Es jueves, es agosto, son las cinco de la tarde y Astarita está tomando un café en el bar de Humanidades como otros tantos jueves de agosto a la misma hora desde hace casi cuarenta años.
Parido en la universidad pública, el historiador se constituyó como uno de los más reconocidos a nivel mundial en el estudio del medievalismo. Nombrado emérito y con numerosos diplomas, hoy sigue dando clases y sin dejar su amor por la investigación.
Es jueves, es agosto, son las cinco de la tarde y Astarita está tomando un café en el bar de Humanidades como otros tantos jueves de agosto a la misma hora desde hace casi cuarenta años.
Es un hombre de rutinas precisas.
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Fue el día 223 del calendario gregoriano, también en agosto, pero de 1951, cuando llegó a este mundo con su hermano gemelo, Rolando. Era plena Guerra Fría y Clarín titulaba como un presagio: “Firme intransigencia comunista en la gestión de tregua”.
Astarita está vestido de camisa a rayas y saco, el suéter escote V rigurosamente azul, sobrio, de jean. De ademanes rápidos e inquietos y con un bigote que se podría calificar de silvestre fuera del ámbito académico, donde se desenvuelve con naturalidad y elocuencia, se muestra poco habituado a hablar de su vida personal.
Las preguntas más íntimas suele zanjarlas con una broma o en la voz de otro. Por ejemplo, sobre el matrimonio: “Mirá, yo leí a un escritor que decía, a mí me gusta cenar a las 8, a mí mujer a las 10 y cenamos a las 9 los dos disconformes”, se ríe pícaro.
-Nos llevamos muy bien y tenemos cuatro hijos- agrega mientras apura el café.
A Silvia, su mujer, la conoce de la militancia en el secundario. Ella iba al Nacional Buenos Aires y más tarde se convirtió en bióloga; él no había aprobado el examen de ingreso. “No era un gran estudiante -dice-, leía sobre todo libros de aventuras”. A los seis años leyó Robinson Crusoe y poco tiempo después, anuncia ahora, como quien revela un desenlace: “Significativamente Robin Hood”. Con la adolescencia llegaron los clásicos, el siglo de oro de la literatura rusa, luego la filosofía, Kafka y a los 16 la literatura marxista: Marx, Lenin, Plejánov.
De abuelos inmigrantes nació en Capital en una familia acomodada con un padre médico, anticlerical y de izquierda, y una madre católica. La convivencia era pacífica no sin algún momento tenso como cuando su padre se opuso frenéticamente a que sus hijos tomaran la comunión.
Su infancia transcurrió en Avellaneda en una casa repleta de libros.
-Había una afición sensual hacia el libro, para verlo, tocarlo, no sé cuántos de verdad se leían. Pero bueno, estar rodeado de libros y que mis padres insistieran tanto en que leyese fue muy importante en mi formación.
Muchos años después releyó las novelas de Sartre y revivió el espíritu crítico que habían despertado en él cuando era adolescente respecto de su familia. “Sartre fue una epifanía”, rememora.
Una imagen le dejó una huella con apenas 15 años, luego del golpe de Estado de 1966, con Onganía en el poder: su padre se vio obligado a dejar su cátedra en Medicina. Fue reincorporado en el `73 y finalmente se jubiló en la facultad: “Pero quedó muy amargado -recuerda-, porque la facultad era extraordinariamente importante para él. Y de alguna manera eso influyó en mi politización”.
Las lecturas, pero también su militancia en el barrio de Constitución y el contacto con sectores obreros moldearon a ese joven que manejaba informes políticos y transmitía ideas.
Del Instituto Libre de Segunda Enseñanza de la calle Libertad recuerda a un profesor de Historia del Arte, Francisco Azamor, como alguien que lo marcó.
-Preparé una clase sobre Picasso y al terminar me abrazó y dijo: “Vos tenés que seguir Filosofía y Letras”. Fue importante porque en mi casa había una oposición absoluta a que siguiera esas carreras. Mi padre estaba obsesionado con que estudiara Medicina.
