-Ponele “¡Qué noche!”, Chino.
- Temas del día
- Estafas y desmanes en Ensenada
- Elecciones 2023
- UNLP
- Estudiantes
- Gimnasia
-Ponele “¡Qué noche!”, Chino.
Eduardo Arolas, apodado “El tigre del bandoneón”, mira fijamente a su amigo Agustín “Chino” Bardi, uno de los mayores compositores de la llamada guardia vieja del tango, y suelta aquellas palabras. Se encuentran una tarde en un café del barrio porteño de Barracas. Bardi dice que todavía está emocionado por la nevada que había presenciado hace unos días, camino de La Plata a Capital Federal. No resulta menor: en los diarios se la considera como una de las primeras nevadas en la historia de Buenos Aires. El hecho, comenta Bardi a su amigo en el bar, había inspirado la rítmica de su nuevo tango. De inmediato Arolas sugiere un título evocativo para sellar alegremente su fugaz experiencia con la nieve.
Así, entonces, se crea el tango instrumental “¡Qué noche!”, nacido de la mayor nevada de la historia de La Plata: un 22 de junio de 1918.
Un intenso temporal de frío y viento del sudoeste, bajo una lluvia fina penetrante, azotó ese día a la incipiente ciudad. Era sábado y los más valientes habían salido a disfrutar del fin de semana. Según reconstruyeron las crónicas tangueras, Agustín Bardí había ido al hipódromo de La Plata junto a sus amigos Francisco Castello y Pedro Fiorito. Luego de la carrera, el trío demoró la vuelta cenando en una parrilla y después emprendió el viaje de regreso en el Ford, propiedad de Pedro Fiorito. De pronto el auto empezó a fallar por camino Centenario y, tras unos traqueteos, se frenó a la altura del Parque Pereyra Iraola. Los amigos sabían que encontrar un taller mecánico por aquellos parajes era cosa imposible y en esa época no existían las grúas del auxilio.
Fue entonces que vieron cómo unos copos blancos caían cada vez con más fuerza desde el cielo. Parecía la escena de una película y al principio no lo creyeron. Casi como una revelación, se olvidaron de que estaban parados en medio de la nada como tres perfectos desconocidos y hubo un momento en el que el “Chino” Bardi comenzó a tararear un tango jugando entre la nevisca. El mal trago se transformó en una creación artística.
Así lo comentaron tiempo después sus amigos: que en el principio de la nevada, entre los copos cada vez más grandes, surgió el ritmo de “¡Qué noche!”. Un tango que conoció las pistas de baile de la época de oro, con orquestas típicas como las de Francisco Canaro. Las mismas que brillaban en cabarets y cafés de Buenos Aires para luego proyectarse en el mundo y conquistar centros europeos como París.
La anécdota del origen del tango fue reconstruida en la cultura popular de diversas maneras, como en la película “Derecho viejo”, de 1951, dirigida por Manuel Romero y éxito en las pantallas nacionales, donde se contaba la vida de Eduardo Arolas. “¡Qué noche!”, en rigor, trascendió el período dorado de la guardia vieja y fue grabado tiempo después por notables orquestas, como las de Osvaldo Pugliese, Juan D'Arienzo, Osvaldo Fresedo y Ernesto Baffa, compositores embelesados por los giros pujantes del tema, más para disfrutarlo en el baile que para sentarse a escucharlo. Una atmósfera tanguera, magnética, en el vaivén de un recuerdo que pudo haber sido un accidente en medio del Parque Pereyra, con un auto parado, y se inmortalizó en un tema emblemático del género del 2 por 4.
Lo cierto es que aquella nevada de 1918 sigue siendo, de acuerdo a los registros oficiales, la mayor en cuerpo y volumen de la historia platense -no fue la primera, porque se contabilizaron al menos dos antecedentes, en 1883 y 1912, aunque en escalas muy menores-. Se calcularon, por entonces, 80 centímetros de nieve acumulada en el bosque y mediciones de más de un metro en algunos barrios. Las noticias interrumpieron el febril trajín de la Primera Guerra Mundial y los ecos de la reforma universitaria cordobesa para titular “Un sudario blanco” en sus páginas centrales, como ocurrió con El Día. Allí se documentó que los primeros copos cayeron entre las nueve y las diez de la noche. La nieve empezó a acumularse lentamente y algunos desafiaron la noche helada para congregarse en la plaza Moreno, plaza San Martín y el bosque como puntos centrales.
