Por aquel entonces, la madre de Moreno Ocampo no veía con buenos ojos que su hijo impulse la causa contra los militares. Sin embargo, su postura cambió tras escuchar la declaración testimonial de Adriana. “El día siguiente del testimonio de Calvo, mi mamá, que lee La Nación, me dijo por teléfono: ‘Yo a (Jorge Rafael) Videla lo quiero, pero tiene que ir preso’. Y eso fue el testimonio de Calvo, los testigos transformaron a la gente”, contó en más de una oportunidad el propio Moreno Ocampo. Y resaltó el trabajo de la producción de "Argentina, 1985" para “hacer este milagro”. “En la película se reproduce el mismo impacto contra el golpe de Estado y en favor de la democracia. Me parece que es un milagro del cielo que tenemos”.

La Plata fue una de las ciudades más castigada por la ferocidad que implementó la dictadura militar para secuestrar, torturar, desaparecer y asesinar personas, además del robo de bebés. Su historia quedó marcada a fuego por hechos como La Noche de los Lápices y otros tantos que fueron reconstruidos en “Argentina, 1985”, a través de las palabras de: Estela de Carlotto, Victor Basterra y Pablo Díaz.
ADRIANA CALVO
Hasta el momento de su detención, se desempeñó como docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNLP. También fue docente de física en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires y participó en la actividad gremial de los docentes universitarios de ambas instituciones, incluso, se la reconoce como una de las fundadoras de la Asociación Gremial Docente (AGD)
La detuvieron el 4 de febrero de 1977 en su domicilio de Tolosa, estando embarazada de seis meses y medio de su tercera hija, quien nació en cautiverio. Esa mañana, una patota ingresó a la vivienda en la que vivían Adriana, su esposo Miguel Laborde junto a sus dos hijos. Ella estaba cuidando a su hijo de un año y medio, Santiago, quien tenía varicela. La mayor, Martina, se había quedado a dormir con sus abuelos por primera vez. Una vecina logró arrebatarle el nene a uno de los represores.
A Adriana le ataron los pies y le vendaron los ojos. A pesar de que estaba embarazada, la tiraron adentro de un auto y se le sentaron encima. Primera fue enviada a la Brigada de Investigaciones de La Plata. A la noche, ya estaba en el Destacamento de Arana, donde se enteró de que Miguel también estaba secuestrado.
Fue retenida clandestinamente en diferentes dependencias de la Policía bonaerense como la Brigada de Investigaciones de la Ciudad de La Plata, el Destacamento Policial de Arana, la Comisaría Quinta de La Plata y la Brigada de Investigaciones de Banfield, llamado "Pozo de Banfield”.

El 15 de abril de ese mismo año comenzó con los trabajos de parto. Sin embargo, en lugar de llevarla a un hospital, la cargaron en un patrullero para trasladarla a otro centro clandestino. En ese trayecto, más precisamente en el cruce de Alpargatas, los policías detuvieron la marcha. Había dado a luz sola a su beba Teresa, atada y tabicada. Durante el resto del viaje le pidió a los agentes que le alcanzaran a la nena, que se había caído entre los asientos. No lo hicieron.
Por si fuera poco, el patrullero se perdió, pidió indicaciones y Adriana se dio cuenta que estaba llegando al Pozo de Banfield. Ese infierno, donde todo era peor. Un médico se metió en el auto y cortó el cordón que unía a Teresa con su mamá. Era Jorge Bergés, el partero del Circuito Camps.
A Adriana la subieron a una sala de azulejos blancos y, entre gritos y burlas, le trajeron un balde para limpiar su propia placenta. Después le devolvieron a la beba. Bergés le sacó el tabique: “Acá ya no lo necesitas”. Calvo fue liberada junto a su hija recién nacida. Inmediatamente, luego de su liberación, intentó comunicarse con las familias de otras detenidas.

