martes 11 de noviembre de 2025

El recuerdo de la mamá del nene que murió al caer de un séptimo piso: “Renzo está en paz”

A un año del fallecimiento de su hijo, Ángela Donato abrió las puertas de su casa y contó cómo el chico de 7 años con síndrome de Down marcó a todos los que lo conocieron. Los miedos y la discriminación. La bronca por no haber sido escuchada en la Justicia y la indiferencia de Scioli, Cristina y Vidal a su pedido de ayuda para evitar la tragedia. Por qué no siente odio por Diego Villanueva, acusado del homicidio junto a su pareja y con prisión preventiva desde marzo. Una entrevista íntima con 0221.com.ar.

“Nunca me gustó el cementerio, voy muy poquito. La última vez que fui, cuando ya estábamos volviendo con Noelia y mi nieta Alegra, el micro rodeó todo el predio. Fue la sensación de dejar a Renzo, que me venía con ellas y él se quedaba ahí. Recién ahora sé que ya no vuelve más”, dijo Ángela. Hace exactamente un año, su hijo caía desde el séptimo piso del edificio de 9 entre 55 y 56 en el que vivía su expareja, Diego Villanueva. Pese a las maniobras de reanimación, el nene con síndrome de Down murió en esa cochera, bajo un cielo lluvioso.

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Para la mujer no hay dudas de que el papá del nene de 7 años -al que conoció cuando trabajaba en el Paseo de Compras del Sur- concretó un plan desde hace tiempo y lo arrojó al vacío sin piedad. Desde marzo, él y su novia, Rosa Martignoni, se encuentran detenidos acusados por el homicidio.

El fiscal Marcelo Romero solicitó el arresto luego de recibir el informe de la Policía Científica y la DDI La Plata, elaborado junto a especialistas. Tras la inspección ocular y la reconstrucción de la tragedia, los peritos dieron una explicación prácticamente en sintonía con las sospechas de Ángela: sostuvieron que la caída “necesariamente debió tener una velocidad inicial, producto de un impulso” y que “no podría descartarse la participación de un tercero como desencadenante de los sucesos”. En abril pasado la jueza de Garantías Marcela Garmendia dictó la prisión preventiva, confirmada en junio por la Sala IV de la Cámara de Apelaciones.

“No nos mató a los dos juntos porque iba a ser muy evidente. Lo hizo con Renzo porque sabía que me iba a dejar muerta en vida y se le terminaba el problema. Buscó de muchas maneras que pareciera un accidente”, lanzó a 0221.com.ar, después de encender el primero de los siete cigarrillos Camel que fumó en más de tres horas de charla.

A Ángela el pelo no le llega al hombro. Después de la pérdida decidió raparse la cabellera ondulada que le pasaba la cintura. Frotó sus dedos con uñas pintadas de negro, dejó caer la ceniza y quedó mirando por unos instantes hacia el techo. “Me cuesta desprenderme de sus cosas”, reconoció. Es que en el monoambiente de Villa Elvira al que se mudó hace poco más de tres meses tiene guardada o escondida toda la ropa de verano que al nene le quedó sin estrenar.

Pidió ayuda de todas las formas posibles para evitar este desenlace, pero no la escucharon. Primero la jueza de familia Graciela Barcos, que la trató de “dramática” cuando le dijo que todo iba a terminar de la peor manera y luego de que Renzo “se fuera” negó en su propia cara que le hubiese hablado de las agresiones que sufría. “¿Sabés lo que es peregrinar con tu hijo todo golpeado y que nadie diera una mano? Le escribí a la gobernadora Vidal, antes a Scioli y hasta a Cristina (Fernández de Kirchner), pero ninguno me contestó. Renzo me escuchaba y veía que iba para todos lados. Se que está en paz, pero la que no tiene paz soy yo porque no lo tengo a él”, expresó.

