miércoles 27 de marzo de 2024

Fue abusada por un cura y ahora quiere apostatar: “Siento que me saco una cruz de la espalda”

Es una de las fundadoras de la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico en Argentina y hace dos semanas decidió iniciar el trámite de apostasía en el Arzobispado de La Plata. Conocé su historia.

Los ojos de Julieta Añazco brillan durante toda la entrevista. Parece que está siempre al borde del llanto, pero solo se quiebra cuando habla de Itatí, la ciudad correntina que la vio nacer y donde fue bautizada hace ya 46 años, antes de venir para La Plata. “Itatí es mi lugar en el mundo, cruzás el río y está Paraguay, es hermoso… Pero me da miedo. Si pudiera terminar el trámite de apostasía tendría que ir hasta allá y sé que no puedo ir sola. ¿Es muy ambiguo, no? Tener miedo de entrar a una iglesia”.

Sin embargo, el miedo no paraliza a Julieta. Es más: el miedo activó su memoria. Fue abuela hace cinco años, pero la alegría vino aparejada de un terror “excesivo” que ella nunca había sentido. Poco a poco fueron viniendo los recuerdos, las imágenes difusas y un nombre: Ricardo. El cura platense que en 1979, a poco de cumplir 50 años, había organizado un campamento religioso en Bavio donde abusó no solo de Julieta –que tenía apenas 7 años- sino de muchos chicos más. Los manoseos durante la confesión y los baños que el prelado les daba fueron el puntapié para entender el origen de su miedo.

Lee además

A paso de hormiga fue consiguiendo datos de su abusador: supo que vivía en Los Hornos, en su casa particular, y que seguía ejerciendo como sacerdote. Supo que enfrente de la casa había –y todavía hay- una canchita de fútbol infantil. Y eso, entre todas las cosas, fue lo que la envalentonó para denunciar el hecho ocurrido 30 años atrás. Pero la causa está prescrita y los sucesivos fiscales que la investigaron terminaron archivando el caso. Actualmente, Héctor Ricardo Giménez –que carga en su haber dos denuncias más- cumple su “pena justa” de oración y penitencia en el asilo Marín, manejado por el Arzobispado y donde diariamente asisten niños a visitar a sus abuelos.

Hace apenas dos semanas, Julieta se acercó silenciosamente al Arzobispado de La Plata (en 14 y 53) para iniciar su trámite de apostasía. En medio de una cuadra copada por pañuelos naranjas, llenó una planilla que deberá pasar por varios estamentos de la Iglesia Católica hasta terminar en la capilla correntina donde se bautizó. A 39 años de sufrir los abusos, siente que despegarse de la institución es sacarse “una cruz de encima de la espalda”.

-¿Cómo nació la Red y cuál fue el camino de la denuncia?

Conocí a la que fue mi terapeuta en una protesta –un escrache- que le hicimos al cura Giménez. Hicimos dos protestas, una en la Iglesia de Gonnet y otra en su casa. La psicóloga estuvo en los dos. Nos conocimos y empezamos a trabajar juntas, surgió en terapia la idea de hacer una red. Yo ya sentía la necesidad de unirnos y organizarnos, obviamente ella me fue llevando para que lo podamos concretar. Eso fue hace 4 años.

También tengo un amigo que vive en San Martín de los Andes, él es militante. Yo nunca había ido a ninguna marcha, y lo digo con mucha vergüenza: estaba en otro mundo. Era mamá y había sido abuela, iba a trabajar... sobrevivía. Empecé a averiguar con abogados para ver si podía denunciar, pero todos me decían que los hechos estaban prescritos. Yo no podía entender, ¿cómo podía ser que no pudiese denunciar? Pero habían pasado más de 30 años.

En ese momento me desesperaba el hecho de pensar en todos los nenes que pudieran estar cerca de Giménez. Hablé con mi amigo, él me contactó con mujeres de La Revuelta y ellas me contactaron con Las Azucenas (una organización feminista platense). Ahí empezó el camino de la denuncia, los escraches y la lucha. Primero fueron los dos escraches y desde la Fiscalía directamente llamaron para permitirme denunciar, aunque siempre sabiendo que la causa está prescrita. (El fiscal) Marcelo Romero inició eso. Pude denunciar y al año se archivó, porque Giménez era “anciano y enfermo” –tenía 82 años-, porque no había testigos en el momento de los abusos, porque ni yo ni la otra chica que denunció recordábamos las fechas exactas (fue 30 años atrás, imaginate). Y por último, porque de ser cierto todo esto la causa ya estaba prescrita.

