martes 28 de noviembre de 2023

Experiencias, miedos y desafíos: un día en la vida de una taxista mujer de La Plata

Graciela Garay relata sus vivencias al volante, cómo logró empoderarse arriba del auto y sus estrategias para evitar pasar situaciones indeseables.

Son pocos los "privilegiados" que disfrutan de su trabajo y lo sostienen a lo largo de su vida. Los caminos para llegar a conseguir ese empleo ideal, en el que la pasión se impone por sobre cualquier vicisitud, son tan infinitos así como las posibilidades de que el mero destino decida, simplemente, volverlo un proceso enmarañado.

Graciela Garay es y se siente una de esas personas "privilegiadas" de haber conocido y conseguido el trabajo que cambió su vida para siempre: manejar un taxi. Incluso, podría resultar aún más significativo el hecho de sobreponerse y empoderarse dentro de un ambiente mayormente masculino. Según ella, fue justamente eso lo que la obligó a ponerse dura frente a ese público y distanciarse del estilo del "taxista tradicional" para mejorar sus servicios como transporte público.

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Graciela emerge como una figura singular en el paisaje de La Plata. Con destreza al volante y un carácter que no le permite achicarse ante nada ni nadie, logró conquistar las calles de la ciudad, desafiando estereotipos y abriendo camino en un ambiente históricamente dominado por hombres.

"Manejar un taxi cambió mi vida para siempre", relató la mujer en diálogo con 0221.com.ar, quien ha recorrido un largo camino desde sus primeros días al volante. Aprendió a manejar por necesidad y, a los 27 años, decidió dar el salto al mundo de los taxis. Su motivación principal es ayudar a la economía de su hogar, principalmente de sus hijos -el motor de su vida- y disfrutar de la independencia que el taxi le ofrecía. "Yo no sabía manejar y aprendí sola. Siempre andaba arriba de autos por cuestiones laborales -trabajó en Control Urbano desde el 2007 hasta el 2020- u otros motivos", dice al tiempo que recuerda aquellos años en los que tenía que pagar un remís, tomarse micros o que la lleven hasta algún lado en auto.

Hasta que, de una vez por todas, tuvo una acertada reflexión y resolvió un cambio de rumbo para su destino. "Un día pensé '¿qué hay que hacer si le pasa algo al conductor y estamos en la loma del pato?', tenía que manejar yo", dijo. "Cuando aprendí a manejar me sentí la dueña del planeta, era libre de ir a donde yo quería", agregó.

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El amor por manejar y el contacto en el mano a mano con las personas la impulsaron aún más a perseguir sus sueños. "La gente no se da cuenta, pero yo me divierto cuando voy manejando y saliendo de los quilombos que hay en la calle. Para mí es un desafío andar por la ciudad. En la ruta maneja cualquiera, yo me duermo", confiesa con una sonrisa en el rostro. Graciela se enorgullece de su habilidad al volante y de su capacidad para sortear cualquier obstáculo que las calles platenses le presenten.

Los primeros seis meses después de sacar la licencia estuvo practicando en la calle por su cuenta pero, apenas pudo, sacó el permiso de conductora profesional para poder ser admitida por las empresas de transporte. Ese mismo año, empezó a trabajar en una remisería y le tomó el gusto a los viajes con pasajeros. Sin embargo, aún sentía que dependía de otras personas para poder hacer su trabajo libremente. Por ese motivo, dos años después de esa primera experiencia decidió pasarse al bando de los taxis. "Yo me muevo todo el tiempo. No tengo una parada designada. Si quiero tomar el viaje, lo hago. Y, sino, lo dejo. Yo puedo hacer lo que quiero porque soy un taxi. En cambio, de remisera sos esclava de la empresa", dijo.

Conoció a un titular que se dedicaba a alquilar su vehículo para que otros lo trabajen y así dio inicio a su carrera como taxista, donde se encontró con miles de historias y episodios que iban a moldear su forma de encarar tanto la vida como su día a día al volante. El mundo del taxi tiene sus propias reglas y Graciela no es ajena a ellas. Desde el respeto a sus clientes hasta la forma en que enfrenta situaciones inusuales, ha aprendido a mantenerse firme. "Si en el medio del viaje pasó algo que me hace sospechar, reviso dónde estoy, busco un lugar transitable sea la hora que sea, clavo el freno de mano y se terminó el viaje. ¿No te gusta así? Bueno, bajate igual", afirmó con determinación.

