En la esquina de 35 y 133 -en las afueras de La Plata y en pleno barrio de San Carlos- desde hace 16 años hay un santuario frente a un predio muy bien cuidado que con el paso del tiempo fue convirtiéndose en el punto de encuentro de miles de devotos del Gauchito Gil, el santo popular argentino que no está reconocido por la Iglesia Católica. Cada 8 de enero llegan hasta este rincón hombres y mujeres de distintas partes del Conurbano y el interior para agradecer los milagros. Mucho vino, casi 50 kilos de carne a la parrilla, chamamé y miles de historias de película que se congregan desde temprano y hasta tarde, también bajo la mirada del otro agasajado: el misterioso San La Muerte.
La calle 35 separa al santuario del salón. En la entrada a este quincho hay un gaucho muy grande de papel que fue construido por un matrimonio, ambos creyentes. Abajo de la imponente estatua y en un pequeño cofre están las cenizas de una chamamecera que les había pedido a sus hijos exactamente esto, descansar eternamente en este lugar: "Cuando yo me muera, me llevan al campito de Mary".
Mary es María Inés Franco, una entrerriana que desborda de placer cuando ve que se va acercando la gente. Ella es la encargada de todo este ritual. Vive enfrente y se pone al hombro desde enero de 2005 la organización de este peculiar evento. 0221.com.ar llega bien temprano al campito en una mañana de miércoles a pleno sol que ya da indicios de la llegada de unos infernales 32 grados, pronosticados por un errante Servicio Meteorológico Nacional que no acierta con la lluvia pero al parecer sí con el calor agobiante. Un señor abre las puertas del salón y ella las de la cocina. Tiene tanto para contar que no sabe por dónde arrancar. Todo, mientras corta con dos inmensas cuchillas los cuatro costillares que tan solo un par de horas después comenzarán a cocinarse en la parrilla.
"¿Saben cómo se llama este pedazo? Entero, porque tiene las costillas, la entraña, la tapa y el vacío. El kilo lo pagué 260 pesos, lo consigo en el frigorífico. Vos lo comprás y lo separás", explica mientras otra mujer la ayuda. Son en total 47 kilos de carne que luego se venderán en porciones de 300 pesos con ensalada de arroz, apio y choclo, además de papas fritas y empanadas. "Son cuatro costillares y no me va a alcanzar, pero la gente entiende", agrega.
Mary descansó poco porque la noche anterior recibió a un grupo de personas que fueron a rezar el Santo Rosario, en la previa de una nueva conmemoración del aniversario de la muerte de Antonio Plutarco Cruz Mamerto Gil Núñez -así era su nombre-, una figura religiosa no reconocida por la Iglesia Católica pero sí por el pueblo. Es difícil describir lo que genera el Gauchito Gil en la gente porque no hay una explicación racional. Además hay muchas leyendas a su alrededor. Todo aquel que no crea en estas cosas las mira de reojo. En cambio, Omar -un señor que se vino desde Chascomús- se emociona cuando hace mención al santo, a quien viene a agradecerle minutos después de ir a buscar sus estudios al Hospital San Juan de Dios. Le deja un llavero como ofrenda y se va.

Mary también lagrimea cuando recuerda a su hijo fallecido hace ocho años. "A él le robaron en 15 y 42 un Dodge 1500 que lo tenía muy lindo. A partir de ahí cayó en un estado depresivo. Una compañera de trabajo me decía que le pida al Gauchito Gil para que me ayude, porque yo no podía verlo más así a mi hijo. Así que ella me acercó una estampita, yo me encomendé a él y no solo que mi hijo salió de esa depresión, sino que mi hermano un día vino y me dijo que iba a sacar un préstamo para ayudarlo y que se vuelva a comprar un auto y trabaje como remisero", cuenta bajo el rayo del sol. "Muchos años fue remisero hasta que tuvo un acv, lo internamos en el Hospital Rossi pero se debilitó mucho, cuando lo sacamos de la terapia lo agarró un virus hospitalario y no se salvó. Fue lo más para mí porque por el Gauchito mi hijo se levantó, mi hermano le dio la plata sin que se la pida; y a partir de ahí yo soy del Gaucho", concluye.
"Es un Gauchito muy milagroso, a ustedes les parecerá mentira pero tienen que hacer la prueba un día y pedirle algo, van a ver", continúa explicando y aclara: "Pero eso sí, ustedes tienen que ser humildes como él, por eso hay que llevarle un vino tinto -él tomaba vino-, una cinta roja, un puchito -él fumaba-. Solo eso hay que dejarle; oro y todo lo demás no. El oro es para San La Muerte, que era su protector". Por detrás, yendo y viniendo está Estrella, una perrita negra que hace años había sido abandonada en ese mismo lugar. Espera con paciencia su bocado. "Estrella era la novia del Gauchito", revela la señora.

