En una mañana soleada y fría de julio, el centro de Ensenada se mueve con su parsimonia habitual. Sobre la esquina de la avenida Horacio Cestino y San Martín se encuentra la Carnicería Tradicional Quique. En su interior se ve la heladera mostrador con los cortes prolijamente exhibidos; detrás, la sierra sin fin y cinco medias reses que cuelgan de un riel. Podría ser una carnicería más en la ciudad, pero hay elementos que la distinguen: una bandera argentina, otra de Ensenada y, sobre el mostrador, un tablero de ajedrez con sus piezas dispuestas en el punto de partida, listo para quien quiera desafiar al carnicero: Enrique Narciso Valdez, o “Quique”, como lo conocen todos.
A los 46, Quique acumula 28 años de experiencia en el oficio. En el ajedrez es principiante. Desde niño conocía el juego y sabía mover las piezas pero se metió de lleno en 2021, durante la pandemia por Covid-19, de manera virtual. Pronto se obsesionó y llegó a disputar más de 5.000 partidas en un año. Lo que más le gustó fue que, al jugar, uno está obligado a “resolver sin quejarse”. Dice que, a la hora de solucionar problemas, lo primero que suele aparecer es la queja y que eso “atrasa”.

Sin quejarse, todos los días Quique se levanta a las 5 de la mañana y recorre en su camioneta los 10 kilómetros que separan su casa en Punta Lara de la carnicería. Allí recibe al camión del frigorífico y se sube para seleccionar las medias reses que luego despostará junto a otros tres carniceros y cuyos cortes venderá en el día.
Hace dos meses, la idea de llevar un tablero de ajedrez a la carnicería le pareció divertida. Para él es fundamental que haya un clima agradable en su negocio, por eso siempre abundan los chistes y, por ejemplo, si alguien se queja del precio, suele tener salidas del estilo: “Gastás fortunas en Mcdonalds para que tu hijo coma hamburguesas de lombrices ¿y no vas a gastar acá?”.

El primer tablero que Quique puso en el mostrador era de plástico y más pequeño que el actual. Ahora tiene un Staunton Súper Plomado, de madera, con piezas de un peso óptimo, que le regalaron el último Día del Padre. Este tablero, asegura, “vende más”. Poco a poco, clientes y proveedores se fueron tentando a disputarle alguna partida. Están los que van a buscarlo solo para jugar y los contrincantes a los que parece imposible vencer.
EL AJEDREZ ENSENADENSE
Para mejorar su técnica, a principios de este año Quique fue al Club de Ajedrez La Plata, donde hizo el curso para principiantes junto a su hijo de 12 años. Allí aprendió aperturas, tácticas y también a estudiar el juego. Incluso hasta participó de un torneo. Actualmente sigue asistiendo al club, donde trata de poner en práctica los principios de la escuela rusa -la de mayor desarrollo en el juego ciencia-, sobre todo aquel que dice: ante una derrota, analiza la partida. Gracias a eso, asegura, su técnica mejoró y ahora le gana a contrincantes a los que antes no derrotaba.

—Hace poco le gané a Amelio, el profesor de Geografía. Está caliente porque le gana el carnicero. Imaginate: él estudió y yo hice hasta séptimo grado —se jacta—. La vez pasada jugué contra el doctor Giordani, que da cátedra en la facultad, y le gané. Ahora es un karma que tiene.
Como muchos de sus clientes, el doctor Giordani compra en la carnicería desde hace más de 15 años y ya es un amigo de la casa. Meses atrás, Quique se lo cruzó en el Club de Ajedrez platense y le preguntó indignado: “¿Cómo puede ser que teniendo el Círculo de Ajedrez de Ensenada, tengamos que venir a jugar a La Plata?", pero más que una pregunta era una incitación.
El Círculo de Ajedrez de Ensenada fue fundado en 1924 y, tras pasar por varias sedes, se radicó en la esquina céntrica de La Merced y Alberdi. Pasado el esplendor del juego a mediados del siglo 20, la actividad declinó en las últimas décadas, oscilando entre esporádica y nula. En abril de este año, Quique contagió al doctor Giordani y a otras dos personas para reactivarlo. Durante varias jornadas, limpiaron el salón, pintaron las paredes y dispusieron las mesas con sus tableros.