- ¿Y cómo elegiste Historia?
-Bueno, no sé. En esa época se pensaba que un hombre tenía que ganar lo suficiente para mantener una familia. Tuve mis dudas, pensé hacer una carrera más rentable, pero tenía tantos inconvenientes con química, matemáticas y todo eso que dije: no puedo hacer otra cosa, no me queda otra.
Decía Glinda, la orientadora del Mago de Oz, que sin objetivo no hay camino y él tenía el suyo muy claro: correr lo más rápido y lejos posible de las matemáticas.
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En 1999 debatió con Stephan Epstein, historiador económico de la London School of Economics. Astarita había publicado su tesis, centrada en Castilla entre los siglos XIII y XV, sobre “el desarrollo desigual de regiones a partir del intercambio comercial”. Al mismo tiempo, Epstein dio a conocer un trabajo que trataba “el problema del mercado y el desarrollo” en el mismo período, en Sicilia.
El problema del comercio asimétrico en la Europa medieval casi no estaba estudiado en la historiografía europea. “Mientras para los historiadores de Europa occidental este problema sólo ha tenido un interés muy secundario -se puede leer en la introducción de su doctorado-, para nosotros constituye una cuestión clave para comprender nuestro presente”.
Contrariamente a la idea del medievalista como un historiador ocupado en una historia ajena y lejana, el tema se relacionaba con el deseo de comprender el intercambio asimétrico entre el centro capitalista y la periferia, eje de las preocupaciones políticas de un militante de izquierda de los 70´.
Dijo en una entrevista que le hizo el canal Translatio Studii de la Universidad Fluminense de Brasil en 2020: “Era una cuestión muy nuestra, del Tercer Mundo. En esa época creíamos que si nos sacábamos al imperialismo de encima teníamos todos los problemas resueltos”.
-Pero las grandes líneas de investigación a nivel internacional no se marcan por mis trabajos -dice ahora Astarita en el Centro de Estudios de Sociedades Precapitalistas de la UNLP-, en eso influyen mucho las posiciones políticas.
No es difícil deducir las correspondencias entre pasado y presente:
-Epstein fue una gran figura de la London porque en los 90´su valoración de la economía liberal les venía muy bien a los economistas del sistema. Yo siempre fui un historiador periférico.
Sin embargo, este hombre formado en la universidad pública puso a la Historia Medieval y a la educación argentina en las cimas más altas. Este hombre intercambió y debatió en pie de igualdad con los popes más prestigiosos de la escena historiográfica mundial. Este hombre en cuyo pensamiento nada se fija ni se define, porque sólo lo que no tiene historia -dijo Nietzsche- puede definirse.
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Como en la Antigua Roma, donde se le otorgaba al soldado que había cumplido su servicio y disfrutaba la recompensa por sus méritos, el título de emérito designa a quien se ha jubilado, pero en atención a su destacada trayectoria mantiene los honores de su profesión y algunas de sus funciones.
Astarita suele observar agudamente por encima de los lentes y sus ojos muy claros no pudieron contener la emoción provocada por las palabras de Andrea Zingarelli el 5 de diciembre de 2023, cuando fue nombrado profesor extraordinario en condición de emérito por la Facultad de Humanidades de la UNLP.
La doctora Zingarelli, en un discurso que conmovió a todos los presentes, recordó el shock historiográfico que representó el ingreso de Astarita a la UNLP: “Significó un cambio profundo en la carrera y en la formación de los docentes e investigadores. Carlos se convirtió en un referente de la historiografía nacional e internacional, prueba de ello son las adhesiones que llegaron para su nombramiento”, expresó. Fueron 75 de investigadores de todo el país y 33 del exterior.
Recuperó, entre otras, la de Josep Salrach, catedrático de Historia Medieval y profesor emérito por la Universidad Pompeu Fabra, quien luego de asegurar que Astarita es un medievalista de fama mundial, escribió:
“A sus muchos años de magisterio une una producción científica fuera de lo común por el rigor, la calidad y la exigencia metodológica. En las facultades más prestigiosas del planeta sus obras son de lectura y cita obligada”.