Pese a que la causa no pasó por la fiscalía especializada en violencia de género, los abogados que representan a Ángela - Romina Reinaldi, Gastón Nicosia y Mariano Carrillo- intentarán que el caso se juzgue también como un femicidio vinculado: los padres que matan a sus propios hijos para golpear a las mujeres donde más les duele. “Tengo la tranquilidad de que están presos, sé que la condena va a llegar. Igual yo estoy más condenada que Diego. Sé cómo piensa él, que le queda la esperanza de salir algún día y poder continuar. Dicen que los hijos nos eligen. No se por qué Renzo me eligió a mí, tan imperfecta, pero… ¿Por qué lo eligió a Diego?”, pensó.

SU MILAGRO

Después de una compleja cirugía, en la que le extrajeron un ovario y una trompa de Falopio, Ángela no sabía si iba volver a ser madre. Ya con 35 años y en medio de una relación de idas y vueltas con Villanueva, creía que su deseo no iba a poder cumplirse. En marzo de 2008, a dos semanas de una de las tantas separaciones, se enteró que estaba embarazada.

“No me preguntes cómo, pero siempre supe que tenía el síndrome. Una mañana, a las ocho semanas de gestación, me desperté llorando y lo llamé al ginecólogo. ‘Doctor, el bebé tiene síndrome de Down’”, recordó e hizo un silencio. Largó una bocanada de humo y siguió: “Me dijo que tenía miedo por la edad pero que no había posibilidades. Estaba tan segura que me mandó a hacer todos los estudios pero no salió ni en la translucencia nucal. Después me recomendó otros análisis más complejos, pero venía con un embarazo de riesgo y le dije que no, porque iba a tenerlo sea como sea”.  

Luego de diagnósticos terribles, médicos sin tacto y un trabajo de parto de más de seis horas, el 18 de noviembre a las 6.13 nació Renzo. “Pesó 2 kilos 400. Era una rata”, dijo y se le iluminó la cara. Pasaban los minutos y comenzó a sospechar que algo no andaba bien porque no le acercaban a su hijo. “Viene la doctora y me dice: ‘Es down el bebé’. Y ahí quedé shockeada”, recordó.

A los dos días le dieron el alta en la clínica Los Tilos de 41 esquina 2 y volvieron a su casa, pero sin información sobre las patologías asociadas al síndrome. Cuando empezó a leer, quedó al borde de un ataque. Al lunes siguiente comenzaron a buscar pediatra y, casi de casualidad, se toparon con el doctor Daniel Chertrudi. “Siempre digo que fue la primera persona que lo miró con esperanza. Le pregunté quién tenía la culpa y me dijo que cada 800 partos nace un nene con síndrome de Down. ‘Dios cuenta hasta 800’, recalcó”, manifestó con su voz ronca, aunque aclaró que no es religiosa.

Recibió el asesoramiento de la Asociación Síndrome de Down de la República Argentina (ASDRA) y desde ahí no paró. Renzo comenzó con estimulación temprana y siguió con fonoaudiología, kinesiología y terapia ocupacional. Así, caminó al año y medio, no tuvo problemas de columna ni de cadera, logró grandes avances en su tono muscular y en el habla. “No mandibuleaba ni sacaba la lengua. Eso era toda la estimulación y lo hincha pelota que era yo. Todas las madres que tienen un hijo con síndrome de Down saben lo que cuesta que esté erguido, saben de qué hablo”, resaltó.  

 

Pasó por situaciones económicas duras, soportó que Diego la dejara cada dos por tres sin obra social y que la mutual la tuviera a las vueltas con los trámites para todos los estudios. Pero eso no la detuvo. “El síndrome es una característica genética. Si uno cría a un chico dependiente, que no haga las cosas, obviamente no lo va a hacer, ni él ni cualquier otro chico. Ellos necesitan un poco más de ayuda en algunas cosas, pero otras van sobre ruedas”, enfatizó.  

