“Es como un laberinto, con muchas personas involucradas. En dos años pasó mucho, mucho de lo que yo quisiera que no hubiese pasado”. Cristina Román habla rápido, nerviosa, intenta recopilar toda la información que consiguió en este tiempo. Tiene 54 años y hace dos y medio -en medio de un velorio- que empezó a recuperar su identidad. Es que a quien siempre llamó como “tía” en realidad era su madre biológica. Pero hay un cabo suelto: aún no sabe quién es su padre. “Me pongo a pensar y supera a las novelas”, le dice a 0221.com.ar.
El secreto comenzó a develarse poco antes de la muerte de su abuela biológica. “Con mi mamá biológica siempre tuve buena relación porque era prima de mi mamá de crianza. Sus madres eran hermanas”, explica. Cuando la madre de O. B. F. -como Cristina quiere que se identifique por ahora a su mamá biológica- estaba muy grave, avisó que les quería decir algo. “No entendía qué podía ser, pero su hija sí sabía lo que iba a decir. Le agarré la mano y le dije: ‘¿Vos querés que estemos juntas?’, y ella asintió con la cabeza. Pensé que era eso y listo”, recuerda.
La anciana falleció y ella contó esa situación en el velatorio. En medio del relato una de sus tías empezó a llorar de manera desconsolada y el desconcierto fue en aumento. “Me entró la duda y le pregunté por qué lloraba. No me quería decir y empecé a destrabar un poco. Fue largo y engorroso, pero me enteré que era adoptada y que era hija de O.”, sigue con su racconto. Los hijos de Cristina hablaron con O., quien les cuenta que se había enterado de la verdad dos meses antes discutiendo con su madre. Luego de idas y vueltas se hicieron un análisis de ADN y dio positivo.
“Ahí tratamos de reconstruir un vínculo, más allá de que ya lo teníamos. Pensé que era una buena oportunidad para tener algo lindo con alguien. Siempre fuimos muy cercanas. Intentamos pero no pudimos”, reconoce. El punto de inflexión fue cuando O. buscó a un hombre, se lo presentó a Cristina como su verdadero padre y hasta entabló cierta relación con su familia. Pero el test de compatibilidad genética dio negativo.
Desde ese momento todo cambió: “Mi relación con ella empezó a decaer porque yo le exigía que me dijera quién era mi padre y ella comenzó a decir que no se acordaba. Y así optó por alejarse, por no ayudarme en esto. Hubiese sido más fácil que ella me diga ‘no me acuerdo, pero te voy a ayudar’”.

A partir de ahí, Cristina -docente en una escuela de educación especial y de taller- inició la reconstrucción de su historia. Con la nula colaboración de su madre, recopiló la información que pudo con los tíos que le quedaban vivos y recordó la vez que de adolescente le llegó el rumor de que era adoptada. Pensó que era un chusmerío de barrio y lo dejó pasar, pero ahora piensa que en su subconsciente a lo mejor no quiso darse cuenta. “Mi mamá de crianza justo había fallecido, era muy joven, y mi papá estaba haciendo un esfuerzo terrible por llevar la casa. Entonces pensé que no podía ir con esas cosas. Como que lo dejé oculto. Ahora empiezo a pensar situaciones y me cierran”, rememora.
Lo que hasta el momento pudo reconstruir es increíble. Según los relatos de sus familiares, su abuela fue la que pergeñó todo cuando se enteró que O. estaba embarazada. Era otro contexto, O. tenía entre 17 y 18 años y estaba “mal visto” que fuera a tener un bebé sin estar en pareja. Así que decidió enviarla a una clínica de Villa Elisa, donde quedó internada durante su gestación. Para el resto, O. estaba de viaje, pero el tiempo pasaba y su entorno empezó a dudar.
“Lo último que me enteré fue por una tía mía hace unos días. Cuando empezaron las sospechas, mi abuela decidió que le hagan la cesárea a O. Tenía muy bajo peso, según mi tía no tenía bien desarrolladas las orejitas, que, así como me sacaron, me envolvieron en una toalla o sábana, me pusieron en una caja o canasta y me entregaron a mis padres adoptivos”, dice y hace un alto: “Es muy chocante enterarte de eso”.
Su tía le dijo: “Vos estás viva gracias al cuidado de esos padres que tuviste”. Cristina supo que Beto y Gloria -su familia de crianza- armaron una especie de neonatología en su casa, asesorados por un médico. Le daban leche con un gotero porque no tenía reflejo de succión y sus allegados más íntimos solo la veía por atrás de una ventana. Todo era secreto. “Con el empeño y garra de mis papás, así salí a flote después de no se cuánto tiempo de estar encerrada”, sigue.