Fue un espectáculo extraordinario. Grandes y niños no salían de su asombro: se asomaban a los zaguanes de sus casas, a las puertas de los teatros o miraban a través de los vidrios de las ventanas las diversas formas de los remolinos de nieve. Se construyeron muñecos de nieve que medían casi dos metros de altura. Las ruedas de los vehículos que no dejaban de patinar. Hubo, por cierto, resbalones a granel, que dejaban su huella largamente en las veredas. Entre las curiosidades, en ese momento el cine París, ubicado en 7 entre 47 y 48, exhibía la película “Nieve y fuego”, un film mudo protagonizado por Dustin Farnum. Poco a poco, la ciudad se fundió a blanco.
“Bajo un viento sur arrachado -agregaba la crónica de El Día-, la nieve arremolinaba en turbiones en las calles y plazas. En la San Martín, por ejemplo, y en el inmenso descampado de la Moreno, los viandantes se hundían hasta la cintura. Las construcciones de la Catedral habían tomado el aspecto de una decoración fantasmagórica”.
El historiador ensenadense Carlos Asnaghi contó otra peculiar anécdota. Frente al salón de la Sociedad Italiana, según el historiador, guardaba sus vehículos la cochería fúnebre de Martín Taylor, a la cual esa noche se le solicitaron en alquiler varios de ellos. “Ahí ascendieron en sucesivas vueltas, todos los que pudieron hacerlo, para pasear cantando temas italianos en las berlinas funerarias, mientras la nieve iba pintando de blanco las calles ensenadenses”.
Las crónicas sobre La Plata se extendieron a otros puntos bonaerenses. En el diario La Prensa, con epicentro en Capital Federal, se escribía: “Es muy posible también que no haya faltado el artista que improvisara en un momento la estatua predilecta, en efímera consagración de circunstancia”. Y marcaba el pulso de cómo se afectó la rutina de lo ordinario. “Eran pequeñas partículas de nieve: podía notarse con evidencia el contraste que señalaba su color sobre la capota de coches y automóviles y en la bóveda de los paraguas. Fue tema obligado de las conversaciones escuchadas en tranvías, cafés y oficinas. Y en las plazas apenas si se distinguía, en el conjunto blanco, el punto oscuro de los troncos de árboles en medio de la fronda de las copas”.
Aquella noche histórica en La Plata se prolongó en la mañana del domingo, donde varios ciudadanos aprovecharon su día de descanso para recorrer la ciudad bajo un manto blanco. Los reportajes periodísticos hablaban de batallas a cielo abierto con bolas improvisadas. No todo fue alegría. En las zonas mayormente rurales hubo serias complicaciones con caminos anegados, que llegaron a casi un metro de nieve. Se cortó el paso de los transportes de leche, así como también hubo retraso en los trenes, los carruajes y los tranvías: hasta altas horas del domingo los ferroviarios trabajaron a pala ancha despejando los rieles para evitar descarrilamientos. Los partes policiales informaron de algunos accidentes, como el de un vigilante en Ensenada a quien se le heló un pie, luxaciones de personas que resbalaron con la nieve y autos despistados hacia los costados de los caminos.
Pasaron casi noventa años. Los platenses que presenciaron la nieve del 9 de julio de 2007, muchos de ellos conmovidos por haber visto la nieve por primera vez en su vida, tal vez no recordaron que un fenómeno así no ocurría en Buenos Aires desde aquel 22 de junio de 1918.
En esa época Buenos Aires no vivía el fenómeno actual que los meteorólogos llaman “isla de calor”, por el cual la creciente urbanización hace que la temperatura terrestre se eleva e impide la acumulación de nieve. Además, la ola polar no es condición única para que el evento ocurra, sino que deben coincidir una serie de factores en simultáneo: una humedad relativa concreta, una determinada distribución de temperaturas y la irrupción de aire muy frío que abarque todas las capas de la atmósfera, incluso la parte baja, para impedir que los copos se derritan al acercarse a la superficie.
Los porteños y bonaerenses, al notar que el aguanieve se transformaba en copos, salieron rápidamente a las calles abrigados con gorros y bufandas para grabar la nieve con sus celulares, artefacto que no tuvieron los pobladores en aquella nevada histórica de principios de siglo veinte. No importó la sensación térmica de casi tres grados bajo cero. Los autos pasaban tocando bocinas, otros con tablas de snowboard y sus perros, y algunos recordaron el relato de abuelos sobre aquella nieve en La Plata del ´18, la que dejó en su paso uno de los tangos más bailados de la guardia vieja.
Begum es un segmento periodístico de calidad de 0221 que busca recuperar historias, mitos y personajes de La Plata y toda la región. El nombre se desprende de la novela de Julio Verne “Los quinientos millones de la Begum”. Según la historia, la Begum era una princesa hindú cuya fortuna sirvió a uno de sus herederos para diseñar una ciudad ideal. La leyenda indica que parte de los rasgos de esa urbe de ficción sirvieron para concebir la traza de La Plata.