ángeles de estilo barroco y la escultura de la “princesa”, que más tarde daría nombre al cine que funcionó en el gran salón. La sala principal, de 12 metros de ancho por 32 de largo y 10 de alto, estaba rodeada de distintas instalaciones, que funcionaron a lo largo del tiempo como buffet, consultorios médicos, oficinas, camarines, cocina, baños. En una de esas habitaciones, atendió el doctor Rodolfo Rossi, antes de darle nombre al hospital público de calle 36 entre 116 y 117. Debajo del escenario, se encontraban los sótanos y al fondo, un patio con cuartos de vivienda para caseros, cocina, caballerizas y galpones, de acuerdo a un plano de 1919.
Desde sus comienzos, fue uno de los centros de reunión más concurridos de la ciudad. Los bailes y las variedades se sucedían durante todo el día, atrayendo al público de la zona que acudía en carreta o a caballo. Fue el primer salón de tango de La Plata, y contó con su propia compañía de teatro, el grupo filodramático “Unione e Fratellanza”, además de dar lugar a los distintos grupos nacionales e internacionales que llegaban para interpretar obras populares.
El 20 de junio de 1914, se anunciaba la siguiente programación:
1º) Marcha triunfal Los Cuatro Unidos por la orquesta, escrita por el maestro E. Wolcan para este centro.
2º) Gran ¡Estreno! ¡Estreno! por primera vez en esta ciudad de la sentimental comedia dramática en tres actos y en prosa de Roberto J. Payró, cuyo título es: ¡El triunfo de los otros!. Reparto: Atilio Ramini (Julián), Elvira Cruz (Inés), Lola Fornos (Doña Amalia), Mario Antoriello (Ernesto Viera), Roberto Fozatti (Bermudez), Edmundo Ramini (José Cienfuegos), Raimundo Cavasoli (Levy) y Natalio Setti (Doctor Martínez). La acción en Buenos Aires-Época actual.
3º) ¡Estreno! ¡Estreno! Chistosa comedia en un acto y en verso de F. Iriarte cuyo título es: "Las dos puras".
4º) Gran Baile Familiar. La orquesta compuesta de siete profesores estará a cargo del maestro Ernesto Wolcan, que durante los entreactos hará oír su excelente repertorio musical.
En 1924 fue visitado por el Príncipe de Saboya, llegado en misión diplomática desde tierras italianas. Por su escenario pasaron figuras como Agustín Magaldi, quien en 1936 se presentó en condición de solista junto a los guitarristas Diego Centeno, José Franchini, José Luis Carret y Alberto Ortiz, con gran afluencia de público. En 1939 se velaron en su interior los restos del astro local del cine nacional, José Gola, con una procesión interminable de admiradores.
Hacia la década del ‘30, la crisis económica obligó a la concesión del salón principal. Bajo la administración de la empresa “Lombardi y Cia.”, comenzó a funcionar el Cine Princesa. Se inició con films mudos, con ejecuciones musicales en vivo, y más tarde, con la llegada del cine sonoro, compartió programación con el nutrido número de salas que ya proliferaban en la ciudad.
A sala llena y con gran repercusión, una Eva Duarte de 18 años debutaba en la pantalla grande con “Segundos afuera” (1937), dirigida por Israel Chas de Cruz y Alberto Etchebehere.
Después de setenta años de actividad social, el Princesa fue vendido a un privado y sus puertas cerradas. En 1953, el nuevo propietario, José Rasilla, presentó al Municipio una serie de planos para realizar modificaciones edilicias. Se quitó el piso de pinotea y las butacas, y el salón se convirtió en taller, astillero y depósito. El lateral izquierdo del edificio fue transformado tras derribarse el muro ubicado junto al pórtico de entrada para abrir un portón de ingreso para barcos y camiones.
