No mucho tiempo después, el 8 de febrero de 1977, empezarían a cambiar las cosas para Hebe de Bonafini, una ama de casa, “una mujer del montón” y despreocupada de la política, como ella misma se definiría, a la que en el barrio todos conocían como “doña Kika”. Tenía 49 años cuando el 8 de febrero de 1977 su hijo mayor Jorge Omar fue secuestrado y desaparecido. El golpe se repetiría el 6 de diciembre de ese mismo año con Raúl Alfredo, el otro hijo varón.
Los días en que la vida de la maestra de 47 años Estela de Carlotto empezaron a modificarse fueron sobre el final de ese mismo año. En noviembre se enteró que los militares habían secuestrado a su hija Laura y ya nada sería lo mismo. La joven militante de Montoneros estaba embarazada de tres meses y estuvo cautiva en La Cacha, el centro clandestino de detención de la localidad de Olmos, hasta el momento mismo del parto, ocurrido el 26 de junio de 1978. Dos meses después, el 25 de agosto, Laura fue asesinada y su cuerpo entregado a la familia. Nada se supo del bebé, al que la joven madre nombró Guido, hasta el 5 de agosto de 2014 en que se confirmaron los resultados positivos de los estudios genético que le permitieron recuperar su identidad a un músico de 37 años llamado Ignacio, que vivía en la zona de Olavarría.

LUCHAR HASTA EL FIN
Para ninguna de ella hubo desde entonces días sin lucha. Y por eso mismo las tres, con estilos y posicionamientos que las diferencian, se convirtieron en personalidades reconocidas a nivel mundial con un legado definitivo: el de asumir el dolor, pero a su vez convertirlo en el combustible para pelear y para proyectar esa pelea a quienes atraviesan el mismo calvario.
Chicha Mariani no cesó en la búsqueda de su nieta y murió con pena a los 94 años, el 20 de agosto de 2018, sin poder cumplir el sueño del reencuentro. Seguramente nunca se recuperó del golpe que sufrió durante la Navidad de 2015, cuando, en vísperas de Navidad, apareció quien supuestamente era Clara Anahí portando el análisis que supuestamente corroboraba una coincidencia genética. El dato era falso, pero el entusiasmo le ganó a la cautela. Un error que nunca pudo perdonarse. Una desilusión que fue demasiado grande.

Pero en el camino trabajó con otras abuelas, con las que las que el 21 de noviembre de 1977 fundaría la organización “Abuelas argentinas con nietitos desaparecidos”, antecesora de Abuelas de Plaza de Mayo, asociación de la que fue presidenta y en la que permaneció hasta 1989, cuando se alejó por diferencia con Estela. En aquella etapa la organización logró la identificación de los primeros 60 nietos recuperados a partir de la creación del Banco Nacional de Datos Genéticos, una herramienta que en las décadas siguientes permitió multiplicar por cuatro esos reencuentros familiares.

La búsqueda no cesó por aquella ruptura y cinco años después, con Elsa Pavón, otra abuela que logró el reencuentro con su nieta, fundó la Asociación Anahí. Antes, recuperó la casa de calle 30, que pasó por etapas de abandono y ocupaciones, para constituirla en un espacio de memoria que todavía conserva los rastros del violento ataque. Es el escenario en el que cada 12 de agosto se celebra el cumpleaños de Clara Anahí con la suelta de un globo por cada año de vida.

Y también habló y con su contundente testimonio contundente aportó información para la condena, en 2006, del ex comisario Etchecolatz, a quien le rogó en vano que le diera información sobre el destino de la niña.
El legado de Chicha persiste en quienes tomaron la posta desde la Asociación Anahí para continuar con la búsqueda. “Va a aparecer, aunque yo no la vea”, había dicho no hace mucho, cuando asumió -tal vez antes que quienes la rodean- que el final de su vida estaba cerca.

CONFRONTAR PARA SEGUIR
La angustia por la desaparición de sus hijos moldeó el carácter de Hebe y la convirtió en la más confrontativa entre las referentes de derechos humanos. Fue una de las primeras en juntarse con otras mujeres que transitaban el mismo dolor, con quienes fundó la asociación Madres de Plaza Mayo y encabezó las rondas de los jueves, alrededor de la Pirámide de Plaza de Mayo.
“Antes de que fuera secuestrado mi hijo, yo era una mujer del montón, un ama de casa más. Yo no sabía muchas cosas. No me interesaban. La cuestión económica, la situación política de mi país me eran totalmente ajenas, indiferentes. Ahora me voy dando cuenta que todas esas cosas de las que mucha gente todavía no se preocupa son importantísimas, porque de ellas depende el destino de un país entero; la felicidad o la desgracia de muchísimas familias”, diría en 1982, mucho antes de convertirse en una exponente de la política argentina con opiniones que exceden por mucho la lucha por los derechos humanos.

