viernes 06 de septiembre de 2024

Carlos Timoteo Griguol, mucho más que un entrenador de fútbol

Hoy estaría cumpliendo 90 años, Carlos Timoteo Griguol. Un referente del fútbol argentino, y parte preponderante de la historia reciente de Gimnasia.

Y los 90 años que hubiese cumplido, son para celebrar porque en esos 86 años y 8 meses que vivió, fue una persona inolvidable. Fue gentil. Respetuoso. Profesional. Fue un “Maestro”, hizo docencia en cada lugar donde estuvo y preparó a sus dirigidos para afrontar un partido, pero mucho más, para su vida fuera de una cancha.

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Se dice que alguien es grande o alcanza el título de ídolo popular, cuando solo con decir su nombre o sobrenombre, se sabe de quién hablamos. Y si lo ponemos en práctica parece ser una verdad irrefutable. Si decimos “Diego”, lo primero que te sale es “Maradona”. Si decimos “Ringo”, es “Bonavena”. Si decimos “Leo”, no hay duda que es “Messi”. O “Gaby”, es “Sabatini”. Por eso, no hay dudas cuando decimos “Timoteo” o el “Viejo” o “Maestro”, se sabe perfectamente en el mundo del fútbol, que hablamos de “Griguol”. Y eso lo hace grande, eterno e inolvidable.

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Sin lugar a dudas, Carlos Timoteo Griguol es una parte importante en la historia del fútbol argentino, al que le dio cosas, muchas… Y a los futbolistas que dirigió, más aún. Les cambió la vida, y así pasó en Gimnasia. Se nos fue en 2021 físicamente, pero nadie podrá olvidarlo. Quienes tuvimos la suerte de tener un vínculo, aunque más no sea profesional, podemos decir que lo tenemos presente de manera permanente. Nos dejó cosas, y no solo futbolísticas, sino que nos dio lecciones de vida. Nos hizo pensar y desde la simpleza, nos hizo crecer.

Su llegada a Gimnasia

En aquel mes de octubre de 1994 ingresó en la historia del fútbol platense y se quedaría para siempre. Con sobrados pergaminos e historia sobre sus espaldas llegaba a Gimnasia para hacerse cargo del primer equipo tras la salida de Roberto Perfumo. Fue una muy buena jugada de aquella dirigencia albiazul, presidida por Héctor Delmar. El Lobo ese año venía de haber ganado la Copa Centenario, pero con el correr de los meses con Perfumo las cosas no habían salido bien en cuanto a resultados.

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El Promedio empezaba a flaquear y se necesitaba un técnico de los denominados “saca puntos”. En tiempos donde se sumaba de a dos por ganar, Timoteo fue un cultor de la “media inglesa”, que era ganar de local y empatar de visitante, al menos. En el Mundial México 86, Cacho Delmar junto a Jorge Antonucci habían tomado un café con el DT y le habían dicho que alguna vez lo querían en el Lobo.

El lazo había quedado cordial, y por eso en el ´94 y ante el mal momento no dudaron en llamarlo a su departamento en Caballito para ofrecerle ser el DT del Lobo. Igualmente, aquí se puede hacer un alto. Semanas antes de su arribo a Gimnasia, la dirigencia de Estudiantes lo había llamado a Timoteo. El descenso del Pincha era un hecho, lo fueron a buscar, Griguol dio el “sí”, pero no se pusieron de acuerdo por detalles.

En ese momento se dijo algo así como que una parte quería que asumiera de inmediato y aun habiendo descendido para afrontar el final del torneo de Primera División, y otra parte decía directamente arrancar de cero el proceso en la B Nacional. Así la negociación se cayó. Para suerte de Gimnasia, Griguol quedó libre, y una mañana de mediados de octubre tras dar el “sí” a la CD, apareció en Estancia Chica con su cuerpo técnico para arrancar lo que sería la primera etapa (de las tres que tuvo en el Lobo). De saludo cordial y la inconfundible tonada cordobesa, Timoteo se transformó en el motor de todos los sueños del Club.

