Será difícil borrar la figura de Maradona en este mundo, al menos por un tiempo semejante al vacío que dejó su fallecimiento hace exactamente dos años, un 25 de noviembre del 2020. Diego tuvo la capacidad de ser tan terrenal como celestial, sembrando en el pueblo una semilla de esperanza para poder salir adelante en medio de tantos años oscuros que acaecieron en el país. También era ese pibe que, aún estando en la cima de todo, su sueño era poder volver a su casa para tomarse unos mates con la Tota y Don Diego. Era un tipo que nunca perdió su esencia, ni sobrepasando el techo que muchos se han desvivido por alcanzar. Y siendo de los pocos que supo (y pudo) controlar todo desde allá arriba, tomando la voz de los más necesitados para hacerle frente e incomodar a los pudientes del mundo.
Este berenjenal de cualidades que lo distinguieron a lo largo de sus sesenta años y por los que será recordado por toda una eternidad, lo llevaron a convertirse en un Dios omnipresente. En palabras de su amigo Cherquis Bialo, "un Dios sin ateos, (…) a quien amar sin evaluaciones ni ortodoxias" y para algún que otro desprevenido, Diego fue un Dios que jugó al fútbol. Su huella en esta tierra fue tal, que sus discípulos distribuidos por el mundo siempre buscaron la manera más certera de demostrar su amor por él.
Entre tantos países y rincones del mundo que ha pisado, en su paso por La Plata, tras haber firmado con Gimnasia, inspiró a cientos de artistas que le hicieron (y harán) saber al mundo que un Dios pisó la ciudad de las diagonales. Uno de ellos es Mauro Valenti, un muralista platense, tripero y maradoniano de 48 años que con un pincel y un pedazo de tela salió a la cancha a mostrarle al mundo a un Maradona distinto, sin bordes ni rasgos definidos, despojado de toda realidad y utilizando a la imaginación de la gente como potencial de cada una de sus pinturas.
"Yo soy lo que pinto", dice Mauro en diálogo con 0221.com.ar mientras está en su casa, rodeado de los cientos de cuadros y pinturas que ha acumulado a lo largo de su vida como artista. Él es un artista al que no le gusta estar encerrado ni hacer una obra de arte para que llegue a un museo. Quiere pintar para la gente. Por eso no tuvo mejor idea que salir a la calle y expresar su amor por Maradona en las paredes de la ciudad en una etapa luminosa de su vida, como fue la llegada del diez al club de sus amores; aquel que su papá —fallecido hace casi 8 años— le inculcó desde que era muy chiquito.

Su forma de trabajar es muy particular. Mauro quiere ver bien lejos aquellas imágenes nítidas y repletas de información, y lo mismo con los videos en full HD, dignos de la época. Para él, la mejor manera de representar a la gente es pintándola de manera abstracta, pero nunca perdiendo de vista ni quitándole la esencia a lo que busca reflejar. Esa inspiración no surgió de un día para otro: todo nació una tarde calurosa en plenos años 80 cuando su abuelo —un inmigrante italiano que llegó a La Plata en busca de paz, pan y trabajo en 1948— le dijo, cuando volvió de trabajar en el ferrocarril, una frase que quedó resonando en su cabeza: "Me llamaba la atención la transformación y deformación de mis compañeros en búsqueda de una nueva posibilidad". "A mí me quedó eso y me dejó pensando", dice el artista mientras busca en el baúl de los recuerdos aquellos entrañables momentos que pasó junto a su abuelo, también hincha de Gimnasia.
"Trabajar de esta manera es algo que se fue construyendo. También me resultaba interesante el tema de no meter toda la información adentro de mi pintura, porque para eso está la foto y a mí me aburre eso", sintetiza al momento de responder acerca del origen de aquella manía por pintar rostros, personas y espacios desconfigurados.

Como ocurre con casi todo en la vida, es difícil emprender algo si no lleva consigo una carga sentimental y que vaya de la mano con la línea histórica de la vida de cada persona. "Son cosas que las siento. No ilustro la historia de otro, sino que te cuento lo que me pasa a mí con determinadas cosas", dice. Así comenzó la vida de artista para Mauro, que comenzó exponiendo muestras de payasos como forma de quitarse el miedo que les tenía desde pequeño. Lo mismo con su muestra de "Inmigrantes Migrados" donde, inspirado en la vida y relatos de su abuelo, decidió embarcarse en los pies de aquellos inmigrantes que buscaron una salida en dirección a nuestro país.
De esta manera, la línea de tiempo lo depositaría en el año 2019 y no tendría más opción que tomar su pincel para pintar una de las cosas que siempre dio vueltas en su cabeza: Maradona. El astro llegaría a Gimnasia en ese mismo año, convirtiendo a Mauro en ese chiquito que veía como Diego ajusticiaba a los ingleses con una imagen simbólica que quedará para siempre en la retina de todo el mundo: La Mano de Dios. El fiel recuerdo de la niñez, combinado con la pasión por Gimnasia y con el reciente fallecimiento de su padre todavía retumbando en su corazón, lo llevó a pintar una infinidad de obras de Diego, para nunca volver a parar.

