lunes 25 de septiembre de 2023

El día que me invitaron a jugar un picadito y estaba Diego Armando Maradona

Imaginate ir al fulbito de siempre y que de repente aparezca para jugar el más grande de todos los tiempos. El recuerdo de un momento único.

Hace ya 2 años que Diego se fue al reino de los cielos, donde su alma vive tranquila aunque en la tierra su corazón sigue latiendo. La idea de esta nota, de este recuerdo es contar algunas vivencias personales que marcaron mi recorrido por el periodismo y con Maradona como protagonista.

Los primeros recuerdos aparecen de la época de cancha cuando uno ya tenía la vocación por abrazar esta profesión. Tuve la suerte de verlo en cancha con la camiseta de Argentinos y en el Boca campeón del 81. Imágenes verdaderamente imborrables.

También en algún entrenamiento de la Selección de Bilardo. No eran épocas de celulares y menos con cámaras fotográficas. Era una deuda pendiente para mi. Tener una foto con Diego.

En su último paso como futbolista con Boca pensé que era mi oportunidad. Llevé mi cámara de fotos, bajó el plantel de Boca, lo veo a Diego con su mechón rubio y su pecho inflado, con el séquito que lo escoltaba... pero no pude. Pasó a mi lado a pura sonrisa pero su magnetismo me paralizó. No me salió ni media palabra y pensar que no era un chico. 

Siempre hay otra oportunidad. Pasó un montón de tiempo. Corría el año 2004. Bilardo y Griguol eran los entrenadores de pinchas y triperos. Épocas donde los sábados a la tarde los periodistas jugábamos un picadito en el Country contra el equipo del Narigón siempre reforzado por alguna figura ilustre.

Pero aquél 3 de abril fue demasiado. Previa del clásico 135, que al otro día culminó 2 a 2 en el Bosque. No fue un sábado más. Bilardo nos tenia una sorpresa. Llegué a City Bell y al bajarme del auto vi algo a lo lejos que me pareció mentira.

“Ese es Diego”, dije en voz alta sin nadie cerca porque era de los primeros en llegar. Y era Diego nomás. Enseguida nos dijeron no lo molesten. Nos cambiamos y a la cancha.

Apareció Diego, un poco pasado en kilos, con su melena llena de rulos, remera negra, pantalón rojo y botines desatados. Nos saludó con un golpe de palmas y a jugar. La realidad superó a la imaginación. Jugar un partido de fútbol con el 10.

El querido Tata Brown era el árbitro. Le hago un foul a la Bruja Verón, al menos lo que interpretó un juez muy parcial. Y para sorpresa o no tanto. Cobró penal. La falta había sido por lo menos 10 metros fuera del área pero no eran tiempos de VAR y no había margen para discutir.

Penal. Obvio tomó la pelota Diego. Nuestro arquero (Facu Aché) solo podía rezar. Abrió su pie izquierdo y la dejó pegada al palo derecho. Gol de Diego. Nada importaba.

Terminó el primer tiempo. Se sentó en un costado de la cancha y mientras se hidrataba con infinidad de botellitas de Gatorade nos pegó el grito y dijo “quieren una foto, vengan”.

La felicidad era completa. Parecíamos chicos esperando a Papá Noel. Esa foto, la que tanto esperé, es uno de los trofeos que está exhibido en un lugar especial de mi casa, lleno de recuerdos de fútbol y periodismo.

Bendita esta profesión que me hizo vivir esos momentos.

Diego siempre se te extraña y gracias por esa foto.

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