Durante casi 40 años, el Princesa sueña. En ese paréntesis que va de su venta en la década del ‘50 al teatro en que se convertirá en la década del ‘90, las leyendas se multiplican. Se cuenta que como astillero, atesoró durante años “El Tony”, una embarcación de 14 metros construida por Jacobo Peuser (1843-1901), figura clave de las artes gráficas en Argentina. Se dice que fallecido Rasilla, el lugar pasó a manos de su hijo, a quien vecinos y vecinas veían entrar y salir por un agujero en la puerta del edificio en ruinas. El hombre, a quien la imaginación barrial convirtió en “ocupa”, atesoraba en su interior todo tipo de objetos antiguos.
En “El tiempo después. Obras, escritos, archivos” (Buenos Aires: Inteatro, 2023), de Beatriz Catani, se reúnen testimonios de artistas que pasaron por el Princesa. Allí el músico, compositor, actor, director de Espacio 44 y presidente de ATEPLA (Asociación de Teatristas del Plata), Daniel Gismondi, cuenta: “Era el año ‘91. Por aquel entonces, el Princesa era un gigante que venía durmiendo por décadas el sueño de los olvidados. En su vientre yacían esculturas, coches antiguos, armaduras medievales, toda clase de adornos de otras épocas que eran custodiadas por miles de palomas y un personaje que habitaba los espacios polvorientos como un testigo de otros tiempos. En el barrio todos pensaban que era un intruso que vivía en el Cine Princesa abandonado, pero en realidad era el dueño, propietario de todas esas riquezas que solamente tenían sentido para él si estaban escondidas, lejos de todo, como un secreto vanidoso. (...) Nos abrió la puerta y recuerdo a las palomas espantadas que hicieron un ruido atronador, levantando una nube de polvo de su reposo sobre los objetos que venían de otro tiempo. Aquel paisaje increíble, surrealista, se completaba con los rayos del sol que pasaban por las claraboyas redondas y generaban haces de luz que bañaban la escena de una forma espectral. Era como si se hubiera abierto un vórtice, una brecha en el tiempo y a partir de ese momento, cualquier cosa podría pasar.”
A finales de los ‘80, Quico García, artista polifacético, heredero de la cadena de pinturerías que lleva su apellido, estuvo al borde la muerte. Según cuenta Gismondi, ese fue el clic. Ya en el hospital, Quico García comenzó a escribir junto a Marcelo Vernet una versión teatral de “Maluco. La novela de los descubridores” (Premio Casa de las Américas 1989), de Napoleón Baccino Ponce de León.
En búsqueda de una infraestructura que pudiera contener un barco como escenario, Quico García toma contacto con el hijo de Rasilla. Es 1992. El Princesa despierta. Tras convocar actores y actrices, músicos, artistas de la plástica local y técnicos, funda la compañía “Hermandad del Princesa”. Cuenta Gismondi: “Estuvimos un año encerrados. Íbamos desde las 6 de la tarde hasta las 2 de la mañana, todos los días. Quico ponía lo económico, nosotros hacíamos una inversión de tiempo fenomenal. Fue una experiencia más que interesante. Yo había estudiado teatro, pero lo más groso lo aprendí ahí”.
“Maluco”, relataba una utopía y el teatro la consumaba: el barco navega en el interior de la sala. Barco otro, espectro situado. La obra narraba el viaje de Magallanes a América, desde la perspectiva del bufón de la flota. Eco de los que traían a los españoles a América, de los que arribaban a Argentina hacia fines del siglo XIX con inmigrantes, del que ingresaba al Princesa por un agujero en el muro. “Maluco” se construía con la materia de los sueños del espacio que habitaba. El Princesa hablaba, inaugurando una temporalidad propia. Eran épocas de proyectos monumentales, como el de La Organización Negra, que pocos años atrás se había lanzado por los aires desde el Obelisco, en “La Tirolesa”.
“Un día, cuando estábamos ensayando Maluco -cuenta el actor Ricardo Ibarlín- nos visitó Jorge Ponce (El Negro Ponce). Entró a la sala y quedó impresionado por las rampas altas, las sogas colgando y algún que otro elemento de marinería. Esto, le hizo recordar a un crucero de navegación pluvial que estuvo aquí dentro del teatro. El barco se llamaba El Tony. Nos contó que cierta vez el dueño del barco Máscara del Río, les dijo que, si lo ayudaban con el trabajo de calafatear el casco del barco, los llevaría a dar una vuelta alrededor del mundo. A ellos, que eran chicos, la embarcación les parecía inmensa. En Maluco, la embarcación era lo suficientemente grande, no sólo para llevar a todos los actores que formábamos parte de un viaje, sino también para ir en busca de las utopías del hombre y demostrar que eso era posible.”