Por su parte, la doctora Laura Da Graca, profesora de Historia Medieval en la UNLP y en UBA, quien trabajó con él, destacó en el escrito presentado para que se le otorgue el honor: “Los datos cuantitativos no dan cuenta de los aportes sustantivos de Astarita en investigación, ya que sus estudios renovaron la disciplina y el estudio de las sociedades precapitalistas”.
“Soy un admirador de Carlos y estoy plenamente de acuerdo con su nombramiento”, dijo Chris Wickham, uno de los historiadores más representativos y reconocidos del ámbito anglosajón, profesor en Oxford. En 2006, el doctor Wickham había participado en Buenos Aires de la Conferencia-Debate Construyendo la Temprana Edad Media. Europa y el Mediterráneo 400-800, invitado por el Instituto de Historia Antigua y Medieval, dirigido en ese entonces por Astarita.
En la mesa de presentación, luego de excusarse por su mal castellano, Wickham expresó con efusión: “Estoy contentísimo, feliz de volver a este Instituto que es con mucho el más importante de América Latina”.
A su vez, Astarita contó que el editor de la revista Historical Materialism le había propuesto escribir un artículo sobre el último libro de Wickham: “Tuve la suerte de que me ofreciera el libro para hacerlo -dijo-, esto ya era una razón para aceptar, pero la razón principal fue que leer a Wickham significaba una promesa de buena lectura”.
Ese artículo es uno de los más de 65 que publicó en revistas especializadas de todo el mundo tales como New Left Review de Londres, Le Moyen Âge de Bruselas o Studia Historica de Salamanca, entre muchas otras.
“Además -continuó-, el libro me permitió recuperar la capacidad de asombro. He dicho a mis alumnos que la he ido perdiendo con el tiempo, después de haber visto, por ejemplo, el segundo gol de Maradona a los ingleses”.
“Ha sido un gol perfecto”, respondió Wickham conteniendo la risa.
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Siendo un adolescente militó activamente en la Federación Juvenil Comunista. Se había afiliado a los 16 años conmocionado por el asesinato del Che Guevara. “La Fede” tenía una gran presencia en los colegios secundarios: para los jóvenes de los `70 el marxismo ofrecía una referencia de identidad política.
Entró a la facultad un año después de lo que debía, cuando por fin el cansancio de los profesores del ILSE puso término al vía crucis de aprobar matemáticas. Trabajaba desde los 17 años, por lo que tuvo que cursar de noche. Seguir una carrera en “Filo” implicaba tener otra actividad con que ganarse el sustento: “Trabajar y estudiar me dio un gran sentido del carpe diem”.
Años atrás sus abuelos, que eran socialistas, habían fundado una biblioteca de barrio que significativamente se llamaba: Veladas de estudio después del trabajo, espacios populares que buscaban promover la formación de la clase obrera. Comprendían que el conocimiento no estaba divorciado del compromiso revolucionario; entre las actividades del militante, preconizaba Lenin, estudiar debía estar en primer término.
-Yo nunca tuve tiempo para perder tiempo. No tuve una vida universitaria como los demás que se iban al café a charlar. Llegaba a la facultad a las seis de la tarde y a las diez me iba corriendo a mi casa porque al otro día me levantaba muy temprano, antes de las seis de la mañana.
Su convicción hacia la militancia partidaria comenzó a trastabillar cuando el Partido Comunista se acercó al gobierno de Isabel Perón. Pero su sospecha hacia la dirigencia se acentuó por completo cuando, en plena dictadura, la ortodoxia del PC continuó sosteniendo que Videla representaba a un sector “democrático” de las Fuerza Armadas.
-Discutí con mis compañeros porque seguían diciendo que Videla constituía un ala no fascista y lo que se vivía era muy distinto, incluso mi hermano estuvo desaparecido un mes en el 76´.
