Hace 127 años, un joven escocés llamado John Foster Fraser protagonizó una travesía espectacular: se subió a una bicicleta y junto a dos amigos recorrió diecisiete países de tres continentes. Casi dos décadas después, su espíritu aventurero lo trajo a la Argentina, y entre varias de las ciudades que visitó -ya no sobre dos ruedas-, caminó las diagonales de La Plata para luego escribir una crónica detallada en un libro titulado "The Amazing Argentine", en 1914.
Foster Fraser fue escritor y periodista, pero antes que nada viajero. Nació el 13 de junio de 1868 en Edimburgo y a los 28 años decidió salir de gira con Samuel Edward Lunn y Francis Herbert Lowe, dos amigos que lo acompañaron en aquella aventura que duró dos años y dos meses. Juntos recorrieron en bicicleta 31 mil kilómetros, atravesaron diecisiete países y el viaje terminó documentado en "Round the World on a Whell (La vuelta al mundo sobre una rueda)", libro de 1899. Esa fue la primera parada en una vida de paseos por todo el planeta: en los años posteriores desembarcó en Canadá, Australia, Siberia, Estados Unidos, Rusia, Marruecos, Argelia y Túnez, entre otros rincones, y siempre escribió las crónicas correspondientes.
"Este es un libro de viajes. Pero, a diferencia de otros libros de viajes, no es inteligente, ni sabio ni científico. No hay nada sobre antropología, biología o arqueología. No hay teorías sobre la transmisión del lenguaje o sobre la gramática sánscrita. El sánscrito siempre ha sido el último refugio de los eruditos. Hicimos este viaje alrededor del mundo en bicicleta porque somos más o menos engreídos, nos gusta que hablen de nosotros y ver nuestros nombres en los periódicos. No fuimos a entrenar. Nos tomamos las cosas con calma", confesó en el prólogo de aquel libro de más de 500 páginas escrito mientras en nuestro país gobernaba Julio Argentino Roca y en París la Torre Eiffel cumplía una década de vida.
"Nuestras aventuras fueron monótonas. Si sólo uno de nosotros hubiera sido asesinado, o si hubiéramos cabalgado de vuelta a Londres cada uno sin alguna extremidad, algo de emoción hubiera habido. Llegamos a casa en silencio", describió el escocés que en cada una de sus líneas siempre mostró un estilo peculiar, filoso y consecuente con su objetivo de polemizar. En "La vuelta al mundo sobre una rueda", Foster Fraser contó con lujo de detalles cómo de a ratos les tiraron piedras y bolas de barro, cómo durmieron con ropa mojada, cómo sobrevivieron comiendo solamente huevos, cómo evitaron el alcohol durante varias semanas, cómo no se afeitaron en meses y casi ni se bañaron, y cómo tuvieron fiebre y se contagiaron viruela.
Pero toda esa hazaña fue tan solo la introducción a lo que sería un nuevo viaje lejos de su tierra natal. A los 45 años se subió a un barco para cruzar el océano Atlántico y pisar suelo argentino por primera vez. Fue en 1913, cuando Roque Sáenz Peña atravesaba su tercera presidencia y Europa se preparaba para la Primera Guerra Mundial del año siguiente. Llegó al puerto de Buenos Aires en un buque repleto de italianos y españoles, de quienes dijo que "estaban tristes cuando dejaron las viejas tierras; fueron felices durante el viaje; y ahora el misterio de lo desconocido se está apoderando de ellos".
"De la neblina del día caluroso se eleva la tierra baja, Argentina. Vemos los edificios de La Plata", escribió en el primer capítulo del libro que tituló "The Amazing Argentine. A new land of enterprise (La asombrosa Argentina. Una nueva tierra de negocios)".
LA PLATA, CIUDAD DESIERTA
El libro publicado en 1914 cuenta con 23 capítulos en los que el viajero describe su recorrida por Argentina, desde el momento previo a su desembarco en el puerto de la Ciudad de Buenos Aires hasta su despedida luego de visitar Tigre, Bahía Blanca, Mar del Plata, Rosario, Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Tucumán y La Plata, entre otros rincones. Cada uno de sus pasos está documentado con crónicas que detallan todas sus percepciones de una tierra desconocida: las calles, el transporte público, la gente y las costumbres que más lo descolocaron. Además, varios de los puntos icónicos del país están presentados con fotos.
La ciudad de las diagonales forma parte del tercer capítulo, titulado Round and about the Capital (Por la Capital y sus alrededores). John Foster Fraser caminó por Capital Federal y luego se tomó un tren para venir a La Plata. "Los argentinos llaman a su ciudad de Buenos Aires la París del hemisferio sur. Tiene una población cercana al millón y medio, que es mayor a la de cualquier otro pueblo debajo de la línea del Ecuador. El pueblo promete con el tiempo adelantar a Londres", escribió como primera observación, antes de conocer la capital bonaerense.
La Plata tenía 31 años de vida y ya deslumbraba a sus visitantes por su trazado prolijo y original, aunque para el escocés había también otras cuestiones a tener en cuenta que iban más allá de su perfección urbana y arquitectónica. "La capital de la provincia de Buenos Aires es La Plata, a unas 50 millas de distancia. Bajé un día en el tren del almuerzo, que sale de la Plaza Constitución poco después del mediodía y hace el viaje en una hora. Era un buen tren, el vagón comedor era más grande y la comida mejor que la que tenemos en las líneas inglesas", detalló.