Como presidenta de las Madres de Plaza de Mayo, firmó solicitadas y petitorios, y presentó habeas corpus. Todas acciones que resultaron indiferentes al resto de la sociedad que convivía con el horror de la dictadura. Por eso, entre 1978 y 1981 comenzó a concitar el apoyo de diversos organismos internacionales.
Una voz ineludible en los años democráticos en los que la impunidad siguió vigente por los indultos y las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, la figura de Hebe y de las Madres se proyectó hacia el mundo con más fuerza cuando en 1987 subió al escenario durante un show de Sting en Buenos Aires. Eran tiempos en los que los militares responsables de la dictadura genocida caminaban libremente y la presencia de aquella mujer de pañuelo blanco al lado de la estrella de rock captó la atención y se repitió al año siguiente durante los históricos recitales organizados por Amnistía Internacional.

Hebe fue la voz más encarnizada contra los gobiernos que sucedieron a la dictadura por su posición judicial respecto de la Dictadura. La disputa la llevó a enfrentar juicios promovidos por altos funcionarios, como el caso de Carlos Menem. Pero también en la calle, como cabeza en las manifestaciones vinculadas contra el ajuste del neoliberalismo, como cuando resultó herida durante una protesta contra la Ley de Educación Superior.
También tuvo disputas hacia el interior de los organismos de derechos humanos, especialmente cuando fue el momento de discutir la aceptación o no de las indemnizaciones que recibieron los familiares de los desaparecidos, así como en el sostenimiento de la demanda “aparición con vida” que se contrapuso con otras voces que admitían la posibilidad de que los desaparecidos hubiesen sido asesinados.

Esa postura colocó a las Madres en un extremo del espectro de reivindicaciones, lo cual generó una división entre dos organizaciones. También la distanció personalmente con la líder de Abuelas de Plaza Mayo. De todos modos ambas confluyeron por primera vez al apoyar al gobierno kirchnerista. El punto de inflexión fue el 24 de marzo de 2004, cuando el entonces presidente Néstor Kirchner abrió la ESMA, el ex centro clandestino de detención, un preludio de lo que fue la derogación de las leyes de impunidad y la apertura de los juicios que terminaron con varias condenas a los represores.
De todos modos, la lucha de Hebe no se centra solamente en la persecución judicial de represores sino que sumó el desarrollo de numerosos emprendimientos promovidos a través de la fundación, como el Periódico de las Madres, La Voz de las Madres radio, las guarderías infantiles, las viviendas sociales y la Universidad de las Madres y constituyen parte de un legado histórico que la excederán.

LA BÚSQUEDA PERMANENTE
Estela de Carlotto también se reinventó a partir del dolor y se convirtió, tal vez, en la exponente de la lucha por los derechos humanos que mayor proyección logró a partir del crecimiento del alcance logrado con la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo en la identificación, hasta el momento, de 130 nietos que fueron apropiados durante la dictadura militar. Entre ellos logró localiza en 2014 a Ignacio Montoya Carlotto, su propio nieto.
Estela comenzó a moverse apenas conoció la desaparición de Laura y llegó a entrevistarse con miembros de la Junta Militad que le avisaron que Laura no sobreviviría. Se sumó a la Abuelas en abril de 1978, y más tarde (1989) se convertiría en su presidenta con un objetivo central: lograr que la ciencia las ayude a concretar las identificaciones de los cerca de 500 bebés que pudieron haber sido apropiados.

Estela recordaría que Laura en el cautiverio dijo: “Mi mamá no les va a perdonar a los milicos lo que me están haciendo. Y los va a perseguir mientras tenga vida”. Para la presidenta de las Abuela es significaba “que me conocía más que yo misma porque yo no era mujer heroica. Nunca había participado en nada. Era una mujer con un origen de clase media baja, criada en épocas dulces si se quiere; nunca me iba a imaginar que iba a seguir toda mi vida a esto”.

Esa búsqueda se extendió a la Justicia donde Estela tuvo activa participación aportando su testimonio y las pruebas recogidas a través de las Abuelas. Y fue promotora de la creación y desarrollo del Banco de Datos Genéticos que aporta el material esencial para lograr las identificaciones. Esa contribución ha llevado a la organización a promover, en más de una oportunidad, su candidatura el Premio Nóbel de la Paz.
Al igual que Hebe y que buena parte de los organismos de Derechos Humanos, su afinidad con las políticas de reparación llevadas a cabo por el kirchnerismo, la llevaron a comprometerse por primera vez en la política partidaria.

Su legado, de todos modos, es junto al del resto de las Abuelas, el de dejar las herramientas necesarias para que las familias puedan recuperar el vínculo con los nietos que fueron secuestrados cuando eran bebés y hoy, ya hombres, siguen sin conocer su verdadero origen.