lunes 20 de enero de 2025

¿A Gisella Solís Calle "se la tragó la tierra"?

Después de dos semanas de intensa búsqueda, Gisella Solís Calle fue hallada muerta y semienterrada en el Camino Negro: asesinada, se presume que por envenenamiento, atada con cables y envuelta en sus propias sábanas. Los medios, que desde el día uno cubrieron los infructuosos rastrillajes policiales, hablaron de "poligamia", de una mujer a la que "se la tragó la tierra" (sic) y hasta inventaron el hallazgo de un cuerpo días antes. La confirmación de que un mundo más igualitario será imposible sin medios y periodistas con perspectiva de género.

El cuerpo sin vida de Gisella enterrado a 40 centímetros de la superficie. La mujer que todos buscaban hacía catorce días, asesinada. Envuelta en sus propias sábanas, los pies atados con cables y la confirmación del peor presagio: fue un femicidio. Mientras su familia caminaba hacia el Camino Negro para reconocer el cuerpo y la prensa, como es costumbre, se atropellaba para conseguir la declaración más "jugosa", un periodista hacía el racconto del caso desde el piso de un reconocido canal de noticias.

"Hace dos semanas había discutido con su pareja Abel Casimiro Campos por la doble vida que él tenía y después se la había tragado la tierra", lanzó sin siquiera pensar en el mal gusto de la analogía. Un breve zapping arrojaba otras frases: "Horror en Camino Negro", "El peor final para la odontóloga desaparecida", "hallaron muerta a Gisella", "apareció el cuerpo sin vida de Gisella Solís" y otros tantos sinónimos de un cadáver que, pareciera, emergió casi por arte de magia a la vera de la ruta provincial 19.

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En la televisión, radio y portales tardó en resonar la palabra femicidio. También la expresión "asesinato". Es que aún con la sospecha implícita, casi en la punta de la lengua de periodistas, lectores, televidentes y oyentes, la prensa conserva un código tácito que describe a la violencia de género como algo extremo, "enfermo" y repudiable, pero prácticamente indecible en su punto más álgido -el femicidio- incluso con el cuerpo muerto de la mujer a la vista

Esta invisibilización, vestida de frases que ocultan o directamente corren de escena que hubo un agresor, que ese agresor era un hombre y que ejerció una violencia brutal y mortal contra una mujer, se ayuda de otras expresiones, quizás involuntarias, pero que ayudan a forjar la idea de que lo ocurrido fue un extremo, una anormalidad.

"Quienes lo conocían en Lobería dicen que era un buen vecino", dijo otro conductor de un noticiero apenas minutos después de que se hallase el cuerpo de Gisella. Hubo quienes lo imitaron y recordaron que Campos era excombatiente de Malvinas, que no tenía denuncias previas por violencia de género -de hecho no tenía antecedentes- y, el preferido de muchos, que "era un hombre de familia", como si el mismo Ricardo Barreda no hubiese sido un hombre de familia también (es decir, como si ser "un hombre de familia" fuera excluyente de ser femicida).

Las producciones periodísticas posteriores al crimen dejaron mucho que desear y hubo quienes se abrazaron al morbo de contar, sin ninguna aclaración de lo perverso de la situación, que el asesino había estado haciendo chistes policiales con sus amigos luego de matar y enterrar a Gisella. Es que ese dato, como tantos otros más, forma parte del contexto criminal, pero como medio de comunicación es una obligación social y ética contarlo en el marco del respeto por la familia de la víctima y eso significa ubicar el hecho en el contexto de gravedad que merece.

Lo mismo con el tratamiento que recibió la no tan particular situación sentimental de Campos, que tenía mujer e hijos en Lobería y salía con Gisella desde hacía 6 años aproximadamente. Periodistas y presuntos expertos utilizaron la expresión "doble vida" siendo que Gisella estaba al tanto de la situación y eso representaba un conflicto en la pareja, conflicto que, se estima, pudo haberse desencadenado el mismo martes por la noche cuando ella le dio un ultimátum y él, evidentemente, tomó la decisión de asesinarla antes que hacerse cargo de la situación.

