La Guerra de Malvinas no sólo se llevó cientos de vidas de chicos jóvenes, llenos de sueños e ilusiones, sino que dejó una herida abierta en los familiares de las víctimas, en los sobrevivientes y en todo un país que desde entonces no volvió a ser el mismo.
El inicio fue el 2 de abril de 1982, y en medio de mentiras del Gobierno y noticias falsas en los medios, la desesperación de las familias crecía y la angustia se aparecía cada vez más. Es entonces que 649 soldados no volvieron, y otros tantos lo hicieron, con heridas y el alma rota. Eran simples adolescentes, que de tener una vida normal debieron convertirse en hombres y defender al país en una guerra. Algo que pasó y que aunque terminó el 14 de junio de ese año, seguirá doliendo toda la vida.
Entre esos héroes argentinos se encontraba el platense Juan José Arrarás, nacido el 23 de mayo de 1957 y criado en 59 entre 20 y 21, quien en 1982 –con 25 años- se puso el traje de valiente, viajó a Malvinas, pero nunca volvió.
Hijo de Eliseo Gabriel y de Clara Mercedes, hermano de Clara Mercedes, Eliseo Antonio, María Magdalena, Martín Javier, e Ignacio Miguel, su recuerdo sigue latente en cada uno de ellos.
Ignacio, quien en su momento tenía 23, recuerda aquel día como si fuese hoy: “Juan llamaba día por medio para tranquilizarnos y decirnos que estaba todo bien, evidentemente ellos también estaban todos engañados”.

Previo a la guerra, Juan tenía una vida normal, estaba de novio, se encontraba en San Luis donde tenía un puesto en la Escuela de Aviación Militar, y a su vez, en su adolescencia en La Plata tuvo una fuerte vinculación al sacerdocio, por lo cual pasaba sus tardes en el Seminario de Parque Castelli. Justamente ese fue el lugar elegido por su familia para colocar el monumento que se inauguró en los últimos días.
Se trata de un homenaje por el cual sus allegados vienen luchando hace mucho tiempo, con el objetivo de que los platenses reconozcan la labor de los caídos y sobrevivientes de Malvinas, como sucede en otras partes. “En el 2001 viajé a Malvinas y volví tan indignado, hasta en Río Gallegos habían calles con el nombre de mi hermano”, aseguró Ignacio, quien desde entonces intentó por todos los medios que en La Plata sepan y valoren su historia.

“Un soldado no muere en el frente de batalla, muere cuando su patria lo ignora”, dice una acertada frase, y claro, es por eso que las familias luchan a diario para que sus recuerdos sigan vivos. “Veo muy triste la situación actual, a la gente no le importa, como si hubiese sido un hecho de inseguridad, un accidente; me indigna que no los reconozcan, él juró por Dios y por la patria, dio la vida, fue a combatir y no volvió”, sentenció Ignacio.

Tanta lucha, tantas puertas golpeadas que no abrieron, tantos años buscando un reconocimiento, y toda esa perseverancia dieron sus frutos: hoy Juan José Arrarás tiene su monumento, el cual fue propuesto hace unos años por un escultor que vive en Salta y se prestó a realizar el trabajo sin cobrar un peso. En materia legal, la ordenanza para utilizar el espacio público como es el Parque Castelli ya estaba aprobada, pero sólo faltaba su ejecución. “Ahora estoy contento, después de muchos años lo pude lograr”, aseguró Ignacio, quien también formó parte de la “Comisión de Familiares Caídos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur”.
De lo que poco se habla es del después de la guerra, de los que quedan esperando y buscando respuestas para intentar cerrar una herida eterna en el corazón, que sana un poco pero nunca cura totalmente. “La noticia era que había desaparecido, cayó en el paracaídas y nunca más se supo nada, no nos dijeron que había muerto”, explicó Ignacio.“Papá era muy enérgico, después de eso estuvo deprimido durante seis años y en el 88 falleció; mamá lo tomó de otra manera, ella se aferró a que Dios le dio un hijo pero después se lo pidió”, cerró.

El acto de inauguración del monumento fue invocado por el sobrino de Juan, quien era su ahijado y heredó su legado sacerdotal,. El momento fue muy espiritual: “Viste abuela, ahora tenemos un lugar para traerle una flor”. Es que claro, el cuerpo del héroe platense nunca apareció.
En ese día tan especial no faltó nadie. Desde su mamá Clara Mercedes de 91 años, hasta sus hermanos, excompañeros que llegaron de varias partes del país, y hasta un viejo amor, la novia de Juan al momento de la Guerra, que hoy, 36 años después, vive en Córdoba, es jueza, abuela, y su primer hijo se llama Juan, en recuerdo a su gran amor.

“Veo esa foto con el monumento de mi hermano y se me pone la piel de gallina”, aseguró el hombre. Pero la lucha de Ignacio y su familia seguirá: intentó traer a la ciudad un avión utilizado en la Guerra y no lo dejaron, aunque insiste, no se va a rendir hasta conseguirlo.