Más allá de las campañas y los resultados deportivos (que son por todos conocidos), Griguol revolucionó a Gimnasia. También a la ciudad, porque nunca pasaba desapercibido y su presencia generaba alegría. Podía aparecerse en un partido de básquet en el Polideportivo de calle 4 (era fanático de la ”naranja” y de ese deporte supo sacar cosas que implementó en el fútbol); parar en un quiosco, comer algo en un restaurante, aparecerse en la fiesta de alguna filial… Timoteo se convirtió en “el”, personaje de la Ciudad con sus cosas, más allá de lo deportivo, insisto. Había plazoletas con su nombre y hasta a los pibes que nacían les ponían Timoteo en ese entonces.

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Dio enseñanzas a los futbolistas para que invirtieran bien su dinero. “Primero el techo, comprate la casa, después el auto”. Por eso muchos que no podían resistirse a la tentación de comprarse al toque el cero kilómetro, lo dejaban escondido en Estancia para que el “Viejo” no lo viera y comerse un reto. Fue estricto con el estudio. Todos los juveniles debían terminar el secundario, y tenía a un perro de presa como “Pelusa” Bedogni, quien recorría los colegios de los pibes y miraba los boletines, y luego le pasaba el informe a Griguol.

Pibe que no estudiaba o tiene notas bajas, no jugaba más. Mariano Messera fue uno de los conocidos que corrió riesgo estando en Primera. “Petiso (así le decía a Mariano), rendí esas materias que te faltan y recibite”, le dijo un día. Y Messera vio por el gesto del “Viejo” que venía en serio la mano y se puso a preparar esa materia que le quedaba y se recibió. Otro caso fue el de Sebastián Romero, hijo dilecto de Griguol, a quien hasta supo llevárselo al Betis de España como refuerzo. Y Chirola me lo contó directo. “Me estaba jugando un lugar en el Sub-20. Me iba a las 4 de la mañana de mi casa en Berisso. Me tomaba tres colectivos para ir a AFA y de ahí a entrenar. Volvía a las 5 de la tarde y me iba a la escuela de noche. Un día cansado le dije a mis padres que iba a dejar momentáneamente de ir a la escuela y luego retomaba. Pasaron un par de semanas y un día estaba en Estancia en el vestuario cambiándome, era muy pibe, yo ni hablaba. Entra Pelusa (Bedogni) y me dice, ´Romerito, venga, Griguol quiere hablar con usted´. Me puse pálido y empecé a caminar ante la mirada de todos”, dice Sebastián Romero hoy con una sonrisa.

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“Entro al vestuario del cuerpo técnico y estaba Timoteo sentado leyendo el diario. Me senté y él siguió como 2 minutos leyendo. Un silencio terrible. Y en un momento me dice, ´¿Por qué usted no va más a la escuela?´. Ahí le explico que estaba cansado y todo el trajín que tenía con los viajes. Sin dejar el diario me dijo: ´Volvé a la escuela y levantá las 8 materias que tenés abajo, sino lo hacés, te bajo a jugar en Quinta…´. Ahí Pelusa Bedogni apareció y me dijo, ´vamos Romerito… dale… vamos´. Yo me quería quedar a explicarle pero no pude. Así que volví a la escuela, levanté las 8 materias y me terminé recibiendo. Digamos que terminé el secundario gracias a Griguol”, cierra riendo Chirola. Al que ya tenía el secundario, lo mandó a hacer cursos de lo que sea. En el Pasaje Dardo Rocha se los podía ver a los futbolistas ir a cursar por la tarde, por ejemplo, de computación. Algunos estudiaron guitarra, otros hasta magia, y así todos. La cosa es que a la tarde estuvieran ocupados.

Estancia Chica, su lugar en el mundo

A Griguol le encantaba estar en Estancia Chica. La recorría en su bicicleta azul y miraba las canchas, los entrenamientos de los juveniles. Pensaba qué hacer en un lado o en otro. O se subía al tractor naranja y cortaba el pasto. Por esas cosas, alguna boca floja le decían el jardinero más caro del mundo.

