En un país aún de marimba por el desafío político de Juan Domingo Perón y su regreso a Argentina en noviembre, y a días de que el mundo se conmoviera por el rescate de unos rugbiers uruguayos accidentados en la inmensidad de la nieve cordillerana, Gimnasia y Estudiantes disputaron un particular clásico platense.
El Lobo y el León jugaron por un Torneo de Reclasificación para definir los descensos de la temporada. El partido completó un miércoles 27 de diciembre de 1972, en Quilmes, con menos de 1.000 hinchas en las tribunas. Fue el periodista Osvaldo Tomatti, ese autodidacta de la tinta en papel que bajo el seudónimo “Mercurio ” retrató mejor que nadie, en las páginas del diario El Día, la historia de la brega local, el que surcó este legado archivístico en una de sus últimas coberturas clásicas; en 1987, haciendo revisionismo sobre el total de duelos oficiales y amistosos entre Estudiantes y Gimnasia jugados desde aquel primero de 1916 en el transcurrir del fútbol amateur.
De todos ellos, ninguno tan excepcional como el programado por la Asociación del Fútbol Argentino para el sábado 23 de diciembre de 1972, por la 4° fecha del Torneo de Reclasificación que definiría los dos descensos de categoría para la Primera B de 1973. Sería, ese, el primer y único clásico oficial, de los 176 jugados hasta hoy por campeonatos regulares de Primera División entre el amateurismo y el profesionalismo, organizado en terreno neutral y fuera de las diagonales: el escenario elegido fue la antigua cancha de Quilmes, la de tablones de la esquina de Guido y Sarmiento que el Cervecero usara hasta 1995.
Hasta ahí, tres veces se habían enfrentado Estudiantes y Gimnasia durante 1972, dos por el Torneo Metropolitano y uno por el Torneo Nacional. Y el último antecedente aún estaba fresco. Había sido por la 13ra. fecha del Nacional, el 10 de diciembre de aquel año y con goleada de Gimnasia en campo albirrojo, 4-1, con goles de Néstor Gómez, Marasco y doblete de Walter Durso.
La definición antes del final
Pero por esos “sinsentidos” tan recurrentes en la pendular historia reglamentaria y organizativa de la AFA, aún quedaba un casillero por completar. San Lorenzo ya se había consagrado bicampeón al meter doblete del Metropolitano y el Nacional -el equipo conducido por el “Toto”, Juan Carlos Lorenzo- y la temporada tenía puesta la tapa. Pero restaban definirse los dos descensos. Y la AFA había dispuesto que los últimos seis equipos del Metropolitano jugaran todos contra todos, en una rueda, sin revanchas y en canchas neutrales, recién a finales de diciembre, y tras la definición del Torneo Nacional, para rubricar quiénes bajaban. Los últimos dos se iban a la B.
Estudiantes y Gimnasia habían terminado 13° y 15°, respectivamente en el Metro, y quedaron obligados a jugar el extravagante Torneo Reclasificatorio que definiría algo que ya estaba definido de antemano. ¿La razón? Los puntos obtenidos por esos seis clubes (Estudiantes, Gimnasia, Atlanta, Ferro, Lanús y Banfield) en las 34 jornadas del Metropolitano se “arrastraban” en la suma total de unidades, como suele darse en torneos regulares de deportes como el básquet, y se adicionaban a la tabla final que se confeccionaría tras las cinco fechas del Reclasificación: a Banfield, el último del campeonato.
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Oscar Suárez cuando vestía la camiseta de Temperley, en 1975
Se le habían descontado 34 puntos por intentar sobornar a los dirigentes de Ferro Carril Oeste en un partido que el Taladro debía ganar sí o sí al enfrentar a los de Caballito en 1971; y Lanús, anteúltimo en el Metropolitano, había sacado sólo 12 unidades en los 34 encuentros. Antes de empezar, por simple cálculo matemático, los descensos de los dos sureños ya estaban decretados. Y el Torneo Reclasificatorio debía jugarse igual. Tan insólito como inédito…
Clásico platense, suspensión y cancha raleada
Es cierto, bramará el lector atento: tan excepcional este de 1972 como aquel de la segunda etapa del aislamiento social, preventivo y obligatorio (la ASPO) por la pandemia de covid-19, cuando la lidia de Estudiantes y Gimnasia se organizó, por primera vez en la historia, a puertas cerradas por el interzonal de la Copa de la Liga 2021. Pero si el clásico no tuvo hinchas por obligación presidencial en ese abril de 2021, el que empezó a jugarse el 23 de diciembre de 1972 careció de todo interés pese a que las puertas estaban abiertas para ambas parcialidades en su traslado hasta la localidad de Quilmes.