Y agrega: “Cuando mi abuela de crianza se entera que la hija de su hermana estaba embarazada, le dice que ese bebé se tenía que quedar en la familia, que no lo podían dar en un orfanato como ella quería. Iba a quedar con una tía, pero ya tenía dos hijos y no podía. Mi abuela de crianza también pensó en quedarse conmigo, pero ya era una persona grande. Entonces fui con mis papás adoptivos, que querían tener hijos y hasta ese momento no habían podido. Al año y pico mi mamá quedó embarazada. Pero mi destino era un orfanato, la realidad es esa”. Primero vivieron por 22 y 68 y luego se mudaron a Altos de San Lorenzo, donde Cristina sigue residiendo.
Su investigación continuó y las opciones sobre quién podía ser su padre eran tres. Uno era el hombre que le presentó O. y que el ADN dio negativo. Unas de sus tías le dijo que pensaba que era hija de un médico, pero su madre le aseguró que había sido una relación posterior a su nacimiento y lo descartó. La tercera alternativa es la que aún no pudo chequear.
“Cuando me peleo con O. empiezo a recibir llamados anónimos: me decían que yo era hija de una familia reconocida en La Plata. Mi abuela trabajaba en la casa de esa familia, era empleada con cama adentro y vivía con O. en esa casa. Cuando le comentamos a O. de los llamados, nos dijo que creamos lo que queramos, que ella no tiene nada para decir, que no fue nadie de esa familia. Ella todavía tiene relación con esa familia y lo más sano era que ella fuera y me facilite el contacto para sacarme la duda, para hacerme el ADN y ver si me tira un lazo familiar, para cerrar mi historia”, expresa.
Cristina asegura que puede llegar a entender que su madre no se acuerde, pero siente como un segundo abandono que no quiera colaborar en su búsqueda: “O. tiene 73 años, es una persona culta, profesora de la facultad. Es una persona totalmente activa y parada en el contexto de hoy. Es un dolor muy grande para mí y encima se enoja conmigo porque le reclamo. Ella decidió alejarse y hace como un año que no tenemos trato”.
El hijo menor de Cristina fue quien decidió destapar el secreto: “´Te voy a hacer leer algo’, me dijo. Lo leí y lloré a mares. Me dijo que lo iba a publicar. Le respondí que hiciera lo que quisiera porque era su derecho y lo único que le pedí fue que le avisara a O. que iba a subir eso a las redes sociales y que le diga a su hermano. El hermano le dijo que lo acompañaba. Después habló personalmente con O., ella le dijo que iba a hablar con esa familia para decirles que necesito saber si son mi familia. Se lo prometió pero después me mandó un mensaje diciéndome que no”. El chico estaba decidido e hizo el posteo en Facebook con la historia de su mamá, que fue compartido por cientos de personas.

Mientras, sigue su búsqueda. Cristina asegura que no quiere judicializar el caso y espera que “la gente se solidarice” con su historia. “Si ella (por O.) accede a esta familia, puedo sacarme la duda. La persona que me dijeron que es mi padre está muerta, pero podría hacerme un análisis con un familiar. Si me da negativo, se me cae todo. Pero O. no se acuerda y yo no puedo contra eso porque no puedo hacerle volver la memoria”, dice.
En el mismo tono, deja bien en claro: “Con mis padres adoptivos lo único que tengo es agradecimiento porque me salvaron la vida. Tuve una familia hermosa que me contuvo y dio todo lo que tuvo a su alcance. Una vez, hablando con O., me dice: ‘Ellos sabían y nunca te dijeron la verdad’. Y no se hace cargo de lo que le corresponde. Si algo tengo claro en esta historia es que yo no tengo nada que ver. Yo no pedí nacer, no pedí nada y reclamo lo justo, que es saber mi identidad”.
Para Cristina son sentimientos muy encontrados. Entre la desilusión con su madre biológica y la comprensión. “Si te ponés a pensar, vivían ahí adentro con esa familia, era distinta la época, los patrones… Por ahí no se acuerda porque fue una situación traumática para ella. Decirlo le puede hacer bien para destrabar lo que siente, porque por algo no se acuerda”, sostiene. De todas maneras, considera que todo sería “más fácil” con su colaboración.
Se aferra a esa posibilidad de poder comunicarse con esa familia y poder saldar su duda. Así, concluye: “Esperanza tengo porque me queda esa alternativa. Si da negativo, no tengo para dónde salir, salvo que O. se acuerde y me ayude. No voy a decir que ella lo está haciendo a propósito, necesito creer que no se acuerda. Ella podría haber actuado de otra manera y ayudado, ese es mi dolor. Mi apellido no lo voy a cambiar, quiero saber mi historia nada más para poder cerrar con mis hijos, que también tienen derecho a esa información”.