En ese contexto de terrorismo de Estado hizo su primera investigación en condiciones sumamente difíciles, con una hija recién nacida. Además, en ocasiones, debía irse de su casa en circunstancias apremiantes, cuando la policía iba por él o por su hermano, el economista Rolando Astarita, que era obrero metalúrgico en la empresa Chrysler.
-En esa investigación -recuerda-, están citados Godelier y el tercer tomo de Marx, porque habían allanado la casa de mi madre dónde tenía mi biblioteca. Y como la policía tenía ganas de leer se llevó montones de libros. Mis libros influyentes eran, básicamente, los que me habían dejado.
Agrega:
-Antes no teníamos urgencia por publicar. Fuera de la academia vivíamos una vida kafkiana en el sentido de que teníamos un trabajo “gana-pan” para poder investigar, teníamos otros plazos científicos. Hoy el tiempo burocrático se opone al tiempo de pensamiento.
Astarita no acuerda con la exigencia del número cada vez mayor de papers que impone la primacía del mercado a nivel mundial y resulta en la escritura de trabajos con poca densidad conceptual y argumental.
-El criterio debe ser que, aunque vos estés trabajando un problema de Historia Argentina, si pensás “me vendría bien leer a Hegel para esto”, puedas ir y leer a Hegel. Que no venga un burócrata a decirte “usted estuvo perdiendo el tiempo”.
“Carlos es una figura intelectual que ya no se encuentra porque las nuevas lógicas académicas están atravesadas por lo burocrático-mercantil -dice la doctora Sabrina Orlowski, profesora de Historia Medieval en la UNLP-. Él nunca se doblegó a eso, sigue pensando en la calidad, eso también es una enseñanza, es nuestro norte”.
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Fue alumno de Reyna Pastor y de Enrique Tandeter. Ambos quedaron cesantes en septiembre del ´74 cuando el gobierno de Isabel Perón cerró la Facultad de Filosofía y Letras.
En una gestión infame que sería recordada como “los 100 días de Ottalagano”, el interventor expulsó a todos los profesores y nombró como rector a Sánchez Abelenda, un cura procedente del nacionalismo católico. Los estudiantes y la mayoría de sus agrupaciones opusieron una fuerte resistencia.
-Encontré a Reyna, a Tandeter y a los mejores profesores que quedaban en la calle en una asamblea y Reyna me invitó a su casa. Ahí me dio el tema del “concejo medieval”, esa fue mi primera gran investigación.
Al año siguiente, sin embargo, amenazada por la Triple A, Reyna Pastor debió exiliarse en España. Pero el mundo seguía girando y Astarita se levantaba todos los días a las cinco de la mañana, trabajaba de lunes a sábados en un corralón de materiales y pasaba sus tardes investigando en la biblioteca del Instituto de Historia de España en Buenos Aires.
De Reyna había aprendido el método: ir de las fuentes a la teoría y de la teoría a las fuentes.
“Estaba ahí solo, nadie me daba bolilla”, dice haciendo referencia a sus años de investigación en el Instituto. Pero bien sabían los Padres del Desierto que la soledad es, a veces, la mejor compañera y suele fraguar grandes cosas. Terminó su tesis con la paciencia del asceta, orientado todo lo vital a la permanencia de una idea.
Finalmente, una amiga de su esposa la tecleó en una máquina de escribir y en 1979, con el texto en sus manos, se fue a España. Allí, además de retomar el contacto con Reyna Pastor, conoció a su sobrino y volvió a ver a su hermano, también exiliado.
-Se la di a Reyna para que la lea y la vio Arturo Firpo, que trabajaba con Georges Duby y dijo, “esto para Duby es un doctorado”, pero en la UBA nadie quiso avalarla.