Fue la primera testigo en el Juicio a las Juntas Militares en 1985. Su testimonio fue esclarecedores respecto de la apropiación de menores. Años más tarde, se convirtió como sobreviviente en una luchadora de los Derechos Humanos.
El 29 de abril de 1985, Adriana se sentó frente a los integrantes de la Cámara Federal. “A mí lograron aterrorizarme, señor presidente, pero, por suerte, no lograron aterrorizar a todo el pueblo. Hubo Madres, Abuelas, Familiares que los enfrentaron y hoy estoy aquí pidiendo justicia gracias a ellos”, dijo. Su testimonio todavía retumba en la sala donde se llevó a cabo el juicio a las Juntas Militares. Sus palabras pusieron en evidencia el robo de bebés y las torturas que emplearon los dictadores en nuestro país.
VICTOR BASTERRA
Basterra nació en La Plata y tenía 35 años cuando fue secuestrado junto a su esposa y su hija mayor en la puerta de su vivienda en Valentín Alsina. El obrero gráfico estaba por ingresar a la casa cuando fue sorprendido por un grupo de hombres que se desempeñaban en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA).
Durante su cautiverio, obtuvo las fotografías de detenidos y desaparecidos y represores dentro del centro clandestino de detención, para ocultarlas y sacarlas a la luz una vez que finalizó el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. “Yo les sacaba las fotos, me pedían cuatro y hacía cinco, y alguna vez me animé a sacarlas de la ESMA. Las primeras me las llevé en mis genitales y eso por suerte no me revisaron, y después como todo se fue flexibilizando al final la sacaba en las medias. Eran fotos que nos habían tomado a nosotros para los legajos internos. En un descuido de ellos, metí la mano en una bolsa de negativos y los pude recuperar. Yo tuve la desgracia y la suerte para la memoria de llevarme de la ESMA las últimas fotos de compañeros después de una tortura. Para mí las imágenes son una búsqueda de la verdad, que políticamente se traduce en la exigencia de que digan dónde están y qué hicieron con los compañeros y quiénes son los responsables y ejecutores de las desapariciones”, relató en su testimonio en el juicio.
Las salidas transitorias que le permitían fueron vitales para la identificación de víctimas y victimarios. Por sus conocimientos de gráfica y fotografía, a principios de 1980 los marinos empezaron a utilizarlo como mano de obra esclava en el sector de documentación de la ESMA, donde se fotografiaba a los secuestrados, pero también a los integrantes de los grupos de tareas para proveerlos de documentos falsos destinados a su cobertura o bien para la firma de escrituras de las propiedades que les robaban a sus víctimas.
Durante el juicio a las Juntas Militares, aseguró que los represores microfilmaron todos los archivos de la ESMA y procedieron a la destrucción de materiales. Sin embargo, logró sustraer un puñado de negativos, entre los cuales reconoció su foto y las preservó. Las sacó de la ESMA, respondiendo a un mandato de sus compañeros de cautiverio. “Que no se la lleven de arriba”.

La clave del testimonio de Víctor Basterra son sus fotografías, pero también su memoria para registrar nombres, apellidos y apodos de los represores. “No hay que olvidarse que llega un momento en que (Reynaldo) Bignone dice que había que quemar todo, entonces empezaron a quemar y yo salvé cosas, salvé un montón de libros, escritos que había, cosas que fueron entregadas, otras no porque no tienen valor judicial, son rapiñas que habían hecho los tipos, fundamentalmente de libros. Los salvé del fuego, porque después quemaron todo ese material”, recordó en varias entrevistas que brindó.

Las hijas de Basterra, quien murió en noviembre de 2020, no quedaron conformes con la mirada la película "Argentina, 1985" se ofrece de su figura y lo hicieron público en una nota del diario Página /12: “Todavía no entendemos por qué el director elige mostrarlo de la manera en que lo mostró, dejando un manto de duda sobre su rol en la historia del juicio, poniendo palabras en su boca que nunca hubiese dicho como cuando expresa que 'sí, que había sido un empleado de la ESMA pero porque lo obligaban a trabajar', esa escena no deja en claro lo que realmente sucedía con las personas secuestradas ahí adentro y falta a la verdad: nuestro viejo SIEMPRE se nombró como mano de obra esclava, no como empleado. Que aparezca de esa forma juega con una delgada línea que no permite mostrar la importancia de su declaración en el juicio y el aporte material que hizo, pero además toca un tema que no fue menor para las y los sobrevivientes y es la pregunta del por qué ellos estaban vivos y vivas y los 30.000 no. Para nuestro viejo y la familia eso no fue gratuito, no fue liviano, para ningún sobreviviente lo fue”. Y agregaron: “Debe haber un límite a la hora de relatar que creemos que en 'Argentina,1985' no está. Sí, es una película que dispara muchas sensaciones y opiniones, pero podría haber sido más amable con la historia de Víctor Basterra, nuestro viejo, sobreviviente del horror y la tortura y luchador incansable para que los genocidas 'no se la lleven de arriba'”.
PABLO DÍAZ
Los grupos de tareas secuestraron a diez estudiantes de colegios secundarios de La Plata entre el 9 y el 21 de septiembre. Todos eran militantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y de la Juventud Guevarista, en un hecho que quedó escrito con sangre en la historia argentina reciente como “La Noche de los Lápices”. Por la noche del 16, cuando perpetraron la mayoría de los secuestros.
En aquella jornada, un operativo conjunto de efectivos policiales y del Batallón 601 de Ejército secuestró a nueve jóvenes -de entre 16 y 18 años-, en su mayoría integrantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y militantes de distintas organizaciones polítcas, que un año antes -todavía en democracia- había reclamado en las calles por el boleto estudiantil secundario gratuito. Claudio De Acha, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, Daniel Racero y Horacio Ungaro fueron arrancados de sus domicilios esa noche; en tanto que, al día siguiente, el 17 de septiembre, los represores apresaron a Emilce Moler y Patricia Miranda.