Del otro lado de la calle está la magia. Todo arrancó un 8 de diciembre de 2004, cuando Mary construyó una pequeña capilla de color rojo en el medio del pasto y sin nada alrededor. A partir de allí se multiplicaron. La gente fue haciendo su parte y la esquina se transformó en un gran santuario que seguramente se ve desde el cielo, porque el rojo del cemento y las banderas flameando brillan con la luz del sol. Hay muñecos, gigantografías, estampitas, fotos, dibujos, flores, velas, cintas y más. "Acá todos tienen su lugar y todo lo trae la gente", cuenta Mary, que cada vez que puede reniega porque nadie la ayuda con la limpieza.
Pasan las horas y 131 se va llenando de gente muy humilde que se acerca en autos y micros desde distintas partes de la región y desde lo más profundo del Conurbano. En la ceremonia no falta el vino tinto, la cerveza, la carne y la música: todos cantan y bailan con su vaso o botella cortada a la mitad en la mano. Hay familias enteras, adolescentes, abuelos y niños. La mayoría vestidos como gauchos. Todos se ríen a los gritos y con el chamamé a todo volumen. Las mesas están rebalsadas. Todos van y vienen, transpirados. En la parrilla no descansan y el santuario no para de recibir gente. Atrás, los precarios baños no dan abasto y mientras más pasan las horas más se ensucian.

Por el salón también se la ve desbordada a Nancy, la hija de Mary, otra devota que en la previa al baile intenta sacar las dudas acerca del mito popular de San La Muerte. "A San La Muerte le tienen miedo pero él era un monje jesuita, era el protector del Gauchito Gil. Él era el único que curaba a los leprosos y a muchos no les gustaba, por eso lo mandaron a detener. Lo dejaron cuarenta días encerrado sin agua y sin comida, y cuando lo fueron a buscar lo encontraron igual a la figura que conocemos de él: esquelético y cubierto con un traje negro, que en realidad era el traje que usaban los monjes", remarca. "Y la guadaña se la puso la gente. En realidad era un bastón que él llevaba para ayudarse a caminar".
"Los ladrones lo utilizan como santo pero no saben la historia. Él curaba a los enfermos, por eso lo veneran mucho, por la salud. Vos le tenés que pedir algo y a cambio, por ejemplo, traerle tres días seguidos una vela. Ahora bien, traele la vela eh, porque si no... es justiciero", insiste.
Hay vecinos de la zona que se oponen a esta celebración y terminan llamando a la Policía y a Control Urbano. Se quejan de la música fuerte y de la visita de mucha gente a la que asocian con la delincuencia. Incluso Mary no esquiva el tema y comenta sin vueltas que "acá hay muchos chicos que se drogan y vienen a pedirle al Gaucho para que los ayude a robar. Y el Gaucho no robó para comprar droga, él robó para darle de comer a los pobres. Yo siempre se los digo, pero se ríen". Acá es donde entra en juego San La Muerte, el otro santo pagano que en nuestro país es venerado en agosto y que en este predio está escondido: "A San La Muerte lo tengo adentro porque hay gente que le tiene miedo".

El sol baja y ahora suenan unas cumbias. El baile es cada vez más frenético y todo es fiesta. Muchos se entusiasman con la presencia de la cámara de fotos y piden con alegría ser retratados. Todos quieren contar sus vivencias. Todos agradecen y le devuelven con mucha fe al Gauchito Gil lo que él hace por ellos.
Afuera, el santuario rojo como la sangre contiene a las decenas de velas derretidas por el sol que forman manchas desprolijas sobre las capillas en donde desbordan miles de historias de vida y también de muerte. Promesas, juramentos y súplicas que se convierten en milagros y agigantan la figura de este popular personaje endiosado por miles, que como en otras partes del país acá en La Plata también cuenta con un pequeño lugar en donde se resguarda su historia. Mary vive para eso y lo comparte de manera genuina: "Me gustaría que le pidan algo y algún día vengan a la tarde y me digan que les pasó tal y tal cosa. Yo les voy a creer".