lunes 17 de noviembre de 2025

El aislamiento y la lectura: aumenta la circulación de literatura en las redes

El filo de una ventana cambió la literatura argentina. Así de grosero puede ser el veredicto acerca de un cuento inspirado en noches de pesadillas y convalecencia. Un cuento que cambió la forma de contar. 

En un reportaje que brindó antes de morir, Juan José Saer, expresó su tozudez por evitar el contagio que provocó en los escritores ese relato, “El Sur”. Y dijo, que cuando escribía quería “sacarse de encima a ese viejo”. Se refería a Jorge Luis Borges, autor de ese y otros relatos que signaron el porvenir literario.

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Es difícil hallar escritores de lengua española que no estén bajo el influjo de la prosa borgeana. Es difícil también encontrarlos en el mundo. La herencia del autor de “El Aleph” está presente de manera directa o indirecta. De esta forma, los rigores de su estilo pueden aparecer subliminal o expresamente aún en un texto de origen oriental. ¿Murakami?

A sus 39 años, Borges golpeó su cabeza contra un batiente mientras ascendía los escalones rumbo a su habitación. El golpe, la herida, le produjo una septicemia que lo tumbó 8 días en el lecho de un hospital. Pensó que ya no podría escribir poesía y apostó por con un cuento. Si bien ya había usado ese género, ahora, con él iba a probar la vigencia o no de su creatividad y su pluma. Entonces, emprendió “Pierre Menard, autor del Quijote”. 

Lo cierto es que Juan Dhalmann, el protagonista de “El Sur” -en quienes muchos críticos bien ven una difusa biografía de un Borges apócrifo- repite en la ficción el accidente y recompuesto luego viaja al sur.

El golpe inaugura el género narrativo que Ricardo Piglia llamaba “literatura conceptual” y otros calificaron de “literatura fantástica o literatura especulativa”, donde la realidad y la ficción de mezclan hasta desaparecer por mutua tensión. 

Hoy, ambos cuentos, “Pierre Menard” y “El Sur” pueden leerse perfectamente a través de plataformas digitales gratuitas, así como otras obras maravillosas. 

Es que la oferta de literatura durante el aislamiento aumentó de manera exponencial. Cerradas las librerías y con un tiempo libre en la sociedad que las limitaciones del cine y la televisión empiezan a mostrar, los textos sugeridos por las redes sociales y las plataformas gratuitas de acceso recobran su esencia: el entretenimiento.

A la altura de  las solicitudes de recomendación de películas y videos, los usuarios de las redes ahora también sugieren cuentos y poesías, a la vez que facilitan a sus amigos el link de ingreso. Tan sencillo como eso.

El novedoso hábito recrea la literatura y es, en paralelo, una buena noticia. Contribuye a la divulgación de la lectura y también construye lectores. 

La pregunta acerca de para qué sirve leer no tiene respuesta contemporánea. Sin embargo, cuando la lectura suplantó la observación de los astros y la introspección, la hegemonía lingüística -y por lo tanto el superficial poder que otorgaba la retórica- fortaleció la voz de los menos escuchados, los dotó de argumentos, democratizó la opinión.

La cuarentena trae consigo valores insospechados. Basta un teléfono celular y allí estarán Borges, Marechal, Quiroga, Piglia, Arlt, Sarlo y tantos otros literatos y críticos argentinos. El aislamiento, en grave paradoja, le dio aire a los libros. Es que acaso no exista otra forma de leer sin obligación y por el solo placer de hacerlo.

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