Cuatro días después fue detenido Pablo Díaz, quien formaba parte de la Juventud Guevarista, un grupo vinculado al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Fue conducido al centro clandestino de detención "Arana", donde se los torturó durante semanas, y luego se los trasladó al Pozo de Banfield.
Los secuestros fueron perpetrados por miembros de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, dirigida en aquel entonces por el general Ramón Camps y Miguel Etchecolatz, usando autos Ford Falcon sin distintivos para realizar el operativo y trasladar a los adolescentes a los centros clandestinos de detención.
Moler, Díaz y Miranda recuperaron la libertad tras permanecer varios años entre cautivos y detenidos, así como también lo hizo Gustavo Calotti quien había sido secuestrado una semana antes que sus compañeros, en tanto que los seis restantes permanecen desaparecidos.

El 9 de mayo de 1985, Pablo Díaz se tomó un micro para declarar acerca de su secuestro y el de otros estudiantes secundarios. Nadie lo fue a buscar ni nadie lo esperó. Su familia, en tanto, se enteró por la televisión que iba a testificar. “El 21 de septiembre a las cuatro de la mañana se detienen cuatro vehículos frente a mi casa. Yo estaba durmiendo, siento ruido, golpean la puerta, culatazos, pero no podían derribarla. Tocan timbre, mi hermano se asoma por la ventana de arriba, le apuntan, le dicen que abra. Le preguntan por Pablo Alejandro Díaz… Yo bajaba escalera en ese momento, me agarran a mí, me tiran contra el piso boca abajo, me atan atrás con una venda, me ponen los zapatos de mi padre, se llevan el bolso de mi hermana, una cámara fotográfica, joyas de mi madre. Entró uno a cara descubierta, de cuarenta a cuarenta y cinco años, canoso, a quien posteriormente, por fotos, lo puedo reconocer: el comisario Vides, declaró en el juicio a las Juntas.
En ese marco, relató que primero lo llevaron al centro clandestino de detención conocido como “Arana”, donde lo sometieron a torturas. Durante esos días, escuchó que lo iban a “pasar por la máquina” y aunque creyó que se trataba de otra cosa. “Yo creía que era la máquina que veíamos en las películas, esas que se movían cuando uno decía una mentira”, explicó. Pero no, lo que le pasaron por todo el cuerpo fue la picana. Me decían que abriera la mano cuando tuviese un nombre, pero el dolor era insoportable, abría la mano a cada instante, pedí que me mataran”, subrayó. Y recordó el rol que cumplió el capellán de la Bonaerense, el cura Christian Von Wernich. “Una noche nos juntaron a algunos chicos. Vino un hombre y me dijo: ‘Mirá, yo soy el sacerdote de acá, va a haber fusilamientos, ¿querés confesarte?, ¿querés decirme algo?’. Yo le decía: ‘¿dónde estoy?, por favor, no me maten’. Le pedía que avisara a casa, él me decía: ‘¿en qué andabas?’”.
Su testimonio, fue uno de los más significativos del Juicio. Quienes presenciaron esa audiencia aseguran que los jueces del tribunal salieron conmovidos.
ESTELA DE CARLOTTO
Laura Carlotto estaba embarazada de tres meses cuando fue secuestrada. Por ese entonces era estudiante de Historia en la UNLP y militaba en la Juventud Universitaria Peronista y en Montoneros. Primero fue llevada a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y luego al centro clandestino de detención La Cacha, en La Plata.