1972: agosto fue el mes del frustrado escape de presos políticos del penal de Rawson que terminó en masacre, 19 fusilamientos y solo tres sobrevivientes; en noviembre, Juan Domingo Perón había regresado de su exilio español, tras 17 años, inmortalizado en la foto del paraguas negro sostenido por Rucci; y la misma mañana de olvidado clásico aquí narrado, los diarios daban cuenta del “Milagro de Los Andes”, con la foto en tapa de uno de los sobrevivientes, Fernando Parrada, y el rescate de los pibes uruguayos que iban a jugar rugby a Chile y sobrevivieron 72 helados días en la intemperie de la Cordillera.
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La crónica del diario El Día tras "la hazaña" de los pibes pinchas. Las tribunas de Quilmes, desiertas.
El partido no definía nada. Carecía de interés. Apenas para completar obligatoriamente el fixture y a sólo 48 horas de la Navidad, más allá de que la historia, implacable, deba decir que alguna vez, en 1972, las dos históricas escuadras platenses del fútbol asociacionista jugaron un hexagonal que definía los descensos de categoría.
El día del partido
Es ese contexto, el sábado 23 de diciembre, en el viejo estadio de Quilmes, Estudiantes y Gimnasia disputaron la primera parte del partido olvidado: fueron sólo 62 minutos. Gimnasia con la base de jugadores titulares que terminaron el Torneo Nacional y que habían goleado al Pincha dos semanas antes; Estudiantes, empero y no sin riesgo de catástrofe resultadista, con mayoría de juveniles: el plantel superior había sido licenciado para adelantar las vacaciones de verano.
Fue a los 17 minutos del complemento cuando el árbitro, Andrés Mateo, decidió la suspensión cuando el Lobo lo ganaba 2-1: el persistente aguacero había trasformado el césped quilmeño en un potrero con ínfulas de caballeriza. Eran tan pocos los espectadores, que incluso se les permitió a los hinchas de ambos clubes amontonarse en la platea techada para guarecerse de la lluvia. Se habían recaudado apenas 1.630 pesos ley. Y la comparación no deja lugar a las dudas: las boleterías juntaron 20 veces menos de dinero que lo que se había recaudado en el último clásico jugado por el Torneo Nacional, ese del triunfo tripero por 4-1 en cancha albirroja.
cancha de quilmes
El viejo estadio de Quilmes en Guido y Sarmiento, donde se jugó el clásico
Si algo le faltaba al partido del olvido era la suspensión y que Estudiantes y Gimnasia debieran reunirse para completar los 28 minutos que faltaban del “menos oficial” de todos los oficiales jugados en la historia. La AFA dispuso el mismo escenario, la cancha de Quilmes, el miércoles 27 de diciembre por la tarde. Se jugaron dos tiempos de 14 minutos y Estudiantes, en voz titular del diario El Día, lograría “la hazaña del empate” con una corajeada hecha gol por el juvenil Oscar Suárez a los 3 minutos del segundo tiempo de la prórroga.
La historia contará la inusual camiseta alternativa usada por el Lobo en la reanudación, simulando el modelo del Ajax holandés con una ancha franja vertical blanca central sobre el pecho azul; los reproches del entrenador tripero, Oscar Montes, para sus dirigidos por no definir un clásico que parecía cerrado contra un rival repleto de elementos de divisiones juveniles; y la historia de aquel pibe pincharrata, Suárez, que logró el agónico empate de la inédita brega platense, que tanto prometía en Estudiantes, se había destapado en Temperley con destellos inolvidables como el doblete que le metió al River bicampeón de Labruna y que durante una gira por África, ya siendo jugador de Talleres de Córdoba, en el verano de 1976, moriría, tras contagiarse paludismo en Zaire, en el hospital Gandulfo de Lomas con apenas 23 años.