En un ambiente de persecución y vigilancia, esa primera tesis, que debió haber sido su doctorado, no fue respaldada por dos motivos. El primero, que estaba elaborada bajo categorías marxistas. El segundo, que ponía en cuestión postulados de Sánchez Albornoz, el gran medievalista español exiliado en Argentina durante el franquismo y fundador del Instituto de Historia de España.
Pero baste decir que, al conocerse en Europa, la revista española Hispania le dio 50 páginas para que publicara un resumen. Posteriormente se doctoró en la UBA con su segundo gran trabajo, Desarrollo desigual en los orígenes del capitalismo.
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“Le prendí una vela a la Virgen para que pierdas el concurso en la UNLP y vengas con nosotros”, le dijo con cariño Haydée Gorostegui de Torres, historiadora designada en la Universidad de Luján luego del retorno democrático. Y no, no lo perdió.
Se había vinculado en el 76´ con la comisión de Historia del Partido Comunista (PC) dirigida por Leonardo Paso, que había asumido la publicación de los artículos de divulgación histórica en la prensa partidaria luego de la expulsión de Rodolfo Puiggrós. “Una persona de extraordinario dogmatismo”, dice Astarita sobre Paso.
Terminada la carrera planteó hacer un grupo de estudio más amplio sobre la transición del feudalismo al capitalismo, uno de sus temas preferidos, convocando a otros compañeros de la facultad y con lecturas diversas de historiadores que iban desde Fernand Braudel a Pierre Vilar. Pero esta propuesta de apertura no fue bien recibida por la dirección que procuró apartarlo ofreciéndole dar cursos en un centro del PC -de fachada legal-, que funcionaba en dos piezas de una vieja casa del Abasto: el Ateneo Manuel Belgrano.
-Pasado el revuelo, me dieron una “embajada”. Ahí, con mis disidencias políticas, al menos tuve un punto de inserción para no estar tan fuera del mundo. Tenía grupos de cuatro o cinco alumnos y daba la polémica Dobb- Sweezy, el capítulo de Marx sobre acumulación originaria, y otras lecturas clásicas.
Finalmente en 1983, con la reconstrucción democrática, comenzó la normalización de los espacios académicos de las universidades. Entre ellos, el de Historia Medieval, que había estado en manos de historiadores positivistas con una visión muy tradicional.
-Yo todavía trabajaba en un kiosco de diarios y de repente pasé, para mi sorpresa, del mayor de los ostracismos a ser requerido por varias universidades.
El primero que le propuso dar clases fue Eduardo Miguez, designado decano normalizador de la Facultad de Ciencias Humanas de la UNICEN de Tandil, en 1984.
-Me dio una gran alegría, todavía recuerdo el día que vino a casa a proponérmelo, había sido compañero mío en la facultad y se había doctorado en Oxford.
Luego lo convocó Horacio Pereyra, egresado de Historia de la UNLP, que en 1984 se había hecho cargo de la dirección del Departamento de Historia de la UBA y estaba al tanto de la publicación del primer trabajo de Astarita por la revista Hispania y de los cursos que dictaba en el ateneo. Y también Luis Alberto Romero, para la Universidad de Belgrano. Por fin llegó a La Plata invitado a concursar por José Panettieri, que había sido nombrado decano normalizador de la UNLP.
Durante los años que había estado fuera de la universidad, no sólo había hecho investigación, sino que se había formado en términos más generales sobre problemas de historia medieval. Eso le permitió asumir inmediatamente el dictado de la materia.
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Ahora está sentado ligeramente hacia adelante, con los pies cruzados debajo de la silla. Cada tanto sus manos se mueven gráciles, pone dos dedos en pinza para precisar una idea o dibuja en la mesa para graficar posturas de una polémica.
Frontal, de personalidad efervescente y transgresora, hay dos problemas que Astarita nunca tuvo, uno: el miedo a no tener guion; dos: la corrección política. En 2017 cuando el entonces ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, puso en duda la pertinencia de las Ciencias Humanas y en particular de la Historia Medieval, para los intereses y el desarrollo del país, Astarita le respondió sin perder la ironía y con frases que piden piedra.
