miércoles 09 de julio de 2025

El coronavirus nos puede dispersar la ciudad

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*Por Claudio Frangul

A lo largo de la historia, las grandes pandemias han sido impulsoras de profundas transformaciones. El impacto de distintas enfermedades en la arquitectura y el urbanismo se ha manifestado, como repasan los historiadores de la arquitectura, en múltiples aspectos. Por ejemplo la tuberculosis estuvo muy presente en las propuestas urbanas y arquitectónicas en los principios del XX, como el caso de Le Corbusier que, como podemos ver en esa joya que tenemos en 53 y 1, buscaba crear espacios soleados y ventilados.

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El coronavirus es una emergencia sanitaria que podría provocar un cambio de modelo residencial: de la vivienda colectiva en los centros urbanos a la vivienda unifamiliar en la periferia. Esta tendencia es marcada por las inmobiliarias a partir de los datos de consultas por alquiler o venta de viviendas, mucha gente prefiere ahora viviendas menos céntricas, pero con más comodidades. Los que tenían una segunda residencia aprovecharon el aislamiento obligatorio para desplazarse hasta allí.

Esa casita “de fin de semana”, un lugar que se asociaba con el ocio, se convirtió de la noche a la mañana en un refugio. Gran parte de esos vecinos ven que, teletrabajo mediante, la casita “de fin de semana”, lo tiene todo para convertirse en hogar.

La dimensión de esta tendencia dependerá de la duración de la pandemia, por un lado, y por otro, de las nuevas dinámicas de teletrabajo, que apuntan a consolidarse, en cierta medida, de manera permanente. ¿Qué hacemos si sucede que se consolida esta tendencia?

Tendríamos un golpe al modelo de ciudad sostenible, basado en la densidad y la mezcla de usos. El modelo de ciudad dispersa, típico en ciudades de Estados Unidos, no permite el mismo acceso a servicios que la ciudad densa. No es posible mantener una oferta variada y próxima de equipamientos médicos o educativos. Más aun en nuestra región donde décadas de falta de inversión en infraestructura básica ha generado la falta de tendido de red de agua corriente y cloacas en vastas zonas.

Parece mentira que estemos refiriéndonos a cosas tan elementales como tener agua corriente y tener cloacas, pero todos recordamos el slogan de campaña de la coalición gobernante: “el asfalto no se come”. Por suerte para los platenses las gestiones de María Eugenia Vidal y Julio Garro atendieron la urgencia de avanzar con las obras hidráulicas necesarias para evitar inundaciones. Una inversión millonaria que hace pocos días fue desconocida por el presidente Fernández.

Desde la política tenemos que plantear estos problemas. Nunca hay que correr desde atrás en términos urbanísticos. Ya aprendimos la dura experiencia de abril de 2013. Desde las primeras inundaciones importantes al comenzar el nuevo siglo los especialistas advertían que los efectos del cambio climático sumados a nuestras deficiencias en infraestructura pluvial iban a terminar en un desastre. Así sucedió. El modelo de ciudad dispersa ya se nos asoma. Los nuevos barrios que están poblando la franja oeste de Hernández, de Villa Elisa, o al este de Gorina hacia el arroyo Rodríguez, ya nos están anticipando el caso. Hace poco menos de tres o cuatro años me preguntaban cómo actualizar el fantástico legado de Benoit y Dardo Rocha, un trazado de ciudad reconocido internacionalmente.

Es momento para que las obras de puesta en valor del entorno urbano tengan como parámetro a los humanos reales que viven en ella: hacer una “ciudad amigable”, donde el entorno urbano atienda a la diversidad, que sea un espacio en donde puedan transitar cómodamente las personas mayores, las personas con discapacidad, las personas con obesidad, los niños. Una “ciudad amigable” es en sí una cultura de respeto e inclusión de las personas.

Ahora tenemos el desafío de extender esa puesta en valor del entorno urbano a un racimo de urbanizaciones. Una “ciudad amigable” promueve el transporte público y todo medio alternativo de transporte al automóvil utilizado en manera particular. Hace décadas que la medida de crecimiento de la ciudad para los que toman decisiones es el automóvil, y no las personas.

Nuestra ciudad no tiene espacio en su trazado, sobre todo en el microcentro, para más vehículos utilizados por un solo conductor. Esto es inviable urbanística y ambientalmente. No hay efectos positivos en una pandemia, pero rescato el aumento de la movilidad activa, es decir, de la movilidad peatonal y ciclista.

El Municipio informa un incremento sostenido del uso del sistema de bicicleta pública, y la ejecución de bicisendas en nuestra ciudad durante nuestra gestión permitió que esta tendencia tenga por donde circular con seguridad. Aunque, lamentablemente, las restricciones al uso del transporte público han generado un incremento en materia de tránsito de vehículos particulares.

Necesitamos encontrar la manera de compatibilizar las medidas de distanciamiento con el acceso al transporte público. La salida de la cuarentena interminable y su larga lista de errores y carencias nos va a dejar en un cataclismo económico y social. A esos múltiples desafíos tenemos que enfrentarlos con la mayor unidad y consenso posible. Un 19 de Noviembre, pero hace ya 48 años, con un abrazo, Balbín y Perón terminaban con décadas de antinomias.

Necesitamos urgentemente un gesto similar.

 

*Es concejal por Cambiemos y presidente de la Unión Cívica Radical de La Plata.

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