Llegó la escolarización. Renzo hizo el maternal en Jirafas y jirafitas, luego pasó al Jardín Nº 901, la Escuela Especial 534 y se transformó en el primer chico con síndrome de Down en estudiar en el Normal 3. “Fue difícil, pasamos de todo. En salita de 4 le pegaron unos nenes y quedó bastante afectado. Pero primer grado, con la señorita Noemí fue maravilloso. Un proceso para todos, avanzábamos en conjunto. Si se mandaba alguna macana, pedía que lo retaran, que no tuviese un trato distinto. Los chicos no sabían que tenía el síndrome, era uno más”, subrayó.

“Aprendí mucho de él. Uno de los compañeros le hizo una cartita. Le agradeció haber sido su amigo, le pidió que lo cuide desde el cielo y le dijo que gracias a él era un mejor nene. Era uno de los más revoltosos del curso, no se sentaba, deambulaba todo el tiempo. Renzo, todo lo contrario, muy estructurado. Empezó a copiar sus conductas, cuando a la madre ya le estaban diciendo que lo mande al psicólogo. Gracias a esa relación empezó a trabajar bien”, contó con emoción.

En el medio, derribó prejuicios. Corrigió al chofer que le gritó “mogólico” a otro conductor, o los tantos pasajeros de la línea Este –el colectivo que siempre se tomaban para volver a su casa- que lo miraban o hacían comentarios que podían llegar a hacer sentir diferente a su hijo. Hasta corrigió a la mismísima Mirtha Legrand, el día que fue invitada a su mesa: “Me preguntó si ‘era Down’. Le dije, ‘perdón, señora, no era Down, tenía Síndrome de Down’. Ahí me contestó que hacía muy bien en aclararlo porque no sabía que se decía así. Ante todo se pone la persona”.

LA COCA, LOS DINOSAURIOS, LA MÚSICA Y EL MAR

Su gran compañero, así definió Ángela a Renzo. Fanática de Bon Jovi, pasaban horas y horas escuchando y bailando sus temas. También al dúo mexicano Ha- Ash y a Ricardo Arjona, al que ella detestaba. “En la escuela era lo mismo. ‘Menea, Renzo’, le decía la señorita y él movía, con la mano en la cintura, todo un personaje”, relató, mostrando todos los dientes.

No era dulcero, pero le gustaba muchísimo la Cola-Cola: no le faltaba la botella de 600 en la mochila. También era amante de los bizcochos Don Satur, las papitas y su comida preferida eran las milanesas con arroz. Aunque no había visto las películas, tenía locura con el Hombre Araña. Pasaban largos ratos en La Normal Libros de 7 entre 55 y 56, sentados mirando cuentos, que ella le compraba cuando cobraba el sueldo. Sus preferidos eran los de dinosaurios, como las tardes de pileta en verano o los paseos por Parque Saavedra.

Lo sueño todo el tiempo, pero de más grande, nunca llorando. La última vez, soñé con adolescentes de 15 y 16 años. Todos entraban a una escuela con un chico con síndrome de Down. Pensaba qué lindo, cómo se habían sociabilizado. Renzo no estaba, pero lo veía en todos esos chicos”, manifestó sin soltar una foto en la que lo está besando en la mejilla, los dos con los ojos cerrados. Y agregó: “No me quedaron asignaturas pendientes, sí la vida porque me lo arrancaron”. 

Para cuando termine el juicio –todavía no se hizo la elevación, restan dos pericias psiquiátricas a los detenidos- ya tiene tomada una decisión. “Le había prometido a Renzo que ese verano nos íbamos a ir de vacaciones a San Clemente, a lo de una amiga. Ahí voy a tirar sus cenizas. Su esencia se quedó conmigo”, afirmó. Ahí se levantó y extendió un brazo, imitando el movimiento de Súperman: “Quiero recordarlo vivo, como esa mañana que vino corriendo y me dijo ‘lo logré, mamá’”.

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