lunes 06 de enero de 2025

Opinión | Dos modelos en pugna: el impacto de las recetas neoliberales en los clubes de barrio

Los clubes son el corazón de los barrios, construyen redes, alojan y ofrecen oportunidades. Para ello, necesitan del esfuerzo de la comunidad, del trabajo de sus dirigentes, pero también de un Estado presente y activo, que empuje y colabore. En el modelo neoliberal que algunos sectores muestran hoy como una panacea: ¿cuál sería el lugar de los clubes? ¿El mismo que en la década del '90?

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La historia de nuestra Ciudad, desde su etapa fundacional, ha estado profundamente entrelazada con la de sus clubes. Éstos -alma de sus comunidades en las distintas barriadas- han sido grandes protagonistas, alojando diversidad de identidades y sueños, generando sentido de pertenencia y motorizando con fuerza colectiva un proyecto de urbe justa e inclusiva: "La Plata, Ciudad de Iguales".

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Los primeros clubes nacen en un contexto histórico, político y social del país determinado por las migraciones y la necesidad de poblar y darle vida a esa metrópoli naciente, resplandeciente y planificada hasta el más mínimo detalle; aquélla con la que quizás, según cuenta la leyenda urbana, haya fantaseado el mismísimo Julio Verne, viéndose materializada a través de la majestuosa obra de Pedro Benoit.

Los orígenes de este tipo de instituciones fueron, entonces, profundamente populares: jóvenes, obreros, trabajadoras y trabajadores que comenzaban a reunirse en un lugar común para dar paso al desarrollo de las actividades sociales, culturales y/o deportivas, sociabilizar y (re)encontrarse.

Clubes de Barrio

Desde finales de ese siglo XIX hasta promediando la década del ’30 tomó un gran impulso la creación de dichas asociaciones en nuestro territorio. Pasado ese periodo, y hasta los ’60, los clubes vivieron sus mejores años de la mano del esplendor del Estado de Bienestar: allí se potenciaron, fortaleciendo esa expresión institucional que se erigía como cimiento de los vínculos vecinales, de la práctica del deporte, del avance de la cultura, de la contención, la formación, la transmisión de saberes y valores y, en definitiva, de la consolidación identitaria.

Así fue que hasta la década del ’70 vieron su nacimiento en La Plata más de seiscientos clubes. Y a partir de ahí podemos adjudicarle su punto de inicio a la debacle: el terrorismo de Estado, la Dictadura Cívico-Militar y la aplicación de políticas neoliberales de exclusión que le causaron un enorme daño al entretejido social. Aún hoy perduran sus secuelas. La vida en comunidad se vio diezmada, y los clubes como expresión de aquélla sufrieron en carne propia el repliegue del tránsito por los ámbitos públicos, interrumpiéndose violentamente el diálogo y los canales de encuentro y de construcción colectiva.

Como si fuera poco, los ’90 arribaron como un proceso de continuidad de las medidas económicas y políticas de semejante impacto social negativo. La matriz neoliberal de injusticia, desigualdad y exclusión terminó por doblegar las esquirlas de la ética y de la solidaridad colectiva, fragmentando aún más los lazos comunitarios. Así, las lógicas de habitar lo público fueron cediendo ante un creciente y dominante patrón individualista, mermando la participación en tales espacios y apagándose la llama de la empatía y del compromiso social.

Clubes de barrio

Pareciera ser que hoy la agenda pública vuelve a estar tomada por las grandes discusiones acerca de estos dos modelos: o un Estado presente que regule la vida en sociedad tratando de generar más inclusión y mejores condiciones de vida para toda la población, o un Estado mínimo, corrido de la escena pública y que deja a la suerte de lo que otras fuerzas y lógicas (la del mercado, por ejemplo) impongan a sus habitantes.

Con esto no quiere decir que no se noten las dificultades y falencias que el primero de los modelos ha demostrado tener: habría que ser muy necio para no reconocer que la deuda para con la ciudadanía es inmensa. Pero aún así, somos conscientes de que sólo apostando a ello tendremos alguna posibilidad de perfeccionarlo y, de esa manera, lograr el objetivo de constituirlo como un paradigma eficaz para transformar la realidad en favor de las mayorías.

La búsqueda, por consecuencia, es la de volver a las raíces: a que se instaure un modelo de Ciudad planificado y de crecimiento, con un Estado que acompañe y robustezca, donde los clubes jueguen un rol protagónico en pos del sentir y del vivir colectivo, del trabajo mancomunado y como pilar de la formación en valores. El desafío es grande, pues las dinámicas sociales mutan a un ritmo vertiginoso.

Es claro que los clubes no pueden suplir la ausencia estatal, tampoco es su deber; sí en cambio es deber de las dirigencias el de promover una sinergia tal que los vuelva a poner en el eje, permitiendo el rescate y el refuerzo de los lazos comunitarios, levantando y poniendo en escena a sus ciudadanas y ciudadanos, de modo de transitar de manera conjunta el camino hacia la refundación.

Marcelo Galland - Vicepresidente de la Federación de Instituciones Culturales y Deportivas de La Plata. Fundador del Observatorio de Clubes de La Plata, Berisso y Ensenada

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