"El vagón estaba atestado de un grupo de caballeros de piel cetrina, bigote negro y atuendos negros, y supuse que todos eran funcionarios del gobierno. Nadie que el gobierno emplea piensa en hacer cualquier trabajo en la mañana. Los hombres van tarde a la oficina y se van temprano. Era casi como en casa", ironizó. Foster Fraser puso la lupa en la gente desde que se bajó en la estación de 1 y 44, inaugurada tan solo siete años antes.
"Lleno de ideas grandiosas, y tomando como modelo a los Estados Unidos, se decidió construir La Plata como capital federal sobre el plan Washington. Se erigieron magníficos edificios; se construyeron magníficas avenidas; se diseñaron los más hermosos jardines públicos; se fundó un buen museo; se amontonó un gran teatro municipal. En la plaza pública se dispusieron puestos malos y se izaron estatuas a héroes nacionales. Iba a ser la flor de los pueblos argentinos. Y todo pueblo argentino, cuando se propone embellecerse, debe tener una avenida y una plaza y una estatua ecuestre de San Martín; los asuntos de abastecimiento de agua y drenaje vienen después", disparó a continuación, previo a sentenciar que "La Plata es un pueblo que ha perdido el rumbo".
El escocés, de pluma filosa y con la intención confesa de buscar la provocación, se basó en sus entrevistas con los ciudadanos para soltar una serie de conclusiones que hoy, 110 años después, resultan irrisorias: "Así como los hombres son corteses, las mujeres son graciosas, hasta que la falta de ejercicio y el exceso de comida las engordan. Las chicas son modestas, pero me temo que centran sus pensamientos en el vestido. Uno se escandalizará al ver que es costumbre entre muchachas bastante jóvenes de trece o catorce años pintarse la cara con polvos. En cuanto al joven caballero, comienza a los doce años a fumar y a contar historias lascivas. Es descarado con los sirvientes y con sus padres, y he conocido la sonrisa de los padres cuando les dicen a sus hijos de quince años que visitan casas de mala fama".
"Algunos argentinos se están dedicando al deporte saludable; pero sería mejor que todos hicieran ejercicio al aire libre, críquet, fútbol, béisbol, tenis y golf. El joven caballero argentino es brillante pero superficial, y es demasiado aficionado a la ropa del dandy y las joyas y los perfumes para despertar admiración entre los hombres que detestan el afeminamiento en su propio sexo", continuó el forastero. Y también tiró algunas flores: "Como acompañante y anfitrión nadie podría ser más encantador que el argentino. Ama a su país, pero está dispuesto a escuchar elogios sobre otros países sin pensar que se desea despreciar a la Argentina. Se tomará muchas molestias para conseguir cierta información en particular que uno está ansioso por poseer. Muchos hombres dejaron de lado su trabajo y dedicaron un par de días a mi favor".
Foster Fraser aprendió que "la capital federal se negó rotundamente a instalarse en La Plata. Estaba demasiado cerca de Buenos Aires, donde vivía la sociedad y donde había un torbellino de excitación. Así que, forzosamente, la capital tenía que estar en Buenos Aires, y se construyó una Casa de Gobierno para residencia del Presidente de la República, conocida como el 'Palacio de Oro', por el dinero consumido en su construcción".
"Argentina siempre está dispuesta a votar grandes sumas para el adorno de la ciudad; pero el dinero tiene la costumbre de evaporarse antes de que se haya hecho la mitad del trabajo, y luego se necesita más", describió con sorna y siguió: "La Plata es la capital de la provincia de Buenos Aires, pero la mayoría de los funcionarios se niegan a vivir allí. Prefieren bajar de Buenos Aires a la una y cuarto y tomar el tren de regreso a las cinco menos cuarto. El gobernador ha hecho apelaciones; incluso ha amenazado con lo que hará si los funcionarios no viven en La Plata. No hacen caso. La consecuencia es que esta hermosa ciudad -y sin duda majestuosa en su amplitud- está desierta, y pasear por ella es como pasear por una antigua ciudad catedralicia en una tarde somnolienta".
Luego iba a conocer Mar del Plata, Bahía Blanca e incluso las provincias de Córdoba, Santa Fe, Mendoza y Tucumán, pero eso es otra historia. Varios días después de caminar las calles que había diseñado Pedro Benoit e inaugurado Dardo Rocha el 19 de noviembre de 1882, el escocés viajero volvió a Europa con la mochila cargada de anécdotas.
Ya en el barco de vuelta cesó con la crítica y se sinceró: "A pesar de todo, Argentina es un país increíble. Ha estado en las entrañas del tiempo. Acaba de nacer, y su crecimiento es una de las maravillas del mundo. Sus habitantes se están adaptando rápidamente a las necesidades modernas. Los días revolucionarios son cosas del pasado. Tiene millones de acres bajo el poder del hombre; tiene muchos millones más esperando población. Está pidiendo a gritos población. Y grandes vapores de España y de Italia conducen hacia el sur sobre la línea del Ecuador llevando lo que Argentina necesita. Recibe casi trescientos mil recién llegados anualmente. Y en un par de años la mayoría de ellos se vuelven ciudadanos argentinos".