jueves 21 de marzo de 2024
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LE CORBUSIER EN LA PLATA

Casa Curutchet: la joya platense construida por cartas que es patrimonio de la humanidad

Por años, el médico Pedro Curutchet se escribió por correspondencia con el gran arquitecto suizo-francés. Así diseñaron una pequeña maravilla arquitectónica.

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Las cartas. Le Corbusier (1887-1965), como cualquier hombre de su época, fue un hombre epistolar. A diferencia de cualquier hombre de su época, sin embargo, las cartas -que usaba, por ejemplo, para comunicarse asiduamente con su madre- también fueron el medio con el cual armó buena parte de su obra. Un arquitecto que usó la tecnología de su tiempo para amasar ideas, proyectos y planos: casas diseñadas a través de cartas que escribió de puño y letra.  

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Todos los días, al pasar por el recoveco de avenida 53 entre 1 y 2 en el que se encuentra emplazada la Casa Curutchet alrededor de árboles gigantes, los vecinos platenses tal vez desconozcan que esa extraña edificación de líneas rectas y formas rectangulares, singular y diferente a cualquier otra, fue hecha por correspondencia. Tal vez conozcan, sí, que fue la única vivienda en todo el continente americano proyectada y concretada por el arquitecto suizo francés Le Corbusier. Pero no que sus bocetos, diseños, elementos, marchas y contramarchas viajaron de La Plata a París entre sobres que llevaban dibujos, fotos, palabras. 

La historia comenzó en 1948 cuando Le Corbusier recibió en su estudio de Paris el encargo del médico cirujano argentino Pedro Curutchet -innovador en técnicas de cirugía médica, de buen pasar económico y amigo de artistas como Emilio Pettoruti- para construir su casa y su consultorio en la ciudad de La Plata. La propuesta sonaba absurda y fuera de tono. Después del desastre de la Segunda Guerra Mundial, en una Europa en plena restauración, Le Corbusier era el arquitecto más reconocido en el ámbito internacional y hubiera sido natural que rechazara el encargo: en ese momento se encontraba trabajando en proyectos tan ambiciosos como la ciudad monumental de Chandigarh, en la India, y en una gran cantidad de planes de construcción de posguerra.

¿Por qué, entonces, lo aceptó, más teniendo en cuenta que era el encargo privado de un desconocido? 

En su entorno íntimo sabían del singular aprecio por los viajes. En ese sentido, Le Corbusier había quedado maravillado con la visita que realizó a Argentina -donde conoció por unos días a La Plata- en 1929. “La primera hipótesis es que Le Corbusier acepta el encargo porque le parecía oportuno tener una obra en el país mientras esperaba respuesta del gobierno al plan urbano de Buenos Aires, que junto al grupo Austral había elaborado años antes”, apunta Julio Santana, arquitecto y actual director de la Casa Curutchet. 

La respuesta de Le Corbusier no tardó en llegar. Se cree que, en aquella visita a la ciudad de las diagonales, había visto el terreno donde luego se edificaría la Casa Curutchet y lo relacionó con su fascinación con el bosque. Meses después de la primera carta enviada por el médico Curutchet, el arquitecto nacido en Suiza y nacionalizado francés, contestó: “Habiendo establecido el Plan de Buenos Aires en 1938-1939 que está actualmente siendo considerado por el gobierno, estoy interesado en la idea de realizar en su casa una pequeña construcción doméstica. Allí me gustaría realizar una pequeña obra maestra de simplicidad, de conveniencia y de armonía, siempre dentro de los límites de una construcción extremadamente simple y sin lujos, perfectamente conforme por otra parte con mis hábitos”. 

Una obra simple y desprovista de ostentación, pero sin que dejara de tener maestría en su confección. De inmediato, entusiasmado, Curutchet le envió al estudio de 35 Rue de Sèvres en París planos catastrales, fotos del entorno y el programa de necesidades, evacuando algunas de las consultas realizadas. El ir y venir de la correspondencia no sólo reflejó un espíritu de época -la espera en el movimiento del correo, las preguntas y respuestas que hoy se resolverían en simples intercambios de celular- sino el carácter íntimo de una de las principales figuras del siglo XX comprometiéndose de cuerpo entero con la ciudad de La Plata. 

UN PLAN BAJO LA MANO DE AMANCIO 

“¿De qué manera están construidas las casas vecinas a la suya, a la derecha, a la izquierda? ¿Llegan hasta el borde de la vereda? ¿Estoy obligado a construir hasta el límite de la línea municipal o puedo retirarme de ese límite? Puedo sacar partido de la línea municipal si se me impone. ¿Se tiene derecho a construir balcones en saliente sobre la fachada como parece indicado en una de las fotografías que usted me ha enviado? Sería muy útil que usted dibujara en un croquis la ocupación del terreno por vuestros vecinos”, sigue la correspondencia Le Corbusier en inquietudes directas a Pedro Curutchet, en 1949. 

