martes 19 de marzo de 2024

La mística del Bon Odori, el festival que deslumbra un día pero se prepara durante un año

Miles de personas se dan cita un sábado de enero desde 1999 en Colonia Urquiza, en las afueras de la ciudad. Danza, música, comidas y bebidas típicas niponas cautivan a los visitantes, que no imaginan el nivel de organización que hay detrás de la celebración de este tipo más grande de todo el país.

Desde 1999 se lleva a cabo en el predio de la Escuela Japonesa, en Colonia Urquiza, el Bon Odori, el festival que se hace durante la tarde-noche de un sábado de enero y dura menos de 10 horas, pero es tan imponente que capta la atención de miles de personas que se acercan no solo desde La Plata y la región, sino de distintos puntos de la provincia de Buenos Aires. Todos bailan, comen y toman en una atmósfera que simula por un rato un viaje imaginario a la tierra del sol naciente. ¿Cuál es la clave del éxito de esta celebración nipona que se impuso con el correr del tiempo como la más populosa e importante del país?

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Edición tras edición, el Bon Odori es cada vez más concurrido -el sábado 20 de enero de este año dijeron presente alrededor de 20 mil personas-. Todos se involucran en un festejo lleno de música, luces y mucho color en un enorme predio de dos hectáreas que congrega las más variadas muestras de la cultura japonesa.

El evento fue declarado de interés provincial y municipal hace exactamente una década y engloba año tras año una mística que es indescifrable. "En realidad no sé bien cuál es el secreto; es un conjunto de cosas. Creo que la clave es mantener toda nuestra cultura, que está cada vez más arraigada", pensó Víctor Mizuta -miembro de la colectividad japonesa y organizador del Bon Odori-, en diálogo con 0221.com.ar. "Tratamos de mantener toda nuestra cultura y costumbres, al igual que en la comida: todos los productos son japoneses y tienen prioridad", agregó.

"La organización es la clave", dijo al pasar, en una frase que puede sonar trillada y pasar desapercibida, pero claramente no acá: los japoneses, que hacen un culto al orden y la limpieza, cumplen estrictamente una serie de reglas que respetan con una fidelidad y lealtad asombrosas. El Bon Odori se lleva a cabo un sábado de enero, pero la planificación del siguiente comienza tan solo algunos meses después: en mayo dan el puntapié inicial para preparar el próximo festival. O sea, diez meses antes.

La celebración está organizada por la comisión directiva de la Escuela Japonesa de La Plata, integrada tan solo por 10 personas -padres y madres de los alumnos- que tienen un mandato exclusivo de 1 año. La renovación de sus integrantes es simplemente un cambio de nombres y apellidos, porque el método y la manera de pensar y llevar a cabo el trabajo se sostiene en el tiempo, y responde a la manera de ser del japonés. Esa es otra de las claves del éxito, según Mizuta: "Toda la organización se va transmitiendo año a año a pesar de que las personas sean distintas. Esa esencia es la que va quedando".

Esa comisión a la vez se divide en 25 áreas, cada una con un encargado y responsable a cargo, que se ocupa específicamente de todos los aspectos que hacen al evento: comida, sonido, luces, estacionamiento, trámites, seguridad, logística y demás. Ya desde mayo se comienza a gestionar absolutamente todo. Desde la diagramación de los espectáculos hasta la compra de productos comestibles y los permisos que hay que tramitar con la Municipalidad.

En agosto se realiza en el predio un festival musical y de danza en donde participan más de 150 ejecutantes de distintas partes del país y es algo así como uno de los platos previos; una prueba organizativa de cara a enero. Semanas después, en septiembre, las reuniones para la planificación del Bon Odori aumentan en regularidad e intensidad: la comisión directiva y sus allegados comienzan a juntarse al menos una vez por semana y ya para octubre el ritmo se vuelve frenético, porque se suma más gente para acelerar todos los preparativos y no dejar nada librado al azar. Eso, para los japoneses, sería un pecado.

 

 

Cuando faltan tres semanas para la fecha clave se materializa en el predio todo lo preparado: iluminación de los caminos, división del estacionamiento, armado de puestos y puesta a punto de cada uno de los rincones del terreno. El jueves anterior al festival se reúnen alrededor de 300 personas para ultimar los detalles, fundamentalmente de los alrededores al lugar, para que los accesos sean los adecuados, ya que se acercan desde autos hasta micros de línea y camiones inmensos que transportan, por ejemplo, a los visitantes del conurbano más alejado.

Todo nace en la Escuela Japonesa, una institución que funciona martes, jueves y sábados, y a la que concurren 90 alumnos -de primer a sexto grado- que aprenden desde el idioma hasta las danzas típicas orientales. "Hoy por hoy es la escuela netamente japonesa más grande de todo el país, conducida por descendientes directos de japoneses", definió Mizuta, quien además destacó que un aspecto igual de importante que la currícula es la limpieza: cerca del final de las clases, alrededor de las 11 de la mañana, docentes y alumnos se encargan de ordenar y limpiar todos los rincones del establecimiento: aulas, pasillos y baños. Así, religiosamente jornada tras jornada.

Y ese ejemplo se traslada al Bon Odori: el domingo siguiente al festival, todos los organizadores se reúnen en el predio de 186 y 482 y en pocas horas lo dejan como nuevo, listo para que el lunes vuelva a funcionar como campo de deportes de la escuela, como si nada hubiera pasado. A volver a empezar.

Una vez que termina el festival y que al día siguiente ya está todo limpio, siete días después se desarrolla una reunión muy importante. "Una reunión clave", según describió Mizuta. Es que allí, a modo de cierre definitivo, todos los organizadores se miran a los ojos y elaborar el informe general; un análisis detallado de cada una de las áreas que coordinaron, desde lo más grande hasta lo más pequeño y minucioso. Todo se vuelca en un acta y sirve para continuar con la organización del siguiente Bon Odori, al año próximo.

Así se mantiene viva la mística que alimenta a una celebración cautivante que La Plata tiene el honor de alojar todos los meses de enero, desde hace ya dos décadas.

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