Ricardo Barreda, el cuádruple feminicida que conmocionó a La Plata en 1992, no solo dejó un oscuro legado de violencia, sino también un acervo patrimonial que, tras su muerte en 2020, genera disputas legales. El Juzgado Civil y Comercial N° 17 determinó que los herederos legítimos de las víctimas del odontólogo son sobrinos nietos de su suegra, Elena Arreche.
El odontólogo fue declarado indigno para heredar, una decisión previsible dada su responsabilidad en el asesinato de su esposa Gladys Elena Margarita Mac Donald, sus hijas Cecilia y Adriana y la propia Elena. El fallo establece que el patrimonio, integrado por una serie de bienes materiales, será heredado exclusivamente por parientes del linaje de la suegra.
Entre esos bienes destacan la emblemática casona de 48 entre 11 y 12, una propiedad en Mar del Plata, un terreno en la provincia de Buenos Aires, un Ford Falcon verde, un auto DKW y una motoneta Siambretta.
La casa marcada por el horror
La casona de calle 48, escenario de la brutal masacre, fue abierta solo un puñado de veces y es el bien más significativo del patrimonio dejado por Barreda. Hoy en un avanzado estado de abandono, el inmueble ha sido objeto de diversos conflictos legales y sigue siendo un lugar de curiosidad morbosa para algunos. Con la muerte del femicida, los sobrinos nietos de Arreche pueden retomar la disputa para definir su destino. En paralelo, el Estado provincial, que había expropiado la propiedad en el marco de un litigio anterior, enfrenta una contrademanda.
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Así lucía por dentro la casa del cuádruple femicida Ricardo Barreda, la última vez que fue abierta.
El 15 de noviembre de 2012 -cuando se cumplieron 20 años del múltiple femicidio- se sancionó la Ley N° 14.431 y se dispuso declarar de utilidad pública y sujeto a expropiación ese símbolo de la brutalidad contra las mujeres, para ser transferido en propiedad y a título oneroso a la Municipalidad de La Plata.
También forman parte del acervo patrimonial en disputa un terreno adquirido por una de las hijas de Barreda en la provincia de Buenos Aires y una casa de veraneo en Mar del Plata, que también se encuentra en el centro de la controversia tras haber sido usurpada. Esta propiedad ha sido difícil de recuperar debido a la falta de acción judicial durante los años de litigio.
Los vehículos y el peso de la memoria
Entre los bienes muebles destacan un Ford Falcon verde, un auto DKW y una motoneta Siambretta, todos arrumbados en la casona de 48. Estos vehículos, testimonios materiales de una época, permanecieron intactos desde el día de los asesinatos.
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En este Ford Falcon, Barreda salió de paseo tras ejecutar la masacre familiar.
Foto: AGLP
El destino final de todos los vehículos es el Depósito de Automotores de la Fiscalía de Estado, ubicado en Gorina, pero forman parte del patrimonio familiar.
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El auto DKW de Barreda fue llevado a un depósito judicial junto con el Falcon verde.
Foto: AGLP
El caso de Barreda resalta por cómo peleó el odontólogo, mientras estuvo vivo, por conservar los bienes que había obtenido en su matrimonio. Tras la expropiación de la casona por parte del Estado provincial, inició una demanda buscando un resarcimiento económico que nunca logró concretar. Esa contrademanda, que puede ser retomada por los herederos, busca evitar que el valor fiscal sea el criterio para determinar la indemnización y pretende que la tasación responda al millonario valor en dólares que tendría en el mercado.
Barreda: entre la condena y la idolatría
A lo largo de su vida, Barreda no solo generó repudio por sus crímenes, sino también una inexplicable fascinación en ciertos sectores de la sociedad. Su figura inspiró canciones, estampitas y hasta defensas públicas que desafían los avances del movimiento feminista. Sin embargo, su muerte a los 83 años en un geriátrico de José C. Pazdejó en evidencia el deterioro físico y mental que lo acompañó durante sus últimos días. Alegaba no recordar los asesinatos, un gesto que muchos interpretaron como una última estrategia para evadir su responsabilidad.
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Ricardo Barreda dio cuatro versiones de los hechos.
En el ámbito judicial, dio cuatro versiones distintas sobre los hechos. Inicialmente, negó ser el autor y acusó al novio de una de sus hijas. Luego, argumentó un estado de inconsciencia. Más tarde, confesó y aseguró que su última víctima fue su suegra. Finalmente, cambió su relato y declaró que la última asesinada fue su hija menor. Esta contradicción constante fue uno de los aspectos más desconcertantes de su perfil criminal.
Teoría de la conmoriencia
El caso Barreda también planteó cuestiones legales complejas, como la aplicación de la teoría de la conmoriencia en el Código Civil argentino. Esta doctrina establece que, cuando no puede determinarse el orden de las muertes en situaciones extremas, como catástrofes o crímenes como este, se considera que todos los involucrados fallecieron simultáneamente. Este principio resultó fundamental para definir la sucesión de los bienes y excluir a Barreda de cualquier posibilidad de heredar.
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Las víctimas fueron ejecutadas con una escopeta española que la suegra le regaló al asesino.
Con la decisión judicial que consagra a los sobrinos nietos de Arreche como herederos legítimos, se cierra un nuevo capítulo en la larga y controvertida historia de este caso. Sin embargo, el peso simbólico de la herencia y el recuerdo de los crímenes siguen generando conmoción en la sociedad.