lunes 16 de septiembre de 2024

Limpió el techo, fue a podar la parra y las mató a escopetazos: a 26 años de la cacería de Barreda

En pocos minutos masacró a su familia. Luego se fue de paseo con su amante, pero se quebró y confesó.

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El domingo 15 de noviembre de 1992 amaneció fresco pero soleado. Puertas adentro de una antigua casona de calle 48 entre 11 y 12, en pleno centro de La Plata, se iba a desatar una tormenta de furia y sangre.

Según contó Ricardo Barreda durante el juicio oral desarrollado en 1995, esa mañana tenía planes de mantenimiento hogareño. Luego de desayunar, quitó las telas de arañas de los altos techos de la propiedad. Plumero con mango extensor en mano, fue por todos los rincones espantando los insectos. Para llegar con comodidad, utilizó una escalera de seis peldaños, siempre con su casco amarillo colocado. Temía golpearse la cabeza en alguna eventual caída.

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Luego de finalizada la tarea, intentó una conversación con su esposa, Gladys: Inflacion Según el testimonio del femicida, la mujer le contestó: "Andá a limpiar, que los trabajos de ‘conchita’ son los que mejor hacés".

En el camino se encontró con la escopeta Víctor Sarrasqueta, calibre 16,5, que su suegra, Elena Arreche, le había traído de Europa.

Tomó el arma y la cargó. Guardó cartuchos en el bolsillo e inició la masacre. En la cocina asesinó a su esposa y a su hija menor, Adriana.

Por las escaleras bajó la suegra. Un disparo al pecho. Su otra hija, Cecilia, tuvo el mismo final.

Tras ejecutar la masacre desacomodó la casa, arrojó objetos al suelo simulando una búsqueda frenética. Juntó los cartuchos vacíos, desarmó la escopeta, y salió al volante de su Ford Falcon verde. Arrojó las vainas plásticas en un desagüe pluvial. Enfiló hacia Punta Lara y tiró el arma en el Arroyo Del Gato. Creía que ninguna prueba pista o evidencia podía incriminarlo.

Entonces, se fue tranquilo al zoológico. Tuvo tiempo para llegar al cementerio ("para conversar con mis viejos", contó luego) y por la tarde entró a un hotel alojamiento con amante, Hilda Bono. Luego fueron a comer pizza y allí le contó sobre las ejecuciones.

A la medianoche regresó a su casa y prendió las luces. Los cuatro cuerpos seguían ahí.

Siguió su plan: fue a buscar un servicio de ambulancias. Cuando llegó la Policía contó la historia de robo, fingió sorpresa y mantuvo su gesto de suficiencia.

Fue trasladado a la Seccional 1. El comisario Angel Petti tenía una sospecha, pero Barreda seguía haciendo su papel. Hasta que el policía fue alertado por un llamado telefónico y probó una fórmula: le dio un Código Penal, abierto en la página donde el artículo 34 establece la inimputabilidad. Es decir, donde se indica que no son castigados aquellos que no entienden —por locura u otra causa— lo que hacen.

Leyó el texto. Se sintió más seguro. Creyó que su amante lo había delatado. Había llegado el momento de cambiar de papel. Un rato después llamó a Petti y confesó.

El 7 de agosto de 1995 reveló cada detalle del cuádruple femicidio a los integrantes de la Sala I de la Cámara Penal Eduardo Hortel, Pedro Luis Soria y María Clelia Rosentock. Nunca se quebró.

La defensa, en cabeza del jurista Carlos Irisarri, planteó la inimputabilidad de Barreda en base a un informe pericial. Después de largas jornadas de juicio, el acusado fue condenado a reclusión perpetua por triple homicidio calificado y homicidio simple.

De los tres magistrados, solo la jueza Rosentock creyó que Barreda estaba loco. Y dijo en el fallo: "Era un fanático de la unión familiar que sucumbió cuando la vio desintegrarse".

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