Desde fines de junio, el Círculo abre los lunes y miércoles para quienes quieran ir a jugar o “a charlar libremente, entretenerse y tomar unos mates”, invita el carnicero. El objetivo es abrir tres veces por semana y dar clases para chicos, en lo posible gratuitas, para las cuales buscan profesor. Su máxima ambición es poder llevar el ajedrez a las escuelas de la ciudad.
ENAMORADO DE ENSENADA
Aunque nació y se crió en Berisso, Quique se define como un "enamorado de Ensenada". Son varios sus motivos para quererla. Llegó en 1995, cuando “parecía un pueblo fantasma” y allí nacieron sus hijos, a los que vio crecer en sincronía con la ciudad que, en las últimas décadas, afirma, “ha crecido mucho. Está muy linda. Es un espectáculo”. Lo que más le gusta es que todavía conserva ese aire “de pueblo”.

Quique tuvo tres hijos en su primer matrimonio y otro más con su segunda esposa, que a su vez tiene un hijo adolescente. Casi todos trabajan en la carnicería. El mayor, de 22, aprende el oficio; el que le sigue, de 17, está en elaboración; el hijo de su pareja, en la caja, y el de 12, que comparte su afición por el ajedrez, también colabora.
—Me falta traer a Isidro —bromea, en referencia a su hijo de 6 años—. Estoy esperando que crezca.
El carnicero ajedrecista estableció su negocio en el centro de Ensenada tras años de esfuerzo. Comenzó en el oficio a los 17, gracias a un tío que lo introdujo cuando le pidió trabajo, dolido, tras escuchar que la madre de un amigo lo llamó “parásito” a sus espaldas.
—Yo me banco que me digan cualquier cosa, pero vago no —afirma—. Voy a morir siendo productivo.

Esa afrenta lo llevó a trabajar en las principales carnicerías de la ciudad. Comenzó en El Gauchito, siguió por El Gallo Rojo y estuvo nueve años en la del Supertodo, hasta que el supermercado fundió en 2006 y, con la exigua indemnización, decidió abrir su propia carnicería, que bautizó con su nombre, en la esquina de Irigoyen y Mitre. Hasta hoy recuerda que inauguró un jueves y compró un cajón de pollos y una media res que, estimaba, iban a durarle hasta el lunes. Pero para su sorpresa, en ese fin de semana terminó vendiendo 8 cajones de pollo y 10 medias reses.
En junio de 2020, en plena pandemia, Quique dio el salto y se mudó a la esquina Horacio Cestino y San Martín. Rebautizó su negocio con el nombre de “Carnicería Tradicional Quique” porque allí, explica, se trabaja como antes: las medias reses están a la vista -para que los clientes vean lo que compran-, los carniceros las despostan -en lugar de recibir las piezas cortadas, como en otras carnicerías-, y la limpieza y la buena atención son una prioridad.

Ahora, Quique prefiere no revelar la cantidad de medias reses que vende a diario, “solo te puedo decir que me va muy bien”, escatima información. También por eso: por ser la ciudad que le dio la oportunidad de crecer, la quiere tanto.
—A mí me parece que no hay como Ensenada —dice el carnicero, detrás del mostrador —. ¿O no doña? —le pregunta a una clienta que está a punto de pagar.
—¿Cómo? —pregunta la señora.
—Que Ensenada es lo más grande que hay.
—Pero por supuesto —responde la mujer.
—¿Ves? El ensenadense no reniega de Ensenada —afirma contento—. Por eso me gusta esta ciudad.