En una columna que apareció en la contratapa de Página 12, le explicó al ministro que del feudalismo se originaron el modo de producción capitalista, el régimen político moderno, la sociedad civil, el sistema parlamentario, el préstamo y los bancos, las primeras configuraciones nacionales y el colonialismo, entre otros aspectos. “Prácticamente todas las determinaciones cardinales de nuestro mundo derivan de la Edad Media”, enfatizò.
Destacando así la importancia de la historia no en tanto pasado, sino como proceso constitutivo fundamental para explicar nuestro mundo, el presente jamás se explica a sí mismo.
En sus trabajos se suele apreciar su costado más combativo tanto como el carácter de absoluto compromiso con la disciplina. En un momento en que el español Sánchez Albornoz era “Dios” su primera investigación empezaba más o menos así: Sánchez Albornoz dice que Castilla era una tierra de hombres libres, yo voy a demostrar que no es cierto. Sin embargo, a diferencia de muchos historiadores para los cuales la noción de prueba ha pasado de moda, heredó de los positivistas su gusto por el análisis riguroso de las fuentes al que sumó un enorme volumen de conocimiento teórico.
Pero Astarita no desprecia ningún recurso cuando la ocasión así lo requiere. Se vale también para acceder a la subjetividad específica de los actores -sí los áridos documentos medievales no lo permiten- de fuentes literarias, crónicas e informaciones no convencionales. Por ejemplo, al realismo de Balzac en Eugénie Grandet para pensar cómo la lógica mercantil se imponía poco a poco sobre la dinámica de consumo familiar.
-Tiene un exhaustivo conocimiento de los documentos -dice Da Graca- y a la vez un amplio manejo de la teoría. Eso lo convierte en un extraordinario y profuso investigador y le da a su obra la rigurosidad y a la vez la profundidad y la trascendencia de las grandes obras.
Beligerante con los tecnócratas, como docente se tomaba el trabajo de descubrir la voz propia de cada alumno y alentarlo a seguir sus intereses. Las doctoras Carla Cimino y Sabrina Orlowski, ambas profesoras de Historia Medieval en la UNLP, resaltan su generosidad:
-Carlos tiene la capacidad de pensar problemas sobre cualquier área historiográfica y lo comparte. Siempre fue muy honesto intelectualmente, si ve alguna hipótesis, documento o aporte para hacer, te lo ofrece sin dudar.
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Historiador vehemente, posee esa cualidad que Piglia atribuía a Borges: consiste en actuar como si toda la gente con la que habla estuviera sumamente interesada y formada en historia.
-Es de todos conocido que los germanos tenían un gran desarrollo de la metalurgia -solía decir en sus clases al tiempo que introducía una rápida y precisa explicación-. Pero como no estoy acá para aburrirlos con cosas que ustedes ya saben -continuaba-, voy a plantear el problema de fondo.
En su cátedra no había bibliografía obligatoria: “Hay muchas cosas que yo no leí y me encuentro muy feliz”. Además, insistía: “Una clase dictada sólo con bibliografía es la negación de lo que una clase debe ser”.
-Sus clases eran magistrales, no sólo por la profundidad y la erudición, sino también por la dinámica –continúa Cimino-. Hacía un planteo tan coherente, que entendías además de historia medieval, toda una visión del mundo y una postura teórica. Veías el marxismo funcionando.
Para Astarita, cada final representaba un comienzo:
-La clase se dividía en dos partes. En la primera: abría un problema, lo desarrollaba, demostraba la solución, abría otro problema y ahí hacía un intervalo. En la segunda: retomaba la cuestión, para analizarla y cerrarla con otro problema que sentara un enigma. “La solución a esto la veremos en la próxima clase”, les decía.
En el viejo edificio de 7 y 48 y luego en el ex-BIM 3, todos los jueves del segundo semestre del año a las seis de la tarde en punto, como ir a misa, Astarita entraba en el aula abarrotada de alumnos.