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Obviamente Griguol ganaba bien, se hacía valer, pero también te hacía ganar mucho dinero al hacer muy buenas campañas y llenando siempre las canchas, y vendiendo jugadores como nunca antes, futbolistas que de Gimnasia se fueron directamente al exterior y los ejemplos sobran. Guly al Milan; el Pampa Sosa al Udinese; Yllana y Aurellio al Brescia; Yagui Fernández al Español de Barcelona, el Flaco Morant al Hércules de España; Cufré a la Roma; Chirola Romero al Betis de España; Messera al Cruz Azul de México; Sava al Fulham de Inglaterra; los ejemplos pueden seguir. Y también los que fueron transferidos al fútbol local.

A Griguol se lo veía en la bici o caminando, siempre trató de hacer algunos ejercicios para mantenerse bien, y mientras el plantel elongaba al final de cada práctica, Timoteo se sentaba en un costado también en la cancha y estiraba. Había dejado atrás un tema de salud. Cuando llegó a Gimnasia recién había cumplido 60 años y decía, “no le temo a la muerte, la enfrento todos los días”. Ocho años antes de llegar al Lobo había tenido el Síndrome de Guillain-Barré.

Una vaca, te con leche y galletas

En esos tiempos los chicos de inferiores desayunaban algo caliente en Abasto, y hasta habían conseguido a diario bolsones de galletas y facturas que traía en su Fiat 147 blanco Bedogni, recorriendo mil panaderías camino a Abasto; en un tiempo hasta una vaca hubo en un rincón del predio, para tener la leche asegurada para los pibes.

Estancia Chica brillaba, había jugadores por todos lados y hasta pruebas de futbolistas libres. Todo el mundo hablaba del Gimnasia de Griguol que era un ejemplo y protagonista siempre, y a donde también llegaban jugadores con chapa, como el Beto Márcico en 1996, y Troglio en enero del ´97. Pedro se quería volver de Japón y en el casamiento de Gabriel Perrone (ayudante de campo y yerno de Timoteo), le dijeron que se venga al Lobo.

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Sin misterios, todo lo que Griguol practicaba, lo veías en la semana en la cancha Nº 1 de Abasto. El Topo Sanguinetti arrancaba por el lateral derecho, tocaba para el Mellizo Gustavo, que se la pasaba a Guillermo, y de esa triangulación siempre nacía algo bueno. El Yagui Fernández por el carril izquierdo con su potencia desnivelaba y el DT pedía, “por la oriya, jueguen por la oriyyyaaa”, gritaba en los partidos revoleando una toalla de mano, o su gorrita o boina, según la ocasión.

La fiesta del salame

“La fiesta del salame” fue todo un hito. Ahí también recaudaba plata para las divisiones inferiores, o para comprar semillas y arreglar campos de juego. Eran grandes asados en Abasto donde iba la gente a comer, los jugadores debían ir y participar en el evento sorteando camisetas, y venían asadores de distintos pueblos amigos suyos, y gente con sus embutidos para degustar. Griguol y Betty (su esposa), hacían de mozos. Se han llegado a juntar cerca de 2 mil personas con Griguol tomando el micrófono como conductor.

Y a propósito de esa fiesta, un día me pasó algo muy particular. Yo iba a cubrir los entrenamientos prácticamente a diario, más los partidos, viajes, las pretemporadas en Tandil o Córdoba duraban 15 o 20 días, por lo cual tenía una cierta relación. Un domingo llego al estadio por un partido, paso a la zona de vestuario, y en eso sale Cali, utilero del Lobo en ese momento. “Bata, vení un momento por favor”, y me llama para que entre al vestuario. Me pareció rarísimo, porque antes de un partido, entrar a ese lugar sagrado e íntimo para el futbolista, no era común.