En un primer momento Le Corbusier designó a Bernhard Hoesli como colaborador responsable para el proyecto, a quien luego se sumó el arquitecto Roger Aujame, jóvenes talentos de su estudio. Desde los primeros planos allí esbozados, el proyecto de la casa adoptó la idea de dos bloques que se conservó en todos los esquemas realizados: uno al frente y otro atrás, “articulados por el núcleo de circulación vertical”, y por otro lado, el patio dentro de “un módulo estructural cuadrado independiente de las medianeras”. 

A su vez, en estrictos parámetros arquitectónicos, el bloque trasero se desarrolló en cuatro niveles aunque posteriormente se resolvió el proyecto en tres plantas, incorporando la rampa para unir los dos bloques: el más pequeño y más bajo que sería ocupado por el consultorio de Curutchet sobre el frente, y el de la vivienda por detrás y por encima de éste, expandiendo sobre la cubierta del primero una gran terraza con vista al bosque platense. 

De esa manera el corte de la vivienda, la futura Casa Curutchet, adoptó similares características a los de las casas Citröhan inventadas en Europa por Le Corbusier: viviendas unifamiliares con una complejidad en las modulaciones espaciales y a la vez con formas tan simples como precisas en su orden matemático, sin adornos y preferentemente cúbicas, planas, con un uso de la doble altura para lograr un gran dinamismo visual y, tanto en el plano técnico como estético, amplificar las fuentes de iluminación natural. Tanta luz entraba en la casa que se dijo, en aquella época, que Curutchet luego hizo refacciones para apaciguarla. 

Según consta en la correspondencia entre Le Corbusier y Curutchet, los planos y la maqueta de la casa fueron terminados el 26 de abril de 1949.  A partir de allí, Le Corbusier pidió que la construcción sea controlada por alguno de sus amigos en Buenos Aires, aportándole los nombres de Amancio Williams -autor de otra obra memorable del modernismo argentino: La Casa del Puente, en Mar del Plata- y de los arquitectos del grupo Austral -Ferrari, Hardoy, Bonet y Kurchan- optando Curutchet por encomendarle a Williams la dirección técnica. 
Antes de iniciar la obra, en un primer movimiento que dejaría huella de su estilo, Amancio Williams envió al estudio parisino algunas sugerencias sobre el proyecto; la más importante, en efecto, fue la modificación del primer tramo de la escalera. Estas reformas fueron aceptadas por Le Corbusier y modificadas en los planos originales, tal como resulta de la correspondencia entre ambos.

Edificada como vivienda unifamiliar, es la única que construyó Le Corbusier en Latinoamérica 

“Querido Le Corbusier: yo encuentro que esta parte no está a la misma altura que el resto del proyecto y sería muy malo dejarla pasar, pues me parece que se obtuvo esta solución para no complicarse. Evidentemente el primer tramo de escalones ‘a la petit hotel’ esta adosado a la escalera y no concuerda con la libertad espacial que exhiben las plantas. Le envío algunos planos con otra posibilidad, con la menor transformación. Los dibujos no están en la escala modulor. La conexión con la rampa no es feliz, pero se podría estudiar más. Estoy seguro que encontrará usted la solución. Si me envía la respuesta en 20 días, la construcción no se retrasará, pero si considera que todas estas consideraciones son idioteces, lo tomaré como un tirón de orejas”, fueron las palabras que escribió Amancio Williams a Le Corbusier en septiembre de 1949. 

A lo cual el arquitecto respondió: “Mon Chere Williams; su crítica relativa a la entrada de la casa Curutchet está perfectamente justificada y su solución es excelente. Le propongo una mejora a su propuesta en tres croquis, planta, sección y perspectiva. Usted puede perfeccionar la solución si es posible”.

Amancio Williams, en efecto, cobró un protagonismo central en la realización del proyecto. “No fue un mero director de obra, sino que su tesón fue fundamental para que la idea pudiera tomar cuerpo. En Argentina, Amancio dibujó más de 200 planos. El proyecto de Le Corbusier hubiera quedado en el papel sin su garra”, explica Julio Santana. 