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Guiarse por las pasiones conlleva sus riesgos, claro, y es que Graciela hace turnos que comienzan cerca del mediodía y se estiran hasta las 2 de la mañana, un horario complicado en épocas donde la inseguridad no da tregua y donde admite sentirse expuesta a situaciones indeseables en las que termina envuelta por la dinámica de ver alrededor de 50 o 60 personas por día arriba de su auto. "Es chocante mi carácter. La gente subestima al que va al volante, me ven a mí con el pelo largo y me toman de punto. Cuando trabajás con la gente, aprendés a tenerlo. Al principio, me largaba a llorar, me quedaba en una esquina llorando porque la gente me trataba mal. Hay gente intolerante que se sube y se piensa que tengo 3 años", sostiene.

"A veces te llevan a las afueras de La Plata y no sabés si te van a afanar, te van a agarrar, es un peligro. Por eso, me gusta poder decidir si agarro un viaje o no", dice Graciela, al tiempo que cuenta que su intuición es su mejor amiga en medio de la noche: "Las mujeres me preguntan '¿no tenés miedo? Y la verdad que sí, pero la idea es poder enfrentarlo. Entonces, yo salgo a la calle y levanto a quien yo quiera, por eso manejo un taxi. Lastimosamente, hoy me toca prejuzgar, si tengo una corazonada que me dice que no, no tomo el viaje. Quizás hay hombres que se la juegan y van a cualquier lado con cualquier persona".

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Su tono cambió cuando decidió contar una anécdota que explica a la perfección los riesgos a los que se exponen las mujeres que deciden manejar un taxi todos los días. Todo comenzó con un viaje en el que levantó a un hombre que iba hacia Melchor Romero y le pidió su número de teléfono para llamarla en caso de tener alguna que otra urgencia y necesitar traslado. "Con amabilidad se lo di porque es mi trabajo", contaba.

La historia continuó con un llamado a los pocos días en medio de la madrugada, antes de apagar la bandera e irse a su casa. "Le dije que me avise si ya estaba porque apago la bandera y no levanto a nadie. Cuando llegué, era un boliche y salió borracho. Primero, quería sentarse adelante, pero lo mandé para atrás. Después, me hizo un cuento de que no tenía plata y me dijo 'bueno, ya fue, me tiro el lance, ¿no estás para quedarte conmigo acá? ¿No hay cabida para nada?'. '¿Acá dónde?', le pregunté. Yo estaba trabajando. Después de la negativa, me dijo que me pagaba para que me quede. Eso es prostitución. Ahí lo eché, me frustré y llamé a una amiga porque ese tipo me arruinó la noche. Yo solo fui amable, es parte de mi trabajo, pero la gente se piensa cualquier cosa", dijo.

"El mundo del taxi es una secta aparte", dice Graciela, quien no la pasó bien en diferentes episodios en los que le tocó enfrentarse a otros taxistas. "Existen códigos en la calle que van más allá de la ordenanza, hay cosas que podés hacer y otras que no. Me ha pasado que algunos tacheros bajaron a patearme el auto hace muchos años. Ese contexto fue cambiando, no creo que pase ahora, es como en todos lados, se fueron calmando esas formas", admite.

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La taxista notó cierto cambio en la mentalidad a lo largo del tiempo puertas adentro del sector. "Los hombres fueron cambiando con el paso del tiempo, saben que ahora no pueden decirme nada", comenta con una sonrisa.

Sobre el final, dejando de lado aquellas noches frustradas que aún preserva para identificar situaciones de este estilo, retomó el diálogo sobre su trabajo y habló del orgullo que siente de poder ser un ejemplo para otras mujeres y demostrar que puede desafiar las expectativas y prosperar en este oficio. "Estoy orgullosa de mi trabajo. Mi pasión es hacer lo que haga con placer, de forma de que me divierta haciéndolo. A mis chicos les digo que ojalá no pase nada, pero el día que pase algo, que sepan que fue mi responsabilidad porque yo elegí no vivir de rodillas nunca más. Son formas de encarar la vida", enfatizó a modo de cierre.

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