"Era una cosa soñada", dice. "Era como ir a Disney con ocho años, eso era Diego. Cuando empezó a sonar la noticia yo dije '¿viene? ¿cómo que viene? Gimnasia va a ser el Napoli de acá', pensé". Pero pintar a Maradona no era tan simple como podría parecerlo desde afuera, de hecho significó un reto de superación consigo mismo: "Con Diego era un desafío, porque era una persona mundialmente conocida y la idea era poder retratarlo con el sentido y con la emoción que él transmitía. Lo que es la parte fotográfica no dice nada para mí. Entonces ahí cada uno arma su Diego, su historia", explica acerca de la manera en que para él, es la mejor forma de representar a Diego en vida.

Esa oleada de pinturas en medio de una revolución maradoniana que había invadido la Ciudad de La Plata llevó a que diferentes personas llamen al teléfono de Mauro para convocarlo a pintar sobre Maradona, aunque una sola propuesta conmovió al pibe platense. "Cuando pasó esto de Diego, uno de los pibes que está en el grupo de 'Artistas Triperos' me convocó para pintar en el Bosque y ahí pinté el Diego grande que se está señalando al Maradona joven en la parte de la zona mixta. Pero yo quería pintar para la gente, no para los jugadores o periodistas, entonces me fui para la Néstor Basile y ahí pinté el mural de cuando le entregaron la plaqueta en el 84, fue algo que me movilizó mucho", dice. Fiel a su forma de trabajar, Mauro no se conformó con esa sola pintura y pidió permiso para seguir pintando a Diego en el Bosque, dejando su marca en su segunda casa.

Un día, llegó aquel momento que nadie quería que llegue: Diego falleció de un paro cardíaco en su casa del barrio San Andrés, cercano a Nordelta, en el norte del conurbano bonaerense, enlutando y paralizando al mundo entero. Meses después, desde el Club lo convocarían a Mauro para pintar un precedente histórico. La idea era hacer una pintura del día en que Maradona pisó por primera vez la cancha de Gimnasia y fue ese día en que sintió una conexión especial con su padre. "El que está abajo de la techada fue el día que más presión tuve y el que más laburé, porque estaba muy expuesto y era muy fresco lo de la muerte. Yo había propuesto el proyecto de homenaje a Diego y el primero que pinte fue ese. Fue terrible porque cuando lo terminé me fui para atrás. Ya en la cancha me senté para mirarlo y juro que sentí la palmada de mi viejo en el hombro y su voz diciéndome 'bien cabeza'. Y me quedé media hora ahí mirándolo", relata mientras sus ojos comienzan a empañarse.
Aquel día logró reencontrarse con su padre en el club de sus amores, cumpliendo uno de sus sueños y recordando a Maradona. Mauro no cree en las casualidades y como todo en su vida, tiene un por qué. Fue desde entonces que las paredes del Bosque tuvieron una razón aún más especial para seguir pintando a Diego en ellas.

Mientras tanto, todavía la vida sigue cruzándolo a Mauro con la figura del astro, y como dice él: "El gordo no murió nunca, sigue entre nosotros". Es así, el diez todavía perdura en aquellas telas donde representó una y mil veces los dos goles a Inglaterra en México 86; también en aquella pintura en la que representó a Doña Tota junto a un pequeño Maradona y que cuando fue a regalárselo en uno de los partidos en el Bosque, el mismísimo Diego le dijo " pibe, vos entendiste todo", para luego invitarlo a un asado en Estancia, que una pandemia interrumpió.
Esto y mucho más fue Diego para Mauro y fue gracias a este sentimiento que, a dos años de su fallecimiento, en La Plata, tierra bendecida por Dios, también quedarán marcados en las paredes, en los techos y en los estadios los precedentes de cuando Diego fue feliz pisando la ciudad de las diagonales y con los colores de Gimnasia y Esgrima La Plata.