Al finalizar la obra, el arquitecto suizo envió especiales indicaciones sobre los colores a utilizar: el color del piso debía ser marrón y los muros blancos, a excepción de algunos muros interiores en los dormitorios de color azul claro y rojo en algunos paños de pequeñas dimensiones. Años después, ya instalado en la casa con su familia, Curutchet escribió con orgullo a Le Corbusier: “La casa es visitada por estudiantes y profesionales. El público en general va comprendiendo cada vez más esta obra que a muchos les pareció tan extraña al principio. Esta es ´la casa de Le Corbusier´; me honra ser el propietario. Así lo digo y quiero que se repita. Usted puede hacer cualquier indicación que será cumplida y agradecida. Es y seguirá siendo su casa”.

El doctor Pedro Curutchet, quien encargó la vivienda a Le Corbusier
 

Pero no fue un periplo sencillo: entre el diseño de la obra y su concreción, proceso en el que las cartas jugaron un papel clave, hubo un compás de años bajo tires y aflojes. La alta vara de prestigio que imponía el aura de Le Corbusier se irradió con una fuerte dosis de exigencia, presión y vaivenes económicos.  

“Le Corbusier es la gran figura que encarna con más claridad, masivamente, las características de la arquitectura moderna”, escriben los arquitectos Jorge Francisco Liernur y Pablo Pschepiurca en el libro “La red austral. Obras y proyecto de Le Corbusier y sus discípulos en la Argentina (1929-1964)”, publicado por la Universidad Nacional de Quilmes. En el último capítulo cuentan la pormenorizada historia de la casa que el doctor Pedro Curutchet le encargó a Le Corbusier en La Plata, diseñada a la distancia y dirigida primero por Amancio Williams y luego por Simón Ungar: allí cuentan que el médico, harto de las marchas y contramarchas, acabó echándolos a los dos. La casa finalmente tardó seis años en ser construida, le costó mucho más de lo que pensaba y cuando se instaló tenía goteras-cataratas. Pero Curutchet terminó contento, tal como lo reflejó en su última carta a Le Corbusier, donde le dejó en claro que, antes que nada, era su obra. 

MÁQUINA DE HABITAR 

Lo cierto es que la construcción de la pequeña maravilla arquitectónica no sólo había sido influenciada por el viaje anterior por Buenos Aires de Le Corbusier sino también por la relación con tres de sus discípulos que trabajaron un año con él desde octubre de 1937 en la elaboración de un ambicioso “Plan de Buenos Aires” en el atelier de la Rue de Sèvres, en París: los argentinos Juan Kurchan y Jorge Ferrari Hardoy, y el catalán Antonio Bonet, miembros fundadores del grupo modernista Austral. Ellos gravitaron fuertemente en la aceptación del diseño de la Casa Curutchet, concebida como una obra anexa del proyecto porteño. 

“Cuando Le Corbusier decía que ´la casa es una máquina de habitar´ se refería a una concepción más amplia de la mera idea del funcionalismo. Para él, eran fundamentales el espíritu, el sentimiento, el arte y otras dimensiones de la existencia humana, además de lo funcional, maquínico o industrial”, escriben Jorge Francisco Liernur y Pablo Pschepiurca, y dichos rasgos se consustancian con la Casa Curutchet. Desde su visita en 1929, Le Corbusier pensó en convertir a Buenos Aires en la ciudad del siglo XX. Se pasó dos décadas intentando un plan urbanístico a su medida y fue una frustración para él no poder realizarlo. América se percibía como futuro promisorio mientras que Europa era, en contrapartida, guerra y más guerra. 

La maqueta de la vivienda desarrollada por el arquitecto suizo

“El mar unido, chato, sin límites a derecha e izquierda, arriba vuestro cielo argentino tan lleno de estrellas, y Buenos Aires, esa fenomenal línea de luz comenzando a la derecha en el infinito y esfumándose a la izquierda en el infinito, a ras del agua”, anotó en Précisions, el libro que escribiría meses después mientras viajaba de regreso a Europa, en donde recoge impresiones de su estadía y replantea sus ideas arquitectónicas y urbanísticas. En Argentina lo esperó Victoria Ocampo, a quien le había proyectado una casa que nunca se construiría. Al arquitecto europeo lo habían contratado para dar diez conferencias. Años más tarde, cuando se alineara con el régimen de Vichy, durante la Segunda Guerra, Ocampo se distanciaría de él definitivamente.