En primer lugar, el fenómeno de la "doble vida" o el hecho de tener más de una pareja no es algo atípico ni extremo y ni si quiera es una práctica exclusiva de los hombres, como cualquier persona que tenga amigos y conocidos puede comprobar. Sin embargo este hecho, y el hecho de que la víctima supiera la situación, de pronto la convirtió en un blanco de insólitas preguntas que, lógicamente, nunca pudo ni podrá contestar: ¿qué hacía con un hombre "casado" (en realidad, con otra pareja e hijos)? ¿por qué no decidió abandonarlo antes? ¿cómo no previó que la relación iba a llegar a ese punto?, etcétera.

Estas visiones, que en algunos casos fueron escupidas con crudeza y vulgaridad por periodistas y en otros se deslizaron por debajo, fomentaron las ya asentadas ideas de culpabilidad sobre la víctima, en este caso, Gisella. "Chicas, no salgan con hombres infieles porque después la cosa no para y termina así", comentó una usuaria en una de las tantas notas sobre el caso, reflejando -y perpetuando- la idea de que en el fondo, la culpa es de la mujer por haber continuado la relación. Como si no estuviese lleno de infieles que jamás mataron ni matarán, o, por el contrario, como si los femicidas fuesen inherentemente promiscuos y adúlteros.

Muchos y muchas periodistas hablaron de "poligamia" -un término que evidentemente muy pocos chequearon en Google- casi al mismo tiempo que hablaban de "padre de familia", evaluando con esas precarísimas herramientas los vaivenes del posible crimen. Y el jueves 21 de enero, cinco días antes de que efectivamente hallaran a Gisella asesinada, un canal de cable reconocido a nivel nacional mantuvo durante una hora un graph que anunciaba el hallazgo de un cuerpo, cuando lo que en realidad había encontrado la Policía era una bolsa de plástico con huesos de animales. Mariela, la hermana de Gisella, tuvo que salir a aclarar en medio de los rastrillajes que la noticia que estaban dando era falsa.

¿Qué se puede hacer frente a tanta vorágine y desinformación? Un primer -y básico- paso es formarse. No se pueden seguir cubriendo femicidios y crímenes de odio con periodistas y medios que piensan en términos de "crimen pasional" y no comprenden que la naturaleza de las violaciones y los femicidios tiene que ver con el poder y el odio y no con la pasión ni los celos.

Brindar, como dice la ley, los números de denuncia para víctimas (144 para todo el país, 137 en CABA y Misiones) no es suficiente. Hay que tener presente qué implica la violencia sexual y de género, cuyos victimarios son casi siempre del entorno familiar, además de dar a conocer los derechos  de las mujeres en situación de violencia y también las obligaciones del Estado.

Y por sobre todas las cosas, hay que desistir en la difusión de datos y circunstancias personales de la mujer desaparecida, abusada o violada, ya que esto perpetúa las "pericias" públicas y colectivas por sobre la víctima. Es mucho más recomendable, según las periodistas integrantes de la Red PAR y la Defensoría del Público, focalizar la cobertura en la prevención y la sensibilización individual y colectiva sobre esta problemática, evitando banalizarla y ubicarla en un lugar de lejanía.

El femicidio es la punta del iceberg de la violencia de género y esto implica que los atacantes no están locos ni enfermos, sino que existe un sistema que avala prácticas -como el acoso callejero, los chistes misóginos y el abuso intrafamiliar, entre tantos otros- que luego se cristalizan en un homicidio. Pero están presentes desde mucho antes.

Por último, es importante recordar que el estado psíquico del agresor, su condición económica o posición social, su plausible consumo de drogas y su país de origen no son elementos válidos para justificarlo: será tarea de la Justicia determinar si es que hubo atenuantes, y no de los periodistas, que debemos, en todo caso, alertar a posibles víctimas, tratar los casos con tacto y conciencia, y sobre todo hacer una tarea constante y profunda para desnaturalizar las violencias contra las mujeres, en todas sus formas y ámbitos.

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