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Empiezo a caminar, paso por la utilería y apenas cruzo una puerta, se me aparece Griguol de repente (estaba escondido), me agarra de las solapas de la campera y me pone contra la pared. Yo no entendía nada, mientras los futbolistas sentados se cambiaban y estallaban de risa. “Quiero que me consigas una reunión con el dueño del diario (El Día) donde trabajás lo antes posible”, me dijo con su tonada cordobesa, que ya de por sí nunca podía sonar amenazante. “Quiero que me done algunos regalitos”, me agregó con media sonrisa en la boca. Tras esto, me fui, y me dio una palmada en la espalda, mientras las risas seguían.

Días más tarde, secretaria mediante, pude pactar una reunión. Griguol llegó al diario junto a Pelusa Bedogni y subieron a hablar con el Director del diario. Después, Timoteo y Pelusa bajaron a la Sección Deportes, charló unos minutos con todos los periodistas y se sacó una foto grupal. Obvio, aparecieron hinchas que trabajaban en otros sectores del diario a sacarse una foto también al enterarse de su presencia en el edificio. Para esa fiesta del salame que se venía, pudo conseguir tras su visita en Diagonal 80 para sortear unas bicicletas y televisores que había ido a buscar.

Griguol también supo agasajar a sus dirigidos. A fin de año, cuando la temporada terminaba, organizaba una gran reunión en Abasto donde los futbolistas debían ir con sus parejas. Timoteo y Betty, eran los mozos, y esa noche había regalos para todos. Así el “Viejo” formaba a los grupos. Los recuerdos, anécdotas y situaciones son muchísimas a través de esas tres etapas donde Griguol estuvo en Gimnasia y a mí me tocaba cubrir periodísticamente. A mediados de 1998, me tocó un viaje en avión un tanto especial en la previa de un partido como visitante ante Gimnasia de Jujuy. Yo había perdido mi vuelo el sábado a la mañana y pude sumarme a la delegación albiazul que partía a las 16 del aeropuerto de La Plata.

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Eran dos aviones bastante chicos, de color amarillos de una línea entrerriana si mal no recuerdo. Eran de dimensiones muy chicas, con asientos que parecían los del trencito de Plaza Moreno. La cuestión es que una vez en el aire, la nave en cuestión se movía como loco y tardó ¡4 horas en llegar! Sí, llegamos a tierra jujeña a las 20. Fueron 4 horas interminables. Griguol, sentado en el primer asiento solo, no se movió nunca. Algunos cantaban “se mueve para acá, se mueve para allá”, cebados por Pedrito Troglio que había agarrado el micrófono del capitán. Algunos reían nerviosos. Otros viajaron sentados en el baño directamente.

Los planteles que dirigió Griguol fueron un culto a los buenos modales y educación. Todos siempre correctamente vestidos. El saludo siempre estaba, “buenos días”, “buen provecho”, “buenas noches”, “permiso”. Era una regla estricta, y más cuando el grupo viajaba y estaba en algún hotel y compartías el comedor o se cruzaban con hinchas.

“Timoteo", un libro imperdible

En mayo de 2023 salió un libro hermoso. Imperdible. Necesario. Y sobre todo, justo. La vida y obra de Carlos Timoteo Griguol debía quedar plasmada en un libro, más allá de las notas en diarios y revistas repasando su vida. Pero la periodista Claudia Valerga fue la valiente. La que afrontó la titánica tarea de hacer un libro dedicado a la vida y obra de Griguol. Reconstruir su biografía con un trabajo de hormiga.

“Timoteo. El nombre que el fútbol guardó para siempre”, tiene más de 300 páginas, prólogo del periodista Miguel Simón y 53 capítulos imperdibles, con historias relatadas por los protagonistas, que las hacen aún más jugosas. Valerga, que es editora y redactora de la revista “Gente de Ferro” desde hace 37 años junto a su esposo -también periodista- Gustavo Cuenca, en las páginas de su libro recorre minuciosamente la vida de Griguol. Desde su infancia, sus padres, sus días en el campo en Las Palmas, su desembarco en Buenos Aires para jugar al fútbol, el paso por cada club, la gran familia que construyó junto a Betty y sus cuatro hijas.