Su hijo, a quien ella iba a llamar Guido, nació en el Hospital Militar de Buenos Aires el 26 de junio de 1978. De acuerdo a la construcción, Laura dio a luz estando esposada. Solo estuvieron cinco horas juntos porque Laura fue trasladada nuevamente a La Cacha y la ubicaron en un espacio donde sólo se podía estar en cuatro patas, con las manos engrilladas y los pies atados a una pared.
Estela de Carlotto hizo gestiones para su liberación y hasta llegó entrevistarse con el general Reynaldo Bignone, quien le dijo que su hija no iba a permanecer con vida. En abril de 1978, comenzó a participar en las actividades de las Abuelas de Plaza de Mayo.
El 25 de agosto de ese año, fue convocada por los militares y le fue entregado el cadáver de su hija, a quien enterraron en La Plata dos días después. Fue uno de los pocos casos en que el cuerpo de un desaparecido fue devuelto a sus familiares. Según la versión oficial de la Policía Bonaerense, murió el 25 de agosto de 1978, a la 1.20 de la madrugada, en un enfrentamiento "con fuerzas conjuntas, dependientes del Área Militar 114, en la intersección de la Ruta Nacional N° 3 y Cristianía, Isidro Casanova". Tenía la mitad del rostro destrozado por itakazos y el vientre perforado por un disparo.
En su declaración en el Juicio a las Juntas, Estela dio detalles del segundo encuentro que tuvo con Bignone. “Repetí otro procedimiento que fue ver al General Bignone en el Comando en Jefe del Ejército. Era secretario de la Junta. Sobre su escritorio había un arma”, recordó delante del Tribunal. Y agregó: “Le expongo la situación del secuestro y desaparición de mi hija. Le pido por su vida, le digo que si mi hija había cometido algún delito que la pasaran al Poder Ejecutivo y que la juzgaran, que yo la iba a esperar todo ese tiempo. El carácter de este señor había cambiado mucho, estaba sumamente nervioso y alterado. Me dice: ‘Señora, usted me dice esto pero yo le digo que ve lo que está pasando. Uno les dice que se entreguen voluntariamente, que se les reduce la pena a la tercera parte, porque ese lugar de rehabilitación que hemos inaugurado existe pero no. Se van del país y nos siguen fustigando o se quedan. Usted me dice que la pasen al Poder Ejecutivo, hace unos días estuve en Uruguay y estuve en la cárcel donde están los tupamaros y le puedo asegurar que allí se fortalecen y hasta convencen a los guardiacárceles. Eso no queremos que pase aquí, señora. Acá hay que hacerlo”.
Estela siguió con su declaración y dijo: “Al decir hacerlo tácitamente, estaba diciendo ‘hay que matarlos’. Le pedí que si ya la habían matado, me devolvieran el cadáver de mi hija porque no quería enloquecer como otras madres buscando en los cementerios o en las tumbas NN. No digo que prometió ocuparse pero tomó nota de toda la situación. En abril del mismo año, una señora se acerca al negocio de mi esposo y con mucho temor le cuenta que hacía cinco días había sido liberada de un campo de concentración y que ahí estaba mi hija. Dijo que estaba bien y con un embarazo de seis meses y medio y que ella especialmente le había pedido que fuera a vernos para decirnos que su bebé iba a nacer en junio. También dijo que estuviéramos atentos en la Casa Cuna. Esa fue la última noticia que tuve de mi hija”, completó.

Su nieto, Ignacio Montoya Carlotto fue recuperado en 2014 por Abuelas de Plaza de Mayo. Había crecido en una familia humilde en un pueblo cercano a Olavarría y desarrollado una carrera como músico. Decidió conservar el nombre que le pusieron las personas con las que creció aunque cambiarse los apellidos para usar la de sus padres asesinados durante la dictadura.
Estela aparece en “Argentina, 1985” a través de una imagen documental, relatando cómo fue el secuestro, tortura y asesinato de su hija Laura en un programa de TV. En esa escena, el fiscal Julio Strassera está fumando un cigarrillo en el balcón de su departamento y ve cómo su familia escucha esas desgarradoras palabras.