Por Máximo Randrup
Gráficos: Sergio Sandoval
Por Máximo Randrup
Gráficos: Sergio Sandoval
Están los directores técnicos que prefieren darle continuidad a una alineación titular, una que salga de memoria y respete un esquema táctico (repetir para perfeccionar). Y también están los entrenadores que optan por variar partido a partido, según el adversario de turno (con la premisa de adaptarse a cada escenario). Lo que la mayoría procura –sin embargo– es hallar su propia identidad, una matriz de juego que oficie de brújula. Justamente eso le faltó al combinado nacional. Quiso evolucionar antes de encontrarse.
El pilarense Franco Colapinto tuvo un mal sábado y comenzará su última carrera en la Fórmula 1 desde la posición 19°.
Se viene la final del torneo de Counter Strike 2 el Centro de Entrenamiento universitario de la Universidad Nacional de La Plata.
Pareciera que está en los genes de la selección. De Brasil a Rusia: cuatro técnicos y varias decenas de jugadores. Que renovación sí, que renovación no. La carencia de un proyecto a mediano plazo (hablar de “largo” sería una quimera) no llama la atención en un país como la Argentina, con políticas deportivas gobernadas por el exitismo extremo. Se fue Sabella y nadie se alarmó, porque había perdido la final del Mundial; menos que menos con las partidas de Martino y Bauza, que se tomaron con absoluta naturalidad.
Lo sorprendente es que se cambie, incluso, en la buena. El seleccionado argentino, contra Nigeria, había mostrado una versión optimizada. De hecho se entendió la idea: una estructura corta, un equipo protagonista, un interés evidente por la posesión aunque con sueños de verticalidad, tres atacantes definidos en cada avance, una referencia de área.
Contra Francia, en vez de ir a lo seguro, Sampaoli hizo un nuevo ensayo. Dispuso jugar sin 9, porque si es falso no es 9, y el ataque jamás se sintió cómodo. Pavón y Di María se movieron más cerca de Pérez y Banega que de Messi, quien se transformó en una isla inaccesible. Agüero o Higuaín, cuando jugaron, absorbieron marcas (por lo general, los centrales) y la Pulga –al menos– localizó alguna hendija. Contra Francia, en cambio, Lio lució más cercado que de costumbre.
En el debut, ante Islandia, el sistema madre fue el 4-2-3-1 con dos volantes de contención bien marcados. Frente a Croacia, un rival de mayor envergadura, saltó a un ambicioso 3-5-2.
En el último choque de la fase de grupos se paró 4-3-3, con Banega como eje y el resto de las cartas ofensivas buscando espacios vacíos. Con Francia barajó y dio de nuevo, con la ilusión de que los sietes bravos se transformaran en anchos de los buenos, y pagó caro ese riesgo; el dibujo predominante fue un 4-5-1 que no ofreció garantías: acumuló gente atrás pero “marcó” en línea, aisló a Messi del circuito. Los actores variaron en cada capítulo de la novela.
Lo que sí conservó Argentina a lo largo de la Copa del Mundo, con el primer tiempo contra el conjunto nigeriano como excepción, fue la dificultad para retroceder de forma armoniosa. Y hay una estadística que la condena: 9 goles en 4 encuentros (2,25 goles por partido). A Uruguay, por citar un elenco que tenía aspiraciones similares, le marcaron uno en todo el Mundial. La comparación es capciosa, claro: mientras los charrúas afianzaron el plan Tabárez, por la selección nacional desfilaron ocho entrenadores.
¿Lo positivo? Argentina, de Rusia, se lleva una certeza. Si Messi tiene un socio y un equipo que lo respalde, no solo desnivela: sonríe, la pasa bien y hasta se tira a los pies.
Dio la sensación que Sampaoli logró armar el rompecabezas. Lástima que en lugar de encuadrarlo, el tipo haya querido jugar de nuevo y ya sin el tiempo suficiente como para completarlo.