-Le agradezco por su mirada marxista sin dejar de lado los aspectos socioculturales de las sociedades precapitalistas -dice Laura Monacci, profesora de Historia Contemporánea-. Un docente como él, de los que te rompen la cabeza y te hacen poner en cuestión las más arraigadas de tus creencias es fundamental. Para mí lo fue.
En Humanidades sus clases eran una institución, incluidos los latiguillos latinos que los alumnos repetían ad infinitum. Circulaba por los pasillos una “mafia” de los teóricos que pasaba de mano en mano los “desgrabados”.
“Habrán notado que mencioné la palabra “siervo” en latín. ¿Por qué? Para que vean que sé latín (risas). También para darle un carácter erudito a la clase (risas). Pero la razón esencial es que debemos conceptuar que es exactamente lo que aparece como “servus” en el documento”.
-Estábamos fascinados -recuerda Mariana Marinoni profesora de Historia y abogada-, dudabas aun antes de decir el comentario más inteligente que fueras capaz de elaborar. Pensabas “ay, voy a decir esta boludez”.
Pablo Collado, licenciado y profesor de Introducción a la Historia, recordará para siempre que su final fue un jueves 7. Astarita y él estaban disfónicos por gritar los tres goles que Independiente le hizo a Boca el 6 de diciembre de 2000. Y agrega:
-Hay un texto de Hobsbawm en el cual cuenta la fascinación que le produjo encontrar explicaciones más profundas y complejas que fueran más allá de los hechos. Cada vez que lo doy me siento identificado y lo remito a las clases de Astarita.
Recogiendo la herencia del medievalista argentino José Luis Romero, reanudó la mejor senda de la historiografía: la del pensamiento, la investigación y el compromiso.
"Las lecturas -decía Astarita en la primera clase de la cursada-, deben plantearse como una plataforma de nuevos desarrollos. Este hábito les va a permitir alejarse de ese arquetipo intelectual que está en una situación de conformismo placentero consigo mismo y es la materia oscura y no la materia gris de nuestra universidad. Ahora que lo pienso estoy un poco arrepentido del programa que hice, debí incluir algunos espacios en blanco para recordarles que el otro ingrediente del trabajo intelectual es pensar".
“A mí me cambió la vida -dice Orlowski-, me hizo decidir ser medievalista. Él hablaba y vos ibas entendiendo los conceptos, la lógica, incorporando los debates historiográficos. Era una clase realmente magistral”.
-Honestidad intelectual -dice Fabiana Rey, licenciada en Historia-, eso lo define. “Bueno, yo soy marxista” fue lo primero que dijo, me impresionó su integridad. A nadie le era indiferente, generaba amores y odios. Algunos decían “¿quién se cree que es?” y yo pienso que se creía lo que es: brillante.
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-Voy a hablar de la crisis del siglo tercero, dije un día, y un alumno preguntó: “¿Antes o después de Cristo?”. Ahí tomé dimensión del desconocimiento que había.
Da Graca recuerda que la llegada de Astarita a Humanidades en La Plata, en el contexto post dictadura, supuso la apertura a perspectivas antes censuradas y la posibilidad de que los futuros investigadores accedieran a la producción historiográfica más novedosa. Aunque es porteño y su vida académica también transcurrió en la UBA, su cátedra en las aulas platenses dejó una huella imborrable y sus alumnos y colegas lo consideran un hombre de la UNLP.
-Yo trataba de iniciar a la gente en investigación a partir de mis propias investigaciones. Pensaba: ¿cómo le puedo enseñar a un alumno a hacer un análisis muy concentrado sobre un texto?
Astarita formó cientos de profesores e investigadores y dirigió 17 tesis de doctorado aprobadas en la UNLP, la UBA, la Universidad de Salamanca y L´ École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Además de una veintena de tesis de licenciatura y un gran número de proyectos de investigación y maestrías.