Ahí el colectivo de Abogados Populares La Ciega -las chicas que actualmente me acompañan- presentaron un pedido de cambio de fiscal y también el desarchivo de otra causa anterior en la que él estaba involucrado. No era la causa de Magdalena –en la que el cura fue absuelto- sino otra de City Bell, del año 86. Ahí nos enteramos que había otra causa previa a la de Magdalena. Fueron muy astutos, la causa no decía solamente Giménez sino el apellido de su madre. Fue muy difícil encontrarla.

-¿Quién siguió investigando?           

La causa pasó a manos de Marcelo Martini, pero no se logró el desarchivo de las causas anteriores. A mí me llamaron para hacer las pericias psicológicas y psiquiátricas, a él no, nunca. En ese interín fue trasladado por la Iglesia a la localidad de Carhué y gracias a la solidaridad de la gente logramos encontrarlo. Fue difícil, se iba mudando hasta que lo encontramos. Giménez nunca fue llamado a declarar, ni a indagatoria, ni nada.

Hace poco, a principios de año, presentamos un pedido para que lo llamen a indagatoria y a la semana siguiente nos notificaron del archivo de la causa por prescripción. Es así: la investigan un poco como para calmarnos. En el medio de todo esto, un periodista me pasó un link de una noticia donde se lo ve a Héctor Aguer en su cena de 25 años de ordenación sacerdotal, y en la cena estaba el fiscal Romero.

-¿Cómo fue el recibimiento del Arzobispado frente a esta denuncia?

Fue… horrible. Yo había ido con una de mis abogadas. Primero no la querían dejar entrar a ella, querían que yo entre sola. Ella estaba embarazada, mucho, así que estuvimos ahí en la puerta un largo rato convenciendo a Javier Fronza, el presidente del Tribunal Eclesiástico, de que yo sola no iba a entrar. Siempre cuento lo mismo: hay tres escalones en el Arzobispado, él se quedó arriba y nosotras dos estábamos abajo, en la vereda. Nosotras le hablábamos para arriba, como si fuese un ser superior.

Hasta que en un momento le dije "¿Podemos hablar en el mismo nivel? aunque sea vos bajá o nosotras subimos". Ahí nos hizo subir y pasar. Pero nos hizo ir a un sótano. Hay un sótano ahí, un lugar oscuro, horrible, frío. Había un sillón y una silla, él estaba en la silla y nosotras dos en el sillón. Él no tenía nada (para anotar), fue una conversación, no se labró ningún acta y legalmente nosotras nunca estuvimos ahí. Lo notamos bastante molesto, nos confirmó que la noticia de nuestra denuncia había llegado al Vaticano.

En la red también está el abogado Carlos Lombardi, especialista en derecho canónico. Él, sabiendo que la causa estaba prescrita, me dijo que existía la posibilidad de presentar un pedido de informes. Porque ante cada denuncia penal que se le hace a un cura o una monja por abuso sexual, la iglesia debe iniciar el debido proceso canónico. Lo que queríamos saber, como el cura Giménez ya tenía dos denuncias penales previas, era qué había hecho la Iglesia.

-¿No había prescrito también en la Iglesia el delito?

Fronza dijo que no, que estas causas no prescriben, que yo tranquilamente podía hacer la denuncia eclesiástica cuando quisiera. De hecho me ofrecieron un listado de abogados dependientes de la Iglesia para que me representen. Imaginate. Tampoco querían que me representasen las abogadas que tengo, ellos decían que no tienen "competencia", que no me podían representar eclesiásticamente. Ahí te das cuenta de cómo ellos hacen lo que quieren con sus propias leyes. Por suerte siempre tuve detrás al movimiento de mujeres que me acompañó. Y me decían: "Julieta cuidado". Porque yo hubiese dicho que sí... y ahí es donde hacen lo que quieren.

En la reunión que tuvimos con Fronza yo le pregunté si a ellos no les preocupaba que el cura Giménez esté en contacto con los niños. Nunca me lo contestó. Lo que sí me dijo es que hace 20 años lo estaban investigando canónicamente (se tomaron un tiempo), que la causa estaba en el Vaticano y que cuando el Vaticano tuviese algún fallo, lo iban a hacer público. Y así fue: hace dos años el ex Arzobispo Héctor Aguer sacó un comunicado en el diario El Día diciendo que el Vaticano lo halló culpable, y que la "pena justa" que le impuso es una vida de oración y penitencia por 10 años, alojado en el Asilo Marín. Donde todos los días hay niños que visitan a sus abuelos.

-¿Hay indicios de que lo cumpla?

No, es mentira, porque lo han visto el mes pasado en la calle. Él cobra su jubilación en el Anses de Plaza Paso, lo han visto haciendo sus trámites... O sea, la oración y penitencia es que supuestamente no podés hablar con nadie, tenés que estar aislado... Evidentemente no se cumple.