Allí se filmó "El hombre de al lado", dejando ver el interior de la casa en gran parte de las escenas 

Según reconstruyó Ángel Berlanga, periodista de Página/12, antes de entablar relación por correspondencia con el médico Pedro Curutchet, Le Corbusier se relacionó en Argentina, sobre todo, con algunos funcionarios, artistas y arquitectos; entre estos últimos, Alberto Prebisch, Antonio Vilar y Wladimiro Acosta. Anduvo por Mar del Plata, San Antonio de Areco y finalmente La Plata. “Le Corbusier era un animal arquitectónico y su visión del hombre y el mundo excedía la política. A diferencia de un literato o un pintor, un arquitecto necesita del poder, del dinero, o las cosas no se realizan. De ahí su actitud de seducción al poder, sea de izquierda o de derecha”, analizan Jorge Francisco Liernur y Pablo Pschepiurca

PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD 

Hoy, visitada por turistas de todo el mundo que llegan especialmente a La Plata, la Casa Curutchet mantiene una fluidez espacial única protagonizada por su rampa que deviene en un “paseo arquitectónico”, y por un árbol especialmente plantado en el pequeño patio que articula el área de trabajo con la casa propiamente dicha. Todos sus ambientes principales -y su exquisita terraza jardín- tienen vista a la plaza adyacente y al bosque de la ciudad. Los parasoles, a su vez, le ponen marco al paisaje. 

El ventanal sobre la Plaza Rivadavia.

“Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que tener una obra de Le Corbusier en la ciudad es comparable con tener un Picasso en uno de sus Museos, ya que ambos personajes -además de contemporáneos- tienen una similar relevancia en la historia del arte y la cultura universal del siglo XX”, afirma Julio Santana, anfitrión habitual de las visitas guiadas que semana a semana acontecen dentro de la casa.  

Su fama ha llevado a la Casa a ser escenario y protagonista de la película “El hombre de al lado” -dirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat con la actuación de Daniel Araoz- y con varios premios en Festivales Internacionales de Cine. La Casa, administrada por el Colegio de Arquitectos de la Provincia de Buenos Aires por decisión de los herederos de  Curutchet, fue declarada Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO junto con otras 16 obras de Le Courbusier localizadas en Bélgica, Francia, Alemania, Suiza, India y Japón. En ella, como parte del circuito turístico de la ciudad, se realizan innumerables actividades como exposiciones, recitales, espectáculos y proyecciones. 

La obra de Le Corbusier en La Plata, además, fue destacada porque cumple con los “Cinco puntos de una nueva arquitectura” elaborados por el suizo en 1926: la planta libre, la terraza-jardín, los pilotis, la ventana longitudinal, y la fachada libre. Cada vez que un visitante entra a la atmósfera que se respira en los pasillos de la Curutchet se encuentra con la figura colosal de un arquitecto que trascendió la geometría de la naturaleza, que dibujó, pintó y depuró las formas, que participó en la bohemia parisense, se fascinó con la industria e hizo una articulación entre los templos griegos y los autos, esos raros objetos nuevos. “Voy a hacer casas al igual que se hacen coches”, dijo Le Corbusier cuando abrió su despacho parisino, allá por los 20. 

Deseaba construir la ciudad del futuro. Como arquitecto se pensó también en el ejercicio intelectual: escribió muchísimo. No había obra sin filosofía, no había invención sin pensamiento, no había construcción sin aura ideológica y espiritual. Perdió la vista de un ojo, y en su oficio la mirada era algo fundamental. “Con un solo ojo hizo el trayecto más extraordinario de la arquitectura del siglo XX”, según definió el arquitecto español Luis Fernández-Galiano.

Aplicó sus cinco principios básicos: planta libre, terraza-jardín, pilotis, ventana longitudinal y fachada libre. 

Polifónico, obsesionado por el clasicismo -reinventando lo clásico con medios modernos-, vio a Buenos Aires tan cosmopolita como Nueva York y pasó de su gusto por el racionalismo encerrado en su estudio a viajar para seducir mecenas para sus planificaciones modernas. También tenía amor por lo pequeño, como su cabaña austera de troncos donde buscó descanso en su vejez. 

Figura extraordinaria de la arquitectura moderna, megalómano -quería un urbanismo concebido “desde un único centro de poder y decisión”-, radical y utópico, Le Corbusier se atrevía a tirar los dados más allá del pragmatismo, a jugar hacia el futuro. Y la Casa Curutchet, joya preciada de su extensa obra, única en Latinoamérica, allí vive, parida entre cartas y cobijada en los árboles centenarios del bosque, niña mimada y extraordinaria del eje urbano platense. 
 

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Begum es un segmento periodístico de calidad de 0221 que busca recuperar historias, mitos y personajes de La Plata y toda la región. El nombre se desprende de la novela de Julio Verne “Los quinientos millones de la Begum”. Según la historia, la Begum era una princesa hindú cuya fortuna sirvió a uno de sus herederos para diseñar una ciudad ideal. La leyenda indica que parte de los rasgos de esa urbe de ficción sirvieron para concebir la traza de La Plata.

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