-Otra cosa importante que hicimos en la UNLP, con el apoyo de Luis Alberto Romero en Conicet -recuerda-, y de la gente que estaba al frente de Humanidades, como José Panettieri y Ana Barletta, fue el Boletín de Historia Social Europea. Ahí publicó gente muy importante y fue el antecedente de la revista Sociedades Precapitalistas.
Se organizaron también seminarios de Paleografía invitando a Salustiano Moreta Velayos, catedrático de la Universidad de Salamanca.
-A la mañana Salustiano daba Paleografía, íbamos a comer y a las 2 de la tarde empezaba mi seminario, ahí hacíamos análisis de documentos y discusión de lecturas teóricas, nos quedábamos hasta tarde. Salustiano me decía: “¡Hombre, hemos estado aquí como monjes!” –recuerda, riendo-. Pero bueno, había que dar un entrenamiento intensivo.
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Mientras habla largamente, se interrumpe para leer un mensaje de su esposa. Después del infarto que sufrió en 2013 su familia está mucho más alerta:
-Me escriben seguido para preguntarme como estoy.
Y cuenta que tienen una casa en Mercedes, cerca de Luján, que se ha vuelto el lugar de reunión de toda la familia, que pasa allí los veranos con Silvia, los hijos y los cinco nietos. Se siente un hombre querido, cuidado. Su compañera ha sido un verdadero puntal en su vida.
Entonces rápidamente vuelve a Gramsci y al concepto de conciencia de clase. Tal vez porque ya está pensando en el seminario que dictará en agosto o porque, aun siendo una entrevista más personal, él va a todas partes a decir lo de él. Porque es, antes que nada: historiador e incorregible.
-Carlos vive a través de la investigación -dice Laura Da Graca-, como Charly a través de la música.
Viajó en tren durante todos los años que dio teóricos en La Plata ya que eso le permitía leer durante el trayecto. Todavía hoy, jubilado, se levanta a estudiar a las seis de la mañana. Recogiendo la herencia y la amplitud de miras del enorme medievalista argentino José Luis Romero, reanudó la mejor senda de la historiografía: la del pensamiento, la investigación y el compromiso. Hizo de la disciplina, como “trabajador de la historiografía”, su hábito más preciado porque nunca tuvo tiempo para perder tiempo.
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¿Pero cómo desgajar su historia si el presente es la forma de toda vida?
La trayectoria y la obra de Astarita están aún inconclusas. Luego de su tercer libro, Revolución en el burgo. Movimientos comunales en la Edad Media. España y Europa, publicado por Akal, escribe otro sobre el modo de producción feudal que ya tiene más de 500 páginas. Eso, dice, lo mantiene enfocado y desvelado.
-Es un misterio lo que me pasó con la Historia. En la primaria siempre me iba mejor en Historia. Cuando rendí el ingreso al Nacional sólo hice perfecta la prueba de Historia. En el secundario el primer examen fue de Historia y saqué 10. Y en segundo año el profesor de Historia dijo, “los exámenes están muy mal, excepto, ¿quién es Astarita?” Ya en la facultad el primer examen que di me saqué 10.
Astarita no lo puede definir, pero tal vez fue la Historia quien lo eligió. Su relación con ella tuvo desde el inicio vocación de exceso. Ella, vibrante, viva, combativa, nada de esas fuentes muertas llenas de viejos y oxidados positivistas. Ella, que le exigía correspondencia entre la vida y la obra y parecía tenerlo tomado por las solapas. Que lo colmó de preguntas, lo despertó en las noches, le indicó el camino y le grabó para siempre la rebeldía en la mirada.
Begum es un segmento periodístico de calidad de 0221 que busca recuperar historias, mitos y personajes de La Plata y toda la región. El nombre se desprende de la novela de Julio Verne “Los quinientos millones de la Begum”. Según la historia, la Begum era una princesa hindú cuya fortuna sirvió a uno de sus herederos para diseñar una ciudad ideal. La leyenda indica que parte de los rasgos de esa urbe de ficción sirvieron para concebir la traza de La Plata.