En el Princesa todo tenía un halo de secreto. Quico García nunca tuvo intención de perder esa cosa de cofradía.
En noviembre de 1993, finalmente se estrena la obra y permanece en cartel durante cuatro años, siempre a sala llena. Luego vendrán “Canon Perpetuo” (1998-2001), “Cuerpos a banderados” (1998-2001), “Ritual Mecánico” (2001-2004), “Ojos de ciervo rumanos” (2001-2006), “Estructura inconsciente” (2004), “Finales” (2007-2008), “Insomnio (Capítulos alrededor de la noche)” (2009-2010), “Si es amor de verdad” (2011-2012), “Patos hembras” (2011-2018), “Hoy, diario de un duelo” (2012), “Ciclo de lecturas intervenidas” (2013-2014), “Paraíso” (2014-2016) y “Nos, el Princesa” (2014-2016).
En 1999, Beatriz Catani se incorpora al equipo del Princesa. La actriz, directora, dramaturga, docente y compañera de Quico García, cuenta: “Entré por primera vez al Princesa en el año 1995, creo. Me senté en un sillón extrañamente largo que estaba en el hall, y el Mono Ibarlín me hizo una entrevista para el diario El Día. Me tomaron una foto sobre la vereda de la Diagonal 74. Hablamos de mis inicios y de mi abuelo malagueño. Tengo esa imagen y esa charla muy presentes. En un momento de la charla se asomó Quico, apenas cruzamos las miradas. Recién en el año 1999 empecé a trabajar en el Princesa. Lo primero que hice fue una puesta de Cuerpos a banderados, armamos todo en el vértigo de un día y al otro mostramos a una comitiva del Festival de Viena (...). Fue en la Sala que llamaban del Reloj y de la que siempre me llamaron la atención los escudos de las provincias italianas y la media luz que entraba por la alta ventana circular. En esa misma sala se gestó Ojos de ciervo rumanos, con un árbol (sacado del patio-jardín del Princesa) y con más de treinta plantas de naranjas en macetas que entrabamos y volvíamos a llevar en cada ensayo para mantenerlas, con la ayuda de Roberto Romanelli, que en esa época y hasta su muerte vivió en una habitación del altillo, a donde se llegaba por una escalera con una extraña escala, (casi de uso infantil) que generaba una experiencia dislocada como de una película de Hitchcock. Era el año 2001. Lo que pasó en los siguientes años –Finales, Insomnio, Patos, ensayos, lecturas, tiempo– sencillamente es nuestra vida.”
Son años de investigación teatral, talleres de actuación, ensayos, proyectos colectivos. Imperan las ganas de aprender, de correr los límites, de pensar con y para otros, una búsqueda apasionada en el hacer. “Era algo muy loco: las obras llevaban años de ensayos y vos te podías pasar la mitad de tu vida ahí, armando el espacio y haciendo cosas sin importar a cambio de qué – cuenta la teatrista Guillermina Mongan-. No sé cómo se generaba eso… Pasaba las horas de una manera muy rara. Era como un túnel del tiempo. Oscuro, con eco cada vez que caminabas. Y todo siempre tuvo como una carga enigmática. La propia gente que lo habitaba era como un mito. Dónde quedaba escondida la llave… todo tenía un halo de secreto. Creo que Quico nunca tuvo intención de perder esa cosa de cofradía”.