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Un laburo quijotesco si los hay, por que entrevistó a mucha gente (ex compañeros, jugadores, amigos, familiares) y fueron horas y horas de charla para desgrabar (sin dudas, de lo más odioso del laburo de periodista), que brindaron testimonios increíbles de sus vivencias con Timoteo.

El libro es imprescindible para entender lo que Griguol hizo en su vida y con la de tantos otros que tuvieron la suerte de tenerlo en su camino, y se puede encontrar en la ciudad de La Plata en el Loboshop ubicado en la Sede Social de Gimnasia en calle 4 entre 51 y 53, y también en la librería “Rayuela” por la web o en su local en Plaza Italia. También hay un Instagram para comunicarse y pedirlo que es: librogriguol.

Los homenajes en vida para Carlos Timoteo Griguol

Griguol los tuvo, y los mereció. En Gimnasia tuvo un partido donde estuvieron en el Bosque jugadores de varias épocas que pasaron por sus manos. No faltaron sus colaboradores de siempre como sus yernos y ayudantes de campo, Víctor Marchesini y Gabriel Perrone; el profe Javier Valdecantos; su primo Mario Griguol. En Estancia Chica está el Campus “Carlos Timoteo Griguol”, un centro de alto rendimiento para los deportistas de la institución, y que el DT pudo visitar.

El 10 de octubre de 2016, en la entrada a las instalaciones de Ferro, en pleno Caballito, asistió al descubrimiento de su estatua en tamaño natural. Hubo familia, amigos, ex futbolistas, periodistas, hinchas de Ferro y obviamente también de Gimnasia. Pude saludarlo. Estaba muy feliz y emocionado. Griguol trascendió al fútbol, se metió en la vida de sus dirigidos y se las cambió para siempre. Para que fueran mejores personas, supieran como defender su dinero. Cuidarlo. Pensar en el futuro más allá del fútbol. “¿Ya te compraste el cuaderno para este año?”, le decía a algunos de sus dirigidos, entre ellos, a Troglio. La idea es que fueran anotando los trabajos que hacían en los entrenamientos de la semana para usarlos el día de mañana cuando fueran entrenadores.

Recuerdo una tardecita de agosto de 2012 fui con mi familia a una misa por un familiar fallecido en la Parroquia Nuestra Señora de Caacupé, sobre Avenida Rivadavia, justo enfrente al Parque Rivadavia. En el banco delante mío estaba Timoteo junto a Betty. Terminó la misa y mientras salíamos, lo saludé. Nos detuvimos, le presenté a Silvina, mi esposa, a sus hijos Lucas y Camila; nos saludó muy afectuosamente. Es más, lo tomó de los hombros a Lucas, y le preguntó que estudiaba y si hacía algún deporte. Al contarle que iba al secundario y jugaba al rugby lo felicitó, pero se detuvo: “¡Ojo eh! Primero el estudio. Tenés que estudiar, no dejes de estudiar, entendiste”, dijo arrastrando la última “e”. Hubo un abrazo y se fue caminando del brazo de la inseparable Betty.

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Ese era Griguol también, tratando de aconsejar de la mejor manera a quien estuviera delante suyo por más que no lo conociera y no lo volviera a ver nunca más. Pero te dejaba algo, como cualquiera que se lo cruzara por la hermosa y arbolada Avenida Pedro Goyena en Caballito, o en el café a metros de su casa, al que tuve el placer de poder ir. Lejos de la pelota, del fútbol y sus pasiones, de goles, triunfos y derrotas. Un Maestro de la vida, que alguna vez se vino de Las Palmas, en Córdoba después de trabajar en el campo, para probar suerte con el fútbol en Buenos Aires. Pero hizo más que eso, por que por donde pasó, a cada persona que se cruzó le dejó algo. Una palabra de aliento. Un consejo. Un aprendizaje. Valores.

Por eso hay que celebrar la vida de Griguol. Por todo eso… ¡Felíz cumpleaños, Maestro!

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