-Ante la prescripción, ¿qué caminos quedan?

Bueno, estamos tratando. La ley de prescripción se modificó primero gracias a Roberto Piazza, y nuevamente en 2015 gracias a la causa (Justo José) Ilarrás. La senadora Sigrid Kunath fue la impulsora de la modificación. Pero tenemos un vacío legal: las mujeres que sufrimos los abusos antes de la modificación de la ley no entramos. O sea, si un niño está siendo abusado en este momento y puede hablar dentro de 20 años, él sí va a poder. Pero nosotros y nosotras no, así que todavía estamos peleándola.

-Después de cinco años de lucha, ¿cómo evaluás el rol de la Iglesia frente a la pedofilia y la pederastia?

Vamos notando en el camino de lucha que hay una complicidad entre el poder judicial y el poder eclesiástico, que para mí es un poder. Generalmente se descree de la palabra de la víctima, tratan de callarnos, tratan de sacarnos información a ver qué vamos a hacer. Y cuando ven que vamos a seguir luchando, lo que dicen es que queremos plata o cinco minutos de fama. Y bueno, protegen siempre al abusador. A los curas o monjas abusadoras. El Vaticano, los obispados, saben muy bien dónde estamos. Saben dónde vivimos, nuestras historias, a quién llamar y a quién no, en qué momento...

Estoy empezando a contar esto ahora porque en ese momento ¿quién me iba a creer? Pero yo empecé a denunciar en junio de 2012 y en diciembre mandé mi primera carta al Vaticano (con Jorge Mario Bergoglio recién electo). La gente me decía "escribile al Papa que él te va a contestar, va a hacer algo". Bueno, le escribí, me llegó el aviso de retorno y todo. A los dos meses tuve un encuentro en Capital con una persona amiga del embajador en Roma, que en ese momento era Eduardo Valdés. Yo fui a este encuentro pensando que iba a conocer a alguna de las víctimas de Grassi pero no fue así, no estaba ninguno de los chicos sino esta persona, con la propuesta de un encuentro en el Vaticano para que el Papa nos pida perdón.

No solo me lo habían dicho a mí sino a otra víctima, esa otra persona dijo que sí y yo lo hablé con la Red, que en ese momento éramos 10 personas, muchas mamás de niños y niñas abusadas. Ellas me dijeron que no, que todas habían querido llegar a él cuando era cardenal de Buenos Aires pero nunca quiso recibir a ninguna víctima, ni madre, ni nada. Finalmente dije que no y la reunión nunca se hizo. Si hubiese dicho que sí, hoy estaría totalmente arrepentida.

-¿Qué le dirías a un niño o adulto/a que quiera denunciar un abuso sexual eclesiástico?

Que lo haga. Que lo haga pero que tampoco deje su vida en esto. Porque en el medio te enfermás, es mucha la decepción, y más cuando sos creyente o estás adentro de la iglesia. Hasta hace 5 años atrás yo iba caminando a Luján, o a la Basílica de Itatí. Y es tanta la decepción... te vas dando tanto la cabeza contra la pared que es muy doloroso. Pero es necesario que lo hagan, porque hay muchos niños y adolescentes que pueden estar salvando al denunciar.

En la red nos pasa que escribe mucha gente contándonos abusos y muchas de las personas que nombran ya están muertas. Nos escribe mucha gente grande; grande, grande. Que recién ahora se están empezando a contactar. Cuando un niño es abusado, generalmente es tanto el miedo que te paraliza y no lo podés contar. Y más todavía décadas atrás, ahora por lo menos se habla. Por eso les aconsejaría que se animen, que no pasa nada. Que no fue nuestra culpa, que los culpables son ellos. Y que pueden salvar muchas vidas.

-Estás tramitando una apostasía. ¿Qué implica para vos despegarse de la Iglesia?

Para mí fue un paso muy importante. El camino es muy doloroso, pero por suerte pude despertar -hay mucha gente que no- y darme cuenta de un montón de cosas de la historia misma de la Iglesia. Empecé a investigar, a leer sobre los orígenes de la Iglesia, cómo se fue dando todo. Y siento que me saqué una cruz de encima de la espalda. Hay muchas personas que no están de acuerdo con la institución y sí creen en Dios, y también es el momento, creo, para poder desligarse. Hace poco encontré mi vestido de la comunión, todos los certificados de comunión, bautismo y confirmación. Y los rompí. Te juro que fue un alivio... tan grande. Hacer este paso es como cerrar un ciclo muy importante y muy doloroso a la vez.

Dejá tu comentario

Las más leídas

Te puede interesar