Las obras de Quico García y Beatriz Catani viajaron durante años a festivales internacionales, fueron reconocidas por importantes jurados. En 2012, Quico fallece y el teatro queda en manos de sus herederos. Desde entonces, una sucesión de pesadillas burocráticas, entre la venta y la expropiación, declaraciones de protección, dilaciones y obstáculos, con breves lapsos de lucidez. Beatriz Catani continuó haciendo teatro en el Princesa durante algunos años. En 2013, el cartel de la inmobiliaria Toribio Achával ofreciendo a la venta la edificación como “Lote de 1.300 metros cuadrados” alertó al vecindario, a organizaciones y funcionarios que realizaron en 2013 la manifestación “Salvemos al Princesa”. Hace algunos años se dio a conocer que el grupo desarrolador Abes tenía a su cargo el proyecto de puesta en valor y refuncionalización, cuya aprobación y supervisión dependerían del municipio, por tratarse de un inmueble catalogado con grado de protección estructural.
Hasta hoy, sin embargo, las puertas permanecen cerradas, todo sigue quieto. El futuro del Princesa, otro enigma.
NOS, EL PRINCESA (2014-2016)
“Nos, el Princesa”, dirigido por Beatriz Catani, representaba el ensamblaje de emanaciones mnemónicas de un edificio. En el patio ubicado sobre calle 4, sobre uno de los muros se podía leer, en grandes letras de neón: “Infierno”.
Como en “elige tu propia aventura”, el público escogía a un actor o actriz, su Virgilio, para realizar el descenso en grupos. Una vez adentro, era testigo de fragmentos de las obras que durante veinte años habían tenido lugar en el Princesa. Como en “La invención de Morel”, de Bioy Casares, proyecciones de la vida, historias de aparecidos. A veces, los actores y actrices hablaban entre sí. Inmediatamente, se comprendía que el diálogo no era tal. El Princesa desplegaba su memoria teatral en el espacio, e invitaba a reflexionar sobre el tiempo, los lugares, los recuerdos, las personas. Las paredes se confesaban. Era un ritual. Los espectadores aspiraban el olor de la madera y las paredes húmedas, mientras oían el eco de sus pasos rebotar contra el cielorraso altísimo de los techos. Las sombras se movían a medida que el grupo avanzaba a través del sendero de luz abierto por una linterna. Otros sonidos despertaban la curiosidad y el miedo.
Decía Catani sobre la obra: “La historia siempre es en definitiva una narración, por eso creo en la historia que se cuenta en los intersticios, en las subjetividades, en la fragmentación. La historia pensada en los desvíos que (el) tiempo y (las) afectividades producen. Así hoy les proponemos un doble recorrido: por un lado por el espacio (las salas y los pasillos del Princesa) y, a la vez, por el tiempo (las obras y los recuerdos de cada uno). Espacio concreto y espacio de vacilación, donde se entrecruzan el cuerpo arquitectónico del Teatro con la endeble materia del recuerdo y la emoción. Los actores nos cuentan su historia y la historia del Princesa –nuestra historia–, la que está inscripta en el tiempo y en la efímera materia del teatro; efímera como la condición de todos nosotros. Tal vez, en definitiva, solo nos sobrevivan los fantasmas.”
El corazón del Princesa es un árbol de laurel. Plantado por los primeros caseros, fue derribado por una tormenta poco tiempo antes de la muerte de Quico García. En 2013, Beatriz menciona con curiosidad que el árbol caído continuara vivo. Al pasar hoy frente a las puertas del Princesa, no se ve gran cosa: puertas tapiadas, yuyos crecidos.
Barcos que descienden de otros barcos, el gigante dormido es hoy un barco encallado. No sabemos si algo todavía late entre sus tablas, tampoco por qué seguimos auscultándolo como si fuera un tesoro. Sospechamos tal vez que su memoria es conversadora, que el pasado es un lenguaje entreverado con el presente, un pensamiento inacabable.
Begum es un segmento periodístico de calidad de 0221 que busca recuperar historias, mitos y personajes de La Plata y toda la región. El nombre se desprende de la novela de Julio Verne “Los quinientos millones de la Begum”. Según la historia, la Begum era una princesa hindú cuya fortuna sirvió a uno de sus herederos para diseñar una ciudad ideal. La leyenda indica que parte de los rasgos de esa urbe de ficción sirvieron para concebir la traza de La Plata.